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martes, junio 28, 2011

Melina Edith Torres Carranza: LETRAS PROFANAS

LETRAS PROFANAS
Melina Edith Torres Carranza

Inherencia

Inherente a mi alma,
El perfume de las hojas
Me envuelven en tu aroma de rosa.
Mercenaria es la letra
Que renace de mi alma.
Vida es la estrofa de la ilusión profana.
Letras impenetrables
Alertan la calma.
Destellos de mis fulgores
Me devuelven la esperanza.


I

La Esperanza, 
como villano regreso
Con él...
¿Hasta cuándo durará?
Si renazco con el sol
Y muero con la luna.
La noche eterna en la que
Duermes, habrá terminado
Despierta ya del sueño perplejo
Y nace de nuevo.
Ya no eres más la opción de falsedad.
La indulgencia no es más tu infundio.
La indulgencia no se extinguió,
¡Pues el rey ha regresado!




 II 

Y si alguien preguntara…
Yo pediría extinguir esta llama
Que arde dentro de mi ser.
Arde y alumbra como el sol de agosto.
Soñando con la luz perfecta, desfallezco.
Muere mi alma ante el porvenir inminente.
Desdicha, tormento, vuelo entre sueños
Ante la falacia creada por la flama.
Con piel joven y el corazón derretido
Suplico entre plegarias.
Ante la funesta verdad.
Déjame mirar una vez más
La extinta felicidad.

Jean Cocteau: Fiesta Inédita

Jean Cocteau - Fiesta inédita

De La corrida del 1 de mayo,
libro inédito del poeta y cineasta francés.

Íntimo amigo-enemigo de Picasso, el poeta, dramaturgo y cineasta francés Jean Cocteau (1889-1963) visitó España por primera vez en julio de 1953. Venía buscando la fuerza primitiva de un país que le resultaba tan exótico y salvaje como a los viajeros del XIX. No era, escribe, “un lugar poético y pintoresco [...]. Es un poeta”. Salvaje, fascinante y cruel. Como la Fiesta de los toros, que había descubierto gracias a Picasso en el sur de Francia. Seducido por Madrid, Barcelona y Granada, el 1 de mayo de 1954, en la Maestranza sevillana, una figura de la época, Dámaso Gómez, le brindó un toro. Y ese monterazo le inspiró La corrida del 1 de mayo, uno de los libros más encendidos y poéticos jamás escritos sobre la tauromaquia, dedicado precisamente a “Luis Miguel Dominguín y a Luis Escobar, para que me lo traduzca”.

Una anécdota de la Feria de Sevilla es el resorte que da origen a este texto. El 1 de mayo de 1954, último día de corridas, en las cuales nadie brindó ningún toro, Dámaso Gómez me brindó el suyo. Hasta el día siguiente no me enteré de que Domingo Ortega tenía previsto dedicarme uno de sus animales la víspera, pero no lo hizo por no considerarlo suficientemente digno. éste es el estilo español. Y, por otro lado, Gómez no homenajeaba a un extranjero de marca, sino a un poeta, ponía instintivamente entre las manos de un poeta, con su montera, su estrella de la suerte o de la mala suerte. Temible responsabilidad que no experimenté cuando me brindaron otros dos toros en Barcelona, y que iba a proporcionarme una ola de insólitas sensaciones.

Para que los lectores que quieran seguirme puedan comprender lo que me sucedió el 1 de mayo de 1954 en la plaza de toros de Sevilla, es indispensable, no sólo presumir de cierto privilegio, sino, al contrario, subrayar una facultad de no-yo que poseo, una aptitud de convertirme en el espectáculo al que asisto, hasta el punto de no existir más que en relación a dicho espectáculo.

Durante la corrida, que me sugería ideas confusas que no tenía intención de concretar, me encontraba tan fuera de lugar, un asiento en el tendido de piedra, como la toquilla negra del grupo dramático que, sobre mis rodillas, me envolvía como al objeto por medio del cual hacen sus viajes los mediums.
En un primer momento, sólo fui capaz de distinguir mi malestar al constatar el brusco silencio de un tribunal de cuarenta mil jueces, bajo cuyos ojos, un joven cura, mal informado sobre el sentido de los atributos de su sacerdocio, ponía en manos extranjeras el signo de un culto tan arraigado en el suelo de España como una mandrágora.

El caso es que la montera de Gómez se convirtió en una cuchilla peligrosa volando por encima de las cabezas y la mía debía ser la del espectador en el tendido que sirviera de diana, el rostro repentinamente aureolado de cuchillos. [...]

(Se preguntarán sin duda por qué envuelvo mi texto español con tanto celofán. Responderé que es para prevenir al lector contra esa malicia que consiste en colocar bajo la etiqueta de la fantasía a todo aquel que se mueve más allá de las normas. El celofán, cierta cantidad de cajas las unas escondiendo a las otras, es el método japonés, en el que cajita a cajita, llegamos a descubrir un pequeño accesorio de empleo enigmático.)

