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jueves, octubre 28, 2010

LOS ELEMENTOS DEL REINO - 28-10-2010


LOS ELEMENTOS DEL REINO

ÚLTIMOS APORTES

En este número


Gabriel García Márquez


Paul Johnson



Ignacio García

Paul Johnson: Bailando al borde del abismo


BAILANDO AL BORDE DEL ABISMO
Paul Johnson
Texto publicado como un comparativo de las declaraciones del Gordo Carstens, en el sentido de que la econo-de-ellos no va a sufrir los efectos del síndrome W en los EU. Para el presidente del Banco de México, aquí todo es Jauja...No pasa nada
La mayoría supone que estamos saliendo lentamente de la recesión, pues eso dicen los medios. Pero un poderoso grupo de expertos cree que el mundo está a punto de zambullirse aún más en ella. Dos de los hombres más ricos que conozco, Jimmy Goldsmith y George Soros, han estado comprando oro. También he sabido que las damas indias están acumulando gruesas ajorcas y brazaletes, siempre una mala señal. La semana pasada almorcé en Boodle's con tres adivinas del centro de la ciudad y la principal autoridad en materia de ciclos, y todos pregonaban males sin fin.
Por mi parte, también me agradan las conversaciones deprimentes, así como prefiero los funerales a las bodas, y disfruté alimentando sus lágrimas. A decir verdad, hay buenos motivos estadísticos para la consternación. Estados Unidos, la mayor economía del mundo, adolece de un déficit presupuestario permanente y de un desequilibrio comercial estructural, ambos de proporciones colosales, y está dirigido por un gobierno cuya principal preocupación es la pigmentación de la piel y el género. Gran Bretaña, dirigida por un grupo de fracasados, tiene el mayor déficit presupuestario de su historia y una brecha comercial infranqueable. Los bancos japoneses son técnicamente insolventes, y en cuanto a Alemania... Pero no continuaré. Hace poco William Rees-Mogg publicó un libro que expone cientos de excelentes razones por las cuales estamos muy cerca de experimentar un derrumbamiento económico, y todos pueden leerlo.
Pero aunque me agrada retozar en rincones sombríos, mi pronóstico es optimista, y por buenos motivos. En primer lugar, he convivido mucho tiempo con estos agoreros. A principios de los 70 asistí a la conferencia anual que celebra en Nueva York esa publicación admirable, el Bank Credit Analyst, que mantiene una mirada alerta e independiente sobre los préstamos bancarios. Allí muchas personas preparadas me contaron siniestras historias de banqueros sin escrúpulos y derrochones y del inminente apocalipsis. Hace veinte años que veo desfilar a estos profetas del fin inminente.
Por otra parte, mi perspectiva del futuro es siempre histórica, y lo primero que me pregunto es qué ha hecho la gente en ocasiones anteriores. Y todavía no he encontrado una catástrofe económica que fuera precedida por profecías apocalípticas. Al contrario. Hasta las vísperas de la primera quiebra internacional, que comenzó en diciembre de 1825, todos estaban de excelente ánimo. El ministro de Hacienda, un sujeto lacrimógeno, era conocido como "Prosperidad" Robinson. Charles Lamb se regocijó cuando redujo los impuestos sobre la bebida: "La ginebra reducida cuatro chelines por galón, el vino dos chelines el cuarto. Esto conmueve la mente y el corazón de los hombres". Llamaba al gobierno "la mejor administración que nos ha tocado". La señora Arbuthnot, cuyo esposo era miembro de ese gobierno, estaba furiosa con él porque no le permitía, por una cuestión de decoro, especular con acciones como todos los demás. Es verdad que su diario también consigna que su amigo, el Duque de Hierro, le previno contra la crisis, pero entonces él también profetizaba que el invento más reciente, el ferrocarril de vapor "no daría resultado".
