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jueves, noviembre 25, 2010

LOS ELEMENTOS DEL REINO 25-11-2010




En este número


Jaime Bucay


Cristina Caballero

POEMA


Lilia Jiménez


TRES POEMAS 


Gabriel Fuster

Lilia Jiménez: Poemas




POEMAS*
Lilia Jiménez

Sembrar en la neblina
  
Del mar, no vengo.
Playas navegadas no recuerdo
carezco del rumor del agua
entre sirenas deshojadas.
Ignoro los toboganes de sal y nácar.
Del humo, no vengo.
Más allá de los ojos del jacal
las manos de las milpas
otras niñeces ruecan
                 y no me dicen nada.
De una urbe vengo.
Sus fábricas rasgan
el alma de papel de la caña
 con rugido hambriento.  
Condena sin rúbrica del obrero.
En ella se descarrila Centro América
ciega turba que persigue
la inasible luz de los túneles.
Su ira la apacigua el sereno
que tañe las campanas
mientras alegres niñas
perfuman Santa María, El Carmen,
La Concordia, Los Dolores.
Sus jardines albergan
gallinitas ciegas y obsidianas
vítreo corazón del Citlaltépetl
dormido repertorio de gloxíneas 
 estrellas pulverizadas…
                                    neblina.
                     De esa ciudad vengo.


CON EL CANTAR DE LAS CIGARRAS

Negawakuba nembutsu wo nake natsu no semi
(si estás rezando reza al Buda Amida cigarra de verano)
Issa Kobayashi

Era ella toda una sensatez
y yo, un esparto rudo, una cueva, un monte
aquella torre con sus matacanes.

La pureza de su escote
despejaba la perfecta silueta
de sus senos
que competían
con el verdor de los olivos
y la luz de la comarca.

Mi piel bajo su piel:
                                ramilletes de lavanda.                                                                       
Heráldica bordada
 con el cantar de las cigarras
en aquella tarde lila
al sur de Francia.



NIEVA EN BEIJING

Coloridos cometas aguijonean
las briznas de hielo de una ventana
vestida de gris estepario
                                   color de pueblo.
                                        
Abajo, espantapájaros
en alpargatas
equilibran en dos ruedas
la angostura de los empedrados.

Sobre la resina de la mesita nocturna
se incrusta el palpitar
de un crisantemo de jade blanco.


Rojo, rojo, rojo, duerme el gong.
Oro, oro, oro, sueña el farol.

Mientras rehago mi maleta
el cielo se ensarta
en las agujas
de pagodas ensombrecidas
por las alas sin plumas
del ave fénix.

                          Nieva en Beijing.

* Tomados de su libro EL ALMA DE LA CAÑA (Más que un gemido)

Cristina Caballero: Poema



Cristina Caballero
Y un día  te das cuenta
que hay nombres
que ya no puedes usar tan dócilmente

semanas
por ejemplo
atadas a una suerte
tan maligna
tan extraña

alguno de esos días
va hacia el abismo que todos eludimos

cualquier lunes
prueba  sus excusas sin sentido
la sombra de esas letras
reverberan matorrales
como estrellas arrojadas a la playa
 van y vienen
nos acechan
medran los castillos de la infancia
donde Padre  y Madre
nadaban hasta el horizonte
 lejos de la negra arena
con los hijos
con los ojos mutilados
por  un sol recalcitrante 
ellos nos llevaron hasta acuáticas llanuras
hierba mala había
esporas
y arrecifes traicioneros

¿por qué olvidaste hermano
lo que a manos llenas devoramos
de sus cuerpos
de sus días
que estaban ya contados
a partir de la explosión
en galaxias alcanzables?

¿Por qué ahora dices
que no tuviste nada?

 ni el calor de  brazos pródigos
y tibios
ni miradas subyugantes
cada tarde
 estación cuyos andenes
nunca pueden
jamás
 abandonarse
no del todo
con candados invisibles
 ven
y saben
palabras prodigiosas
nacidas en la torre de Babel
de ese hogar perdido
que ahora yace mudo
 en su tumba de alquitrán
y llanto   
  
 gritan
gritan como niñas inmorales
llenas de un dolor
que yo
que yo
aún
no
entiendo

Gabriel Fuster: Un mundo raro - BIS




Gabriel Fuster
UN MUNDO RARO - Bis
I
Cuando te hablen de Masiosare y de ilusiones y te ofrezcan un sol y un cielo entero. Si te acuerdas de mí, canta nuestras canciones, porque el himno de antes sirve lo que un pedo. Y si quieres saber de tu pasado, es preciso decir una mentira. Sabes que vienes de allá, de un mundo raro, que no sabe de independencia, que no entiende la revolución y que nunca ha cambiado. Porque a dónde yo voy, hablaré de tu amor como un sueño dorado. Y delante del Presidente León Trotsky IV, reelecto nuevamente por un algoritmo abstracto, vestiré mi mejor traje de luces y capote para pedir tu mano. Más tarde o más temprano, haré que cambié la República a tu nombre: Los Estados Unidos de Leticia. Únicamente el Jardín de las Hespérides y el Cementerio Botánico lo hacen insensato. Por referéndum constitucional, se retiran los colores verde, rojo y blanco de la enseña nacional, substituyéndolos por la bonita combinación de campos en oro y plata, pero no deja de ser un pedazo de trapo. José Alfredo Jiménez calla la Polka y me mira seriamente, entonces comenta. “Carajo, realmente esto es un cadáver exquisito igual que mi caballo”.

II
Yo sé bien que estoy afuera, pero el día que yo me muera, ha de ocurrir otro levantamiento social. Urbano y rural, urbano y rural. Dirás que no me elegiste, pero vas a estar muy triste y así te vas quedar. Con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley. No tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el Rey. Una piedra en el camino, me indico que mi destino era ser acusado de alta traición, arrestado y condenado a morir fusilado. Rodar y rodar, rodar y rodar. También me dijo un arriero, parado al borde una tumba abierta, con los ojos vendados, esperando la orden de fuego, que no hay que caer primero, sino escuchar la detonación y simular estar herido de muerte. A menos, que un grupo de gallinas siga al escuadrón de fusilamiento y éstas se abalancen a picotazos sobre el cuerpo, para terminar la ejecución. Cuando se es una nación piramidal, no se tiene necesidad de la diplomacia. Todos los competidores son destruidos. Si quieres obtener una fotografía del futuro, imagina un extraño enemigo profanar con su planta de mariguana tu suelo, añade una lustrosa bota militar pisándote la cámara. Para siempre.    

