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lunes, septiembre 26, 2011

Naguib Mahfuz: Una fotografía antigua


Una fotografía antigua
Naguib Mahfuz

Una idea, relampagueando de improviso, anunció el fin de su incertidumbre. Surgió cuando sus ojos tropezaron con una vieja fotografía escolar. Estaba preocupado por lo difícil que le resultaba encontrar algo original para la revista: el deber del periodista, la obligación de aportar cotidianamente novedades. Y de pronto le vino la inspiración. La foto llevaba colgada en el mismo sitio, en el cuarto de estar, más de treinta años; discreta, muda, difusa ya. Mas ahora parecía tener algo que decir.
Se concentró en la foto, apenas alterada por el paso del tiempo: su orla de Bachillerato en Letras, Instituto de Enseñanza Media de Giza, año 1928 ¿Cómo enfocar periodísticamente estos rostros juveniles?... ¿"Educación y vida"?... ¿"1928 y 1960"?... prometedor punto de partida, pero ¿cómo conseguir datos que sirvan de base a un buen artículo?
¡Cuántos años sin echar una mirada a aquella foto! ¡Cuántas cosas presentes en ella se fueron para no volver! ¡Aquellos tarbuses! ¡Aquellos profesores ingleses y franceses!
Una simple mirada le bastaba para recordar a cada uno, aunque hubiera olvidado sus nombres, y aunque desconociera el curso de su vida por completo: ninguno mantenía en la actualidad contacto con él, ni siquiera aquel chico inquieto que fue vecino suyo durante mucho tiempo.
Procedió a examinar los rostros despacio, comenzando por los de la fila superior. Pasó de largo dos que no le sonaban para detenerse en el que fue el as del equipo de fútbol y que encontró la muerte en un partido entre el Giza y otro instituto... Inolvidable accidente... se diría que su suerte está expresa de algún modo en la foto: ojos de brillo agresivo, arrogante, torcida la boca en un rictus de sonrisa...; hoy es sólo polvo.
Continuó su recorrido de rostro en rostro, hasta pararse en otro, rectangular, vigoroso... recordó la actitud del dueño de aquel rostro, en la escalera de la Secretaría de la Escuela, pronunciando un inflamado discurso con el que pretendía que se sumasen a una manifestación de protesta por el Estatuto del 28 de febrero.
Al lado, uno de aire distinguido que delataba la clase a la que pertenecía; en seguida le vino a la memoria su apellido, al-Mawardi, y lo anotó en su agenda. Seguro que le sería fácil dar con él, porque había sido una personalidad destacada en la política de hacía diez años. Será el primero a investigar.
Sus ojos continuaron deslizándose por los rostros sin que ninguno le dijera nada, hasta llegar a uno difícil de olvidar; fue el símbolo del alumno sobresaliente, con todo el poder de fascinación que esto tiene, el primero de la clase, el número uno siempre, el mejor del Instituto... ¡al-Aurafli!; ¡además de su fama le había quedado en la cabeza aquel raro apellido suyo! Había destacado en la Facultad de Derecho y había sido nombrado en seguida Fiscal de Distrito; por aquel entonces tal nombramiento fue sonado. No tendrá dificultades en dar con él dirigiéndose al Ministerio de Justicia Será el segundo eslabón de su artículo; al-Aurafli después de al-Mawardi.
Un nuevo rostro se destacó desafiante. Era de sangriento recuerdo: una pelea en el patio de la Escuela; del motivo no puede acordarse en absoluto.
Siguió pasando caras, calladas como piedras, hasta llegar a la provocativa fisonomía de su antiguo vecino Hamid Zahrán, hoy director de la Compañía La Pirámide Escalonada. Esbozó una sonrisa fría. He aquí a una figura de actualidad. Recordaba claramente cómo había dejado los estudios al suspender la Reválida, y que, con la enseñanza media solamente, se había incorporado al Ministerio de la Guerra. Había seguido en contacto con él hasta hacía diez años, cuando dejó de vivir en Abu Judà, al empezar a dedicarse al periodismo. Supo después que había renunciado a su empleo estatal para ocupar el puesto de secretario del director de La Pirámide Escalonada, y que más adelante había heredado el cargo de director con un sueldo de quinientas libras mensuales. Un verdadero milagro, si no se piensa en su locura o en su misma estupidez, de la que no le cabe la menor duda. De todos modos será un elemento significativo para su reportaje, que confía en que será de mucha calidad: dependerá más de su análisis que de las entrevistas con los anónimos personajes, ya que no importarán las individualidades, sino sus posiciones sociales. En fin, mejor será que deje las consideraciones hasta que tenga reunido todo el material.
