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sábado, mayo 29, 2010

LOS ELEMENTOS DEL REINO - 29-05-2010




LOS ELEMENTOS DEL REINO



ÚLTIMOS APORTES

En este número



Paul Verlaine







Walter Benjamin








Cristina Caballero




EVENTOS LOCALES DEL PUERTO DE VERACRUZ Y BOCA DEL RÍO











































viernes, mayo 28, 2010



FRANZ KAFKA
Walter Benjamin

Potemkin

Se cuenta que Potemkin sufría de depresiones que se repetían de forma más o menos regular, y durante las cuales nadie podía acercársele; el acceso a su habitación estaba rigurosamente vedado. En la Corte esta afección jamás se mencionaba, sabido como era, que toda alusión al tema acarreaba la pérdida del favor de la emperatriz Catalina. Una de estas depresiones del canciller tuvo una duración particularmente prolongada y causó graves inconvenientes. Las actas se apilaban en los registros y la resolución de estos asuntos, imposible sin la firma de Potemkin, exigieron la atención de la Zarina misma. Los altos funcionarios no veían remedio a la situación. Fue entonces que Shuwalkin, un pequeño e insignificante asistente, coincidió en la antesala del palacio de la cancillería con los consejeros de estado que, como ya era habitual, intercambiaban gemidos y quejas. «¿Qué acontece? ¿Qué puedo hacer para asistiros, Excelencias?» preguntó el servicial Shuwalkin. Se le explicó lo sucedido y se lamentaron por no estar en condiciones de requerir sus servicios. «Si es así, Señorías», respondió Shuwalkin, «confiadme las actas, os lo ruego». Los consejeros de estado, que no tenían nada que perder, se dejaron convencer y Shuwalkin, el paquete de actas bajo el brazo, se lanzó a lo largo de corredores y galerías hasta llegar ante los aposentos de Potemkin. Sin golpear y sin dudarlo siquiera, accionó el pestillo y descubrió que la puerta no estaba cerrada con llave. Al penetrar vio a Potemkin sentado sobre la cama entre tinieblas, envuelto en una raída bata de cama y comiéndose las uñas. Shuwalkin se dirigió al escritorio, cargó una pluma y sin perder tiempo la puso en la mano de Potemkin mientras colocaba un primer acta sobre su regazo. Potemkin, como dormido y después de echar un vistazo ausente sobre el intruso, estampó la firma, y luego otra sobre el próximo documento, y otra... Cuando todas las actas fueron así atendidas, Shuwalkin cerró el portafolio, lo echó bajo el brazo y salió sin más, tal como había venido. Con las actas en bandolera hizo su entrada triunfal en la antesala. Los consejeros de estado se abalanzaron sobre él, le arrancaron los papeles de las manos y se inclinaron sobre ellos con la respiración en vilo. Nadie habló; el grupo se quedó de una pieza. Shuwalkin se les acercó nuevamente para interesarse servicialmente por el motivo de la consternación de los señores. Fue entonces que su mirada cayó sobre la firma. Todas las actas estaban firmadas Shuwalkin, Shuwalkin, Shuwalkin...


Kafka


Esta historia es como un heraldo que irrumpe con doscientos años de antelación en la obra de Kafka. El acertijo que alberga es el de Kafka. El mundo de las cancillerías y registros, de las gastadas y enmohecidas cámaras, ése es el mundo de Kafka. El servicial Shuwalkin que se toma todo a la ligera para quedarse luego con las manos vacías, es el K. de Kafka. Pero Potemkin, que vegeta en su habitación apartada y de acceso prohibido, adormilado y desamparado, es un antepasado de esos depositarios de poder que en Kafka habitan, en buhardillas si son jueces, o en castillos si son secretarios. Y aunque sus posiciones sean las más altas, están hundidos o hundiéndose, aunque todavía pueden, así, de pronto, emerger espontáneamente en todo su poderío precisamente en los más bajos y degenerados personajes, en los porteros y ancianos y endebles funcionarios. ¿Por qué están aletargados? ¿Serán acaso descendientes de los Atlantes que cargaban con la esfera del mundo sobre los hombros? Quizá sea esa la razón por la que tienen «la cabeza tan hundida sobre el pecho que apenas si se les ve los ojos», como el castellano en su retrato o Klamm cuando está ensimismado, a solas. Pero no es la esfera del mundo lo que cargan; ya lo cotidiano tiene su peso: «su desfallecimiento es el del gladiador después del combate, su trabajo, el blanqueo de una esquina de pieza de funcionario». Georg Lukács dijo en una ocasión que para construir hoy en día una mesa como es debido, hace falta el genio arquitectónico de un Miguel Angel. Lukács piensa en edades de tiempo y Kafka en edades de mundo. El hombre que blanquea debe desplazar edades de mundo, y con los gestos menos vistosos. Los personajes de Kafka baten palma contra palma a menudo por razones singulares. En una ocasión se dice, casualmente, que esas manos son «en realidad martillos de vapor».
A paso continuo y lento aprendemos a conocer a estos depositarios de poder en proceso de hundimiento o de ascenso. Pero nunca serán más terribles que cuando surgen de la más profunda degeneración, la de los padres. El hijo calma al padre embotado y decrépito al que acaba de llevar dulcemente a la cama: «"No te inquietes, estás bien cubierto." "¡No!" exclama el padre, de tal manera que la respuesta se estrella contra la pregunta, al tiempo que echa de sí la manta con tanta fuerza que por un segundo se despliega enteramente en su vuelo, mientras él se incorpora erguido en la cama, una mano apuntando ligeramente al cielo raso. "Querías cubrirme, ya lo sé joyita mía, pero cubierto aún no estoy. Y aunque sea con mi última fuerza, sería suficiente, ¡incluso demasiado para ti ... ! Afortunadamente nadie tiene que enseñarle al padre a adivinar las intenciones del hijo. ..."—Y ahí estaba, completamente libre, sacudiendo las piernas. Resplandecía de entendimiento. —..."¡Ahora sabrás que hay más fuera de ti, antes sabías sólo de ti! ¡Propiamente no eras más que un niño inocente aunque más propiamente eras un hombre diabólico!"» El padre que echa de sí el peso de la manta, al hacerlo arroja el peso del mundo de sí. Debe poner en movimiento a toda una edad del mundo para mantener viva y rica en consecuencias a la arcaica relación padre-hijo. ¡Pero rica en qué consecuencias! Sentencia al hijo a una muerte por ahogamiento, y el padre mismo es el sancionador. La culpa lo atrae tanto como a un funcionario de juzgado. Según muchos indicios, para Kafka el mundo de los funcionarios y el de los padres son idénticos. Y la semejanza no los honra ya que están hechos de embotamiento, degeneración y suciedad. Manchas abundan en el uniforme del padre y su ropa interior no está limpia. La mugre es el elemento vital del funcionario. Hasta tal punto es la suciedad atributo de los funcionarios, que casi podría considerárselos inmensos parásitos. Por supuesto que esto no se refiere al contexto económico sino a las fuerzas de la razón y de la humanidad de las cuales esta estirpe extrae su sustento. Así, a expensas del hijo, se gana también la vida el padre de la tan especial familia de Kafka, y se sustenta sobre aquél cual enorme parásito. No sólo le roe las fuerzas sino también sus derechos. El padre sancionador es asimismo el acusador, y el pecado del que acusa al hijo vendría a ser una especie de pecado hereditario. Porque a nadie atañe la precisión que de ese pecado hiciera Kafka tanto como al hijo: «El pecado hereditario, la antigua injusticia que el hombre cometiera, radica en el reproche que el hombre hace y al que no renuncia, y según el cual es víctima de una injusticia por haberse cometido el pecado hereditario en su persona.» ¿Pero a quién se le adscribe este pecado hereditario —el pecado de haber creado un heredero— si no al padre a través del hijo? Por lo que el pecador sería en realidad el hijo. No obstante, sería erróneo concluir a partir de la cita de Kafka que la acusación es pecaminosa. De ningún lugar del texto se desprende que se haya cometido por ello una injusticia. El proceso pendiente aquí es perpetuo, y nada parecerá más reprobable que aquello por lo cual el padre reclama la solidaridad de los mencionados funcionarios y cancillerías de tribunal. Pero lo peor de éstos no es su corruptibilidad ilimitada. Es más, la venalidad que les caracteriza es la única esperanza que los hombres pueden alimentar a su respecto. Los tribunales disponen de códigos, pero no deben ser vistos. «... es propio de esta manera de ser de los tribunales el que se juzgue a inocentes en plena ignorancia», sospecha K. Las leyes y normas circunscritas quedan en la antesala del mundo de las leyes no escritas. El hombre puede transgredirlas inadvertidamente y caer por ello en la expiación. Pero la aplicación de estas leyes, por más desgraciado que sea su efecto sobre los inadvertidos, no indica, desde el punto de vista del derecho, un azar, sino el destino que se manifiesta en su ambigüedad. Hermann Cohen ya lo había llamado, en una acotación al margen sobre la antigua noción de destino, «una noción que se hace inevitable», y cuyos «propios ordenamientos son los que parecen provocar y dar lugar a esa extralimitación, a esa caída.» Lo mismo puede decirse del enjuiciamiento cuyos procedimientos se dirigen contra K. Nos devuelve a un tiempo muy anterior a la entrega de las doce Tablas de la Ley; a un mundo primitivo sobre el cual una de las primeras victorias fue el derecho escrito. Aunque aquí el derecho escrito aparece en libros de código, son secretos, por lo que, basándose en ellos, el mundo primitivo practica su dominio de forma aún más incontrolada.
Las circunstancias de cargo y familia coinciden en Kafka de múltiples maneras. En el pueblo adyacente al monte del castillo se conoce un giro del lenguaje que ilustra bien este punto. «"Aquí solemos decir, quizá lo sepas, que las decisiones oficiales son tímidas como jóvenes muchachas." "Esa es una buena observación", dijo K., ..."una buena observación, y puede que las decisiones tengan aún otras características comunes con las muchachas".» Y la más notable de estas es, sin duda, de prestarse a todo, como las tímidas mozuelas que K. encuentra en «El Castillo» y en «El Proceso», y que se abandonan a la lascivia en el seno familiar como si éste fuera una cama. Las encuentra en su camino a cada paso, y las conquista sin inconvenientes como a la camarera de la taberna. "Se abrazaron y el pequeño cuerpo ardía entre las manos de K. Rodaron sumidos en una insensibilidad de la que K. intentaba sustraerse continua e inútilmente. Desplazándose unos pasos, chocaron sordamente contra la puerta de Klamm y acabaron rendidos sobre el pequeño charco de cerveza y otras inmundicias que cubrían el suelo. Así transcurrieron horas, ...durante las cuales le era imposible desembarazarse de la sensación de extravío, como si estuviera muy lejos en tierras ajenas y jamás holladas por el hombre; una lejanía tal que ni siquiera el aire, asfixiante de enajenación, parecía tener la composición del aire nativo, y que, por su insensata seducción, no deja más alternativa que internarse aún más lejos en el extravío.» Ya volveremos a oír hablar de esta lejanía, de esta extrañeza. Pero es curioso que estas mujeres impúdicas no parezcan jamás bonitas. En el mundo de Kafka, la belleza sólo surge de los rincones más recónditos, por ejemplo, en el acusado. «"Este es un fenómeno notable, y en cierta medida, de carácter científico natural ... No puede ser la culpa lo que lo embellece ... ni tampoco el justo castigo ... puede, por lo tanto, radicar exclusivamente en los procedimientos contra ellos esgrimidos y a ellos inherente."»
De «El Proceso» puede inferirse que los procedimientos legales no le permiten al acusado abrigar esperanza alguna, aun en esos casos en que existe la esperanza de absolución. Puede que sea precisamente esa desesperanza la que concede belleza únicamente a esas criaturas kafkianas. Eso por lo menos coincide perfectamente con ese fragmento de conversación que nos transmitiera Max Brod. «Recuerdo una conversación con Kafka a propósito de la Europa contemporánea y de la decadencia de la humanidad», escribió. «"Somos", dijo, "pensamientos nihilísticos, pensamientos suicidas que surgen en la cabeza de Dios." Ante todo, eso me recordó la imagen del mundo de la Gnosis: Dios como demiurgo malvado con el mundo como su pecado original. "Oh no", replicó, "Nuestro mundo no es más que un mal humor de Dios, uno de esos malos días." ¿Existe entonces esperanza fuera de esta manifestación del mundo que conocemos?" El sonrió. "Oh, bastante esperanza, infinita esperanza, sólo que no para nosotros."» Estas palabras conectan con esas excepcionales figuras kafkianas que se evaden del seno familiar y para las cuales haya tal vez esperanza. No para los animales, ni siquiera esos híbridos o seres encapullados como el cordero felino o el Odradek. Todos ellos viven más bien en el anatema de la familia. No en balde Gregor Samsa se despierta convertido en bicho precisamente en la habitación familiar; no en balde el extraño animal, medio gatito y medio cordero, es un legado de la propiedad paternal; no en balde es Odradek la preocupación del jefe de familia. En cambio, los «asistentes» caen de hecho fuera de este círculo.
Los asistentes pertenecen a un círculo de personajes que atraviesa toda la obra de Kafka. De la misma estirpe son tanto el timador salido de la «Descripción de una lucha», el estudiante que de noche aparece en el balcón como vecino de Karl Rossmann, así como también los bufones o tontos que moran en esa ciudad del sur y que no se cansan. La ambigüedad sobre su forma de ser recuerda la iluminación intermitente con que hacen su aparición las figuras de la pequeña pieza de Robert Walser, autor de la novela El Asistente. Las sagas hindúes incluyen Gandarwas, criaturas incompletas, en estado nebulosos. De este tipo son los asistentes kafkianos; no son ajenos a los demás círculos de personajes aunque no pertenecen a ninguno; de un círculo a otro ajetrean en calidad, de enviados u ordenanzas. El mismo Kafka dice que se parecen a Bernabé, y éste es un mensajero. No han sido aún excluidos completamente del seno de la naturaleza y por ello «se establecieron en un rincón del suelo, sobre dos viejos vestidos de mujer. Su orgullo era... ocupar el menor espacio posible. Y para lograrlo, entre cuchicheos y risitas contenidas, hacían variados intentos de entrecruzar brazos y piernas, de acurrucarse apretujadamente unos contra otros. En la penumbra crepuscular sólo podía verse un ovillo en su rincón.» Para ellos y sus semejantes, los incompletos e incapaces, existe la esperanza.
Lo que más finamente y sin compromiso se reconoce en el actuar de estos mensajeros, es en última instancia la perdurable y tétrica ley que rige todo este mundo de criaturas. Ninguna ocupa una posición fija, o tiene un perfil que no sea intercambiable. Todas ellas son percibidas elevándose o cayendo; todas se intercambian con sus enemigos o vecinos; todas completan su tiempo y son, no obstante, inmaduras; todas están agotadas y a la vez apenas en el inicio de un largo trayecto. No se puede hablar aquí de ordenamientos o jerarquías. El mundo del mito que los supone es incomparablemente más reciente que el mundo kafkiano, al que promete ya la redención. Pero lo que sabemos es que Kafka no responde a su llamada. Como un segundo Odiseo, lo dejó escurrirse «de su mirada dirigida hacia la lejanía.... la forma de las sirenas se fue desvaneciendo, y justo cuando estuvo más cerca no supo ya nada de ellas.» Entre los ascendientes de la antigüedad, judíos y chinos que Kafka tiene y que encontraremos más adelante, no hay que olvidar a los griegos. Ulises está en ese umbral que separa al mito de la leyenda. La razón y la astucia introdujeron artimañas en el mito, por lo que sus imposiciones dejan de ser ineludibles. Es más, la leyenda es la memoria tradicional de las victorias sobre el mito. Cuando se proponía crear sus historias, Kafka las describía como leyendas para dialécticos. Introducía en ellas pequeños trucos, para luego poder leer de ellas la demostración de que «también medios deficientes e incluso infantiles pueden ser tablas de salvación». Con estas palabras inicia su cuento sobre «El callar de las sirenas». Allí las sirenas callan; disponen de «un arma más terrible que su canto.... su silencio». Y éste es el que emplean contra Odiseo. Pero, según Kafka, él «era tan astuto, tan zorro, que ni la diosa del destino podía penetrar su íntima interioridad. Aunque sea ya inconcebible para el entendimiento humano, tal vez notó realmente que las sirenas callaban y les opuso, sólo en cierta medida, a ellas y a los dioses el procedimiento simulador» que nos fuera transmitido, «como escudo».
Con Kafka callan las sirenas. Quizá también porque allí la música y el canto son expresiones, o por lo menos fianzas, de evasión. Una garantía de esperanza que rescatamos de ese entremundo inconcluso y cotidiano, tanto consolador como absurdo, en el que los asistentes se mueven como por su casa. Kafka es como ese muchacho que salió a aprender el miedo. Llegó al palacio de Potemkin hasta toparse en los agujeros de la bodega con Josefina, una ratoncita cantarina, asi descrita: «Un algo de la pobre y corta infancia perdura en ella, algo de la felicidad perdida, pero también algo de la vida activa actual y de su pequeña e inconcebible alegría imperecedera.»