III
Si nos dejan, nos vamos a querer en un motel de primera. Si nos dejan, nos vamos a vivir un mundo nuevo. Yo creo podemos ver el nuevo amanecer de un claro día. Yo pienso que tú y yo podemos ser estridentistas todavía. Si nos dejan, buscamos un rincón cerca del cielo. Si nos dejan hacemos de las nubes esas cejas de Frida Kahlo. Cada fuego artificial es un héroe recordado, haciendo vibrar al pueblo, donde caben dieciocho héroes por kilómetro cuadrado. Los que usan una máscara plateada, siguen la moda de los setentas. Al subir, saludas a todo el Jet Set como diciendo “miren, aquí voy”. Nadie pudo anticipar matar dos tiros de un solo pájaro, mirándonos seguir juntos los hábitos migratorios de las aves marías. No te preocupes, el aeropuerto internacional, con sus más de 154 vuelos diarios al mundo, es nuestra segunda oportunidad. Y ahí, juntitos los dos, será lo que queramos. Si nos dejan, te llevo de la mano una visita guiada a la casa de Zeus, corazón, y ahí nos vamos.  

Jaime Bucay: Un relato sobre amor





Jaime Bucay
UN RELATO SOBRE AMOR

Se trata de dos hermosos jóvenes que se pusieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos..
La historia cuenta que habían noviado con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación.
Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos. Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor. Pensó hacerle un regalo que significara esto. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidades; una comida no era suficiente agasajo...
Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por mucho que caminara no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario.
Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.
Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj." Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.
Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para esto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: "Se compra pelo natural". Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera:
- Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría?
- Seguro - fue la respuesta.
- Entonces en tres días estaré aquí.
Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.
Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.
A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.
Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes peinetones que él había comprado... vendiendo el reloj de oro del abuelo.
Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no se olviden de esta historia. El amor no está en nosotros para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia.

viernes, noviembre 19, 2010

Lucinda Altamirano: A breve palabra



Poema tomado de BAJO EL VELO DE TU MIRADA, libro que la autora publicará próximamente


A BREVE PALABRA
Lucinda Altamirano

A la mujer de brillo deslustrado
De esas que llegado el momento se reiventan:


De nada brota tu encanto
De todo, tu espíritu impones
Enigmática, te calza de adjetivo.


Huyes de algo, de ti misma
Eliges poner de lado afanes,
asustada de descubrir el modo
de avanzar sin yugo.


¡Qué importa sentir miedo,
si en su derrota
te hará invencible!


No quiero juzgar lo desconocido
Y menos condenar por conocer
Simplemente con mi mirada
y breve palabra
exaltar tu condición pretendo


Observa atenta en el agua tu reflejo
No hay más obstáculo
que el de tus ojos imponga


Torna ligeros los prejuicios,
Tantas fuimos palomas a la orilla,
sin reconocernos
en lo blanco, en el vuelo...
                    Qué rápido el contacto el de tus ojos

Mirella Salido García: Tres textos


Mirella Salido García

NO ME PREGUNTES HERMANO 


NO ME PREGUNTES HERMANO  SI YO HE SUFRIDO EN LA VIDA, DECIR QUE NO, MENTIRIA,DECIR QUE SI, SERIA EN VANO; NO ME PREGUNTES HERMANO SI HA LL,ORADO EL ALMA MIA, VIVO EN LA MELANCOLIA, CON LA ILUSION DE ENCONTRAR EL ALMA QUE TANTO ANHELO, QUE SEA UN REMANSO DE PAZ. NO ME PREGUNTES HERMANO, SI ALGUN DIA LA ENCONTRARE, TE JURO, TE JURO QUE NO LO SE, PERO SI PUEDO DECIRTE QUE NUNCA DESISTIRE, Y QUIZA SI DIOS ME ESCUCHA LLEGARA EL BENDITO DIA DE ENCONTRARME FRENTE A FRENTE UN ALMA COMO LA MIA, SI ASI FUERE QUE ALEGRIA, QUE ALEGRIA LLEGAR A LA PRESENCIA DE DIOS, CERRANDO POR FIN MIS OJOS Y TOMANDOME DE LA MANO EL ALMA JUNTO A LA  MIA¡
QUIEN TE PODRA QUERER
,,
QUIEN TE PODRA QUERER COMO YO TE QUIZE,DIME, DIME QUIEN;QUIEN TE PODRA ADORAR COMO TE ADORE; NADIE, NADIE, PORQUE PARA QUERERTE COMO YO TE QUIZE Y AMARTE COMO YO TE AME, SE TIENE QUE ESTAR MUY CERCA DEL CIELO, CON LA MENTE EN BLANCO, CON EL ALMA LIBRE Y CON UN INMENSO CORAZON PARA AMAR. YO , SOLO YO, TENGO ESE INMENSO CORAZON PARA AMAR, PORQUE AMO CON EL FUEGO CON QUE ARDEN TODOS LOS INFIERNOS, CON LA FUERZA DEL VENTAVAL  QUE ENVUELVE A LOS ELFOS, CON LA FURIA DE LOS MARES DEL SUR, CON TODA LA ENERGIA DE LA FAZ DE LA TIERRA, CON EL NUMEN GIGANTE ATRAYENTE DEL COSMOS, YO, SOLO YO, PORQUER PUEDO SER FUERTE COMO UN CRISTAL DE ROCA O PUEDO SER TAN DEBIL COMO UN NIÑO PEQUEÑO, PORQUE LLEVO EN EL ALMA GRAVADA A CINCELADAS LA PALABRA AMOR, QUE PALPITA INCESANTE EN MI PECHO VIBRANTE, PORQUE AUNQUE NO LO QUIERAS Y TE RESISTAS A ELLO, SOY Y SERE EN TU MUNDO SIEMPRE COMO UN DESTELLO, Y AUNQUE CIERRES TUS OJOS PARA YA NO MIRARLO, VIVIRE EN TU MEMORIA ¡NO PODRAS EVITARLO¡
MATAME EL AMA