Todos los demás estaban eufóricos. Palmerston participaba en el directorio de vistosas compañías mineras. Disraeli, que aún no había cumplido los veintiuno pero ya era todo un especulador en la City, usaba la fortuna del editor Murray para fundar un nuevo periódico que "desplazaría al Times", contratando a sir Walter Scott como su mentor y a Lockhart como su director. Pocas semanas después todo era polvo, pero el festín continuó hasta el día anterior.
Lo mismo sucedió en 1929. Winston Churchill viajaba por Canadá y Estados Unidos poco antes del derrumbe de Wall Street. Acababa de pasar cinco años como ministro de Hacienda, así que no era inocente ni estaba mal informado. Estaba especulando en los márgenes, y pocas semanas antes de la quiebra le escribió a su esposa: "Querida, debo decirte que una extraordinaria buena fortuna me ha asistido en las últimas semanas". La exhortaba a continuar con sus gastos: "Podrás construir el ala de los niños". Prometía que todos estarían "bien instalados en Londres este otoño". En Estados Unidos no sólo compraban autos mejores y más grandes -poco antes de la ruina, Detroit había ganado 5.300.000 dólares y Ford acababa de vender su millonésimo modelo A- sino que disfrutaban del viaje aéreo masivo por primera vez. Los letreros insistían: "El correo aéreo es socialmente correcto". Ese verano Transcontinental Airlines inauguró el primer servicio de pasajeros costa a costa, y tres semanas antes del derrumbe de los mercados Charles Lindbergh llevó un avión de Pan-Am a Panamá con un cargamento inaugural de correspondencia. Los pilotos practicaban vuelo con instrumentos, y Universal Air Lines empezaba a proyectar películas en sus vuelos de pasajeros. Todo era innovación, optimismo y acción. La primera reacción de Keynes ante la quiebra fue desdeñosa: "Wall Street sufrió una sacudida ayer". Pronto dictó un artículo para el New York Evening Post profetizando un futuro rosado para los industriales y los granjeros, con tasas de interés bajas y altos precios para los productos.
Las cosas son muy diferentes hoy. No todos son tan lúgubres como mis amigos de Boodle's, pero no conozco a nadie que esté cantando aleluya. La mayoría están psicológicamente preparados para las malas noticias. Nadie gasta demasiado. Hay pocos festejos. En Ascot la vestimenta era de mala calidad. Los constructores y decoradores de Londres se portan mejor que nunca. Jamás he visto tanto miedo entre los mecánicos. Los agentes de bienes raíces son humildes. Los restaurantes elegantes atienden el teléfono. Los taxistas agradecen conmovedoramente las propinas pequeñas. ¿Qué anuncia todo esto? Si los paralelismos históricos sirven de algo, estamos iniciando una lenta pero segura recuperación, tendremos días felices a mediados de la década y entraremos en el siglo veintiuno con formidable aplomo.
La gente se fija en los violentos cambios de ánimo, los altibajos de los indicadores económicos, pero sólo los historiadores objetivos tienen plena conciencia de la gradual pero inexorable tendencia ascendente a largo plazo.
Esta característica ha sido típica de la economía occidental desde por lo menos el siglo once -con una merma en el catorce- y ningún acontecimiento reciente sugiere que una tendencia que ya tiene un milenio se vaya a revertir inexplicablemente.
Mirando hacia atrás, cuesta pensar, en general, en una generación que haya estado en peor situación que sus padres. Claro que la divina Providencia puede tener otras ideas. Hace poco, un prelado -papista, por cierto- lanzaba electrizantes advertencias durante un almuerzo, afirmando, casi como dato manifiesto, que temía que Dios Todopoderoso pusiera punto final al universo en el próximo siglo a menos que reformáramos en esta década las ultrajantes depravaciones del mundo, algo que consideraba improbable. Tiendo a estar de acuerdo con él. Pero esa es una especulación metafísica. En lo que concierne al mundo físico, pronto volveremos a bailar al borde del abismo.