Traducción de Roberto Blatt
Editorial Taurus

Paul Verlaine: Serenata



SERENATA
Paul Verlaine


Como la voz de un muerto que cantara
Desde el fondo de su fosa,
Amante, escucha subir hasta tu retiro
Mi voz agria y falsa.

Abre tu alma y tu oído al son
De mi mandolina:
Para ti he hecho, para ti, esta canción
Cruel y zalamera.

Cantaré tus ojos de oro y de ónix
Puros de toda sombra,
Cantaré el Leteo de tu seno, luego el Styx
De tus cabellos oscuros.

Como la voz de un muerto que cantara
Desde el fondo de su fosa,
Amante, escucha subir hasta tu retiro
Mi voz agria y falsa.

Después loare mucho, como conviene,
A esta carne bendita
Cuyo perfume opulento evoco
Las noches de insomnio.

Y para acabar cantaré el beso
De tu labio rojo
Y tu dulzura al martirizarme,
¡Mi ángel, mi gubia!

Abre tu alma y tu oído al son
De mi mandolina:
Para ti he hecho, para ti, esta canción
Cruel y zalamera.

Cristina Caballero: Cenizas





CENIZAS
Cristina Caballero

25 mayo


ahí se abona para siempre
el tiempo ya perdido

entre el agua
que traspasa la garganta
horizonte azul
y nuevas luces

esos ríos encauzados
antaño paraíso

el padre de fugas infinitas
en su fiel hamaca prodigiosa
y ella niña
buscándolo de mano adulta
que en repliegues
moderaba su destino

hoy apenas
un resplandeciente sueño

mecedoras
craquelando tantas gotas de clepsidra

minuteros tercos
que en parejas
corren no sé donde
sólo por hacerlo

grises espejismos
apagones
media luz de astros
y unos pasos rotos
y la Selva
con su asfalto lacerante

horror que cotidiano se desliza
poco más en la montaña

tiembla la ciudad
y no lo siento
estoy en un octavo piso
escuchando a Carmen
que habla de esas aguas entubadas
Churubusco dice

ahí vivía su padre

yo lo ví
cuando corría libre
y el hombre de Oaxaca
colgaba ahí la cama aérea
y pasaban cerca los tranvías

pasaban
junto al río
y en el mar

pasaban....


viernes, mayo 21, 2010

POEMAS CHINOS DE AMOR

POEMAS CHINOS DE AMOR
(Anónimos)

El Lecho

Soy en la corriente una isla cercada de luz
y la isla ondula las aguas verdes
Aunque no tan suave como el lecho del capullo
del gusano de seda
soy feliz con el azul de mi vestido
hay motas de polvo en las mangas de seda de mi dama
ricas tiaras sobre su lecho de marfil
Ama hasta cuando bebas muy tarde
trae a tu amante a festejar aquí

El cruel aire frío del invierno

El cruel aire frío del invierno ha llegado,
los vientos del norte son despiadados y amargos.
La pena más sutil conoce noches largas.
Levanto los ojos hacia la multitud de estrellas apiñadas.
La brillante Luna de otoño está llena.
El sapo y la liebre de la Luna desaparecen por vigésima vez
Un viajero que llegó de lejos
me trajo una carta
Arriba dice “Te amaré siempre”
Y abajo “Mucho tiempo estaremos separados”.
Pongo la carta sobre mi pecho
En tres años ninguna palabra ha perdido vigor.
Mi corazón solitario se mantiene fiel, fiel.
Temo que nunca lo sabrás.

Verdea el campo

Verdea la hierba a orillas del río,
florecen los sauces en el corazón del jardín.
Escondida la muchacha en lo alto de la torre,
blancura luminosa, destaca en el balcón.
De un rojo resplandeciente su maquillaje,
finas asoman sus manos níveas.
Antaño cantó en la casa de música,
hoy, bien casada, su esposo parte.
Su esposo parte y no regresa,
¡qué difícil la soledad frente al lecho vacío!

jueves, mayo 20, 2010

Ivonne Moreno Uscanga: Rabindranath Tagore


Rabindranath Tagore
Ivonne Moreno Uscanga

Cuando leemos cuentos, novelas, poesía, a veces nos enganchamos o identificamos con un escritor y leemos todas sus sagas.
Pero algunas otras, ocasiones acostumbramos a decir o a una pronunciar algunas de sus frases o pensamientos célebres y no sabemos mucho acerca de ellos.
Por ejemplo cuantas veces hemos escuchado:

…Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no dejarán ver las estrellas…

O…


Cuando mi voz calle con la muerte mi corazón te seguirá hablando

entonces estaremos haciendo uso de la palabra y el sentir de Rabindranath Tagore.

A casi 150, exactamente 149, de su natalicio, Tagore sigue estando en nuestros ejemplos.
Este notable escritor es gloria de la literatura bengalí.
Nació en 1861 en Calcuta y murió en el año de 1941.
Se crió bajo la filosofía del Brahmo Samaj y después se convirtió al hinduismo.
Es en 1913 cuando recibe el Premio Nóbel de Literatura.
Entre sus obras destacan: El Hogar y el Mundo y Gitarjalí, narrativa presentada y prologada en Inglaterra por el también celebre escritor y Premio Nóbel de Literatura John B. Yeats. La Feria de la reina recién casada escrita en 1883, El libro de los cumpleaños en 1900 y la Ofrenda Lírica en el año de 1910.
Sin embargo sus obras capitales son Amar Shonar Bangla y Jana Gana Mana

Tagore se educó en una familia de creadores artísticos y e ideólogos y en 1828 se traslada a vivir a Londres, pero en poco tiempo retorna a Bangladesh a una casa barco junto al río Patma, tal como en América junto al Pacífico lo haría después Pablo Neruda en Isla Negra, Chile.
Pero Tagore había nacido para viajar y moverse, tal sentencia de Heráclito y es en Válgase Occidental donde funda una exuela experimental Hogar de la Paz, donde predica la libertad intelectual a sus asistentes y discípulos, esta estructura es hoy la Universidad de Visva.