Empezó por concertar una entrevista con Abbás al-Mawardi en su finca de Qulyub, tras informarse en el despacho que éste mantenía en la Plaza del Azhar, de que ahora residía allí. A la hora en punto cruzaba el paseo de entrada flanqueando por macetas de flores que llegaban hasta el recibidor. Era un artístico palacete de dos pisos rodeado por un parque, de dos feddans de extensión, plantado de mangós, naranjos y limoneros, emparrados; innumerables arriates en forma de cuadrados, círculos y triángulos; flores, maleza y arroyos. Y él allí, de pie, como un gigante, en medio de los campos que se extendían hasta el horizonte, se vio dominado por el silencio, la calma, la armonía. Creyó ver a lo lejos, en los bancales, cuerpos inclinados que parecían perdidos entre los sembrados y el espacio.
Abbás al-Mawardi le recibió luciendo una abba holgada, con su cara llena, sonrosada, pelo brillante en retirada sobre la gran cabeza redonda; su corpulencia le hacía muy semejante a una estatua tapada antes de su inauguración. Abbás le miró sonriente, con cierta expectación mezclada de cautela y curiosidad, dándole la bienvenida:
-¡Bienvenido, señor Husayn Mansur!
Se estrecharon las manos, se sentaron y añadió:
-Sigo tu actividad periodística con verdadero interés; siempre que leo algo tuyo, recuerdo que fuimos compañeros de Instituto, aunque no nos hayamos vuelto a ver desde que salimos de Giza.
Husayn replicó sonriendo:
-Nos vimos una vez de pasada en el Parlamento, allá por el cincuenta o el cincuenta y uno.
Frunció el entrecejo:
-¿Sí...?
Se entregaron durante un buen rato a los recuerdos del Instituto, hasta que Husayn le descubrió el objeto de su visita; entonces Abbás dijo cortante:
-¿No te parece mejor dejarme en paz...?
Pero Husayn le atajó con mucho ánimo:
-No estoy de acuerdo contigo; se trata de un estudio que será la primera piedra para reconstruir la trayectoria de toda una generación. Desde luego, no publicaré nada explícitamente a ti referido, sin haberlo sometido antes a su aprobación. Palabra de honor. Es más, acaso ni siquiera necesite mencionar ningún nombre.
No se negó, pero tampoco pareció muy contento. Su rostro era un enigma, hasta el punto de que Husayn Mansur se preguntaba con angustia qué podía pasarle, ¿le ha dolido este encuentro con todos los recuerdos que ha provocado? Aunque hoy sea rico, ayer fue millonario, sin duda, y su estrella política estaba en alza. Ganó honestamente las elecciones... en todas las hablillas se le nombraba como candidato al Ministerio a finales de 1950...
-Resido aquí habitualmente, por eso mi hijo, el que está en edad universitaria, vive en El Cairo con mi hermana. Yo no salgo de aquí casi nunca.
Los frenos de su lengua se habían relajado y confirmó extensamente que sí llevaba en persona la explotación de su tierra, utilizando las más modernas técnicas agrícolas. Habló de que le interesaba sobremanera la cría de ganado y aves de corral; de que para los ratos de ocio se había preparado una buena biblioteca, y de que había elegido como deporte y afición la equitación, en fin, que había creado un pequeño reino y que podía prescindir de los demás; más aún... ¡deseaba pasar allí la vida, sin salir de los limites de su propiedad!
Luego el periodista aludió a los campesinos de sus tierras.
-¡Yo soy un labrador más!, como lo fue mi padre. No me avergüenza trabajar con ellos, ¡son buena gente!
Husayn suscitó otra cuestión:
-¿No te has presentado como candidato por la Unión Nacional?
Pero su interlocutor sorteó la respuesta con habilidad:
-Muchos me lo han propuesto, pero aquí soy feliz.
Husayn imaginó aquella vida, medio salvaje, medio refinada, que ofrecía tantas compensaciones: la noche, la luna, el bar americano, el toque rústico...
-¿Y tus amigos de antes?
-¡Ah, esos! Los íntimos pasan en casa el fin de semana. De los demás no sé nada.
Rehusó seguir hablando de asuntos generales, y Husayn no insistió:
-¿No te apetece a veces ir al cine, por ejemplo?
-Tengo sala de proyección aquí, ¡sí!, ya ves que no me falta de nada.
Le alargó la foto escolar por si le sonaba alguno de los que había en ella. La examinó sonriendo. Al poco señaló su rostro:
-Alí Sulaymán, alcanzado por una bala en el pecho en tiempos de Sidqi. Después que se graduó se incorporó al Cuerpo Diplomático. Ha sido depuesto cuando la purga ministerial.
Husayn señaló la imagen de Hamid Zahrán. Al-Mawardi negó con la cabeza. Husayn le explicó:
-Es Hamid Zahrán, director de una Compañía, quinientas libras al mes.
Las cejas de su interlocutor dibujaron un ¿"de verdad"?; sus ojos brillaron entre escépticos y perplejos. El periodista dio por terminada la conversación.
En el Ministerio de Justicia encontró al que fuera primero de la clase, el señor Ibrahim al-Aurafli, Juez de Causas Criminales. Esperó ante el Juzgado hasta que el otro salió seguido de un ujier que corrió por un taxi. Husayn se acercó sonriente a al-Aurafli que le miró desorientado. De improviso le reconoció y le tendió la mano. Husayn le contó su propósito en líneas generales y al-Aurafli le invitó a comer en su casa. El taxi les llevó a la calle Maher. Entraron en un piso confortable, pero corriente en definitiva, cosa que sorprendió a Husayn, pero cuando se sentaron a la mesa ocho niños, de edades parecidas, poco más o menos, se le fue la sorpresa.
-Tu actividad periodística llama la atención, de verdad.