La España de Cocteau

Tan pronto duquesa invisible y monja sentada al órgano tocando Fleuve du Tage, como Pastora, como vestida de enfermera a los pies de mi caa, la Dama Blanca de las arenas movedizas del sueño me retiene en tu falso Mont Saint-Michel, Toledo, aureolado de pálidos rayos.

Tiene el ojo cansado, esta Castilla mía, y una mancha irisada en él, bajo el sombrío catafalco sobre el que una mano piadosa ha dejado todas las flores de la basura de la aurora, y estrecha un cuervo contra su pecho. Esta joven anciana, la mano en la cadera, a no ser que el brazo serpentee por encima de la cabeza haciendo el gesto de quien peina un viejo sueño -y esa plancha para la ropa que es el Escorial entre las manos de una horrible lavandera. Vuelve a poner su mano en la cadera y mira a través de una persiana de pestañas a ese Tajo sin un pliegue y a esta Castilla calva, otrora cubierta de espesa pelambre.

Frente a esta alta y altanera muralla en ruinas, cubierta de carteles de la Fiesta y pinta y repinta y embadurnada de sangre bajo un velo de luto, cualquier pluma retrocedería, ya fuera la del águila u otra plantada como una cuchara de oro en la misma cáscara de huevo pasado por agua del cráneo de los grandes de España.

Mucho me temo que debería cogerla por sus crines, a esta cabeza de mula, y recibir en plena cara sus cuatro cascos antaño plantados en el polvo de un camino donde los botijos derramaban una estrella de sangre cerca de un extraño joven, tumbado, lívido, y como bajo la luz de neón del paje de Orgaz en la dalia de su cuello. Esto me recuerda a aquella terraza, una noche, en el hotel de Algeciras. Veía, más abajo, a los chicos del camino ponerse, a modo de disfraz, el neón de las linternas sobre la cara y jugar a los entierros -llevando un cadáver sobre sus hombros. He visto estas y muchas otras cosas sorprendentes, evadido, no sin pena, en este plum-pudding de Gibraltar cuyas bocas de fuego son las pasas de Corinto. En resumen, las he visto de todos los colores, además del amarillo y del rojo y, especialmente, esa del esparadrapo graciosamente innoble, amordazando con una cruz rosa la boca, España, de tu herida.

No me atrevía a hurgar en esa papelera llena de hojas muertas todavía húmedas y cáscaras de mejillón y latas de conserva destripadas -levantar a patadas y a palos, un caballo tuerto, medieval, agualdrapado con felpudos de hotel tuerto.

Y, sin embargo, el Prado da tranquilidad, es una terraza de café donde se saluda a las obras maestras como si fueran famosos consumidores habituales, de mesa en mesa, con sus pintores que no escandalizaron a nadie, mientras que en Francia algunos imitadores de genio sí que lo hicieron. Y la noche de Madrid llena de corros infantiles. Y Barcelona enredada entre la cabellera de Gaudí y las barricas de Jerez donde duerme la sangre ferruginosa de los Reyes. El Escorial, su nicho profundo de reinas muertas, y la mujer barbuda y el catafalco o Montgolfière de los Infantes. Málaga, que nos mira con el ojo egipcio de sus barcas. Granada la pálida, que seca sus ropas a la luz de la luna, una granada semiabierta, sangrando y llorando a su poeta (por la boca de su herida). Y las ropas tendidas y las mandrágoras de ese jardín Theotocopuli, que echa la siesta en su brazo con forma de camino. Y los carabineros de Carmen peinados con un plumero de cuero cocido. Y ese aire que aún tiene Toledo de Cristo de los agravios, de toro que se arrodilla. Y sus postes telegráficos simulando un calvario, y la sangre de los botijos y el anillo de corteza de limón desenrollándose contra su cara fresca y el sueo fúnebre de una Castilla que sólo cierra un ojo por encima de los meandros de ese río en cuyo metal se bañan las espadas.

Y la reina de todas las Españas, cuyos brazos son cuellos de cisne, Pastora Imperio, de rodillas a los pies de mi lecho agonizante, anudando encantos en un pañuelo que desliza sobre mi almohada, un ojo puesto en mí, el otro en los toreros de pie, en silencio, sombrero en mano, apoyados en las paredes de mi estancia. Y el bello Alberto Puig separando con afectuoso empellón el racimo colgado del cuello de las pequeñas gitanas. Y la tarta de mi cumpleaños, incendiada sesenta veces, traída por los gitanos al club náutico de Barcelona y los parqués del club taconeados hasta el alba como el último coletazo de los peces en el fondo de las barcas.