En sus andanzas e intercambios culturales tuvo contacto con Gandhi, Tagore también trabajó en pro de la India independiente, asimismo con Thomas Mann, con Bernard Shaw, Wells y con Victoria Ocampo de quién se enamoró.

En uno de sus viajes a América, en Perú, Tagore se enferma, Victoria formaba parte del círculo intelectual más importante de Buenos Aires, ella lo cuidó y él le regaló el poema ,PURAVI.

Tagore es un escritor universal exquisito en su poesía:

Soné que ella estaba sentada en mi cabecera
Y me alborotaba tiernamente mi cabello con sus dedos
Suscitando la melodía de su contacto.
La mire a la cara luchando con mis lágrimas
Hasta que la angustia de mis palabra no dichas
Quebró mis sueños como una bupeza
Me incorporé La vía Láctea se vía arder por mi ventana
Como un mundo de silencio inflamado
Y me pregunté si en aquel momento
Ella estaría soñando
Un sueño que viera bien con el mío.


Tagore el escritor y pensador, dibujó a la libertad como camino hacia las estrellas, flor acuática en el piélago del Idealismo.

Óscar Wong Piedra que germina



PIEDRA QUE GERMINA
ÓSCAR WONG

Después que me miraste,
que gracia y hermosura en mí dejaste


SAN JUAN DE LA CRUZ


Como raudo rayo fecundado
el Amor desciende.

Con sus garras abre
surcos en la tierra.

Y crece el musgo,
el limo blanco, el árbol
venerado por la tribu.

Y la ternura crece
sobre el alba.

Y el corazón del día surge
como denso susurro
de la roca.
Y el océano inicia
impetuosa danza consagrada.
aquí el fulgor renace.

Si pusieras tus ojos en mis ojos.
Si pusieras tus labios en mis labios.
Si tu boca afuera abeja enardecida
O aguja voraz hurgando en la sangre.
Si te posaras, sedienta, entre mis piernas,
te amaría densa, torva, tiernamente,
como quien por primera vez asoma al mundo,
como quien por primera vez
desgarra una violeta.

Todas las cosas arden si te miro.
Todas las piedras germinan si te amo.

Como gorjeo intempestivo vienes
y tu presencia bebo cual arroyo
donde los ángeles se inclinan.

Como una lenta danza que seduce,
como rocío fértil en la arena,
como la castidad del santo que crepita
ante la suave perfección de la figura inmaculada
vienes.

Qué arduo trabajo el tuyo, Amada: ser hermosa.

El graznido del cuervo me estremece,
el vuelo del pegaso me seduce,
el gorjeo de tu voz me satisface.

Sin ti, abeja tierna, el Universo carece de sentido.

Como un patriarca fiero me conduzco,
como un profeta sabio te profano.

Amada Reina del Valle de Jovel,
La del Rostro Dulcísimo y Terrible,
Sé que vienes de donde crecen los manzanos
Y que en tus ojos anidan las colmenas.

Ay cuánta miel derramándose en el iris
Y cuánta perfección en tu figura.

Que el oro de mis besos te sostenga.
Que la roca de mi canto te consagre).


A TI NO TE DERRIBARÁ la muerte.
A ti jamás te tocará el olor maldito de la tumba
aunque las leyes de la flor, la insobornable
rueda del verano se deslice, y perturben
y acosen tu belleza.

Gacela, grulla o corza
como una madre tierna te cobijo,
pero tiemblo si un golpe lúgubre
de realidad te toca.

Conjuro la presencia de lo eterno.

Brillante lágrima de sol:
yo desperté a la serpiente,
yo vi temblar al unicornio,
yo desaté al dragón enfurecido.

Frágil, perturbado,
para cantar escucho el ritmo lento del silencio,
para amar me sumerjo en el vacío.

¿Quién dice que el terror calcina?

Desde la esfera más alta entrego
mi voz en el océano.

Y palpito
y me erizo
y me consagro
ciego.

Turbo la turbia tarde.

El corazón alberga rosas, muñones agrios,
amargas fauces que devoran.
También es puño enronquecido.

Pero me doy a ti cual caracol sediento.

Delirio, purificada brasa que palpita,
¿ante la Luz qué hacen los ciegos?

Me inclino, hierba endeble, si me miras.
Mi corazón naufraga en ola súbita.

Fulgor sonoro al mediodía eres,
arena humedecida la ternura.



Óscar Wong
México-Tenochtitlan, enero 5 de 1998.
(Del libro Razones de la voz, CNCA, Colec. Práctica Mortal, Méx., 2002, 73 pp.)

Lilia Ramírez: Cómo comprar cazuelas

CÓMO COMPRAR CAZUELAS
Lilia Ramírez

Todos los seres humanos, grandes y pequeños, famosos y anónimos, alcaldes y tenderos, gordos y flacos, a diario toman múltiples decisiones porque se enfrentan a situaciones que les obligan a escoger un curso de acción entre cuando menos, dos (a veces entre más). Hay que aclarar que cuando hay una sola opción, no se puede hablar de escoger y tampoco de decidir. Algunas decisiones son simples y rutinarias (qué ropa ponerse, qué desayunar, a qué hora levantarse), pero hay otras, menos ordinarias, que pueden presentarse pocas veces en la vida (hacerse una cirugía, casarse, divorciarse, qué carrera estudiar, donde comprar casa, aceptar un empleo en otro país, emprender un negocio). Las decisiones trascendentales empiezan cuando se advierte que algo anda mal, y se desea que mejore; o cuando algo que funciona a un nivel aceptable, se visualiza que puede mejorar. Además de por reflexiones propias, la motivación al cambio puede surgir (o ser impuesta) desde fuera, debido a las acciones de terceros (amigos, gobernantes, profesores, familiares), o fenómenos atmosféricos (un terremoto, un huracán, un deslave).

Cuantas veces no ha escuchado en el televisor: “decídase ya y compre el auto sutano o fulano”. No comprar es tan válido como hacerle caso a los publicitarios. Tomar una decisión es escoger un curso de acción que acerque a aquello que se desea lograr. Por ello es muy importante estar seguro de saber qué se desea, de otra manera, existe confusión y se dificulta el proceso, además, nunca se sabría si se consigue o no. Por otro lado, es muy importante distinguir entre una buena decisión y un buen resultado, pues puede darse la casualidad de obtener un buen resultado por coincidencia (azar) y eso no califica a nadie como buen decisor. También puede hacerse una elección de forma acertada y no obtener el resultado apetecido, ya que el azar (incertidumbre, en términos matemáticos) tiene efectos en la toma de cierto tipo de decisiones. Un ejemplo de decisión cotidiana bajo incertidumbre se da cuando un individuo ha decidido comprar un pequeño paquete de papas fritas (la marca no es tema del ejemplo). La motivación para hacerlo pudo surgir por dos causas: simplemente deleitarse, o matar el hambre. ¿Y qué pasa una vez que la bolsa ha sido abierta? Dos cosas diferentes: la primera, que las papitas estén enteras, crujientes, con un buen sabor y el sujeto coma una tras otra sin dejar ninguna. En este caso, (independientemente de la motivación inicial), el resultado es satisfactorio; la segunda, que sucedan una o más de las siguientes desagradables cosas: que estén rotas, quemadas, saladas, ácidas o muy picosas. En este caso, obviamente, el sentimiento que se genera en el decisor, es de decepción, sin embargo, si se han comprado para mitigar el hambre, ésta se quita, aun cuando no se pueda disfrutar el sabor, por lo que el resultado es satisfactorio para esta necesidad. De aquí se deducen los siguientes elementos presentes en todo proceso de decisión: el curso de acción (comprar una bolsa de papas fritas); el resultado obtenido (papas quemadas/ papas doradas); la sensación de haber satisfecho o no la necesidad que impulsó a comprar la botana. En este tipo de decisiones, el azar siempre actúa y no se pueden garantizar buenos resultados, aunque sí se puede incrementar el número de veces que se consigan. Para incrementar la obtención de buenos resultados, es necesario dedicar suficiente tiempo a pensar en todos los elementos implicados en el proceso de selección. Se requiere dedicarle tiempo. Una amiga mía, quien enviudó muy joven, cuando volvió a casarse me dijo:-Lo pensé menos tiempo que el que más tarde gasté en comprar una cazuela-. Me contó la anécdota: Estaba en un puesto evaluando cuál sería la mejor cazuela para mole. Tomé tanto tiempo en decidir, que el vendedor perdió la paciencia y me espetó: decídase ya, ni que estuviera decidiendo casarse por segunda vez. Entonces me di cuenta, dijo riendo, que no había dedicado mucho tiempo para contestar la segunda propuesta de matrimonio.

Ser un científico de las decisiones significa ser más eficiente en aprender de lo que pasa alrededor. Implica darse cuenta de qué se conoce y qué se ignora, y actuar sabiendo que la visión del futuro siempre es incompleta, imperfecta e incierta. En el caso de la compra de la cazuela, sería conveniente prestar atención a los siguientes puntos: en primer lugar, cuál es el uso que se le dará. Suponiendo que es para preparar mole para cincuenta personas, y que se cocerá al carbón sobre un anafre, entonces será importante prestar atención al tamaño, al espesor, a la estabilidad y el diámetro (por la comodidad para agarrarla por las asas), también es conveniente revisar la uniformidad del barnizado (por el tema de la toxicidad). Poner atención al conjunto de estas características, influirá en el grado de satisfacción que se alcanzará una vez que entre en uso. Retomando el asunto de la bolsa de papas fritas, el azar siempre hace su trabajo y es recomendable estar atento, preguntar, informarse, antes de elegir. De esta manera, junto con un objetivo claro, se reduce considerablemente la probabilidad de sentir que no se ha conseguido lo que se desea.


lunes, mayo 17, 2010


LOS ELEMENTOS DEL REINO
ÚLTIMOS APORTES
En este número
Emilio García Gómez

Sergio Gil Ortiz
Lilia Ramírez

HindraE. Ceballos López

viernes, mayo 14, 2010

Emilio García Gómez: El collar de la paloma



El Collar de la Paloma
La vida de Ibn Hazm de Córdoba
Emilio García Gómez

Introducción

Nadie elige la época en que ha de nacer, y a Ibn Hazm de Córdoba le tocó vivir en los más trágicos momentos de la España musulmana y en la crisis decisiva del Islam andaluz. Sobre su vida, quebrantándola, rompieron en oleadas la disolución del Calitato y la primera y suicida anarquía de los Taifas. No podemos conjeturar qué trayectoria hubiera seguido su talento, de haber vivido en años diferentes o de no haber ocurrido tan señalados sucesos; pero sí sabemos que la angustia del brutal corte histórico, de que fue testigo y actor, le convirtió en la más representativa figura de las letras hispanoárabes y en su escritor más rico, variado y fecundo. Trazada como está de mano maestra su biografía por mi llorado don Miguel Asín, no es cosa de perder el tiempo rehaciéndola en detalle, y bastará remitir a lo que en ella se dice. Pero al poner en manos de un público de cierta amplitud la primera traducción española del "Collar de la paloma" —la mejor obra de su autor y de toda la literatura arabigoandaluza—, parece inexcusable resumir, lo más brevemente que se pueda, algunos datos esenciales que permitan reconstruir el sentido de aquella vida atormentada.
Emilio García Gómez