MATAME EL ALMA SEÑOR, MATAME EL ALMA; MATAME EL ALMA PARA NO SEGUIR SUFRIENDO MATAME EL ALMA SEÑOR, TE LO SUPLICO, Y ACABA PARA SIEMPRE ESTE LARGO SUPLICIO,MATAME EL ALMA SEÑOR, TERMINA PARA SIEMPRE ESTA ANGUSTIA QUE ASFIXIA, ESTA AGONIA, PARA QUE YA NO EXTRAÑE LA BELLEZA DEL AMOR, PARA NO MORIRME ENVUELTA EN ESTE FRIO ABRAZADOR; MATAME EL ALMA SEÑOR, SI LO HACES ABRE ENCONTRADO LA PAZ QUE NECESITO, SI NO LO HACES, VIVIRE CONDENADA A LA DESESPERACION, BUSCANDO INUTILMENTE UN AMOR COMO YO, ,, ESCUCHAME SEÑOR Y MATAME EL ALMA, VIVIRE FELIZ CON LO QUE TENGO, SIN DESEAR LO INVISIBLE, LO IMPOSIBLE, UN AMOR TAN LEJANO, IRREAL INDESTRUCTIBLE,CUANDO MI ALMA ESTE MUERTA, SEPULTADA EN EL CEMENTERIO DE LAS REMINICENCIAS , SERE FELIZ, VIVIRE LIBREMENTE , SINN TORMENTOS, COMO FIEL COMPAÑERA MI CONCIENCIA¡

domingo, noviembre 14, 2010

LOS ELEMENTOS DEL REINO 14-11-2010


LOS ELEMENTOS DEL REINO

EN ESTE NÚMERO
Basados en una sentencia final del libro de Margueritte Yourcenar, 
MEMORIAS DE ADRIANO, los autores se han basado para
perpetrar los siguientes textos

Hindra B. Ceballos Lòpez




Raùl Arteaga




Sergio Gil Ortiz




Sergio Gil Ortiz: A la muerte se le vive



A LA MUERTE SE LE VIVE
Sergio Gil Ortiz


Habrá que esperar a la muerte, se dice como castigo
mas eso es una ilusión, pues todos los días morimos
se renueva eternamente, se engendran un millón de hijos
la muerte es sólo el trabajo de la mutación del vivo.


A la muerte se le vive desde nuestra concepción
se eliminan cromosomas, sólo un esperma hace el rol,
comemos como nuestra madre, hay intercambio de dos
se nos muere la placenta, nuestro mártir protector


Morir es sólo integrarte a una forma de vida
el desprenderse del alma, cual célula cautiva,
terminar lo evolutivo con separación de fibras
alimentar a otros seres entregándose en tu tinta


El morir es anestesia para el cuerpo deshacer
desechar lo obsoleto en un caduco almacén
control de la población cuando suena el cascabel
es reintegrar a la vida lo marcado por la ley

Raúl Arteaga: ¡No! No me cierren los ojos


¡NO! NO ME CIERREN LOS OJOS
Raúl Arteaga

¡No! No me cierren los ojos
¿Les pesa la vida? Más duele la vida
¿No se dan cuenta? Miren mi cara: refleja tranquilidad.
Vean mi cuerpo, reposado, aliviado
¡Por favor! No me cierren los ojos
La vi venir sola y sólo por mí.
¡Mi muerte! Entró por los pies, subió lenta, placentera,
en armonía, dueña ya de mí.
Luego amplia, aliviadora, curó heridas, saldo pendientes,
borró culpas … Me perdonó
Avanzó altiva, radiante, doblo con elegancia mi alma
y entre sus pliegues guardó su conciencia,
“La inteligencia y conocimiento, aquí están
para cuando los necesites” ---me dijo.
Colocó mis brazos en cruz y por fin me besó:
con los ojos abiertos, ella recibiendo, yo entrando.