Gabriel García Márquez: Fragmento de su último libro


Cómo comencé a escribir
Gabriel García Márquez
Con autorización de Random House Mondadori, ofrecemos un capítulo del nuevo libro de García Márquez, “Yo no vengo a decir un discurso”, que sale mañana a la venta y en el que reúne textos que escribió para ser leídos en voz alta (El Universal 28-10-10)
Primero que todo, perdónenme que hable sentado, pero la verdad es que si me levanto corro el riesgo de caerme de miedo. De veras. Yo siempre creí que los cinco minutos más terribles de mi vida me tocaría pasarlos en un avión y delante de veinte a treinta personas, no delante de doscientos amigos como ahora. Afortunadamente, lo que me sucede en este momento me permite empezar a hablar de mi literatura, ya que estaba pensando que yo comencé a ser escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza. Confieso que hice todo lo posible por no asistir a esta asamblea: traté de enfermarme, busqué que me diera una pulmonía, fui a donde el peluquero con la esperanza de que me degollara y, por último, se me ocurrió la idea de venir sin saco y sin corbata para que no me permitieran entrar en una reunión tan formal como ésta, pero olvidaba que estaba en Venezuela, en donde a todas partes se puede ir en camisa. Resultado: que aquí estoy y no sé por dónde empezar. Pero les puedo contar, por ejemplo, cómo comencé a escribir.
A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor pero, en mis tiempos de estudiante, Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador de Bogotá, publicó una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada, que no se veía por ninguna parte un nuevo cuentista ni un nuevo novelista. Y concluía afirmando que a él se le reprochaba porque en su periódico no publicaba sino firmas muy conocidas de escritores viejos, y nada de jóvenes en cambio, cuando la verdad -dijo- es que no hay jóvenes que escriban.
A mí me salió entonces un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación y resolví escribir un cuento, nomás por taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda, que era mi gran amigo, o al menos que después llegó a ser mi gran amigo. Me senté y escribí el cuento, lo mandé a El Espectador. El segundo susto lo obtuve el domingo siguiente cuando abrí el periódico y a toda página estaba mi cuento con una nota donde Eduardo Zalamea Borda reconocía que se había equivocado, porque evidentemente con «ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana» o algo parecido.
Esta vez sí que me enfermé y me dije: «¡En qué lío me he metido! ¿Y ahora qué hago para no hacer quedar mal a Eduardo Zalamea Borda?». Seguir escribiendo, era la respuesta. Siempre tenía frente a mí el problema de los temas: estaba obligado a buscarme el cuento para poderlo escribir.
Y esto me permite decirles una cosa que compruebo ahora, después de haber publicado cinco libros: el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de trabajo, es bastante coherente con esto que les estoy diciendo. Nunca sé cuánto voy a poder escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo y, cuando se me ocurre una idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que se vaya madurando. Cuando la tengo terminada (y a veces pasan muchos años, como en el caso de Cien años de soledad, que pasé diecinueve años pensándola), cuando la tengo terminada, repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte más difícil y la que más me aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho; la idea que le da vueltas.
Les voy a contar, por ejemplo, la idea que me está dando vueltas en la cabeza hace ya varios años y sospecho que la tengo ya bastante redonda. Se las cuento ahora, porque seguramente cuando la escriba, no sé cuándo, ustedes la van a encontrar completamente distinta y podrán observar en qué forma evolucionó. Imagínense un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de diecisiete y una hija menor de catorce. Está sirviéndoles el desayuno a sus hijos y se le advierte una expresión muy preocupada. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella responde: «No sé, pero he amanecido con el pensamiento de que algo muy grave va a suceder en este pueblo».
Ellos se ríen de ella, dicen que ésos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el adversario le dice: «Te apuesto un peso a que no la haces». Todos se ríen, él se ríe, tira la carambola y no la hace. Paga un peso y le pregunta: «¿Pero qué pasó, si era una carambola tan sencilla?». Dice: «Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi mamá esta mañana sobre algo grave que va a suceder en este pueblo». Todos se ríen de él y el que se ha ganado el peso regresa a su casa, donde está su mamá y una prima o una nieta o en fin, cualquier parienta. Feliz con su peso dice: «Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla, porque es un tonto». «¿Y por qué es un tonto?». Dice: «Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado por la preocupación de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo».
Entonces le dice la mamá: «No te burles de los presentimientos de los viejos, porque a veces salen». La parienta lo oye y va a comprar carne. Ella dice al carnicero: «Véndame una libra de carne» y, en el momento en que está cortando, agrega: «Mejor véndame dos porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado». El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: «Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se está preparando, y andan comprando cosas».
Entonces la vieja responde: «Tengo varios hijos; mire, mejor déme cuatro libras». Se lleva cuatro libras y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice: «Se han dado cuenta del calor que está haciendo?». «Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor.» Tanto calor que es un pueblo donde todos los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos. «Sin embargo -dice uno-, nunca a esta hora ha hecho tanto calor.» «Sí, pero no tanto calor como ahora.» Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz: «Hay un pajarito en la plaza». Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.
«Pero, señores, siempre ha habido pajaritos que bajan.» «Sí, pero nunca a esta hora.» Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. «Yo sí soy muy macho -grita uno-, yo me voy.» Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen: «Si éste se atreve a irse, pues nosotros también nos vamos», y empiezan a desmantelar literalmente al pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo dice: «Que no venga la desgracia a caer sobre todo lo que queda de nuestra casa» y entonces incendia la casa y otros incendian otras casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio clamando: «Yo lo dije, que algo muy grave iba a pasar y me dijeron que estaba loca».