Una familia muladí

No poca oscuridad envuelve los orígenes de la familia de Ibn Hazm. Lo más verosímil, aunque no sea seguro, es que se trataba de un adocenado linaje muladí, es decir, indígena español, recién convertido al Islam, que vegetaba sin pena ni gloria explotando unas modestas fincas rústicas, por tierras de Huelva, y viviendo en su cortijo o poblado cuyo antiguo nombre, transcrito en árabe "Mont Lisam", ha venido a ser hoy en día Montíjar,Montija o Casa Montija. Tal vez algún remoto vínculo de clientela enlazaba a estas gentes con los Omeyas reinantes. Deslumbrada la familia por las noticias que le llegaban del esplendor de Córdoba, ya sede del Califato de Occidente, ansiosa por mejorar de fortuna y movida de la ley siempre vigente del absentismo, decidió trasladarse a la capital en tiempos de Saíd, abuelo de nuestro autor.
Las noticias que poseemos sobre la vida cordobesa de Sa'id son escasas y nada claras; pero, en cambio, sabemos algo más de su hijo Ahmad, padre de nuestro Abü Muhammad 'Ali. Ahmad, en efecto, parece haber sido un hombre distinguido en letras, recto y prudente, económico y hábil, lo suficientemente diestro para brujulear en los medios políticos, despierta la ambición, pero frenada y con máscara de inofensiva. Eran los días en que la estrella ascendente de Almanzor —también un provinciano llegado de otro rincón andaluz, pero árabe de buena cuna y no hay que decir si mejor dotado— se llevaba tras de sí los ojos de tantos arribistas dispuestos a imitarlo, y en que un ariete de nueva sangre burocrática rompía la muralla, hasta entonces sólida, de la oligarquía que formaban las viejas familias tradicionalmente proveedoras de los altos empleos. Prevaliéndose acaso de sus supuestos vínculos de clientela, Ahmad se infiltró en las filas administrativas, inspiró confianza por su competencia y su probidad, y siguió subiendo. Su flexibilidad debió de ser exquisita, cuando, sin dejar de ser, como era, muy fiel a la casa reinante y gozando del favor de Hisan II, no llegó a despertar del todo la suspicacia afiladísima de Almanzor. Al contrario, éste lo atrajo a sí y lo aupó. Ahmad dejó su primera morada cordobesa en el barrio de Balat Mugit, y se trasladó cerca de al-Zahira, la ciudad palatina de omnipotente valido. Almanzor lo hizo su visir y, en las ausencias, le confiaba su sello.
Tal es la familia en cuyo seno había de nacer nuestro Ibn Hazm. Fijémonos bien: una familia de la nueva aristocracia oficinesca, viviendo con lujo y bienestar, en el más alto nivel de la vida cordobesa, pero con dos secretos sentimientos de inferioridad: el de su origen oscuro y de sus antecedentes cristianos, que había que disimular y disfrazar con ficciones genealógicas —bastante comunes, por lo demás—, y el de una falsa situación de hiperestesia con que había que mantener en el fiel la difícil balanza, cuyos platillos eran la lealtad a la dinastía y la devoción al genial privado, que, aunque salvando "grosso modo" las apariencias, minaba, y luego se vio hasta qué extremo, la causa misma de la legitimidad.


La infancia en el harem

Nació Abu Muhammad ' Ali ibn Hazm en Córdoba, la madrugada del miércoles 30 de ramadan del año 384, correspondiente al 7 de noviembre del 994 de nuestra era. Su niñez, según lo que él mismo nos refiere en varios pasajes de su "Collar de la paloma", fue —como en tantísimos otros casos, aunque no se nos diga— la niñez lánguida e indolente de un hijo de ministro, que se cría oculto en los rincones del harem, entre los besuquees y las intrigas de las mujeres. De ellas aprendió el Alcorán, y muchos versos, y a hacer los primeros palotes; pero también otras cosas, no poco útiles, aunque dolorosas en la infancia: se le revelaron temprano los misterios de la vida sexual y los tejemanejes del serrallo. Era, sin duda, un niño impresionable, enfermizo, de anormal nerviosidad, con despierta inteligencia y sentido moral, siempre en guardia contra la psicología femenil, que tan precozmente había conocido.
A veces, paseana por Córdoba, y con frecuencia lo haría por Munyat al-Mugira, el barrio de los altos funcionarios palatinos, contiguo al alcázar de al-Zahira. Entraría incluso a ver a Almanzor, que era, al parecer, muy amigo de los niños. No lo sabemos de Ibn Hazm; pero sí de su amigo del alma, dos años mayor que él, Abu ' Amir ibn Suhayd, hijo de otro gran empleado, pero él sí de buena familia árabe. Nos lo cuenta el propio IbnSuhayd en una deliciosa página de cierta carta suya al nieto de Almanzor, cuando éste fue luego rey de Valencia; página incluida en la "Dajíra" de IbnBassam (ed. Cairo, 1-1, páginas 163-165) y en la que nadie ha parado mientes hasta ahora.
"Un día —nos cuenta y resumo—, teniendo yo cinco años, me dio tu abuelo Almanzor una enorme manzana, colocada delante de él, y que yo había mirado con infantil codicia. Comoni mi boca ni mi mano podían abarcarla, él mismo me la partió con sus dientes. Luego llamó a tu padre (es decir, a Sanchuelo) y a un paje llamado Abü Sakir y les dijo que me llevaran a ver a la Sayyida (la señora', es decir, 'Abda, madre de Sanchuelo e hija de Sancho Garcés II, rey de Navarra). Como llovía, los dos me llevaron a cuestas. La Sayyida y las demás damas del harem jugaron conmigo y me dieron mucho dinero; pero, al llegar a casa, mi padre me lo quitó. Enterado tu abue-lo, me mandó para mí solo quinientos dinares, que, en parte, distribuí entre criados y amigos, y con los que me compré caballos de caña y adargas de madera para jugar a los soldados. Del día aquel ha quedado fama en Munyat al-Mugíra."
Probablemente el niño Ibn Hazm tendría alguna vez fortuna parecida y disfrutaría de la intimidad de aquel complejo ser que era Almanzor, más humano y accesible, por tantas razones, que el hierático y exangüe Califa a quien había suplantado.


El grupo revolucionario de los estetas de Córdoba

A temprana edad, como se solía, tal vez aún cuando al-Andalus creía vivir "una luna de miel" con el segundo y brillante valido 'amirí' Abd al-Malik al-Muzaffar (cuyo padre Almanzor había sido enterrado en Medinaceli el año 392=1002, teniendo nuestro autor ocho años), se asomaría IbnHazm, con musulmana precocidad, al mundo, es decir, a los primeros amoríos con las esclavas de su casa y de su familia, a leer todo lo divino y lo humano, a frecuentar los cursos de los más célebres profesores de la capital del Califato de Occidente, desde los más pacatos y ascéticos a los de más osadas ideas, y a trabar, en fin, con todos los jóvenes de su edad relaciones, afectos y amistades, algunas de éstas —a la moda árabe y sin que queramos dar a entender más de lo que decimos— harto estrechas y ambiguas: eso que los moralistas cristianos han llamado luego, poniendo en guardia contra sus peligros, "amistades particulares".
Aunque nos dice que hasta los veintiséis años, y por el mal papel que hizo en los funerales de un hombre principal, no acometió seriamente los estudios jurídicos, no hemos de darle entero crédito. Esa afirmación es tal vez una coquetería o un modo pintoresco de subrayar la mudanza que, como veremos, hizo de vida; pero es seguro que desde un principio se asoma ría curioso a las clases de teología y de derecho, si bien lo hiciera de un modo superficial y puramente teórico, con una fuerte dosis de diletantismo.
En efecto, el grupo al que se afilió y a cuyo lado batalló, escogiéndolo de entre el resto de sus relaciones cordobesas, era una minoría de mancebos de la alta sociedad, elegantes, no poco estetas, tocados de esnobismo y de diletantismo, que se ocupaban con preferencia de literatura y que en literatura enarbolaban un programa revolucionario. Eran esos mozos a los que en otro lugar he imaginado "vestidos de blanco, conversando entre los pórticos blancos de Córdoba, aficionados a los cisnes ('Correo Erudito', I) y enamorados de mujeres rubias".

García Gómez, Emilio. El Collar de la Paloma, Alianza Editorial, 1971,1979,1981,1983,1985,1987,1989, 1990. Primera Edición: 1952.

Sergio Gil Ortiz: Todo está escrito



TODO ESTÁ ESCRITO
SERGIO GIL ORTIZ



NO INSISTAS, NO VOY A ESCRIBIR, SI YA TODO HA SIDO ESCRITO
TANTO PAPEL Y PAPEL ES INÚTIL DESPERDICIO
DE LA FORMA REPETIDA DE ALGÚN TONTO PRESUMIDO
SOÑÁNDOSE ORIGINAL, PORQUE AL LEER NO HA ENTENDIDO.


SE HAN ESCRITO MIL POEMAS PARA EVOCAR UN AMOR
Y OTROS MIL PARA QUEJARSE DE LO CRUEL DE UNA TRAICIÓN,
SE ACURRUCAN EN LA LUNA Y SE QUEMAN EN EL SOL,
SE IDIALIZA EN EL PASADO Y SE FANTASEA EN EL HOY.


HAY QUIENES NO SE CONFORMAN CON SU CALIDAD DE VIDA
SUEÑAN NO SER COMO SON Y SE COMPARAN CON IRA
CON QUIEN AL VER SE DESLUMBRAN Y LES PRODUCE LA ENVIDIA
POR NO SABER VALORARSE Y TENERSE POCA ESTIMA.


OTROS ESCRIBEN SUS SUEÑOS PENSANDO VER REALIDADES
Y SE SUBEN A LAS NUBES Y SE HUNDEN EN LOS MARES,
SE SACIAN EN LA DULZURA Y SE HECHIZAN CON BREBAJES,
EL MUNDO ES TODO SUYO Y NO HAY NADA INALCANZABLE.


SE HA ESCRITO CON LOS PINCELES EN CUADROS MARAVILLOSOS
CON VIOLINES Y MARACAS, EN LA RUMBA Y LO BARROCO,
CON EL CINCEL EN EL MARMOL, EN EL PAPEL DE UNA FOTO,
CON LAS MANOS EN LA ARCILLA Y EN LA FUNDICIÓN DEL ORO.


MAS TODO DICE LO MISMO, NADIE HA ESCRITO NADA NUEVO
LAS PALABRAS SE ACOMODAN EN ELABORADO JUEGO
SOLO LA ESENCIA DEL ALMA SE MUESTRA EN VELADO CELO,
SE REPITE EN MIL IDIOMAS LO QUE DIOS DICTÓ EN UN HUEVO.