¡No! No me cierren los ojos que estoy de fiesta

Hindra E. Ceballos López: Entrar con los ojos abiertos

Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy
J.L.Borges

 ENTRAR A LA MUERTE CON LOS OJOS ABIERTOS

Hindra E. Ceballos López

Entrar a la muerte con los ojos abiertos,  requiere experimentar la vida con la voluntad de hacer uso de todos los sentidos aunque éstos en apariencia estén atrofiados;  tarea nada fácil mas no imposible. Morir alerta  representa vivir total y  aceptar lo que ello abarca; entre muchísimas acepciones podrían mencionarse unas cuantas:  
Disfrutar el proceso que comprende satisfacción de necesidades y “amar hasta que duela” (1)  -a sí mismo y los demás-   
Respetar los sentidos sin desestimar los sentimientos,
Nutrir  la esencia  metafísica sin  dejar morir de inanición el derecho físico, 
Respetar la diferencia entre compasión y lástima,  vivir y sobrevivir,  intención y desánimo (sin perder de vista la consideración que merecen los agentes externos que facilitan el logro de metas).
Reforzar la responsabilidad  con faros de guía contra la evasión que desaire  el placer de compartir el estímulo vital con los demás apelando al subterfugio en  desaliento de la distracción en soledad.
Reconocer que la complacencia ha de respetar a la conciencia;  la aceptación no implica conformismo, así como la dignidad  no representa soberbia.
Encarcelar  ironías destructivas sin liberar  reos de  adulación.
Observar (mas no mirar)  que alegrías y penas son recibidas indistintamente, y la diferencia entre vida  amargada o positiva está en actitudes.
 Reconocer la diferencia entre soledad y desolación, Etc.
Entrar a la muerte con los ojos abiertos  es haber vivido la vida con los sentidos despejados, logrando con éxito vaciar la copa para colmarla del momento a momento, beber el elíxir de la razón conjunta con sentimientos y emoción y en pleno uso de las facultades  mentales estar preparados con la vida plena de entereza por si éstas (las facultades) extravían su firmeza en la sucesión corta o larga de la partida sin retorno.
Estar conscientes de entrar a ese espacio  en que la nada sensorial y el arcano metafísico reinan  y reconocer previo a la experiencia que  “la muerte es el más grande de todos los bienes para el hombre”(2) implica  aceptar que no es la muerte la que da miedo  o   produce dolor, sino lo que se cree perder en o con ella.
Sentir que  la vida nada nos debe y que con ella estamos en paz,(3) representa  cerrar el libro de la vida con la misma llave que abre la paz de la muerte sin temores, sin congoja ya que  “en vida, hermano, en vida” (4) se  logra disfrutar la  sonrisa, licuar lo mejor y lo peor de uno mismo con cada lágrima,  saldar los adeudos con cada dolor,  asear las emociones con la espuma purificante de la experiencia ya que ésta  distingue a los errores de los aciertos y ofrece la oportunidad de aprender.  Tropezar sin asimilar porqué,  obstaculiza,  hace tortuoso el camino entreverado que otorga el misterio del día a día;  solo los pasos seguros sustentados en los valores universales  procuran el más honroso andar hacia el final más cierto de la  vida… 
 “El miedo nos tapa la verdad, y el miedo mismo, cuando se adensa en congoja, nos la revela”(5)  tratar de no asimilar por miedos  que  la vida está sellada con la muerte, entorpece la visión para ver, experimentar y aprovechar  la buenaventura del proceso vital que nos conduce  a morir; sobrevivir al temor mengua la atención de la existencia plena ¿A qué  temer entonces?
Vivir plenamente cuanto ofrece,  asegura la íntima satisfacción de agotar el bastimento e ir dejando las huellas sin relieve, aprovechar la oportunidad  aligera  cargas, desprende apegos y desafía al dolor  de tal forma que aún  la “muerte anunciada”(6) o el asalto artero de ésta, halla al espíritu preparado, la templanza erguida, el equipaje ligero y  otorga la dignidad de no temerle. Eso es entrar a la muerte con los ojos abiertos a mi juicio.


(1) Calcuta, MadreTeresa de. “Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal”
(2) Sócrates.  “… ¿No es la ignorancia más reprensible pensar que uno sabe lo que no sabe?”
(3) Amado Nervo.  “En Paz”, poema
(4) Rabatté, Ana María. “En Vida” poema
(5) Unamuno, Miguel de   “El miedo, sí, y sólo el miedo a la muerte y a la vida nos hace no ver ni oír a derechas…”
(6) García Márquez, Gabriel “Crónica de una muerte anunciada”

lunes, noviembre 08, 2010

Matsuo Basho: Sendas de Oku (Poemas)


POEMAS DE SENDAS DE OKU
Matsuo Basho
(Versión de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya)

Narciso y biombo:
uno al otro ilumina,
blanco en lo blanco.


Noche anochecida,
oigo al carbón cayendo,
polvo, en el carbón.


Contra la noche
la luna azules pinos
pinta de luna.


Clarea: cuentan
sus cuentos los gorriones;
¿es Año Nuevo?)

Mi pueblo: todo
lo que me sale al paso
se vuelve zarza.

Gilles Deleuze: La literatura y la vida


LA LITERATURA Y LA VIDA
Gilles Deleuze

Los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera.
PROUST, Contre Sainte–Beueve