Ignacio García; Veinte teoremas de amor...


Veinte teorema de amor
y una pasión tan denostada
Ignacio García

I
Ilustro a labios cosidos
y con frases de lo interno,
la forma que a mi callar
le hace falta un hilo más grueso y resistente
Tal vez, tú conozcas alguna cuerda
que supla esta simulación
de sangre y de silencio

II
Ni siquiera el golpe de un martillo
quiere decir silencio roto:
Es más bien mi manera de decirte:
“Te amo contra el yunque,
y a pesar del acero”

III
Eres mi silencio interno,
Tanto, que las palabras sobran:
sufren, se ajan, se preguntan,
el porqué les impusiste tal
sosiego y nudo,
cuando de ellas, salidas de tu pluma
me hubieran aliviado
con sólo decir:
“Requiero de tus brasas…”

IV
No existe peor manera de hablar y decir “silencio”,
que suprimir esa palabra y delegársela
a-Dios
Pero Dios está demasiado ocupado
para venir y controlar un corazón
que ya de sangre, polvo y tinta
intenta decirte al oído:
“Eres mi pasión hasta el cansancio”

V
Callar, no significa no decir palabras
El silencio, mejor se invierte:
Va directo a la mujer que amo,
toma su piel
y la convierte en poesía

VI
No sé qué decir en este poema
Eres tanto y tanto para este
pobre poeta
Que la tinta se amasa y la pluma se oculta
¡Ni qué hablar del papel arrugado!
quien de quiebre en piel, a los
tímpanos me habla:
Envuélvela en mí, confiésale
que de tanto amar y amar,
no sabes cómo amarla en el papel:
…Cuando ella me desdoble,
yo me encargaré que sienta de tu ardor”

VII
Fui tan indiferente
y guardé tanto silencio.
Me posesioné de letras y poesía,
de ritmos y sintaxis, verbos y tropos
que otros ojos de mujer
jamás incendiaron mis cuadernos
Fuiste tú, mujer de incendio súbito,
de quien no puedo apartar mi corazón,
y su ¡tam, tam!
sólo conoce de escribir tu nombre

VIII
Dime una sola palabra
y prometo guardarla
al borde de mis labios
Así, cuando yo muera,
y no haya más que noche y silencio,
el único rezo de las estrellas
me lo llevaré conmigo
..................al otro lado:
Si la palabra fue “Amor”,
el infinito se romperá en pedazos

IX
No creo haberte dicho “Te amo”
O tal vez sí, pero no con Mayúscula.
Aunque tu sosiego sea enorme
y la estatura de su indiferencia inalcansable,
te lo diré siempre que amanezca,
con labios dañados o alegres
y el canto de un mar a cítara ceñido.

X
A veces me pregunto
¿Por qué tanto tiempo hubo en encontrarnos?
Pero luego medito, cancelo ideas:
Tú ya encontraste a quien te ama,
y lo nuestro hubiera sido un diálogo de sordos:
Tus palabras son para mí un poema:
pasaría entonces el tiempo
tatuando tu cuerpo con más poesía.