Mayo 2010

Lilia Ramírez: El cafè a medias



EL CAFÉ A MEDIAS
Lilia Ramírez


A mediados del pasado mes de marzo, fui invitada por el dinámico León Ruiz Ponce a una EXPO Turismo en Café en la ciudad de Xalapa, para compartir con los organizadores, entre ellos la Unión Regional de Cafeticultores de Huatusco, y el público en general, algunos conocimientos sobre la preparación de la infusión de café que guardo, además de en mi tesis de licenciatura, en la memoria, y en viejos libros especializados que compré alguna vez, en la sección de libros usados de la Michigan State University, cuando prestaba mis servicios de ingeniero químico en la planta Cafés de México, ubicada en San Cristóbal Ecatepec, Edomex. La invitación era como ir a meterse a la boca del león, ya que nuestra ciudad capital, como se sabe, goza de una fama de establecimientos de café y cafeteros mucho más amplia que nuestra lluviosa y emborregada pluviosilla. Sin embargo, me armé de valor, hice acopio de mis herramientas tecnológicas y me fui para allá. Resultó muy ameno intercambiar con el público capitalino interesante información, por ejemplo, que la fábrica mencionada, fue fundada por Don Justo Fernández, ilustre y rico cafetalero xalapeño quien puso en el mercado la marca de café soluble ORO. Cuando yo llegué a trabajar ahí, en 1971, esta firma ya había sido absorbida por la trasnacional General Foods de México, empresa muy renombrada en aquel entonces, hoy desaparecida, cuya marca emblemática de café, era Maxwell House, Good to the last drop, decía su lema. Esta empresa lanzó al mercado nacional la primera marca de café soluble con gusto mexicano (es decir, que pintara bien la leche), la marca Pronto. Recuerdo a varios personajes de esta época, al gerente general, Miguel Bustamante, viejo burgués quien con oler un puño de café pergamino (las semillas de café secas, ya despulpadas, que también se les conoce como café oro), podía determinar la calidad del grano (sensorialmente hablando). Don Gustavo López Romero, gerente de compras, cubano refugiado en nuestro país, con su eterno habano que encendía con sus largos dedos temblorosos, acicalado con finos trajes y llamativas corbatas, quien se burlaba de mí, que como buena veracruzana, comía frijoles negros, y riendo me decía: lo frijolej negro son para lo cerdo, chica. Armando Todd, jefe de mantenimiento de la planta, individuo que diariamente atravesaba la ciudad de México, pues su casa la tenía en Tres Marías, camino a Cuernavaca. Sus subordinados le hacían la broma de que habiéndose rasurado en su casa, cuando llegaba a Ecatepec, ya su rostro dibujaba barba. Este hombre me contó que Don Justo Fernández, cuando arrancó la planta Cafés de México, hacía llevar agua desde Xalapa en pipas para el proceso de extracción del café soluble.
En el mercado se encuentran dos tipos de café básicamente: el llamado Tostado y Molido (T&M), en inglés Toasted and Grinded, (T&G) que es aquél al que deben extraerse sus sólidos mediante agua a punto de hervir, ya sea en una olla o en una cafetera; y el café soluble, producto al que ya se le extrajeron los sólidos en una planta industrial para comodidad del consumidor, pues éste solo debe agregar agua caliente en su taza, y listo. Este último producto tiene cuando menos dos versiones, pues hay marcas que, para convertir el extracto líquido en el polvo o trocitos que venden, usan calor (spray dried), pero hay otras que usan frío (freeze dried), proceso que ayuda a conservar su aroma y a mejorar el deleite en la taza. Sin embargo, el café T&M goza de un prestigio incomparable. Todo depende del método usado para prepararlo, de la calidad del grano, indudablemente, pero hasta un buen grano se ve afectado si, por ejemplo, se deja hervir el café, o se queda de un día para otro, o se almacena destapado o en un sitio caluroso. El café es una delicia que debe tratarse como una auténtica joya gastronómica. Sin embargo, hay de gustos a gustos y existe una inmensa mayoría de mexicanos que, al café, lo prefieren negro, negro, es decir, torrificado, que quiere decir, tostado con azúcar, de tal manera que el azúcar se quema, se hace carbón, y este carbón pinta la leche. Cada quien su gusto, pero cuando aprendí a catar café en el desaparecido también, Instituto Mexicano del Café, instalado en el Paseo de la Reforma, allá en los años 70, el café lo preferíamos rubio, pues del prima lavado tostado claro, se obtiene una infusión de color ámbar verdaderamente magnífica con un sabor frutal delicioso.
Pues bien, todo esto se expuso en la EXPO Turismo en Café allá en el Centro Recreativo Xalapeño, esquina Xalapeños Ilustres con Insurgentes. Cuando tocaba a su fin la charla, una de las organizadoras, cuya identidad me reservo ahora, contó una graciosa anécdota: de joven, en su casa hervían las medias que se quedaban nonas con un poco de café para emparejar el color. Y hubo una vez que su señora madre tenía unos importantes invitados, al mismo tiempo que un paquete de café colombiano. La anfitriona se dispuso a obsequiar a sus huéspedes con una taza del delicioso producto, y cuando trajeron las tazas, todo mundo se veía sin comprender cómo habían ponderado tanto las delicias del grano importado. Hasta que descubrieron lo que cualquiera piensa no bien la anécdota empieza a ser contada: se habían confundido las ollas, y el servicio había traído a la sala café sabor a medias.

Hindra E. Ceballos López: Ambivalencia



Foto: Cuico Gutiérrez


AMBIVALENCIA

Hindra E. Ceballos López
(A Gea y sus hijos)


Xerófita conciencia, seco corazón corrompe al pensamiento
que en jácara por credos inventados agita a la entidad en mil figuras
histrionas de la impunidad pero hambrienta de justicia…

Walkirias justicieras, cual jinetes apocalípticos
cabalgan por sobre dédalos de incurias y crueldad
entre xenofobia, iniquidad y crímenes de hermanos...
Flirtea con la vida en el planeta, desventurado destino
y la humana soberbia e insolencia forman llagas inclementes
al futuro que sin óbice a los hijos les hereda fatal sino…
Yace entre despojos de valores e impudicias el mañana,
¿Respeto? Ya no opera, ¿altruismo? ¡Un absurdo!
Sombríos presagios nos abrazan, exudando desaliento…
Napea y sus hermanas lloran talas y carencias de verdor en sus dominios;
Efesto saborea con su lengua de fuego los escombros en el caos,
Poseidón reclama los kilómetros robados a su lecho marino...
Pesarosa, masacrada por sus hijos Gea agoniza entre estertores
y los hombres malhadados, tartajeando reivindicación
taciturnos se percatan del efecto “boomerang” del desatino…
Quebradizas soluciones en exhortos se proponen,
ensayando a subsanar irreductibles daños adyacentes con supuestos de que enmiendas reconquisten privilegios ya perdidos…

El porvenir construido aniquila esperanzas de zarpar a otro destino;
La secuela de la usura a la morada se traduce a expiación.
La pujanza de la brega en reparar… decadente lucimiento….
Vasta historia se percibe en los estragos del humano proceder;
la causalidad le persigue y el hogar, sin parangón se desbarata.
Conclusión ambivalente: voluntad en el auxilio, insistencia en el ultraje….

lunes, mayo 10, 2010

LOS ELEMENTOS DEL REINO - 10-05-2010



LOS ELEMENTOS DEL REINO


ÚLTIMOS APORTES


DE TODO UN POCO

Ya este blog ha dado muestras de que puede hacer que las personas lleguen a encontrase. Esta vez, nos llega un pedido que a la letra dice:


Buenas tardes, quisiera saber cómo puedo obtener informacion de Prudencio Solleiro y de su hermano Aurelio Solleiro Negrete, llegaron a Huatusco en 1850, Aurelio es mi abuelo.
Atte. Adrián


(Si alguien sabe algo escríban al Editor, gracias)



En este número


César Vallejo
Henri Bergson





Antonia Martínez Wolf





Ivonne Moreno Uscanga


César Vallejo: POEMAS A LA MADRE


POEMAS A LA MADRE
César Vallejo


MADRE, MAÑANA ME VOY A SANTIAGO

Madre, me voy mañana a Santiago,
a mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.
Pese a que la madre está muerta va a confiarle a ella sus desengaños y el rosado de llaga de sus falsos trajines. Porque la madre es quien entiende, es centro, hondura y vastedad. Es llanto para comulgar, mojarme en él, que es agua y lluvia. Es este poema el del retorno a la tierra natal:
El llanto es aquello tan hondo que no puede ser expresado de otro modo.
Estoy acomodando mis desengaños. Llevo en mi maleta no regalos ni obsequios como en la sociedad de consumo, sino mi confesión que nos hace más humanos. Llevo mi alma indefensa y mi ser adolorido, equivocado ante ti que eres verdad y puro amor. Los llevo para que tú los alivies de solo oírlos.
Mojarme en tu llanto es una purificación. Porque el llanto no siempre es de pena, es también de identificación y reconocimiento. También de felicidad. De la madre viendo llegar al hijo.
Es el poema del retorno, del regreso, de la madre que ve llegar al hijo de sorpresa. El hijo pródigo arrepentido. Y del padre o madre que acogen. Pero ella ya está fallecida. Hace dos años que murió. Y él lo sabe. Entonces, ¿a quién se refiere?
Me esperará tu arco de asombro,
las tonsuradas columnas de tus ansias
que se acaban la vida.
Que se acaban la vida es una manera de hablar en el pueblo. Este gesto, este mohín, este detalle para hablar.
¿Qué madre no espera a un hijo que está lejos como si le hubieran desgajando o cercenando el ser? ¿Y qué es o puede ser un arco de asombro? Desde los brazos, que se elevan de alegría, hasta las cejas o la frente.
El mundo mismo es un arco de asombro. O puede ser la puerta del templo. Puesto que es llegada y es recibimiento. Es el encuentro. Pero puede también ser el nacer. Para cada madre el hijo estará siempre naciendo.

Estoy plasmando tu fórmula de amor


Me esperará el patio,
el corredor de abajo con sus tondos y repulgos
de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,
aquel buen quijarudo trasto de dinástico
cuero, que para no más rezongando a las nalgas
tataranietas, de correa a correhuela.
Madre es la tierra pero también la casa; el corredor, el patio. Se describe la casa, ¡y en época de fiesta!
Pero no solo es la casa sino el sitio que se ocupa en la mesa subido en el sillón ayo. "Me esperará mi sillón ayo,". Solo la infancia nos espera y acoge. Solo una madre nos escucha y nos bendice. Solo la tierra nos acepta otra vez de regreso, cuando retornamos a ella incluso estando muy lejos.
Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
¿no oyes tascar dianas?
estoy plasmando tu fórmula de amor
para todos los huecos de este suelo.
La madre está muerta y él le reclama que le oiga. Que oiga al hijo y es natural, porque madre e hijo en la comunicación han tendido un lazo imperecedero. Reclama que sienta no solo lo que le dice sino aquello que ni él sabe lo que es. "Estoy ejeando" "no oyes jadear la sonda", que es una inmersión en lo profundo de nuestro ser.
Ahora bien, ¿cualquier madre puede inspirar un poema así? Desde que hay culturas sin madre, no. La inclinación del mundo actual con el fenómeno de la globalización tiende a eliminar el ser madre. Por eso el mundo andino es reservorio moral e inspiración para la humanidad del presente y del futuro.
"estoy plasmando tu fórmula de amor". ¿Que sabiduría es mayor que el ser madre? ¿Y qué fórmula más perfecta de amor real, ideal o utópico que el ser madre?