¿Debería abandonarte, España, tan sólo habiéndote abordado?
No. Me quedo.

La Feria de Sevilla

Sevilla ofrece dos aspectos tan contrastados que uno llega a preguntarse, al adentrase en el viejo barrio, si cambiando de lugar no se cambia de tiempo, si el espacio-tiempo está inventando una nueva farsa y si una especie de Pompeya ha resistido al fuego de la tierra y el cielo, a las lavas que fluyen, a las cenizas grises que nos cubren.

Es cierto que, durante la Feria, una extensa zona de la ciudad nueva es un hervidero de trajes, jinetes y carros más acorde con la antigua ciudad. Fieros centauros de torso inflexible, coronados con el sombrero gris perla o negro, con esas jovencitas a la grupa, enganchadas al rodrigón que es el jinete, y cuya magnificencia altanera recuerda a un remolino de rosas (remolino de rosas contra la pared de los hombres graves, la mano en la cadera). Y la mano derecha igualmente en la cadera, las amazonas con tocas redondas de donde escapa el pañuelo, y las seis mulas con redecilla y penachos multicolores y todos esos pura sangre danzando, y las seguidillas alrededor, y las gitanitas mendigando y llevando bebés más pesados que ellas -bebés que parecen atados a sus cuerpos por la membrana de los monstruos de feria.

Fuera de la zona de verbena, los automóviles circulan a toda velocidad y transportan en sus tejados esos cestones de flores que son jóvenes mujeres. Pero en la ciudad antigua, nada se mueve, los autos no pasan, circulan algunos simones, salvo por las calles demasiado estrechas.

El barrio de Santa Cruz tiene de particular que no es una ciudad muerta y que los naranjos no perfuman ruinas. Sus jardines invisibles desbordan por las ventanas de fachadas tan limpias, tan elegantes, tan perfectas que se siente vergöenza. ¿Por qué funesto maleficio ha perdido el hombre esta gracia y este equilibrio? Es probable que la pequeña ciudad antigua y viva, embalsamada y perfumada, sea el reflejo de algunas almas que fueron tan bien construidas como ella, y que la incoherencia de nuestras ciudades modernas denuncie el desconcierto del que somos víctimas.

Esta fidelidad al estilo de los Infieles, ese carácter reservado de los patios musulmanes, ese aspecto inhabitado de las moradas árabes llenas de gente, donde pudiera parecer tan sólo viviese un chorrito de agua. Una casa velada como las mujeres moriscas, no deja entrever más que los ojos de sus ventanas. Y esas flores saliendo de las ventanas y esas lenguas de fuego y esos bustos de jovencitas gritando auxilio, forman semejante contraste con la indiferencia de la fachada, que no puedo dejar de seguir pensando en esas chicas de la Feria, recorriendo a toda velocidad las calles nocturnas, sentadas, como dije, en el tejado de los automóviles. Parece se hubieran caído de otra época -sin hacerse daño. [...]

Los tercios

¿La singularidad de una corrida no consiste en que incluso su principio es inconcebible? ¿Cómo? Se le exige a un animal que defienda una causa perdida con el pretexto de que no la sabe perdida de antemano. Le crían para ser engañado. Desde que entra en el ruedo la luz le ciega y se pregunta dónde diablos está. El torero ya ha dejado su casulla en uno de los balcones de sombra de la plaza, pero, despojado de este elemento sacerdotal, sigue siendo flor, y nuestras tristes modas no han podido marchitar su traje (vimos la última casulla blanca con rosas escarlata de Manolete en los dominios del célebre rejoneador, alcalde de Jerez, Álvaro Domecq).

Después, lejos, unos hombres agitan sus capas, hacia las cuales el toro arremete. Estos guiñoles empiezan temprano a gastarle la broma de esconderse en el burladero y a intrigarle con una punta de capa que asoma, como prueba de presencia humana. No estoy soñando, se dice el toro mientras se da media vuelta para encontrar otra capa lejana agitándose.

(Un apunte: el color de esta capa no tiene ninguna importancia. Basta con que se agite, y la Sociedad Protectora de Animales inglesa pecó de ingenuidad cuando exigió que en las corridas se sustituyese la muleta roja por una muleta verde. Fijémonos si no en cómo los monosabios con camisa roja se desviven, invisibles, alrededor de las maniobras del picador).

El toro se da de bruces con una segunda burla. La tercera y la cuarta le engañan todavía más, ya que el adversario permanece visible, pero el recuerdo de las cortinas fantasma le empuja contra una tela vacía tras la cual supone que se esconde el hombre, como tras el burladero. Desgracia para el hombre que no se escamotea suficientemente rápido. En Sevilla vi cómo a Miguel ángel, arrodillado, le entraba el pitón por la boca por descubrirse antes de tiempo.