XI
Te extraño hoy más que ayer
O ¿será que ayer mi nostalgia fue tanta
que me olvidé del hoy…?

XII
“No ser amado es un poco de mala suerte,
no saber amar, una verdadera desgracia”
Yo te amado sin saber con qué letra
.........................iniinicia lo inverso a la gracia.

XIII
Amo los minutos y sus intervalos
pues en cada explosión en ellos,
hay una parte de ti
que amo sin esperar tiempo alguno

XIV
Quiero escribir Amor
con púas de acero y sangre
Tú carne rechaza no sólo el primer intento
En todo lo demás
existe más doblez que punta

XV
Caí de súbito en dos solos segundos:
Si bien el primero me advirtió que
tú jamás me amarías
Me duele más la vez segunda,
pues ya no sé cómo levantarme
............. con el corazón vacío

XVI
De niño me dijeron que nací
con mala estrella para eso de que me amen
Es cierto: hallé en ti el presagio
que no mintió a estrella alguna
cuando me echaste de tu vida

XVII
El amor es más que la seguridad y la inercia
¿Pensar en la quimera de que me amarías?
Por ello es que de secreto y no de amor
mi alma fallece, blanda e ingenua:
como un relámpago de luz sin brillo
que cruza y rompe con todas sus creencias.

XVIII
Uno no elige a quien amar
Es el Destino quien designa quién “no te amará”
En tu caso, no elegí mal
Fue tan perfecto mi elegir
que ya de antes era sabido
que el Destino jamás fracasaría

XIX
De un hilo débil ata el amor
su polea de acero
Así ,como cuando la inteligencia se enamora,
y todo se rompe y cae por su propio peso:
El hilo se troza
El metal es lo más inmutable del acto

XX
No hubo pretextos para taponar los tímpanos
cuando dijiste “Amarte, es nunca
Pero sí hubo un dolor tan desastroso
que reventó lo más sutil de los tímpanos:
desde entonces mis oídos no pueden oír:
¡Pobres sordos, infames creyentes!

LA PASIÓN
Imaginé con pasión el borde de tus labios,
con ternura ardiente tus zarcillos de oro,
la sagrada explosión de tu carne hecha cohete,
y ese cohete quemándome por las noches.
Te envié papeles sucios y arrugados
con letras, con símbolos y garabatos
(una o dos letras como poema),
e hice que un ángel tomara su espada
y fuera a despertarte en mi nombre
para ver si en el acero me soñabas
Tatué sobre tu cuerpo viajes imaginarios,
encendí una luz y en ella una lámpara votiva
(subterfugio del rezo del cual descreo),
Pulsé la aguja de los relojes
y quise sentir el círculo en el latir de tu pecho.
Me inscribí en un navío que iba a no sé dónde
para ver si allí encontraba tu Paraíso;
como Jonás, viví dentro de mi propia bestia
para aguardar el instante de mi pasión redimida
Clavé en mis venas puños de sal ardiente
(de esa pulida por el erizo y la escama)
y me inyecté en las arterias Vicodin y yodo
para calmar el sufrir lejos de tus muslos.
Nada pasó ni pasará jamás
Nada que no sea el sutil rechazo de tus labios,
en un hasta aquí, y la pérdida de nuestras palabras.

Ya sé: no soy Neruda.
Pero él tenía su Isla Negra
y podía escribir los versos más tristes esta noche.
Yo vivo en el Puerto más luminoso del mundo,
pero he extraviado mi pluma
y la tinta es ya lumbre azul del
más brutal de mis poemas.

martes, octubre 26, 2010

Raúl Rivero: Palabras en reposo


Palabras en reposo

Raúl Rivero


Alí Chumacero arma sus poemas como los niños descubren los mensajes de los rompecabezas. Pieza a pieza, palabra a palabra, con cuidado para que la rama de un árbol no se salga por una esquina y que los leves ríos de los paisajes rurales no vayan a pasar sobre el columpio del patio y por encima de las nubes redondas, vírgenes y blancas.