Le dio las gracias mientras echaba una mirada furtiva a su cuerpo enjuto y a sus ojos brillantes y cansados. ¡Qué buena vida se dio en la Escuela gracias a la fama de su extraordinaria valía!, y hoy no le conoce nadie fuera del Juzgado.
Cuando le pidió que hablara con detalle de su trabajo, al-Aurafli contestó vivamente: "Mi trabajo no tiene nada que ver con la Prensa... Cuando era Fiscal de Distrito, con motivo de un caso sonado, los periódicos quisieron sacarme a la luz, pero yo me negué. La fama no debe significar nada para un juez, pues los acusados, o son inocentes a los que se debe respetar, o desgraciados culpables a los que no hay por qué darles publicidad".
Husayn dijo muy seguro de sí:
-No temas a la Prensa, estoy solamente haciendo un estudio sobre Educación y Vida; si quieres, significaré tu nombre con una letra y puede ser que prescinda hasta de eso.
-Mejor será. Pero ¿qué estás buscando concretamente?
Le miró con ojo periodístico mientras tomaban café en el salón solos. De los niños no quedaba más que un murmullo que de vez en cuando traspasaba la puerta cerrada.
-Quiero saber tu opinión sobre nuestra generación y la actual, los problemas a los que tuviste que enfrentarte, la filosofía de tu trabajo y de tu vida.
Habló lentamente, con un resquicio de vergüenza. Se inclinaba a la generación pasada, como individualidades, y a la actual como filosofía. Parecía encantado con su profesión y la bendecía, a pesar de la continua entrega que reclama. Empezó a contar luego casos extraños que le habían surgido.
-Siempre fuiste el primero de todos nosotros.
-Y el primero en Bachillerato de todo el país.
Husayn pensó un poco y luego dijo:
-Se te ve satisfecho a pesar de todo.
-¿A pesar de qué?
Dijo con elegancia:
-Quien juzga la muerte de un ser humano...
Le interrumpió decidido:
-Mientras tenga la conciencia tranquila, no sabré qué es angustia.
-La verdad es que tu temple no es cosa corriente.
Rió a carcajadas:
-¡Considérame un sufí si quieres!
Los ojos de Husayn acusaron la sorpresa y se animó a indagar más sobre el particular. Pero el otro estaba arrepentido de lo que se le había escapado y se negó a añadir una sola palabra al respecto.
-Parece que vuestro trabajo es difícil.
-Nuestra vida transcurre entre legajos de problemas.
Daba la impresión de trabajar demasiado, como cuando era estudiante. ¡Vida recogida, lucha continua, ocho hijos y... Sufismo!
A pesar de todo, los funcionarios ven en la Justicia el Jardín del Edén.
Sonrió:
-¡Sí, el Paraíso es nuestro!
Le enseñó la foto escolar. La miró con interés. Husayn señaló a Hamid Zahrán:
-¿Recuerdas a éste?
-Ni lo más mínimo.
-Es Hamid Zahrán, uno de los que no consiguieron terminar el Bachillerato; ahora es director de una Compañía, gana quinientas al mes, ¿lo sabías?
Le miró como hubiese mirado un platillo volante. Husayn dijo:
-Creí que la noticia dejaría frío a un sufí como tú...
Se echaron a reír.
Le preguntó a continuación si recordaba a alguno de los de la foto. La recorrió con la mirada, posando luego el dedo sobre un rostro de la segunda fila: "Muhammad Abd al-Salam, escribiente de la Fiscalía, trabajó conmigo al principio en Abu Tig. Ahora no sé nada de él".
Husayn logró enterarse de que Muhammad Abd al-Salam trabajaba ahora en al-Minya y tuvo que trasladarse a al-Minya para encontrar a Muhammad Abd al-Salam en su último trabajo. Abd al-Salam le dio la impresión de tener, por lo menos, diez años más de los que en realidad tenía. Captó en su aspecto descuidado, su pelo blanco, revuelto, y sus encías melladas, un cierto aire de ruina. El buen hombre ni se acordaba de él, ni le convencieron sus pretensiones, hasta que le mostró la antigua fotografía. Se sentaron en el recibidor. Era un piso antiguo, lleno de críos.
-No reconozco a ninguno de los de la foto, llevo mucho tiempo sin parar en ningún sitio a causa de mi empleo.
A Husayn le dio un vuelvo el corazón, sintió una compasión y un respeto profundos por aquel hombre. Le preguntó cuál era su categoría como funcionario...
-Quinta desde hace un año. ¡Apunte usted eso! sería estupendo que publicase una foto de mi familia: ¡seis hijas y cuatro hijos! ¿Qué le parece?..., o mucho me equivoco o Dios le ha enviado aquí para sacarme de apuros.
Le prometió que intentaría hacer algo y condujo la conversación a los recuerdos del pasado; pero antes de entrar en materia tuvo que tomar buena nota de la familia. Señaló la imagen de Hamid Zahrán:
-Este compañero nuestro gana quinientas libras al mes.
La noticia le causó una enorme impresión; palideció:
-¿Qué hace?
-Es Director de una Compañía.
-¡¡Pero un Ministro no saca ni la mitad!!
-Son cosas distintas.
-¡¿Cómo y en qué las puede gastar?!
Husayn sonrió; la respuesta sobraba.
-¿Qué título tiene?
-Enseñanza media.
-¡Vaya! ¿Es una broma?
-De ninguna manera, un título no lo es todo.
-Entonces, ¿qué?, explícame cómo puede un hombre lograr esa oportunidad. ¡Está en la misma fila que yo en la foto!, dime, ¿cómo lo ha logrado?