Escribir indudablemente no es imponer una forma (de expresión) a una materia vivida. La literatura se decanta más bien hacia lo informe, o lo inacabado, como dijo e hizo Gombrowicz. Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido. La escritura es inseparable del devenir; escribiendo, se deviene–mujer, se deviene–animal o vegetal, se deviene–molécula hasta devenir–imperceptible. Estos devenires se eslabonan unos con otros de acuerdo con una sucesión particular, como en una novela de Le Clézio, o bien coexisten a todos los niveles, de acuerdo con unas puertas, unos umbrales y zonas que componen el universo entero, como en la obra magna de Lovecraft. El devenir no funciona en el otro sentido, y no se deviene Hombre, en tanto que el hombre se presenta como una forma de expresión dominante que pretende imponerse a cualquier materia, mientras que mujer, animal o molécula contienen siempre un componente de fuga que se sustrae a su propia formalización. La vergüenza de ser un hombre, ¿hay acaso alguna razón mejor para escribir? Incluso cuando es una mujer la que deviene, ésta posee un devenir–mujer, y este devenir nada tiene que ver con un estado que ella podría reivindicar. Devenir no es alcanzar una forma (identificación, imitación, Mimesis), sino encontrar la zona de vecindad, de indiscernibilidad o de indiferenciación tal que ya no quepa distinguirse de una mujer, de un animal o de una molécula: no imprecisos ni generales, sino imprevistos, no preexistentes, tanto menos determinados en una forma cuanto que se singularizan en una población. Cabe instaurar una zona de vecindad con cualquier cosa a condición de crear los medios literarios para ello, como con el áster según André Dhôtel. Entre los sexos, los géneros o los reinos, algo pasa. 1 El devenir siempre está «entre»: mujer entre las mujeres, o animal entre otros animales. Pero el artículo indefinido sólo surge si el término que hace devenir resulta en sí mismo privado de los caracteres formales que hacen decir el, la(«el animal aquí presente»...). Cuando Le Clézio deviene–indio, es siempre un indio inacabado, que no sabe «cultivar el maíz ni tallar una piragua»: más que adquirir unos caracteres formales, entra en una zona de vecindad. 2 De igual modo, según Kafka, el campeón de natación que no sabía nadar. Toda escritura comporta un atletismo. Pero, en vez de reconciliar la literatura con el deporte, o de convertir la literatura en un juego olímpico, este atletismo se ejerce en la huida y la defección orgánicas: un deportista en la cama, decía Michaux. Se deviene tanto más animal cuanto que el animal muere; y, contrariamente a un prejuicio espiritualista, el animal sabe morir y tiene el sentimiento o el presentimiento correspondiente. La literatura empieza con la muerte del puerco espín, según Lawrence, o la muerte del topo, según Kafka: «nuestras pobres patitas rojas extendidas en un gesto de tierna compasión». Se escribe para los terneros que mueren, decía Moritz. 3 La lengua ha de esforzarse en alcanzar caminos indirectos femeninos, animales, moleculares, y todo camino indirecto es un devenir mortal. No hay líneas rectas, ni en las cosas ni en el lenguaje. La sintaxis es el conjunto de caminos indirectos creados en cada ocasión para poner de manifiesto la vida en las cosas.
Escribir no es contar los recuerdos, los viajes, los amores y los lutos, los sueños y las fantasías propios. Sucede lo mismo cuando se peca por exceso de realidad, o de imaginación: en ambos casos, el eterno papá y mamá, estructura edípica, se proyecta en lo real o se introyecta en lo imaginario. Es el padre lo que se va a buscar al final del viaje, como dentro del sueño, en una concepción infantil de la literatura. Se escribe para el propio padre–madre. Marthe Robert ha llevado hasta sus últimas consecuencias esta infantilización, esta psicoanalización de la literatura, al no dejar al novelista más alternativa que la de Bastardo o de Criatura abandonada. 4 Ni el propio devenir–animal está a salvo de una reducción edípica, del tipo «mi gato, mi perro». Como dice Lawrence, «si soy una jirafa, y los ingleses corrientes que escriben sobre mí son perritos cariñosos y bien enseñados, a eso se reduce todo, los animales son diferentes... ustedes detestan instintivamente al animal que yo soy». 5 Por regla general, las fantasías de la imaginación suelen tratar lo indefinido únicamente como el disfraz de un pronombre personal o de un posesivo: «están pegando a un niño» se transforma enseguida en «mi padre me ha pegado». Pero la literatura sigue el camino inverso, y se plantea únicamente descubriendo bajo las personas aparentes la potencia de un impersonal que en modo alguno es una generalidad, sino una singularidad en su expresión más elevada: un hombre, una mujer, un animal, un vientre, un niño... Las dos primeras personas no sirven de condición para la enunciación literaria; la literatura sólo empieza cuando nace en nuestro interior una tercera persona que nos desposee del poder de decir Yo (lo «neutro» de Blanchot). 6 Indudablemente, los personajes literarios están perfecta-mente individualizados, y no son imprecisos ni generales; pero todos sus rasgos individuales los elevan a una visión que los arrastran a un indefinido en tanto que devenir demasiado poderoso para ellos: Achab y la visión de Moby Dick. El Avaro no es en modo alguno un tipo, sino que, a la inversa, sus rasgos individuales (amar a una joven, etc.) le hacen acceder a una visión, veel oro, de tal forma que empieza a huir por una línea mágica donde va adquiriendo la potencia de lo indefinido: un avaro..., algo de oro, más oro... No hay literatura sin tabulación, pero, como acertó a descubrir Bergson, la tabulación, la función fabuladora, no consiste en imaginar ni en proyectar un mí mismo. Más bien alcanza esas visiones, se eleva hasta estos devenires o potencias.
No se escribe con las propias neurosis. La neurosis, la psicosis no son fragmentos de vida, sino estados en los que se cae cuando el proceso está interrumpido, impedido, cerrado. La enfermedad no es proceso, sino detención del proceso, como en el «caso de Nietzsche». Igualmente, el escritor como tal no está enfermo, sino que más bien es médico, médico de sí mismo y del mundo. El mundo es el conjunto de síntomas con los que la enfermedad se confunde con el hombre. La literatura se presenta entonces como una iniciativa de salud: no forzosamente el escritor cuenta con una salud de hierro (se produciría en este caso la misma ambigüedad que con el atletismo), pero goza de una irresistible salud pequeñita producto de lo que ha visto y oído de las cosas demasiado grandes para él, demasiado fuertes para él, irrespirables, cuya sucesión le agota, y que le otorgan no obstante unos devenires que una salud de hierro y dominante haría imposibles. 7 De lo que ha visto y oído, el escritor regresa con los ojos llorosos y los tímpanos perforados. ¿Qué salud bastaría para liberar la vida allá donde esté encarcelada por y en el hombre, por y en los organismos y los géneros? Pues la salud pequeñita de Spinoza, hasta donde llegara, dando fe hasta el final de una nueva visión a la cual se va abriendo al pasar.
La salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta. Es propio de la función fabuladora inventar un pueblo. No escribimos con los recuerdos propios, salvo que pretendamos convertirlos en el origen o el destino colectivos de un pueblo venidero todavía sepultado bajo sus traiciones y renuncias. La literatura norteamericana tiene ese poder excepcional de producir escritores que pueden contar sus propios recuerdos, pero como los de un pueblo universal compuesto por los emigrantes de todos los países. Thomas Wolfe «plasma por escrito toda América en tanto en cuanto ésta pueda caber en la experiencia de un único hombre». 8 Precisamente, no es un pueblo llamado a dominar el mundo, sino un pueblo menor, eternamente menor, presa de un devenir–revolucionario. Tal vez sólo exista en los átomos del escritor, pueblo bastardo, inferior, dominado, en perpetuo devenir, siempre inacabado. Un pueblo en el que bastardo ya no designa un estado familiar, sino el proceso o la deriva de las razas. Soy un animal, un negro de raza inferior desde siempre. Es el devenir del escritor. Kafka para Centroeuropa, Melville para América del Norte presentan la literatura como la enunciación colectiva de un pueblo menor, o de todos los pueblos menores, que sólo encuentran su expresión en y a través del escritor. 9 Pese a que siempre remite a agentes singulares, la literatura es disposición colectiva de enunciación. La literatura es delirio, pero el delirio no es asunto del padre– madre: no hay delirio que no pase por los pueblos, las razas y las tribus, y que no asedie a la historia universal. Todo delirio es histórico–mundial, «desplazamiento de razas y de continentes». La literatura es delirio, y en este sentido vive su destino entre dos polos del delirio. El delirio es una enfermedad, la enfermedad por antonomasia, cada vez que erige una raza supuestamente pura y dominante. Pero es el modelo de salud cuando invoca esa raza bastarda oprimida que se agita sin cesar bajo las dominaciones, que resiste a todo lo que la aplasta o la aprisiona, y se perfila en la literatura como proceso. Una vez más así, un estado enfermizo corre el peligro de interrumpir el proceso o devenir; y nos encontramos con la misma ambigüedad que en el caso de la salud y el atletismo, el peligro constante de que un delirio de dominación se mezcle con el delirio bastardo, y acabe arrastrando a la literatura hacia un fascismo larvado, la enfermedad contra la que está luchando, aun a costa de diagnosticarla dentro de sí misma y de luchar contra sí misma. Objetivo último de la literatura: poner de manifiesto en el delirio esta creación de una salud, o esta invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida. Escribir por ese pueblo que falta («por» significa menos «en lugar de» que «con la intención de»).
Lo que hace la literatura en la lengua es más manifiesto: como dice Proust, traza en ella precisamente una especie de lengua extranjera, que no es otra lengua, ni un habla regional recuperada, sino un deve-nir–otro de la lengua, una disminución de esa lengua mayor, un delirio que se impone, una línea mágica que escapa del sistema dominante. Kafka pone en boca del campeón de natación: hablo la misma lengua que usted, y no obstante no comprendo ni una palabra de lo que está usted diciendo. Creación sintáctica, estilo, así es ese devenir de la lengua: no hay creación de palabras, no hay neologismos que valgan al margen de los efectos de sintaxis dentro de los cuales se desarrollan. Así, la literatura presenta ya dos aspectos, en la medida en que lleva a cabo una descomposición o una destrucción de la lengua materna, pero también la invención de una nueva lengua dentro de la lengua mediante la creación de sintaxis. «La única manera de defender la lengua es atacarla... Cada escritor está obligado a hacerse su propia lengua...» 10 Diríase que la lengua es presa de un delirio que la obliga precisamente a salir de sus propios surcos. En cuanto al tercer aspecto, deriva de que una lengua extranjera no puede labrarse en la lengua misma sin que todo el lenguaje a su vez bascule, se encuentre llevado al límite, a un afuera o a un envés consistente en Visiones y Audiciones que ya no pertenecen a ninguna lengua. Estas visiones no son fantasías, sino auténticas Ideas que el escritor ve y oye en los intersticios del lenguaje, en las desviaciones de lenguaje. No son interrupciones del proceso, sino su lado externo. El escritor como vidente y oyente, meta de la literatura: el paso de la vida al lenguaje es lo que constituye las Ideas.
Estos son los tres aspectos que perpetuamente están en movimiento en Artaud: la omisión de letras en la descomposición del lenguaje materno (R, T...); su recuperación en una sintaxis nueva o unos nombres nuevos con proyección sintáctica, creadores de una lengua («eTReTé»); las palabras–soplos por último, límite asintáctico hacia el que tiende todo el lenguaje. Y Céline, no podemos evitar decirlo, por muy sumario que nos parezca: el Viaje o la descomposición de la lengua materna; Muerte a crédito y la nueva sintaxis como lengua dentro de la lengua; Guignol's Bandy las exclamaciones suspendidas como límite del lenguaje, visiones y sonoridades explosivas. Para escribir, tal vez haga falta que la lengua materna sea odiosa, pero de tal modo que una creación sintáctica trace en ella una especie de lengua extranjera, y que el lenguaje en su totalidad revele su aspecto externo, más allá de la sintaxis. Sucede a veces que se felicita a un escritor, pero él sabe perfectamente que anda muy lejos de haber alcanzado el límite que se había propuesto y que incesantemente se zafa, lejos aún de haber concluido su devenir. Escribir también es devenir otra cosa que escritor. A aquellos que le preguntan en qué consiste la escritura, Virginia Woolf responde: ¿Quién habla de escribir? El escritor no, lo que le preocupa a él es otra cosa.
Si consideramos estos criterios, vemos que, entre aquellos que hacen libros con pretensiones literarias, incluso entre los locos, muy pocos pueden llamarse escritores.