La madre es casa eterna

Oh si se dispusieran los tácitos volantes
para todas las cintas más distantes,
para todas las citas más distintas.
Así, muerta inmortal. Así.
"muerta inmortal" es: estuvimos aquí y es para siempre. Nos amamos, siquiera un instante y ese amor ya no desaparecerá jamás. Es para siempre.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
hasta ser el primer pequeño que tuviste.
Porque eso es el varón frente a la mujer como género, donde mi padre con ser mi padre se humilló hasta ser el primer pequeño que tuviste.
Así, muerta inmortal.
Entre la columnata de tus huesos
que no puede caer ni a lloros,
y a cuyo lado ni el destino pudo entrometer
ni un solo dedo suyo.
Así, muerta inmortal.
Así.
Columnatas y arcos. ¿Dónde estamos? ¿Qué nos evoca? El templo, la iglesia, el altar. Es el edificio para orar. En donde el padre humildóse hasta menos de la mitad de un hombre, es decir, donde se arrodilló. Desamparado ante ti, ¡misterio adorable!
"Así, muerta inmortal. Así" Ya para siempre nadie te puede olvidar. Y así sea hace dos, diez o mil años, iremos a mojarnos en su bendición y en su llanto. Es lo irrevocable, lo insustituible que ni siquiera puede caer ni a lloros. Es eterno, tanto que ni nuestra pena, ni nuestra tristeza al llorarla, la hará sucumbir ni dejar de ser. Es eterna. Es muerta inmortal.
¿Quién puede atentar contra lo que es inmortal? El destino. Pero ni él, que todo lo cambia y rige, puede entrometer ni un dedo suyo.
La madre es el misterio perfecto, el origen de la vida y ella contiene la fórmula del amor consumado.

jueves, mayo 06, 2010

Antonia martinez Wolf: DOS POEMAS






DOS POEMAS


Antonia Martínez Wolf



ATISBANDO A LA NADA ENTRE EL SILENCIO

En medio del silencio de la noche
La soledad nos clava en la espalda su artera daga
el vacío del lecho incompartido nos hiere más,
y el insomnio ahonda el abismo del mañana ignorado
Pero después de todo
Este hosco panorama es sólo el hueco que dejó el ayer pleno
Y el precio que pagamos por haberlo vivido
Es necesario pues ir hacia el día
Sin temor al crujir de la hojarasca cuando pasa fiera
Sino en el momento en que tensa su cuerpo para atacar
Vale más tropezar con el resto de nuestros sueños
Para ir hacia la luz desde el laberinto
Que manotear a ciegas dando tumbos por ajenos caminos míticos
En los que el monstruo de lo inconsumado vive dentro
Es posible que afuera la bestia se haya ido
O si espera no ataque nunca
O ya no haya razón de estar en vela
Atisbando la nada entre el silencio
por las rendijas de la oscuridad



ROMPE EL SILENCIO

Hasta mi último aliento accederé al silencio.
Mi silencio.
Mientras tanto, gritaré
golpearé al cielo con los puños cerrados
resonará mi cuerno
para llamar al silente estallido
de mi impulso vital
Soy si existo y mientras sea
echaré al vuelo mis campanas
Cuando deje de ser
giraré sin descanso para cansar mi carrusel de vida
Y perder el temor a percibir el retumbante ruido
de la muerte corriendo bajo mi piel

Henri Bergson: El recuerdo del pasado



El recuerdo del pasado
Henri Bergson

Nos colocamos de golpe en el pasado: El recuerdo puro, más allá de la imagen
¿Se trata de encontrar un recuerdo, de evocar un período de nuestra historia? Tenemos conciencia de un acto sui generis por el cual nos separamos del presente para volvernos a colocar en primer lugar en el pasado general, luego en una determinada región del pasado, trabajo de tanteo, análogo a la puesta a punto de un aparato fotográfico. Pero nuestro recuerdo permanece aún en estado virtual; de este modo sólo nos disponemos a recibirlo adoptando la actitud apropiada. Poco a poco, aparece como una nebulosa que se condensa; de virtual pasa al estado actual; y a medida que sus contornos se dibujan y que su superficie se colorea, tiende a imitar la percepción. Pero permanece adherido al pasado por sus profundas raíces y si, una vez realizado, no se resintiese de su virtualidad original, si no fuera, a la vez que un estado presente, algo que contrasta con el presente, jamás lo reconoceríamos como recuerdo...

... La verdad es que jamás alcanzaremos el pasado si no nos colocamos en él de golpe. Esencialmente virtual, el pasado no puede ser captado por nosotros como pasado a no ser que sigamos y adoptemos el movimiento mediante e! que se abre en imagen presente, emergiendo de las tinieblas a la luz. En vano buscaremos la huella en alguna cosa actual y ya realizada; sería lo mismo que buscar la oscuridad bajo la luz. Ahí radica precisamente el error del asociacionismo: situado en lo actual, se agota en vanos esfuerzos por descubrir, en un estado realizado y presente, la señal de su origen pasado, por distinguir el recuerdo de la percepción, y por erigir en diferencia de naturaleza lo que de antemano ha condenado a no ser más que una diferencia de magnitud.

Imaginar no es acomodarse. Indudablemente, un recuerdo, a medida que se actualiza, tiende a vivir en una imagen; pero lo recíproco no es cierto, y la imagen pura y simple no me llevará al pasado más que si he ido efectivamente a buscarlo en el pasado, siguiendo así el progreso continuo que le ha llevado de la oscuridad a la luz.

Bergson, Henri. Memoria y vida. II. La memoria o los grados coexistentes de la duración. A) Principios de la memoria [24]. Págs. 48-49. Alianza Editorial, Madrid 1977. Traducción de Mauro Armiño.

Ivonne Moreno Uscanga: Danzón dedicado a Veracruz



DANZÓN DEDICADO A VERACRUZ
¿ Por qué en Veracruz se baila Danzón?
Ivonne Moreno Uscanga

Al hacernos esta pregunta, debemos plantearnos su historia, su origen.


Para algunos musicólogos o estudiosos de la antropología cultural el Danzón es aumentativo de danza o derivado de contradanza, influencia del minué, baile procedente de Francia e introducido a Haití y al Caribe durante los siglos de la Colonia.

Otros, precisan su llegada a México a través de Yucatán en 1890 y poco después con la presencia de cubanos en Veracruz, su estadía y cobijo como un baile de gran significación cultural entre la comunidad porteña. El danzón originalmente compuesto en 16 compases, tuvo como punto de partida en la bella isla caribeña y por medio de su creador Miguel Failde, acompañamiento de piano, instrumentos de viento y percusión cubana; es en México donde se le agregan saxofones. Se tiene registrado como el primer danzón a Las Alturas de Simpson, escrito en Matanzas.

El Danzón ha tenido su evolución, ha sido también cantando por voces como la de Barbarito Diez y en 1929 se enriquece con el danzonete de Aniceto Díaz.
En el año de 1939 se nutre con los ritmos de mambo de Pérez Prado, con la Orquesta Aragón y con el cha-cha-chá de Jorrín.
En el siglo XX, este ritmo y baile, procedente del baile y el son criollo, también toma elementos del son montuno.

Como ya mencionamos en Veracruz, el Danzón, llegó para quedarse, se bailó durante muchos años en la Lonja Mercantil, en el Centro Español y hasta nuestros días en el Zócalo de la ciudad.

La historia también registra la entrada del Danzón a México durante los convulsionados años de la Revolución 1910 y 1913.
Después tiene un auge con el nacimiento de la radio en nuestro país en 1933, para posteriormente ser un éxito social en los salones del baile en la capital entre los años 1935 y 1964.
Hoy en día el Danzón es un símbolo en el colectivo popular.

La película Danzón de María Novaro y protagonizada por María Rojo le dio connotaciones particulares a este baile, pues no sólo se hizo un retrato fílmico de su sensualidad y cadencia sino permitió un discurso cinematográfico descrito por mujeres para un público ávido de conocer nuevas psicologías de personajes femeninos.
Además esta película permitió el lucimiento de Danzoneras como la Dimas de los hermanos Pérez y Alma de Sotavento entre otras. Danzón, filmada en Veracruz, ganó un Ariel como mejor película en 1992, Veracruz también este mayo homenajeó a las dos Marías, Novaro y Rojo quienes ya forman parte del peculio del danzón.

Veracruz sigue festejando al Danzón, a la luz de nuevo milenio .Su preservación hoy , se realiza en el marco del Premio Rosa Abdalá, encuentro Nacional de Danzoneras y Campeonatos de Composición y ejecución del Danzón, así como la impartición de Talleres, la promoción de la cátedra Guillermo Salamanca y la divulgación del grupo de jóvenes danzoneros Tres Generaciones.
Por ello los porteños proclamamos: “Danzón dedicado a Veracruz”

lunes, mayo 03, 2010

LOS ELEMENTOS DEL REINO - AÑO VI







LOS ELEMENTOS DEL REINO

ÚLTIMOS APORTES


En este Número


Ignacio García


CON UNA PLUMA FUENTE EN LA MANO


Jorge Luis Borges


ALGUIEN SOÑARÁ



Italo Calvino


ASOMÁNDOSE DESDE LA ABRUPTA COSTA

Anónimo

ENAMORADO

Italo Calvino: Asomándose desde la abrupta costa




ASOMÁNDOSE DESDE LA ABRUPTA COSTA
Italo Calvino

Me estoy convenciendo de que el mundo quiere decirme algo, mandarme mensajes, avisos, señales. Es desde que estoy en Pëtkwo cuando lo he advertido. Todas las mañanas salgo de la pensión Kudgiwa para mí acostumbrado paseo hasta el puerto. Paso por delante del observatorio meteorológico y pienso en el fin del mundo que se aproxima, más aún, está en marcha desde hace mucho tiempo. Si el fin del mundo se pudiera localizar en un punto concreto, éste sería el observatorio meteorológico de Pëtkwo: un cobertizo de palastro que se apoya en cuatro postes de madera un poco tambaleantes y abriga, alineados sobre una repisa, barómetros registradores, higrómetros, termógrafos, con sus rollos de papel graduado que giran con un lento tictac de relojería contra un plumón oscilante. La veleta de un anemómetro en la cima de una alta antena y el rechoncho embudo de un pluviómetro contemplan el frágil equipo del observatorio, que, aislado al borde de un talud en el jardín municipal, contra el cielo gris perla uniforme e inmóvil, parece una trampa para ciclones, un cebo puesto allí para atraer las trombas de aire de los remotos océanos tropicales, ofreciéndose ya como despojo ideal a la furia de los huracanes.

Hay días en los que cada cosa que veo parece cargada de significados: mensajes que me sería difícil comunicar a otros, definir, traducir a palabras, pero que por eso mismo se me presentan como decisivos. Son anuncios o presagios que se refieren a mí y al mundo a un tiempo: y de mí no a los acontecimientos externos de la existencia sino a lo que ocurre dentro, en el fondo; y del mundo no a algún hecho particular sino al modo de ser general de todo. Comprenderéis pues mi dificultad para hablar de ello, salvo por alusiones.