Es un señor de la síntesis y el buril. La emoción de su poesía tiene un orden (y una locura), un cauce (y un delirio), que el poeta ha dispuesto con firmeza infantil para que el lector no pierda ni un detalle del sentimiento. Para que no le sobre un chispazo a las piezas que el poeta no quiere que deslumbren.Quiere que iluminen.

En eso ha pasado 90 años. Nació en Acaponeta, Nayarid, en 1918.El verano pasado, México entero celebró su cumpleaños, él se dejó querer, los quiso más a todos, pero salió ileso de las celebraciones y siguió en la vejez lúcida y creativa de quien viene de regreso de estos oficios: editor, tipógrafo y maestro.

Chumacero vive desde los años 30 en Ciudad de México donde fundó, junto a otros escritores, la revista Tierra Nueva. Es uno de los editores históricos del Fondo de Cultura Económica y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1964.

Entre sus hazañas de medio siglo de editor de grandes figuras de la literatura mexicana, se recuerda su episodio con Juan Rulfo, citado hace unos meses en esta columna. Según Chumacero, el autor de El llano en llamas no le aceptó la proposición de cambiar dos palabras; transigió con una sola. «Lo que sí le quité», dijo Chumacero, «fueron las comas que Rulfo ponía como si le estuviera echando maíz a las gallinas, además de algunos guiones de diálogos que no estaban en su lugar.»

Los tres libros de poesía que le han dado a Chumacero una papeleta para salvarse del olvido son estos: Páramos de sueños, Imágenes desterradas y Palabras en reposo. Ha publicado también una colección de ensayos titulada Los momentos críticos.

Entre los buenos lectores de poesía se comenta que sus poemas parecen siempre recién terminados. Por eso, Eduardo Lizalde se atreve a decir esto: «Alí Chumacero continúa con todo derecho y dignidad leyendo en todas sus comparecencias los perfectos poemas de la juventud como si fueran escritos ayer para convencernos de que el vivíparo que hoy celebramos nació de un golpe como un gran poeta y se encuentra de pie frente a nosotros para seguirnos asombrando con la exactitud y la música originalísima de sus versos».

El poeta cree que él es sólo un obrero que ha trabajado en los libros y ha sabido hacerlo. Que ha vivido tres minutos cada minuto sin dejar gozar la vida: «Yo sólo he practicado el afán de hermanar el sentimiento y el rigor a fin de mantener inalterable una vocación originada desde la adolescencia, fortalecida durante la madurez y siempre guiada a convertir en insólito lo cotidiano».

Su viejo amigo, el poeta argentino Juan Gelman, le deseó a Alí Chumacero en su 90 cumpleaños que muriera a los 500. Y, como es el sueño de muchos habitantes de aquellas tierras, con violencia y a manos de un implacable marido celoso.

Estos son sus versos: Porque soy mi enemigo sentenciado/ mi propia víctima, la orilla/ saciada entre sus límites, en un constante incesto/ o presagio de mar que requiere playa.


Alì Chumacero: La lenta consunción


Alí Chumacero nació en Acaponeta, Nayarit en 1918, murió el pasado viernes 20 de octubre. De muy joven se trasladó a la ciudad de México, donde en 1940 fundó la revista Tierra nueva.
Llegó a ser entre nosotros unos de los grandes poetas de nuestro tiempo sus versos donde denota una gran sensibilidad y un fino talento lírico, que lo señalan como uno de los precursores de la poesía moderna del país.
Algunas de sus obras más renombradas son: «Imágenes desterradas» 1948, «Palabras en reposo» 1956 y «Páramo de sueños» 1994. Ganó los premios
"Xavier Villaurrutia", "Alfonso Reyes", "Nacional de Lingüística y Literatura", "Amado Nervo", "Nayarid" , y el "Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines-Gatine Lapointe" en 2003. Otra voz se apaga, otra votiva se enciende.

Amor es mar

Llegas, amor, cuando la vida ya nada me ofrecía
sino un duro sabor de lenta consunción
y un saberse dolor desamparado,
casi ceniza de tinieblas;
llega tu voz a destrozar la noche
y asciendes por mi cuerpo
como el cálido pulso hacia el latir postrero
de quien a solas sabe
que un abismo de duelo lo sostiene.