Contestó conciliador:
-A veces interviene un factor llamado suerte.
El otro sacudió la cabeza con pena y dijo muy convencido:
-No existe en nuestro país, en justicia, un trabajo que merezca tal sueldo... y si lo hay, ¿por qué no llegamos a la Luna?
Husayn rió:
-De todos modos estáis mejor que millones y millones.
Protestó:
-¿Millones?, sí, lo sé, pero la cuestión es Hamid Zahrán.
Husayn no tuvo la menor dificultad en concertar una entrevista con su antiguo vecino Hamid Zahrán. Pero la Compañía no era un lugar apropiado para charlar como viejos amigos y le invitó a ir a su domicilio, en el Doqqi. Husayn contempló admirado el chalet, el edificio rodeado de árboles... y se acordó del palacete de Abbás al-Mawardi en la finca de Qulyub: admirable arquitectura, jardines frondosos, indicios de vivir bien... ¿Cómo será ahora su antiguo vecino?, de él no le queda más que la sensación de un cuerpo desmedrado y un rostro enfermizo... una sonrisa burlesca... recuerdos que de ninguna manera armonizan con este chalet ostentoso. ¡Que Dios tenga en su gloria los días de antaño, Hamid!, aquellos días en que te las ingeniabas para rapacear un céntimo y no lo soltabas luego aunque se pregonara a tambor. ¡Ojalá no nos hubiera separado el tiempo para poder analizar, codo con codo, la sucesión de seísmos humanos!
-¡Caramba, Husayn, cómo estás! ¿Dónde te has metido estos últimos años?
Su aspecto era tan impecable como el de su casa. Los esplendores del salón encandilaban la mirada... oros, espejos, obras de arte. El dueño aparecía joven, vigoroso, lleno de energías.
-Protesto de que vengas a verme por un motivo preciso. Estás en tu casa... espero que me felicitarás...
Se sentía molesto, pero contestó, muy a tono:
-No tengo excusa, discúlpame.
Hamid rió satisfecho. Se sumergieron en recuerdos largo rato; luego, Husayn puso manos a la obra. Evitó tocar temas que pudieran molestar al otro o fueran demasiado íntimos... la conversación se redujo a comentar el éxito, cómo lo logró, su manera de dirigir la Compañía... las opiniones que tenía sobre su generación, etc...
-Me ligaban al Director anterior relaciones profesionales, anteriores a su nombramiento de Director de la Compañía, y me nombró Secretario suyo, luego Jefe de su despacho; me eligió porque éramos antiguos conocidos...
(¡Antiguos conocidos! La realidad es que en la casa donde vivías antes habías puesto un salón de juego al que invitabas a tus jefes más destacados. No eres más que un oportunista hábil.)
-Aprendí todo, lo grande y lo menudo, trabajando de secretario suyo. Me relacioné con todos los que tenían algo que ver con la Compañía...
-Ahí está la diferencia entre el secretario torpe y el habilidoso...
-Mi jefe, el Director, me eligió para desempeñar su cargo cuando se marchó al extranjero...
-¡Bien por el nombramiento!... ¿Qué planes tienes para el futuro?
Se abandonó a la conversación y dio detalladas explicaciones. El periodista recogió un amplio resumen de lo que decía; mientras, podía observarle de cerca y grabar en la memoria sus ademanes y sus pausas. Cuando acabó la entrevista, se levantó Zahrán, dirigiéndose al interior de la casa:
-Ahora aguarda, voy a presentarte a mi mujer...
¡Fayqa... la antigua vecina! ¡Al fin ha conseguido vivir en la cumbre! Zahrán se casó con ella estando aún en el Bachillerato. Todos habían sido vecinos. El padre de ella, Amm Salama, era conductor de tranvías; le recordaba perfectamente. ¿Cómo se sentiría en semejante chalet?
Hamid Zahrán volvió, precedido de una deslumbrante joven de veinte años, rostro moreno, entre Oriente y Occidente... ¡nueva esposa!
Hechas las presentaciones, la conversación se desarrolló en inglés casi todo el tiempo. El rostro de Zahrán desbordaba satisfacción. ¿Dónde podría estar la otra? ¿Habría muerto? ¿Se habrían divorciado? Hay que aclarar este punto para que la imagen de Zahrán quede completa.
Del chalet se fue a la calleja al-Karmani, cerca de Bab al-Saria, donde vivía antes Amm Salama. A la entrada de la calleja preguntó por él y se enteró de que había muerto algunos años antes y de que su hija Fayqa había puesto una tienda, un estanquillo con venta de caramelos en los bajos de su casa. Se acercó emocionado, no quería que ella le viera antes que él a ella... Estaba sentada detrás del mostrador y no alcanzó a ver más que su cara y su cuello... fumaba un cigarrillo y su rostro, lo mismo que el de Abd al-Salam, el escribiente de al-Minya, le dio la impresión de pertenecer a una persona diez años mayor. Parecía acobardada y abandonada a su destino. Recordó que había sido un deleite para la vista, y que había estado llena de vitalidad y esperanza. Sintió que lo más noble de su alma le dedicaba una elegía de admiración.
Se fue de la calleja al-Karmani emocionado y triste. Pasó revista a los materiales que había conseguido, los sopesó en un análisis primario, y se preguntó:
-¿Qué conclusiones sacar de esta vieja fotografía?