En esta ocasión, el toro no es engañado; le presentan a un caballo, un verdadero caballo. Carne fresca cubierta por viejas gualdrapas. Un bravo Rocinante. Alguien con quien pelear. Pero la farsa se agrava. Mientras que el toro empitona las gualdrapas gastando fuerzas inocentemente, el picador le hunde nueve centímetros de pica cavando una herida de la que una señora dirá: “Es un agujero para poner las banderillas”. Flores en un florero, simplemente eso.

La farsa de las banderillas será menos dolorosa, pero las dianas de satén y oro que bailan ante el animal se escamotean después de haberle decorado con un feroz ramo de malvarrosas (salvo si el hombre no salta la barrera con rapidez, porque el adversario empieza a sospechar que se le toma el pelo).

Observo esta apariencia de piano desbocado, como un fantasma salido de una sustancia alucinógena, piano de cola y candelabros con el atroz teclado del caballo ciego al que se destripa, y que se completa no sólo por los cuernos de un pupitre en forma de lira y por los pequeños pedales, sino por la desmelenada cabellera de una especie de abad Liszt que planta furiosamente las banderillas con sus dedos en un lomo brillante bajo el sonido de una caballuna y atroz risa de una dentadura de viejo marfil.

Horror. Después de semejante desorden, intento recuperar el control aferrándome al cadáver de una realidad, no mucho más tranquilizadora, que busco entre las figuras distraídas de mis vecinos. Nuestra época de radio, de televisión, de revistas es una escuela de desatención. Nos enseñan a ver sin mirar, a oír sin escuchar.

El cuerpo arqueado, el pecho desafiante, los escarpines arrastrando por la arena, la muleta baja, como la cola de un traje de boda, el torero arrostra al embajador con un espléndido: “¡Ho, ho, toro!” La bestia, inmóvil, pasmada, escucha. Observa al extraño provocador. En este momento entra en escena el jefe que encandila, el que manda, que habla y que a veces se imagina oír una respuesta (le ocurrió a Joselito, hasta el punto de hacerle huir despavorido), el trámite litúrgico del sacerdote. Comienza la faena -serie de pases en la que el círculo del ruedo se reduce alrededor de la pareja hasta convertirse en un anillo de boda-. El pobre estafado comprenderá la trampa y se someterá como una víctima exigida por el oráculo griego.

¿Cómo puede ser que un sortilegio ifigenista no escandalice a nadie? ¿Por qué nuestros nervios son capaces de soportarlo y un pueblo entero lo suscribe? No podría ser si, para emplear una expresión común y oportuna, el pobre animal no “se lo echara todo a la espalda”. No podría ser sin un secreto que sacralizase un crimen en rito y lo hiciera trascender, secreto que me susurró al oído la corrida del 1 de mayo. [...]

Henri Bergson: El recuerdo del pasado

Henri Bergson - El recuerdo del pasado


Nos colocamos de golpe en el pasado: El recuerdo puro, más allá de la imagen 

¿Se trata de encontrar un recuerdo, de evocar un período de nuestra historia? Tenemos conciencia de un acto sui generis por el cual nos separamos del presente para volvernos a colocar en primer lugar en el pasado general, luego en una determinada región del pasado, trabajo de tanteo, análogo a la puesta a punto de un aparato fotográfico. Pero nuestro recuerdo permanece aún en estado virtual; de este modo sólo nos disponemos a recibirlo adoptando la actitud apropiada. Poco a poco, aparece como una nebulosa que se condensa; de virtual pasa al estado actual; y a medida que sus contornos se dibujan y que su superficie se colorea, tiende a imitar la percepción. Pero permanece adherido al pasado por sus profundas raíces y si, una vez realizado, no se resintiese de su virtualidad original, si no fuera, a la vez que un estado presente, algo que contrasta con el presente, jamás lo reconoceríamos como recuerdo... 

... La verdad es que jamás alcanzaremos el pasado si no nos colocamos en él de golpe. Esencialmente virtual, el pasado no puede ser captado por nosotros como pasado a no ser que sigamos y adoptemos el movimiento mediante e! que se abre en imagen presente, emergiendo de las tinieblas a la luz. En vano buscaremos la huella en alguna cosa actual y ya realizada; sería lo mismo que buscar la oscuridad bajo la luz. Ahí radica precisamente el error del asociacionismo: situado en lo actual, se agota en vanos esfuerzos por descubrir, en un estado realizado y presente, la señal de su origen pasado, por distinguir el recuerdo de la percepción, y por erigir en diferencia de naturaleza lo que de antemano ha condenado a no ser más que una diferencia de magnitud. 

Imaginar no es acomodarse. Indudablemente, un recuerdo, a medida que se actualiza, tiende a vivir en una imagen; pero lo recíproco no es cierto, y la imagen pura y simple no me llevará al pasado más que si he ido efectivamente a buscarlo en el pasado, siguiendo así el progreso continuo que le ha llevado de la oscuridad a la luz.