Nada había sin ti,
ni un sueño transformado en vida,
ni la certeza que nos precipita
hasta el total saberse consumido;
sólo un pavor entre mi noche
levantando su voz de precipicio;
era una sombra que se destrozaba,
incierta en húmedas tinieblas
y engañosas palabras destruidas,
trocadas en blasfemias que a los ojos
ni luz ni sombra daban:
era el temor a ser sólo una lágrima.

Mas el mundo renace al encontrarte,
y la luz es de nuevo
ascendiendo hacia el aire
la tersa calidez de sus alientos
lentamente erigidos;
brotan de fuerza y cólera
y de un aroma suave como espuma,
tal un leve recuerdo
que de pronto se hiciera un muro de dureza
o manantial de sombra.

Y en ti mi corazón no tiene forma
ni es un círculo en paz con su tristeza,
sino un pequeño fuego,
el grito que florece en medio de los labios
y torna a ser el fin
un sencillo reflejo de tu cuerpo,
el cristal que a tu imagen desafía,
el sueño que en tu sombra se aniquila.

Olas de luz tu voz, tu aliento y tu mirada
en la dolida playa de mi cuerpo;
olas que en mí desnúdanse como alas,
hechas rumor de espuma, oscuridad, aroma tierno,
cuando al sentirme junto a tu desnudo
se ilumina la forma de mi cuerpo.

Un mar de sombra eres, y entre tu sal oscura
hay un mundo de luz amanecido.


Desvelado amor

Cayó desnuda, virgen, la palabra;
cayó la virgen desnudada
bajo mi cuerpo, trémulo latir
que hoy apenas si me pertenece
y me embriaga con cálido rumor,
rodea mi epidermis,
se introduce letal bajo mi lengua,
y mis párpados no lo miran
pero lo sienten desalado,
desolado que busca entre la noche
la amarga conjunción
de dos manos eternamente unidas
en el estrecho abrazo de la muerte.

Calló la voz. Mudos los labios
ciñéronse a la sombra
incendiando el incienso de su caída flor;
tan quietos como el sueño que también esperaban
con ansiedad de ciego sobre el tacto;
descansando angustiosos como el árbol sin fruto
bajo la primavera. Y mi cuerpo cayó
a un desesperado cuerpo,
y desde entonces siente
cómo crecen sus nervios en una dura ruina
hecha de sombra y voz estremecidas
por el vivo temor de estrecharse a la noche,
como el mar a las aguas que lo nutren
o la voz a los labios, fuente muda;
y en la quietud nacida
de este limpio silencio que por mi cuerpo corre,
destrozados los labios, la voz y la palabra,
anclado entre mí mismo,
el fuego de mi tacto se adormece
en esta soledad bajo la flor del sueño.

Mi amante

Desnuda, mi funesta amante
de piel vencida y casta como deshabitada,
sacudes sobre el lecho voces
y ternuras contrarias a mis manos,
y un crepúsculo escucho entre tu cuerpo
cuando al caer en ti agonizo
en un nacer marchito, sin el duelo
comparable al temor de tu agonía.

Contigo transparento la caída
de un alud o huracán de rosas:
suspiros de manzanas en tumulto
diciéndome que el hombre está vencido,
confuso en amarguras y vacías miradas.
En ti respondo al mundo, y en tu cuerpo
respiro ese sabor de los sepulcros;
una noche no más, y tu mirada
persiste, implora y vence entre mis ojos,
decidida a una lucha prolongada
donde el recuerdo se convierte
en esa área languidez del pensamiento,
como materia de tus ojos mismos.

Lloras a veces arrojando
fúnebres aguas de perfume ciego,
como si desprendida de una antigua idea
vinieras hasta mí, tan clara
como un ángel dormido en el espacio,
a dejar evidencia, luz y vida;
y en tus lágrimas miro surgir tu suave piel
como si en ellas prolongaras
o hicieras más probable tu existencia,
derramando el aroma de tu sueño
sobre esta soledad de tu desnudo.