Gabriel Fuster: Otra tuerca de vuelta

OTRA TUERCA DE VUELTA
 Gabriel Fuster

Mediten sobre el susto más grande que hayan tenido en su vida.
Yo puedo asegurarles que el momento que lo piensan, el incidente les provoca escalofríos bajando por la nuca, la piel cambia a un traje fusilado, ocurre la aceleración del ritmo cardíaco, hiperventilación, incontinencia, centellear de formas y colores delante de los ojos y desmayo. La bilirrubina sale a chorros en el solo de aquella gaita del hígado y los niveles de glucosa aumentan a permitir que el terror sea más dulce. Pensar, pensar, pensar interminablemente en lo trágico cotidiano, bajo el beneplácito del día. O ahondar más allá de la noche plural en que Piranesi, Fuseli, Goya y El Bosco permiten que sus vigilias demenciales se adueñen del mundo. Por mi parte, debo admitir una pequeña lista de mórbidos temores, que van desde contraer el mínimo virus de fiebre Lassa en un saludo de mano hasta nombrar mil cosas aterradoras que deben habitar en la obscuridad. El miedo es una especie de espejo y cuando una mentira se mira en él, descubre verdades literalmente desfiguradas. Dicen que, de la caja de Pandora, lo último que se miró en el fondo fueron las envolturas vacías de sus chocolates y un día de estos, todo el mundo despertará de enterrado en vida y abrazará la máxima de tenerle miedo al miedo, con el mismo afecto que siente una madre por el más feo de sus hijos. Hewlett-Packard Lovecraft probó su eficacia ante las pesadillas que encierran otras pesadillas. Su mente esquizoide y mística era adversa a todo lo normal. Lo desconocido lleva a sentir las más fuertes erecciones, porque los demás pelos postizos se levantan con episodios de electricidad estática, pero son los pequeños temores infundados los que provocan clamorosas descalificaciones, tales como tener el perro Doberman de tu vecino ladrando y corriendo hacia ti, el encontrar un francotirador apuntando a tu ventana y acertando en el pecho con su mira láser, el recibir al fisco investigando tus cuentas bancarias cinco años atrás, el arriesgar tu combinación de torre y alfil en un partido de ajedrez con la muerte o el buscar ánimos para sacar a bailar a la Lupita. Un letrero indica conservar la calma. No estaría mal un libro de primeros auxilios para miedosos.
Imagine ahora que llega a casa de noche. Quizás regresa de una fiesta, una venta nocturna, una cena de negocios o de trabajar horas extras en la oficina. Te preparas para dormir, agradecido de quitarte los zapatos. A punto de hundirte en el profundo sueño, una leve carrera rodea la casa y abre tus ojos de golpe. Gira la perilla de la conciencia un poco, se congela la respiración. Según un tácito acuerdo, los intrusos no pueden transitar el segundo nivel de la casa, mientras los dueños se hallan en su interior. Los más finos, logran que el perro desvelado no le cambie de canal al televisor. Ay, etapa de conflicto con la obscuridad, el actual color que combina con la decoración del cuarto. La hipocondría, mala consejera, previene que si les tiene miedo a los ladrones, piénselos desnudos. Esto colma la limpidez en el ojo que no quiere mirar. Por ejemplo, si les tiene miedo a los payasos o los piratas o los fantasmas, piénselos desnudos y tocando unas maracas. Ahí se detiene el apostrofe, porque si les tiene miedo a las modelos en las páginas centrales de Playboy, piense en los doce minutos que Houdini podía pasar sin respirar bajo el agua y regrese a dormir. Pasado un minuto, todos roncan, apretados codo con codo, oponiendo la música de las tuberías al sorbo del vaso en