Bergson, Henri. Memoria y vida. II.  La memoria o los grados coexistentes de la duración. A) Principios de la memoria  [24].  Págs. 48-49. Alianza Editorial, Madrid 1977. Traducción de Mauro Armiño.

lunes, junio 20, 2011

Alicia Dorantes: El proyecto Pascua Lama

El proyecto Pascua Lama
Alicia Dorantes

Hablamos sobre los recursos naturales como si todo tuviera una etiqueta con el precio.
Pero no podemos comprar los valores espirituales en una tienda.
Las cosas que estimulan nuestro espíritu son intangibles: los viejos bosques, un río claro, el vuelo de un águila, el aullido de un lobo, el espacio y el silencio sin ruido de motores. Esos son los valores que las personas buscan y que todos necesitan.
George B. Schaller

Correos van y correos vienen. Los abrimos. Los leemos, pero la gran mayoría, los desechamos. Algunos vuelven y, vuelven como diciendo “Mírame; repara en mí. Soy verdaderamente importante. No me borres, reenvíame, es urgente que las personas me lean y recapaciten sobre lo que les estoy planteando. Nuestra madre tierra así lo pide. Así lo exige, a cambio de permitirnos seguir viviendo en su maravillosa superficie.
            Este correo me ha llegado una y otra vez, lo firmo, lo reenvío y lo olvido… pero hoy su voz es exigente. Reitera: Nuestra madre tierra así lo pide. El primero de estos, debo haberlo recibido hará unos tres años, lo que traduce que el problema se gestó sin lugar a dudas, mucho tiempo atrás.
¿De qué se trata este plan Pascua Lama? Pascua Lama es el primer proyecto minero binacional del mundo y consiste en desarrollar una mina de oro «a rajo abierto», ubicada a más de 4.000 metros  de altura, en la frontera de Chile con Argentina. Por el lado chileno, Pascua se ubica en la Provincia de Huasco, en la región de Atacama, mientras que por el lado argentino, Lama se sitúa en la Provincia de San Juan.
Enormes depósitos de oro, plata y otros minerales han sido encontrados bajo los glaciares que cubren su superficie. Para llegar hasta ellos será necesario fragmentar y destruir los glaciares -algo nunca concebido en la historia del mundo- además de hacer dos gigantescos huecos, cada uno tan grande como una montaña: uno para la extracción de los minerales, y otro, para colocar los jales, el deshecho de la mina.
Dicho proyecto lo maneja una compañía conocida como Barrick Gold. La operación está planeada por una multinacional de la cual es miembro George Bush padre... El gobierno Chileno ha aprobado el proyecto para que empiece este año. La única razón por la cual no ha iniciado aún, es porque los campesinos han obtenido un aplazamiento. Si se destruyen esos glaciares, no solamente destruirán la fuente de un agua esencialmente pura, si no que contaminarán permanentemente los dos ríos que alimentan las tierras cercanas, de tal forma, que nunca volverán a ser aptos para consumo de humanos, ni de animales, debido al uso de cianuro y ácido sulfúrico empleados en el proceso de extracción del mineral.
De lo ahí desenterrado, hasta el último gramo de oro será enviado a la multinacional extranjera y ni uno, ni un solo gramo, le quedará a la gente a quien le pertenece esa tierra. A ellos, a los vecinos chilenos y argentinos, sólo les quedará el agua envenenada y las enfermedades de ella derivadas. Los campesinos llevan mucho tiempo peleando por su tierra, pero no han podido recurrir a la TV por una prohibición del Ministerio del Interior.
Su única esperanza para frenar este proyecto es obtener ayuda de la justicia Internacional. El mundo debe enterarse de lo que está pasando en Chile... El lugar por donde empezar a cambiar el mundo es nuestro lugar.
Este hecho repetido una y otra vez, nos muestra la infinita avaricia de algunos seres humanos, y me remonta a mis días de infancia, cuando tanto en la escuela, como en la casa, escuchaba el mito del Rey Midas.
Midas en la mitología Griega era un rey que gobernaba el país de Frigia, y poseedor una gran fortuna. Vivía en un castillo circundado por un hermoso jardín de rosas y tenía una hija a la que amaba profundamente; su nombre era Zoe. Lo que hacía más feliz al rey, era la posesión del oro, todos los días contaba sus áureas monedas sólo por diversión. Cierta vez, Dionisio, dios de las festividades y las bacanales, llegó a Frigia; venía acompañado por Silenio -dios menor de la embriaguez-. Por lo largo del camino, ambos estaban cansados quedándose dormidos en el jardín de rosas.
Al reconocerlos el rey Midas, los invitó a pasar unos días en su palacio. Dionisio, agradecido por su gentileza le dijo que le cumpliría cualquier deseo que le solicitase, a lo cual Midas respondió “deseo que todo lo que toque se convierta en oro”. Dionisio le concedió su deseo.
A la mañana siguiente el rey Midas se despertó entusiasmado para comprobar si su deseo se había vuelto realidad. Extendió sus brazos tocando una mesita que de inmediato se transformó en oro. Corrió por todo su palacio tocando todos los objetos que tenía a su paso, Midas estaba feliz. Pero al momento de desayunar no pudo comer ni beber ya que todo se transformaba en oro. Entonces, comenzó a llorar. Su hija al escucharlo se acercó para consolarlo y al momento de abrazarlo la chica se convirtió en oro.
Midas desesperado, le pidió a Dionisio que le quitara el poder de transformar todo en oro. Dionisio entre atónito y divertido, le dijo que la única forma de revertir el don, era que él se lavara las manos en el rió Pactulo. Mientras lo hacía se percató que una infinidad de pepitas de oro se acumulaban en el rio. Después tomo una garrafa que llenó de agua y la vertió sobre su hija la cual volvió a la normalidad.
Dicen que el rey Midas para celebrar que su hija estaba bien, regaló todas sus riquezas materiales y fue a vivir a una cabaña. Sólo con su hija y sus rosas, valorando entonces el tesoro que en realidad poseía: el amor a Zoe.
La versión que mi padre me contaba, era menos Hollywoodense, ya que el «pobre Midas» murió de hambre y de sed, al no poderse llevar alimento alguno a la boca, ya que hasta el agua, se convertía en oro…
Pero volvamos al correo, motivo de estas líneas, que concluye con dos peticiones:
1. No rotundo a la explotación de la mina Pascua Lama, en la cordillera andina. Piden al gobierno Chileno que no autorice el proyecto Pascua Lama para proteger la totalidad de ambos glaciares, la pureza del agua de los ríos de San Félix y El Tránsito; la calidad de la tierra cultivable en la región de Atacama y la calidad de vida de la gente que habita la región.
2. Que las personas que reciban este mensaje, escriban a noapascualama@ yahoo.ca, para que sea remitido al gobierno Chileno.
3.   Finalmente, nos dicen: «Muchas gracias por tu atención, por favor, ¡apóyanos!
Me atrevo a agregar: la unión hace la fuerza. Ayudemos a nuestros hermanos chilenos y argentinos. Cuidemos nuestro Planeta Tierra… es el único que tenemos… y sin embargo, a diario lo dañamos.