1 Vid. André Dhôtel, Terres, de mémoire, Éd. Universitaires (sobre un devenir–áster en La Chronique fabuleuse, pag. 225).
2 Le Clézio, Haï, Flammarion, pág. 5. En su primera novela, Le proces–verbal, Ed. Folio– Gallimard, Le Clézio presentaba de forma casi ejemplar un personaje en un devenir–mujer, luego en un devenir–rata, y luego en un devenir–imperceptible en el que acaba desvaneciéndose.
3 Vid. J.–C. Bailly, La légende dispersée, anthologie du romantisme allemand, 10–18, pag. 38.
4 Marthe Robert, Roman des origines et origines du roman, Grasset (Novela de los orígenes y orígenes de la novela, Taurus).
5 Lawrence, Lettres choisies. Pión, II, pág. 237.
6 Blanchot, La part du feu, Gallimard, págs. 29–30, y L'entretien infini, págs. 563–564: «Algo ocurre (a los personajes) que no pueden recuperarse más que privándose de su poder de decir Yo.» La literatura, en este caso, parece desmentir la concepción lingüística, que asienta en las partículas conectivas, y particularmente en las dos primeras personas, la condición misma de la enunciación.
7 Sobre la literatura como problema de salud, pero para aquellos que carecen de ella o que sólo cuentan con una salud muy frágil, vid. Michaux, posfacio a «Mis propiedades», en La nuit remue, Gallimard. Y Le Clézio, Haï, pág. 7: «Algún día, tal vez se sepa que no había arte, sino sólo medicina.»
8 André Bay, prefacio a Thomas Wolfe, De la mort au matin. Stock.
9 Vid. las reflexiones de Kafka sobre las literaturas llamadas menores, Journal, Livre de poche, págs. 179–182 (Diarios. Lumen, 1991); y las de Melville sobre la literatura norteamericana, D'oü viens–tu, Hawthorne?, Gallimard, págs. 237–240.
10 Vid. Andró Dhôtel, Terres de mémoire, Éd. Universitaires (sobre un devenir–áster en La Chronique fabuleuse, pág. 225).