el buró y enderezándose con una sacudida de almohada. Guarda la cama la escasa cordura en el descanso de la gente, al contrario del frío, y sepultada por gruesa manta, al momento siente inesperados cosquilleos en la mejilla. Tu conciencia alcanza a percibir al monstruo con tres pares de patas espinosas y largas escurrirse bajo la ropa del camisón. Saltas de la cama, levantas el juego de sábanas y el negro invasor vuela en espirales a tu dirección. Gritas y repliegas una danza salvaje de terror. Te escondes dentro del closet, esperando que no te persiga. Tu pareja salta a la acción. Él sabe lo que debe de hacer, ya ha tenido este alboroto con anterioridad. Peor todavía, teniendo los sollozos delante de su madre, mientras ella daba vueltas al colchón que halló escondite el ratón que colecta los dientes de leche y acertó a meterse en sus calzones, acostumbrado al arraigo oliscón. Ciertamente, todo es uno y lo mismo en medido sobresalto, pero nos pesa el ajetreo de otras épocas en las que los caracoles cónicos triturados en un frasco de farmacia podían envenenar el mundo entero, para cerrar la puerta de inmediato, tomar el zapato y matar a la cucaracha sin misericordia. Flomp, flomp, flomp, squish. Finita. ¿Llegará el día que despierte convertida en Gregorio Samsa? Es un misterio.  
El acto heroico se desvanece en un bostezo de flores muertas.
No del todo, porque eres de las personas que a medio sueño se dan cuenta que quieren despertar y no pueden. Hablas a tu compañero noctámbulo y el aire niega tus palabras, aunque hay una especie de ventriloquia con la luna claveteada a la noche silenciosa, que pone un aplauso en aquellos oídos algodonados a manera de alerta.
La reacción en la otra persona es inmediata, los hombros se levantan, el cuello se hunde. Mira de reojo encima suyo, mientras el rostro adquiere una mueca japonesa. En realidad no sabe qué mirar. ¿Qué cosa es? ¿Lo tengo en el hombro? ¿Es un loro? ¿Un vampiro? ¿Otra cucaracha?
Observa tus señas y espera mayor información.
-Traes un ángel de la guarda en la espalda de la pijama. Si lo tocas con la punta de la lengua, no te dejará dormir.
Eso si es terrible.
Afirmar que las mariposas negras son ángeles te lleva a ser internado en una clínica. Pobre miedosa, es probable que aún encerrada bajo llave, te sientas insegura y sin los auxilios deliberadamente ambiguos y góticos de la puerta de los cien pesares. No es cierto, como todos los agentes corrosivos, la creencia de sentirse por encima del maniquí inadvertido como el cristal y teniendo tu urgente camisa de fuerza en el aparador de los cien entusiasmos, debe servir para procurar otra vuelta de tornillo a tu locura, antes que los enfermeros irrumpan violentamente por detrás de tus párpados apenas cerrados y detengan toda suerte de borrado del maniqueísmo. En el saludo, alguien más penetre, pues, el latido de tus sienes, sosteniendo el Confucionismo multiplicador de las confusiones. Yo pienso que cuando juntas miedo y superstición en un tubo de ensayo y lo agitas, malas cosas suceden. No importando que no hayamos alcanzado a atinar al susto más paralizante y universal en el vasto catálogo que nos rodea, nuestras cucarachas y ratones sobrevivirán al mismo Behemoth heliotropo y Leviathan, para alivio de quienes condescendemos con estas películas chafas de los 50s que asestan bombas atómicas y trastornan a los biólogos con la corrupción de la carne, como si de las aspas del ventilador del verano se tratasen, porque mirar a las intimidantes fuerzas de la naturaleza salir del closet, es ahora parte de la mitología gay. 