Jorge Bucay: OBSTÁCULOS


OBSTÁCULOS
Jorge Bucay 

Voy andando por un sendero.
Dejo que mis pies me lleven.
Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae.
Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad. Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos.
Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa. 
Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide mi paso. Temo... dudo.
Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto... Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando.
Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo
Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos... Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo... y resisto.
Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho. Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado... descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños...
Me siento abatido... Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo. La ciudad está tan cerca... No dejaré que el muro impida mi paso.
Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire... De pronto veo, a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad.  
Me recuerda a mí mismo... cuando era niño.  
Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo?   
El niño se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a mí?
Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras... Los obstáculos los trajiste tú.

Ivonne Moreno Uscanga: Borges, la memoria, espejo del tiempo

BORGES , LA MEMORIA, ESPEJO DEL TIEMPO

Ivonne Moreno Uscanga

Todos aquellos lectores de Borges sabemos de su fijaciones por el tiempo, la dualidad entre la memoria y el olvido, la inmortalidad como trampa de los seres humanos en sí mismos y de los espejos como continuos narcisos de los siglos, pues tanto en su narrativa como en su poesía esto se reitera una y otra vez como principio y repeticiones de la HISTORIA.

A Jorge Luis Borges le ocupó la Historia, como el elemento catártico para establecer balances entre los hallazgos y descubrimientos de la ciencia y la conciencia filosófica y social de la naturaleza humana.
 Existen  quienes asocian a Borges como un narrador  oscuro, otros como un elevado erudito de la lengua española y además políglota, otros tristemente como un escritor inaccesible y por tal razón se lo pierden, pero partiendo de otras premisas en cuanto a sus variables relatísticas, podríamos decir es cierto Borges no es fácil, no obstante no se lo pierda, léalo.

  Borges no es de sencillo en cuanto a su estructura literaria, pero es un extraordinario compilador de ideas en prosa y en lírica y por ello sus propuestas son  dignas de   considerar para asomarse a un universo de posibilidades de recorrer, insisto al hombre por medio de un periplo cronológico, lo coloca  a la altura de los más acuciosos nivel de pensamiento.
Para conmemorar a los escritores el mayor tributo, es leerlos, saborearlos en distintas escalas valorativas y traerlos aunque no quieran como Borges, a la memoria, para sacarlos del olvido.