Lunes. Hoy he visto una mano asomar por una ventana de la prisión, hacia el mar. Caminaba por el rompeolas del puerto, como es mi costumbre, llegando hasta detrás de la vieja fortaleza. La fortaleza está toda encerrada en sus murallas oblicuas; las ventanas, protegidas por rejas dobles o triples, parecen ciegas. Aún sabiendo que allí están encerrados los presos, siempre he visto la fortaleza como un elemento de la naturaleza inerte del reino mineral. Por eso la aparición de la mano me ha asombrado como si hubiera salido de una roca. La mano estaba en una posición innatural; supongo que las ventanas están situadas en lo alto de las celdas y empotradas en la muralla; el preso debe haber realizado un esfuerzo de acróbata, mejor dicho, de contorsionista, para hacer pasar el brazo entre reja y reja de modo que su mano tremolase en el aire libre. No era una señal de un preso a mí, ni a ningún otro; en cualquier caso, yo no la he tomado por tal; e incluso de momento no pensé para nada en los presos; diré que la mano me pareció blanca y fina, una mano no diferente a las mías, en la cual nada indicaba la tosquedad que uno espera de un presidiario. Para mí ha sido como una señal que venía de la piedra: la piedra quería advertirme de que nuestra sustancia era común y que por ello algo de lo que constituye mi persona perduraría, no se perdería con el fin del mundo: todavía será posible una comunicación en el desierto carente de vida y de todo recuerdo mío. Cuento las primeras impresiones registradas, que son las que importan. Hoy he llegado al mirador bajo el cual se divisa un trocito de playa, allá abajo, desierta ante el mar gris. Los sillones de mimbre de altos respaldos curvados, en cesto, para abrigar del viento, dispuestos en semicírculo, parecían indicar un mundo en el cual el género humano ha desaparecido y las cosas no saben sino hablar de su ausencia. He experimentado una sensación de vértigo, como si no hiciera más que precipitarme de un mundo a otro y a cada cual llegase poco después de que el fin del mundo se hubiese producido.

He vuelto a pasar por el mirador al cabo de media hora. Desde un sillón que se me presentaba de espalda flameaba una cinta lila. He bajado por el abrupto sendero del promontorio, hasta una terraza donde cambia el ángulo visual: como me esperaba, sentada en el cesto, completamente oculta por las protecciones de mimbre, estaba la señorita Zwida con el sombrero de paja blanca, el álbum de dibujo abierto sobre las rodillas; estaba copiando una concha. No he estado contento de haberla visto; los signos contrarios de esta mañana me desaconsejaban entablar conversación; ya hace unos veinte días que la encuentro sola en mis paseos por escollos y dunas, y no deseo sino dirigirle la palabra, e incluso con este propósito bajo de mi pensión cada día, pero cada día algo me disuade.

La señorita Zwida para en el hotel del Lirio Marino; ya había ido a preguntare su nombre al portero; quizá ella lo supo; los veraneantes de esta estación son poquísimos en Pëtkwo; y además los jóvenes podrían contarse con los dedos de una mano; al encontrarme tan a menudo, ella acaso espera que yo un día le dirija un saludo. Las razones que sirven de obstáculo a un posible encuentro entre nosotros son más de una. En primer lugar, la señorita Zwida recoge y dibuja conchas; yo tuve una buena colección de conchas, hace años, cuando era adolescente, pero después lo dejé y lo he olvidado todo: clasificaciones, morfología, distribución geográfica de las diversas especies; una conversación con la señorita Zwida me llevaría inevitablemente a hablar de conchas y no decidirme sobre la actitud a adoptar: si fingir una incompetencia absoluta o bien apelar a una experiencia lejana y que quedo en vagarosa; es la relación con mi vida hechas de cosas no llevadas a término y semiborradas lo que el tema de las conchas me obliga a considerar; de ahí el malestar que acaba por ponerme en fuga.

Agréguese a ello el hecho de que la aplicación con la que esta muchacha se dedica a dibujar conchas indica en ella una búsqueda de la perfección como forma que el mundo puede y por ende debe alcanzar; yo, al contrario, estoy convencido hace tiempo de que la perfección sólo se produce accesoriamente y por azar; por tanto no merece el menor interés, pues la verdadera naturaleza de las cosas sólo se revela en la destrucción; al acercarme a la señorita Zwida debería manifestar cierta apreciación sobre sus dibujos - de calidad finísima, por otra parte, por cuanto he podido ver -, y por lo tanto, al menos en un primer momento, fingir consentimiento a un ideal estético y moral que rechazo; o bien declarar de buenas a primeras mi modo de sentir, a riesgo de herirla.

Tercer obstáculo, mi estado de salud que, aunque muy mejorado por la estancia en el mar prescrita por los médicos, condiciona mi posibilidad de salir y encontrarme con extraños; estoy aún sujeto a crisis intermitentes, y sobre todo al reagudizarse de un fastidioso eczema que me aparta de todo propósito de sociabilidad. Intercambio de vez en cuando unas palabras con el meteorólogo, el señor Kauderer, cuando lo encuentro en el observatorio. El señor Kauderer pasa siempre al mediodía, a anotar los datos. Es un hombre largo y enjuto, de cara oscura, un poco como un indio de América. Se adelanta en bicicleta, mirando fijo en sí, como si mantenerse en equilibrio en el sillín requiriese toda su concentración. Apoya la bicicleta en el cobertizo, deshebilla una bolsa colgada de la barra y saca un registro de páginas anchas y cortas. Sube los peldaños de la tarima y marca las cifras proporcionadas por los instrumentos, unas a lápiz, otras con una gruesa estilográfica, sin disminuir por un momento su concentración. Lleva pantalones bombachos bajo un largo gabán; todas sus prendas son grises, o
de cuadritos blancos y negros, incluso la gorra de visera. Y sólo cuando ha llevado a término estas operaciones advierte que lo estoy observando y me saludo afablemente.

Me he dado cuenta de que la presencia del señor Kuderer es importante para mí: el hecho de que alguien demuestre aún tanto escrúpulo y metódica atención, aunque sé perfectamente que todo es inútil, tiene sobre mí un efecto tranquilizador, acaso porque viene a compensar mi modo de vivir impreciso, que - pese a las conclusiones a las que he llegado – continúo siendo como una culpa. Por eso me paro a mirar al meteorólogo, y hasta a charlar con él, aunque no sea la conversación en sí lo que me interesa. Me habla del tiempo, naturalmente, en circunstanciados términos técnicos, y de los efectos de las variaciones de la presión sobre la salud, pero también de los tiempos inestables en los que vivimos, citando como ejemplos episodios de la vida local o también noticias leídas en los periódicos. En esos momentos revela un carácter menos cerrado de lo que parecía a primera vista, más aún, tiende a enfervorizarse y a volverse locuaz, sobre todo al desaprobar el modo de obrar y de pensar de la mayoría, porque es un hombre inclinado al descontento.

Hoy el señor Kauderer me ha dicho que, teniendo el proyecto de ausentarse unos días, debería encontrar quien lo sustituya en la anotación de los datos, pero no conoce a nadie de quien pueda fiarse. Charlando de esto ha llegado a preguntarme si no me interesaría aprender a leer los instrumentos meteorológicos, en cuyo caso me enseñaría. No le he respondido ni que si ni que no, o al menos no he pretendido darle ninguna respuesta concreta, pero me he encontrado a su lado en la tarima mientras él me explicaba cómo establecer las máximas y las mínimas, la marcha de la presión, la cantidad de precipitaciones, la velocidad de los vientos. En resumen, casi sin darme cuenta, me ha confiado el encargo de hacer sus veces durante los próximos días, empezando mañana a las doce. Aunque mi aceptación haya sido un poco forzada, al no haberme dejado tiempo para reflexionar, ni para dar a entender que no podía decidir así de sopetón, esta obligación no me desagrada.

Martes. Esta mañana he hablado por primera vez con la señorita Zwida. El encargo de anotar los datos meteorológicos ha desempeñado desde luego un papel para hacerme superar mis incertidumbres. En el sentido de que por primera vez en mis días Pëtkwo había algo fijado de antemano a lo cual no podía faltar; por eso, fuera como fuera nuestra conversación, a las doce menos cuarto diría: "Ah, me olvidaba, tengo que darme prisa en ir al observatorio porque es la hora de las anotaciones." Y me despediría, quizá de mala gana, quizá con alivio, pero en cualquier caso con la seguridad de no poder obrar de otro modo. Creo haberlo comprendido confusamente ya ayer, cuando el señor Kauderer me hizo la propuesta, que esta tarea me animaría a hablar con la señorita Zwida: pero sólo ahora tengo la cosa clara, admitiendo que esté clara.

La señorita Zwida estaba dibujando un erizo de mar. Estaba sentada en un taburetito plegable, en el muelle. El erizo estaba patas arriba sobre la roca, abierto; contraía las púas tratando inútilmente de enderezarse. El dibujo de la muchacha era un estudio de la pulpa húmeda del molusco, en su dilatarse y contraerse, pintada en claroscuro, y con un bosquejo denso e hirsuto todo alrededor. La conversación que yo tenía en mente, sobre la forma de las conchas como armonía engañosa, envoltura que esconde la verdadera sustancia de la naturaleza, ya no venía a cuento. Tanto la vista del erizo como el dibujo transmitían sensaciones desagradables y crueles, como una víscera expuesta a las miradas. He pegado la hebra diciendo que no hay nada más difícil que dibujar erizos de mar: tanto la envoltura de púas vista desde arriba, como el molusco tumbado, pese a la simetría radial de su estructura, ofrecen pocos pretextos para una representación lineal. Me ha respondido que le interesaba dibujarlo porque era una imagen que se repetía en sus sueños y que quería librarse de ella. Al despedirme le he preguntado si podíamos vernos mañana por la mañana en el mismo sitio. Ha dicho que mañana tiene otros compromisos; pero que pasado mañana saldrá de nuevo con el álbum de dibujo y me será fácil encontrarla.

Mientras comprobaba los barómetros, dos hombres se han acercado al cobertizo. No los había visto nunca; arropados, vestidos de negro, con las solapas levantadas. Me han preguntado si no estaba el señor Kauderer; después, dónde había ido, si sabía su paradero, cuándo volvería. He respondido que no sabía y he preguntado quiénes eran y por qué me lo preguntaban.
- Nada, no importa - han dicho, alejándose.

Miércoles. He ido a llevar un ramillete de violetas al hotel para la señorita Zwida. El portero me ha dicho que había salido hace rato. He dado muchas vueltas, esperando encontrarla por azar. En la explanada de la fortaleza estaba la cola de los parientes de los presos: hoy es día de visita en la cárcel. Entre las mujercitas con pañuelos en la cabeza y los niños que lloran he visto a la señorita Zwida. Llevaba el rostro tapado por un velillo negro bajo las alas del sombrero, pero su porte era inconfundible: estaba con la cabeza alta, el cuello erguido y como orgulloso. En un ángulo de la explanada, como vigilando la cola de la puerta de la cárcel, estaban los dos hombres de negro que me habían interpelado ayer en el observatorio.
El erizo, el velillo, los dos desconocidos: el color negro sigue apareciéndoseme en circunstancias tales que atraen mi atención: mensajes que interpreto como una llamada de la noche. Me he dado cuenta de que hace mucho tiempo que tiendo a reducir la presencia de la oscuridad en mi vida. La prohibición de los médicos de salir después del ocaso me ha constreñido hace meses a los confines del mundo diurno. Pero no es sólo esto: es que encuentro en la luz del día, el la luminosidad difusa, pálida, casi sin sombras, una oscuridad más espesa que la de la noche.

Miércoles por la noche. Cada tarde paso las primeras horas de oscuridad pergeñando estas páginas que no sé si alguien leerá jamás. El globo de pasta de vidrio de mi habitación en la Pensión Kudgiwa ilumina el fluir de mi escritura quizá demasiado nerviosa para que un futuro lector pueda descifrarla. Quizá este diario salga a la luz muchísimos años después de mi muerte, cuando nuestra lengua haya sufrido quién sabe que transformaciones y algunos de los vocablos y giros usados por mí corrientemente suenen insólitos y de significado incierto. En cualquier caso, quien encuentre este diario tendrá una ventaja segura sobre mí: de una lengua escrita es siempre posible deducir un vocabulario y una gramática, aislar las frases, transcribirlas o parafrasearlas en otra lengua, mientras que yo estoy tratando de leer en la sucesión de las cosas que se me presentan cada día, las intenciones del mundo respecto a mí, y avanzo a tientas, sabiendo que no puede existir ningún vocabulario que traduzca a palabras el peso de oscuras alusiones que se ciernen sobre las cosas. Quisiera que este aletear de presentimientos y dudas llegase a quien me lea, no como un obstáculo accidental para la comprensión de lo que escribo, sino como su sustancia misma; y sí la marcha de mis pensamientos parece huidiza a quien trate de seguirla partiendo de hábitos mentales radicalmente cambiados, lo importante es que le sea transmitido el esfuerzo que estoy realizando para leer entre las líneas de las cosas el sentido evasivo de lo que me espera.