Alicia Dorantes: Nueva York, aquel martes 11 de septiembre...

Si bien un poco pasada la fecha, nos ha parecido interesante publicar esta reflexión de Alicia, en la que nos muestra que la memoria no sabe de fechas ni tampoco pondera algunas mediáticas a morir (Torres Gemelas), y olvida aquellas cuya ignominia sigue presente en el corazón de muchos (Salvador Allende). (I.G.)


Nueva York, aquel martes 11 de septiembre...
Alicia Dorantes*
Los pueblos son grandes, no por el tamaño de su territorio, ni por el número de sus habitantes. Ellos son grandes, cuando sus hombres tienen conciencia cívica y fuerza moral suficiente, que los haga dignos de civilización y cultura.
Víctor Hugo
Queridos niños:
Aun sabiendo lo pequeño que son, sobre todo para comprender estas líneas, necesito escribírselas para relatarles los trágicos sucesos de aquel martes negro... vergüenza de la humanidad pensante. Cuando pasen los años y las lean, intenten comprender lo que sucedió, pero es muy probable que ni ese día, ni en los que sigan, puedan hacerlo ¿Por qué? Imagínense chiquitos, que aún a mi edad, me resulta imposible concebirlo.
Recuerdo bien que esa esplendorosa mañana desperté con una cierta nostalgia. Tal vez recordando que ya de por sí, se vivía una fecha cargada de luto, traición y cobardía. Una fecha de deshonor, y afrenta para el mundo entero. La fecha en que Salvador Allende, entonces Presidente de nuestro hermano país del cono sur, Chile, y sus sueños de libertad, fueron vilmente silenciados, asesinados por orden del general Augusto Pinochet. Desde entonces, cada año lo recuerdo con pesar.
En días previos a estos sucesos, me encontraba leyendo un pequeño, pero interesante libro, escrito por el doctor Federico Ortiz Quesada, que tituló «El diario de un Médico». En él analizaba algunos de los acontecimientos sobresalientes, año por año, a partir de 1950 al presente, sin omitir, por supuesto, los galardonados con los Premios Nobel de Literatura, Medicina y Fisiología. En esas líneas él lamenta que anualmente las anheladas preseas se le otorguen a quienes realizan investigación básica, que si bien es un hecho loable, excluye a los galenos que practican la medicina clínica con generosidad y humanismo. Con ética. Pareciese que esos atributos en nuestra sociedad moderna, rica en alta tecnología, carecieran de valor o hayan perdido vigencia.
A cada año el doctor Ortiz Quezada le llama de una forma diferente. Por ejemplo a 1991, lo define como «El Año sin reflexión». Después de comentar la fragmentación de la URSS y las luchas intestinas de los Estados Bálticos: Lituania, Letonia y Estonia, por recuperar la soberanía usurpada, prevé un gran choque de culturas. Ese mismo año, Estados Unidos de Norte América llevó a cabo la operación bélica contra Iraq, conocida como «Tormenta del Desierto». En una conflagración de tan sólo seis semanas, nuestros vecinos del norte arrasaron con el país árabe. Geoge Bush, padre, dijo al mundo aquel 28 de febrero: «Kuwait ha sido liberado, el ejército iraquí, derrotado». Bush, en su país y sólo ahí, fue aplaudido… En Iraq, Sadam Hussein convenció a sus coterráneos de que: «los demonios habían sido derrotados». Concluye el doctor Ortiz diciendo: «El combate entre tecnología y creencias». Diez años habían transcurrido desde tan sanguinarios sucesos...

Volvamos a la mañana del 11 de septiembre que ahora les relato; mañana diáfana y tranquila. El cielo era tan azul en Veracruz, como Nueva York, como en Bali o en Yacarta. Esa, como todas las mañanas en los últimos treinta y seis años de mi vida profesional, me dirigí a la Facultad de Medicina a impartir la clase de endocrinología. Era poco antes de las nueve de la mañana. Ingresaba al edificio, cuando un médico también catedrático y amigo de siempre, me dijo entre excitado e incrédulo:
—Ve a la sala de maestros.  Los terroristas están atacando a Nueva York.
Como autómata y aún sin entender lo que me decía, me dirigí a la mencionada sala. De pie, atónitos, frente a la pantalla de la televisión, había una veintena de maestros. Faltaban cinco minutos para las nueve... Sin saber qué pasaba con exactitud, me percaté de que Las Torres Gemelas, símbolo y emblema de la ciudad de los rascacielos, no eran las mismas. La Torre Sur estaba en llamas. Una columna de humo, de color gris muerte, ascendía hasta perderse en la bóveda celeste.
Creí que era una película de ficción; de terror. Sin embargo, en la esquina superior derecha de la pantalla parpadeaba un letrero: En vivo. Súbitamente, ignoro por dónde, apareció un avión y cruzó el firmamento. Un avión de pasajeros que, sin previo aviso, desvió su trayectoria y se introdujo de pleno en el cuerpo de la Torre Norte. Siguió a esto una terrible explosión. Fuego, destrucción y muerte. En fracción de segundos... la segunda torre había sido mortalmente herida ¿Minutos, segundos? ¿Quién puede precisar? La nube de fuego, acero, cemento, polvo, gritos ahogados, llanto no escuchado, devastación y muerte... comenzó a ascender, envolviendo la parte superior del edificio, mientras que la primera torre, agonizante y rota, cayó pesadamente sobre sí misma, colapsando el resto de la majestuosa construcción. Entre la densa nube de destrucción, vimos descender la gran antena... luego... todo fue gris... Era la cara misma de la muerte. Poco después caería la segunda torre.
En verdad les digo, pequeños... seguí creyendo que se trataba de una de las tantas películas de violencia y terrorismo, que son el deleite del pueblo americano. Su gobierno ha enseñado a matar y a destruir pueblos enteros, generalmente a los débiles, carentes de armamento bélico o a los que tienen tesoros ocultos, aunque estos sean tan negros como el petróleo. Por eso son poderosos: los amos del mundo, de vidas y destinos... Los romanos del presente.
Para entonces, pasaban unos minutos de las nueve. Todo había sido tan rápido... tan difícil de comprender… pero mis alumnos, los médicos del mañana, me esperaban en el salón de clases y la vida... ¡la vida!... afortunadamente para nosotros, continuaba. Teníamos que seguir su paso, no sin dejar de pensar: ¡Qué mundo de locos les estamos heredando, pequeñitos míos!   