Una poesía me permite traer a colocación al escritor Argentino muerto en junio de 1986, y esta es la usada a guisa de prólogo del un libro capital a nivel religioso- ideológico el I Chin.
Leyendo este poema de matices metafísicos y simultáneamente ontológico...podemos realizar acciones como reflexionar y degustar a una de las mayores pluma de habla hispana:

El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer
no hay otra cosa que no sea una letra
silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo
quien se aleja de su casa ya ha vuelto
nuestra vida es la senda futura y recorrida
El rigor ha tejido la madeja
No te arredres
La ergástula es oscura
l firma trama de incesante hierro
pero en algún recorro de tu encierro
puede haber luz
una hendidura.
El camino es fatal como la flecha
pero en las gruitas está Dios que acecha.

En esta esquema prosístico y lírico, los contenidos de Borges antes mencionados están claramente subrayados: la fatalidad de un destino, lo dilucidamos en este poema “ el camino es fatal...” la ergástula oscura...” “... la firme trama... de incesante hierro” tendencia absorbida  por su notable apego a Occidente, para Borges existían tres culturas fundamentales: la griega, la romana y la judía.
Sin embargo admiró la fortaleza y capacidad mística de Oriente, fue uno de los principales traductores de Chuang Tse, y tal vez de esto arrancamos una esperanza, Dios.
Así el hombre, a pesar de ser entrampado por su circunstancia  tiene al tiempo...y este es un libro, además de un paraíso, pues para Borges, el mundo extra terrenal se asocia con libros...El Paraíso es una biblioteca... y con la escritura “...no hay otra cosa que no sea una letra...” recordemos El Aleph y su definición de literatura “ no es otra cosa que un sueño dirigido”.
Jorge Luis Borges es una escritor comprometido con el devenir, a pesar de su postura escéptica  con respecto al futuro. Y su compromiso estriba en el planteamiento histórico de sus fundamentos narrativos asociados con los grandes torrentes ideológicos: la Torá, la Biblia, el Corán, el Taoísmo.

Borges es un autor para leerse con detenimiento, con la paciencia de un tejedor a la manera de Penélope, con el silencio de un cartujo, con la argucia de un navegante del siglo XVI y con el espíritu de los libre pensadores de todos los siglos.
Insistimos el mejor homenaje a un escritor es volver a él por medio de su escritura, en el caso de Borges como en título  de algunos sus relatos Funes -El memorioso- El Inmortal, el eterno habitante de jardines cuyos senderos se bifurcan.

jueves, junio 16, 2011

Ivonne Moreno Uscanga: Carta para un Niño-Dragón

CARTA PARA UN NIÑO-DRAGÓN

( para Leopoldo Moreno Anitúa)

 Ivonne Moreno Uscanga

Hace un momento, como en muchos momentos desde el año 2000, año  de inicio de siglo y año del Dragón, criatura de cualidades extraordinarias como tú, te traigo a mi memoria.... te explico porqué...

Verás...en mi oficina tengo un auto de madera, pintado por ti...¿ lo recuerdas?
Me lo obsequiaste cuando te visité en México. Observo ese automóvil rojo con negro y pienso en ti y en mí, realizando un viaje, desde luego tú  conduces y ambos vamos platicando y riendo, comentando nuestras aventuras y travesuras, y guardando algunos silencios  cuando el aire sopla en nuestros rostros, pues llevamos las ventanillas abajo para disfrutar lo lindo del paisaje... belleza conjugada con lo grato de tu presencia...pues desde ese 25 de abril del año dragón, tu eres un fuego en mi vida, como en la vida de quienes están cerca de ti...
Cabe subrayar, el 25 de abril también es día del Apóstol Marcos, personaje  simbolizado en el mundo cristiano por un león, animal por demás emblemático, de cuya cualidad de la cual manifiestas cierto coraje, tal vez por añadidura onomástica.

Observo ese automóvil de madera ...y lo veo rodando entre montañas y árboles, un día soleado pero no caluroso, donde llegaremos a un sitio especial para comer...durante comida seguiremos charlando y mencionando hacia donde llegaremos, para visitar ese lugar fantástico tan deseado por los dos y ese sitio nos llevará a otro y a otro, pues las personas como nosotros nacimos para convertir los lugares en terrenos mágicos, para divertirnos y echar a volar nuestro mayor tesoro ... la imaginación

Es así como vienes a mi mente estos minutos...eres un ser alado y combatiente, das como el dragón el fuego necesario a tus cercanos... y vuelas hacia la envoltura de los sueños y deseos de las  personas próximas a tu piel y a tus ojos...estupendos atributos otorgados por Dios a tu cuerpo... teniendo al mismo tiempo,  la fuerza necesaria como felino de la buena nueva de esta centuria, para combatir a todas las batallas del desierto...