Leopoldo Lugones: La Estatua de Sal



LA ESTATUA DE SAL
LEOPOLDO LUGONES

He aquí cómo refirió el peregrino la verdadera historia del monje Sosistrato:
—Quien no ha pasado alguna vez por el monasterio de San Sabas, diga que no conoce la desolación. Imaginaos un antiquísimo edificio situado sobre el Jordán, cuyas aguas saturadas de arena amarillenta, se deslizan ya casi agotadas hacia el Mar Muerto, por entre bosquecillos de terebintos y manzanos de Sodoma. En toda aquella comarca no hay más que una palmera cuya copa sobrepasa los muros del monasterio. Una soledad infinita, sólo turbada de tarde en tarde por el paso de algunos nómades que trasladan sus rebaños; un silencio colosal que parece bajar de las montañas cuya eminencia amuralla el horizonte. Cuando sopla el viento del desierto, llueve arena impalpable; cuando el viento es del lago, todas las plantas quedan cubiertas de sal. El ocaso y la aurora confúndense en una misma tristeza. Sólo aquellos que deben expiar grandes crímenes, arrostran semejantes soledades. En el convento se puede oír misa y comulgar. Los monjes que no son ya más que cinco, y todos por lo menos sexagenarios, ofrecen al peregrino una modesta colación de dátiles fritos, uvas, agua del río y algunas veces vino de palmera. Jamás salen del monasterio, aunque las tribus vecinas los respetan porque son buenos médicos. Cuando muere alguno, lo sepultan en las cuevas que hay debajo a la orilla del río, entre las rocas. En esas cuevas anidan ahora parejas de palomas azules, amigas del convento; antes, hace ya muchos años, habitaron en ellas los primeros anacoretas, uno de los cuales fue el monje Sosistrato cuya historia he prometido contaron. Ayúdeme Nuestra Señora del Carmelo y vosotros escuchad con atención. Lo que vais a oír, me lo refirió palabra por palabra el hermano Porfirio, que ahora está sepultado en una de las cuevas de San Sabas, donde acabó su santa vida a los ochenta años en la virtud y la penitencia. Dios lo haya acogido en su gracia. Amén.
Sosistrato era un monje armenio, que había resuelto pasar su vida en la soledad con varios jóvenes compañeros suyos de vida mundana, recién convertidos a la religión del crucificado. Pertenecía, pues, a la fuerte raza de los estilitas. Después de largo vagar por el desierto, encontraron un día las cavernas de que os he hablado y se instalaron en ellas. El agua del Jordán, los frutos de una pequeña hortaliza que cultivaban en común, bastaban para llenar sus necesidades. Pasaban los días orando y meditando. De aquellas grutas surgían columnas de plegarias, que contenían con su esfuerzo la vacilante bóveda de los cielos próxima a desplomarse sobre los pecados del mundo. El sacrificio de aquellos desterrados, que ofrecían diariamente la maceración de sus carnes y la pena de sus ayunos a la justa ira de Dios, para aplacarla, evitaron muchas pestes, guerras y terremotos. Esto no lo saben los impíos que ríen con ligereza de las penitencias de los cenobitas. Y, sin embargo, los sacrificios y las oraciones de los justos son los clavos del techo del universo.
Al cabo de treinta años de austeridad y silencio, Sosistrato y sus compañeros habían alcanzado la santidad. El demonio, vencido, aullaba de impotencia bajo el pie de los santos monjes. Éstos fueron acabando sus vidas uno tras otro, hasta que al fin Sosistrato se quedó solo. Estaba muy viejo, muy pequeñito. Se había vuelto casi transparente. Oraba arrodillado quince horas diarias, y tenía revelaciones. Dos palomas amigas, traíanle cada tarde algunos granos y se los daban a comer con el pico. Nada más que de eso vivía; en cambio olla bien como un jazminero por la tarde. Cada año, el viernes doloroso, encontraba al despertar, en la cabecera de su lecho de ramas, una copa de oro llena de vino y un pan con cuyas especies comulgaba absorbiéndose en éxtasis inefables. Jamás se le ocurrió pensar de dónde vendría aquello, pues bien sabía que el señor Jesús puede hacerlo. Y aguardando con unción perfecta el día de su ascensión a la bienaventuranza, continuaba soportando sus años. Desde hacía más de cincuenta, ningún caminante había pasado por allí.
Pero una mañana, mientras el monje rezaba con sus palomas, éstas, asustadas de pronto, echaron a volar abandonándolo. Un peregrino acababa de llegar a la entrada de la caverna. Sosistrato, después de saludarlo con santas palabras, lo invitó a reposar indicándole un cántaro de agua fresca. El desconocido bebió con ansia como si estuviera anonadado de fatiga; y después de consumir un puñado de frutas secas que extrajo de su alforja, oró en compañía del monje.
Transcurrieron siete días. El caminante refirió se peregrinación desde Cesárea a orillas del Mar Muerto, terminando la narración con una historia que preocupó a Sosistrato.
—He visto los cadáveres de las ciudades malditas, dijo una noche a su huésped; he mirado humear el mar como una hornalla, y he contemplado lleno de espanto a la mujer de sal, la castigada esposa de Lot. La mujer está viva, hermano mío, y yo la he escuchado gemir y la he visto sudar al sol del mediodía.
—Cosa parecida cuenta Juvencus en su tratado De Sodoma, dijo en voz baja Sosistrato.
—Sí, conozco el pasaje, añadió el peregrino. Algo más definitivo hay en él todavía; y de ello resulta que la esposa de Lot ha seguido siendo fisiológicamente mujer. Yo he pensado que sería obra de caridad libertarla de su condena...
—Es la justicia de Dios, exclamó el solitario. — ¿No vino Cristo a redimir también con su sacrificio los pecados del antiguo mundo? —replicó suavemente el viajero, que parecía docto en letras sagradas. ¿Acaso el bautismo no lava igualmente el pecado contra la Ley que el pecado contra el Evangelio?...
Después de estas palabras, ambos entregáronse al sueño. Fue aquélla la última noche que pasaron juntos. Al siguiente día el desconocido partió, llevando consigo la bendición de Sosistrato; y no necesito deciros que, a pesar de sus buenas apariencias, aquel fingido peregrino era Satanás en persona.
El proyecto del maligno fue sutil. Una preocupación tenaz asaltó desde aquella noche el espíritu del santo. ¡Bautizar la estatua de sal, libertar de su suplicio aquel espíritu encadenado. La caridad lo exigía, la razón argumentaba. En estas luchas transcurrieron meses, hasta que por fin el monje tuvo una visión. Un ángel se le apareció en sueños y le ordenó ejecutar el acto.
Sosistrato oró y ayunó tres días, y en la mañana del cuarto, apoyándose en su bordón de acacia, tomó, costeando el Jordán, la senda del Mar Muerto. La jornada no era larga, pero sus piernas cansadas apenas podían sostenerlo. Así marchó durante dos días. Las fieles palomas continuaban alimentándolo como de ordinario, y él rezaba mucho, profundamente, pues aquella resolución afligíalo en extremo. Por fin, cuando sus pies iban a faltarle, las montañas se abrieron y el lago apareció.
Los esqueletos de las ciudades destruídas iban poco a poco desvaneciéndose. Algunas piedras quemadas, era todo lo que restaba ya: trozos de arco, hileras de adobes carcomidos por la sal y cimentados en betún... El monje reparó apenas en semejantes restos, que procuró evitar a fin de que sus pies no se manchasen a su contacto. De repente, todo su viejo cuerpo tembló. Acababa de advertir hacia el sur, fuera ya de los escombros, en un recodo de las montañas desde el cual apenas se los percibía, la silueta de la estatua.
Bajo su manto petrificado que el tiempo había roído, era larga y fina como un fantasma. El sol brillaba con límpida incandescencia, calcinando las rocas, haciendo espejear la capa salobre que cubría las hojas de los terebintos. Aquellos arbustos, bajo la reverberación meridiana, parecían de plata. En el cielo no había una sola nube. Las aguas amargas dormían en su característica inmovilidad. Cuando el viento soplaba, podía escucharse en ellas, decían los peregrinos, cómo se lamentaban los espectros de las ciudades.
Sosistrato se aproximó a la estatua. El viajero había dicho verdad. Una humedad tibia cubría su rostro. Aquellos ojos blancos, aquellos labios blancos, estaban completamente inmóviles bajo la invasión de la piedra, en el sueño de sus siglos. Ni un indicio de vida salía de aquella roca. El sol la quemaba con tenacidad implacable, siempre igual desde hacía miles de años; y sin embargo, esa efigie estaba viva puesto que sudaba. Semejante sueño resumía el misterio de los espantos bíblicos. La cólera de Jehová había pasado sobre aquel ser, espantosa amalgama de carne y de peñasco. ¿No era temeridad el intento de turbar ese sueño? ¿No caería el pecado de la mujer maldita sobre el insensato que procuraba redimirla? Despertar el misterio es una locura criminal, tal vez una tentación del infierno. Sosistrato, lleno de congoja, se arrodilló a orar en la sombra de un bosquecillo.
Cómo se verificó el acto, no os lo voy a decir. Sabed únicamente que cuando el agua sacramental cayó sobre la estatua, la sal se disolvió lentamente, y a los ojos del solitario apareció una mujer, vieja como la eternidad, envuelta en andrajos terribles, de una lividez de ceniza, flaca y temblorosa, llena de siglos. El monje que había visto al demonio sin miedo, sintió el pavor de aquella aparición. Era el pueblo réprobo que se levantaba en ella. Esos ojos vieron la combustión de los azufres llovidos por la cólera divina sobre la ignominia de las ciudades; esos andrajos estaban tejidos con el pelo de los camellos de Lot; ¡esos pies hollaron las cenizas del incendio del Eterno! Y la espantosa mujer le habló con su voz antigua.
Ya no recordaba nada. Sólo una vaga visión del incendio, una sensación tenebrosa despertada a la vista de aquel mar. Su alma estaba vestida de confusión. Había dormido mucho, un sueño negro como el sepulcro. Sufría sin saber por qué, en aquella sumersión de pesadilla. Ese monje acababa de salvarla. Lo sentía. Era lo único claro en su visión reciente. Y el mar... el incendio... la catástrofe... las ciudades ardidas... todo aquello se desvanecía en una clara visión de muerte. Iba a morir. Estaba salvada, pues. ¡Y era el monje quien la había salvado!
Sosistrato temblaba, formidable. Una llama roja incendiaba sus pupilas. El pasado acababa de desvanecerse en él, como si el viento de fuego hubiera barrido su alma.
Y sólo este convencimiento ocupaba su conciencia: ¡la mujer de Lot estaba allí! El sol descendía hacia las montañas. Púrpuras de incendio manchaban el horizonte. Los días trágicos revivían en aquel aparato de llamaradas. Era como una resurrección del castigo, reflejándose por segunda vez sobre las aguas del lago amargo. Sosistrato acababa de retroceder en los siglos. Recordaba. Había sido actor en la catástrofe. Y esa mujer, ¡esa mujer le era conocida!
Entonces una ansia espantosa le quemó las carnes. Su lengua habló, dirigiéndose a la espectral resucitada:
—Mujer, respóndeme una sola palabra.
— Habla... pregunta...
—¿Responderás?
—¡Sí, habla; me has salvado!
Los ojos del anacoreta brillaron, como si en ellos se concentrase el resplandor que incendiaba las montañas.
—Mujer, dime qué viste cuando tu rostro se volvió para mirar.
Una voz anudada de angustia, le respondió:
—Oh, no... ¡Por Elohim, no quieras saberlo!
—¡Dime qué viste!
—No... no... ¡Sería el abismo!
—Yo quiero el abismo.
—Es la muerte...
—¡Dime qué viste!
—¡No puedo... no quiero!
—Yo te he salvado.
—No... no...
El sol acababa de ponerse.
—¡Habla!
La mujer se aproximó. Su voz parecía cubierta de polvo; se apagaba, se crepusculizaba, agonizando.
—¡Por las cenizas de tus padres!...
—¡Habla!
Entonces aquel espectro aproximó su boca al oído del cenobita, y dijo una palabra. Y Sosistrato, fulminado, anonadado, sin arrojar un grito, cayó muerto. Roguemos a Dios por su alma.