Jueves. Gracias a un permiso especial de la dirección - me ha explicado la señorita Zwida - puedo entrar en la cárcel los días de visita y sentarme en la mesa del locutorio con mis hojas de dibujo y el carboncillo. La sencilla humanidad de los parientes de los presos ofrece temas interesantes para estudios del natural. Yo no le había hecho ninguna pregunta, pero al advertir que la había visto ayer en la explanada, se había creído en la obligación de justificar su presencia en aquel lugar. Hubiese preferido que no me dijese nada, porque no siento la menor atracción por los dibujos de figuras humanas y no habría sabido comentárselos si ella me los hubiese enseñado, cosa que no ocurrió. Pensé que acaso esos dibujos estuvieran encerrados en una carpeta especial, que la señorita Zwida dejaba en las oficinas de la cárcel de una vez para otra, dado que ella ayer - lo recordaba bien- no llevaba consigo el inseparable álbum encuadernado ni el estuche de los lápices.
-Si supiera dibujar, me aplicaría solamente a estudiar la forma de los objetos inanimados - dije con cierta perentoriedad, porque quería cambiar de conversación y también porque de veras una inclinación natural me lleva a reconocer mis estados de ánimo en el inmóvil sufrimiento de las cosas. La señorita Zwida se mostró al punto de acuerdo: el objeto que dibujaría más a gusto, dijo, era una de esas anclitas de cuatro uñas llamadas "rezones", que usan los barcos de pesca. Me señaló algunas al pasar junto a las barcas atracadas en el muelle, y me explicó las dificultades que presentaba dibujar los cuatro ganchos en sus diversas inclinaciones y perspectivas. Comprendí que el objeto encerraba un mensaje para mí y que debía descifrarlo: el ancla, una exhortación a fijarme, a engancharme, a tocar fondo, a poner fin a mi estado fluctuante, a mi mantenerme en la superficie.

Pero esta interpretación podía dar paso a dudas: podía también ser una invitación a zarpar, a lanzarme a mar abierto. Algo en la forma del rezón, los cuatro dientes remachados, los cuatro brazos de hierro gastados al arrastrarse contra las rocas del fondo, me prevenían de que cualquier decisión produciría laceraciones y sufrimientos. Para mi alivio quedaba el hecho de que no se trataba de una pesada ancla de alta mar, sino una ágil anclita: no se me pedía, pues que renunciase a la disponibilidad de la juventud, sino sólo que me detuviera un momento, que reflexionase, que sondease la oscuridad de mí mismo.
- Para dibujar a mis anchas ese objeto desde todos los puntos de vista -dijo Zwida - debería poseer uno para tenerlo conmigo y familiarizarme con él. ¿Cree que podría comprarle uno a un pescador?
- Se puede preguntar - dije.
- ¿Por qué no prueba usted a comprarme uno? No me atrevo a hacerlo yo misma, porque una señorita de la ciudad que se interesa por un tosco utensilio de pescadores suscitaría cierto estupor.

Me vi a mí mismo en el acto de presentarle el rezón de hierro como si fuese un ramo de flores; la imagen en su incongruencia, tenía algo de estridente y feroz. Con certeza se ocultaba en ello un significado que se me escapaba; y prometiéndome meditarlo con calma respondí que sí.
-Quisiera que el rezón estuviera sujeto a su cuerda de amarre –precisó Zwida-. Puedo pasar horas sin cansarme dibujando un montón de sogas enrolladas. Compre, pues, también una cuerda muy larga: diez, incluso doce metros.

Jueves por la noche. Los médicos me han dado permiso para un uso moderado de bebidas alcohólicas. Para festejar la noticia, a la puesta del sol he entrado en la posada "La Estrella de Suecia", a tomar una taza de ron caliente. En torno al mostrador había pescadores, aduaneros, mozos de cordel. Sobre todas las voces dominaba la de un anciano con uniforme de guardia de la cárcel, que disparataba ebriamente en un mar de chácharas: -Y todos los miércoles la damisela perfumada me da un billete de cien coronas para que la deje sola con el detenido. Y el jueves las cien coronas ya se han ido en cerveza. Y cuando a terminado la hora de la visita la damisela sale con el tufo de la prisión en su traje elegante; y el detenido vuelve a la celda con el perfume de la damisela en sus ropas de presidiario. Y yo me quedo con el olor de la cerveza. La vida no es más que un intercambio de olores.

- La vida y también la muerte, puedes jurarlo - terció otro borracho, cuya profesión era, como me enteré enseguida, sepulturero-. Yo con el olor a cerveza trato de quitarme de encima el olor a muerto. Y sólo el olor a muerto te quitará de encima el olor a cerveza, como a todos los bebedores a quienes me toca cavarles la fosa.
He tomado este diálogo como una advertencia a estar en guardia: el mundo se va deshaciendo e intenta arrastrarme en su disolución.

Viernes. El pescador se volvió desconfiado de repente: - ¿Y para qué la quiere? ¿Qué hace usted con un rezón?
Eran preguntas indiscretas; habría debido responder: "Dibujarlo" pero conocía la renuencia de la señorita Zwida a exhibir su actividad artística en un ambiente que no es capaz de apreciarla; además, la respuesta exacta, por mi parte, habría sido: "Pensarlo”, y figurémonos si me iban a entender.
- Asuntos míos - respondí. Habíamos empezado a conversar afablemente, dado que nos habíamos conocido ayer por la noche en la posada, pero de improviso nuestro diálogo se había vuelto brusco.
- Vaya a una tienda de efectos navales - cortó en seco el pescador -. Yo mis cosas no las vendo.
Con el tendero me sucedió lo mismo: apenas hice mi petición se le ensombreció el rostro. - No podemos vender estas cosas a forasteros – dijo.
- No queremos problemas con la policía. Y una cuerda de doce metros, encima..., No es que sospeche de usted, pero no sería la primera vez que alguien lanza un rezón hasta las rejas de la cárcel para que se evada un preso...

La palabra "evadir" es una de esas que no puedo oír sin abandonarme a un laboreo sin fin de la mente. La búsqueda del ancla en que me he metido parece indicarme la vía de una evasión, acaso de una metamorfosis, de una resurrección. Con un escalofrío alejo del pensamiento de que la prisión sea mi cuerpo mortal y la evasión que me espera sea el apartamiento del alma, el inicio de la vida ultraterrena.

Sábado. Era mi primera salida nocturna tras muchos meses y eso me inspiraba no poca aprensión, sobre todo por los resfriados de cabeza a que estoy sometido, tanto que, antes de salir, me enfundé un pasamontañas y encima un gorro de lana y, todavía, el sombrero de fieltro. Así arropado, y además con una bufanda en torno al cuello y otra entorno a los riñones, el chaquetón de lana, el chaquetón de pelo y el chaquetón de cuero, las botas forradas, podía recobrar cierta seguridad. La noche, como pude comprobar luego, era apacible y serena. Pero seguía sin entender por qué el señor Kauderer necesitaba citarme en el cementerio en plena noche, con un billete misterioso, que me fue entregado con gran secreto. Si había regresado, ¿por qué no podíamos vernos como todos los días? Y si no había regresado, ¿a quién iba a encontrar en el cementerio?

Quien me abrió la puerta fue el sepulturero al que había conocido ya en la posada "La Estrella Sueca".
-Busco al señor Kauderer - le dije.
Respondió: - El señor Kauderer no está. Pero como el cementerio es la casa de los que no están, entré.
Avanzaba entre las lápidas cuando me rozó una sombra veloz y crujiente; frenó y bajó del sillín.
– ¡Señor Kauderer! - exclamé, maravillado de verlo andar en bicicleta entre las tumbas con el faro apagado.
- ¡Chist! - me calló. - Comete usted grandes imprudencias. Cuando le confié el observatorio no suponía que se iba a comprometer en un intento de evasión. Sepa que nosotros somos contrarios a las evasiones individuales. Hay que dar tiempo al tiempo. Tenemos un plan más general que llevar adelante, a más largo plazo.
Al oírle decir "nosotros" con un amplio gesto a su alrededor, pensé que hablaba en nombre de los muertos. Eran los muertos, de quienes el señor Kauderer era evidentemente el portavoz, los que declaraban que no querían aceptarme aún entre ellos. Experimenté un indudable alivio.
-Por culpa suya tendré que prolongar mi ausencia - agregó. - Mañana o pasado lo llamará el comisario de policía, que lo interrogará a propósito del ancla de rezón. Ándese con ojo para no mezclarme en ese asunto; tenga en cuenta que las preguntas del comisario tenderán todas a hacerle admitir algo referente a mi persona. Usted de mi no sabe nada, salvo que estoy de viaje y no he dicho cuándo volveré. Puede decir que le rogué que me sustituyera en la anotación de los datos unos cuantos días. Por lo demás, a partir de mañana está dispensado de ir al observatorio.
- ¡No, eso no! - exclamé, presa de una repentina desesperación, como si en ese momento me diera cuenta de que sólo la comprobación de los instrumentos meteorológicos me ponía en condiciones de señorear las fuerzas del universo y reconocer el ellas un orden.

Domingo. Con la fresca he ido al observatorio meteorológico, he subido a la tarima y me he quedado allí de pie escuchando el tictac de los instrumentos registradores como la música de las esferas celestes. El viento corría por el cielo matutino transportando suaves nubes; las nubes se disponían en festones de cirros, después en cúmulos; hacia las nueve y media hubo un chaparrón y el pluviómetro conservó unos cuantos centilitros; lo siguió un arco iris parcial, de breve duración; el cielo volvió después a oscurecerse, la plumilla del barógrafo descendió trazando
una línea casi vertical; retumbó el trueno y empezó a granizar. Yo desde allá arriba en la cima sentía que tenía en mis manos los escampos y las tormentas, los rayos y la calígine; no como un dios, no, no me crean loco, no me sentía Zeus tonante, sino un poco como un director de orquesta que tiene delante la partitura ya escrita y sabe que los sonidos que sufren los instrumentos responden a un destino cuyo principal custodio y depositario es él. El cobertizo de palastro resonaba como un tambor bajo los chaparrones; el anemómetro remolineaba; aquel universo todo estallidos y saltos era traducible en cifras para alinearlas en mi registro; una calma soberana presidía la trama de los cataclismos.

En ese momento de armonía y plenitud un crujido me hizo bajar la mirada. Acurrucado entre los peldaños de la tarima y los postes de sostén del cobertizo había un hombre barbudo, vestido con una tosca chaqueta de rayas empapada de lluvia. Me miraba con firmes ojos claros.
- Me he evadido - dijo -. No me traicione. Tendría que ir a avisar a una persona. ¿Quiere? Vive en el hotel del Lirio Marino.
Sentí al punto que en el orden perfecto del universo se había abierto una brecha, un desgarrón irreparable.