Mi fatigado corazón se regocija cuando te ve...cuando sabe de ti y te siente cerca...y ese mismo corazón te dice y escribe... te amo...pero es tu imaginación a través de ese automóvil de madera, el  lazo más fuerte contigo, por ello hoy como aquel 25 de abril y sus días consecutivos permaneceré cobijada en las plantas de tus pies pues son ellos son parte de tu piel y en el  color aceituna de tu mirada, cuyo fondo   se parece al punto de encuentro entre mar y el infinito...

Juan José Arreola: EL GUARDAGUJAS


EL GUARDAGUJAS
Juan José Arreola

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad:
-Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?
-¿Lleva usted poco tiempo en este país?
-Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.
-Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la fonda para viajeros -y señaló un extraño edificio ceniciento que más bien parecía un presidio.
-Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.
-Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.
-¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.
-Francamente, debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por favor...
-Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país así lo esperan; mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su patriotismo les impide cualquier manifestación de desagrado.
-Pero, ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?
-Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón.
-¿Me llevará ese tren a T.?
-¿Y por qué se empeña usted en que ha de ser precisamente a T.? Debería darse por satisfecho si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente un rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T.?
-Es que yo tengo un boleto en regla para ir a T. Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar, ¿no es así?
-Cualquiera diría que usted tiene razón. En la fonda para viajeros podrá usted hablar con personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes para todos los puntos del país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna...
-Yo creí que para ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo usted...
-El próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta para un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen extensos túneles y puentes, ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la empresa.
-Pero el tren que pasa por T., ¿ya se encuentra en servicio?
-Y no sólo ése. En realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los viajeros pueden utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea.
-¿Cómo es eso?
-En su afán de servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la vida de los viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos no son raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha previsto, añade a esos trenes un vagón capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de orgullo para los conductores depositar el cadáver de un viajero lujosamente embalsamado en los andenes de la estación que prescribe su boleto. En ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es otra de las previsiones de la empresa- se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles, allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido.
-¡Santo Dios!
-Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue a dar en un terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las obligadas conversaciones triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren.
-¡Dios mío, yo no estoy hecho para tales aventuras!
-Necesita usted ir templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No crea que faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa renunció definitivamente a la construcción del puente, conformándose con hacer un atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a afrontar esa molestia suplementaria.
-¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!
-¡Muy bien! Me gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre de convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el primer tren que pase. Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para impedírselo. Al llegar un convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado larga, salen de la fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces provocan accidentes con su increíble falta de cortesía y de prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de educación, y pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.
-¿Y la policía no interviene?
-Se ha intentado organizar un cuerpo de policía en cada estación, pero la imprevisible llegada de los trenes hacía tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicándose a proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados que les daban a cambio de esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros reciben lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.
-Pero una vez en el tren, ¡está uno a cubierto de nuevas contingencias?
-Relativamente. Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el caso de que creyera haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión. Para regular la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve obligada a echar mano de ciertos expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han sido construidas en plena selva y llevan el nombre de alguna ciudad importante. Pero basta poner un poco de atención para descubrir el engaño. Son como las decoraciones del teatro, y las personas que figuran en ellas están llenas de aserrín. Esos muñecos revelan fácilmente los estragos de la intemperie, pero son a veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales de un cansancio infinito.
-Por fortuna, T. no se halla muy lejos de aquí.
-Pero carecemos por el momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la posibilidad de que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren, suben, y al día siguiente oyen que el conductor anuncia: "Hemos llegado a T.". Sin tomar precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en T.
-¿Podría yo hacer alguna cosa para facilitar ese resultado?
-Claro que puede usted. Lo que no se sabe es si le servirá de algo. Inténtelo de todas maneras. Suba usted al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.
-¿Qué está usted diciendo?
En virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos espías, voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu constructivo de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla sólo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente saben sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la menor imprudencia, sería aprehendido sin más, pasaría el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarían a descender en una falsa estación perdida en la selva. Viaje usted lleno de fe, consuma la menor cantidad posible de alimentos y no ponga los pies en el andén antes de que vea en T. alguna cara conocida.
-Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.
-En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en el camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.
-¿Y eso qué objeto tiene?
-Todo esto lo hace la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber adónde van ni de dónde vienen.
-Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?
-Yo, señor, sólo soy guardagujas1. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de F., cuyo origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones, generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres: "Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual", dice amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren escapa a todo vapor.
-¿Y los viajeros?
Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales suficientes. Allí se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo con mujeres abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un pintoresco lugar desconocido, en compañía de una muchachita?
El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.
-¿Es el tren? -preguntó el forastero.
El anciano echó a correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se volvió para gritar:
-¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?
-¡X! -contestó el viajero.
En ese momento el viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de la linterna siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del tren.
Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.
FIN