* Alicia Dorantes es colaboradora de este blog, autora de tres libros publicados en estos dos últimos años, y columnista del diario IMAGEN de Veracruz, del cual hemos tomado este escrito con permiso de la autora.

miércoles, septiembre 21, 2011

Italo Calvino: El jardín encantado

El jardín encantado

Italo Calvino 


Giovannino y Serenella caminaban por las vías del tren. Abajo había un mar todo escamas azul oscuro azul claro; arriba un cielo apenas estriado de nubes blancas. Los rieles eran relucientes y quemaban. Por las vías se caminaba bien y se podía jugar de muchas maneras: mantener el equilibrio, él sobre un riel y ella sobre el otro, y avanzar tomados de la mano. 0 bien saltar de un durmiente a otro sin apoyar nunca el pie en las piedras. Giovannino y Serenella habían estado cazando cangrejos y ahora habían decidido explorar las vías, incluso dentro del túnel. Jugar con Serenella daba gusto porque no era como las otras niñas, que siempre tienen miedo y se echan a llorar por cualquier cosa. Cuando Giovannino decía: “Vamos allá”, Serenella lo seguía siempre sin discutir.
¡Deng! Sobresaltados miraron hacia arriba. Era el disco de un poste de señales que se había movido. Parecía una cigüeña de hierro que hubiera cerrado bruscamente el pico. Se quedaron un momento con la nariz levantada; ¡qué lástima no haberlo visto! No volvería a repetirse.
-Está a punto de llegar un tren -dijo Giovannino.
Serenella no se movió de la vía.
-¿Por dónde? -preguntó.
Giovannino miró a su alrededor, con aire de saber. Señaló el agujero negro del túnel que se veía ya límpido, ya desenfocado, a través del vapor invisible que temblaba sobre las piedras del camino.
-Por allí -dijo. Parecía oír ya el oscuro resoplido que venía del túnel y vérselo venir encima, escupiendo humo y fuego, las ruedas tragándose los rieles implacablemente.
-¿Dónde vamos, Giovannino?
Había, del lado del mar, grandes pitas grises, erizadas de púas impenetrables. Del lado de la colina corría un seto de ipomeas cargadas de hojas y sin flores. El tren aún no se oía: tal vez corría con la locomotora apagada, sin ruido, y saltaría de pronto sobre ellos. Pero Giovannino había encontrado ya un hueco en el seto.
-Por ahí.
Debajo de las trepadoras había una vieja alambrada en ruinas. En cierto lugar se enroscaba como el ángulo de una hoja de papel. Giovannino había desaparecido casi y se escabullía por el seto.
-¡Dame la mano, Giovannino!
Se hallaron en el rincón de un jardín, los dos a cuatro patas en un arriate, el pelo lleno de hojas secas y de tierra. Alrededor todo callaba, no se movía una hoja. “Vamos” dijo Giovannino y Serenella dijo: “Sí”.
Había grandes y antiguos eucaliptos de color carne y senderos de pedregullo. Giovannino y Serenella iban de puntillas, atentos al crujido de los guijarros bajo sus pasos. ¿Y si en ese momento llegaran los dueños?
Todo era tan hermoso: bóvedas estrechas y altísimas de curvas hojas de eucaliptos y retazos de cielo, sólo que sentían dentro esa ansiedad porque el jardín no era de ellos y porque tal vez fueran expulsados en un instante. Pero no se oía ruido alguno. De un arbusto de madroño, en un recodo, unos gorriones alzaron el vuelo rumorosos. Después volvió el silencio. ¿Sería un jardín abandonado?
Pero en cierto lugar la sombra de los árboles terminaba y se encontraron a cielo abierto, delante de unos bancales de petunias y volúbilis bien cuidados, y senderos y balaustradas y espalderas de boj. Y en lo alto del jardín, una gran casa de cristales relucientes y cortinas amarillo y naranja.
Y todo estaba desierto. Los dos niños subían cautelosos por la grava: tal vez se abrirían las ventanas de par en par y severísimos señores y señoras aparecerían en las terrazas y soltarían grandes perros por las alamedas. Cerca de una cuneta encontraron una carretilla. Giovannino la cogió por las varas y la empujó: chirriaba a cada vuelta de las ruedas con una especie de silbido. Serenella se subió y avanzaron callados, Giovannino empujando la carretilla y ella encima, a lo largo de los arriates y surtidores.
-Esa -decía de vez en cuando Serenella en voz baja, señalando una flor.
Giovannino se detenía, la cortaba y se la daba. Formaban ya un buen ramo. Pero al saltar el seto para escapar, tal vez tendría que tirarlas.
Llegaron así a una explanada y la grava terminaba y el pavimento era de cemento y baldosas. Y en medio de la explanada se abría un gran rectángulo vacío: una piscina. Se acercaron: era de mosaicos azules, llena hasta el borde de agua clara.
-¿Nos zambullimos? -preguntó Giovannino a Serenella.
Debía de ser bastante peligroso si se lo preguntaba y no se limitaba a decir: “¡Al agua!”. Pero el agua era tan límpida y azul y Serenella nunca tenía miedo. Bajó de la carretilla donde dejó el ramo. Llevaban el bañador puesto: antes habían estado cazando cangrejos. Giovannino se arrojó, no desde el trampolín porque la zambullida hubiera sido demasiado ruidosa, sino desde el borde. Llegó al fondo con los ojos abiertos y no veía más que azul, y las manos como peces rosados, no como debajo del agua del mar, llena de informes sombras verdinegras. Una sombra rosada encima: ¡Serenella! Se tomaron de la mano y emergieron en la otra punta, con cierta aprensión. No había absolutamente nadie que los viera. No era la maravilla que imaginaban: quedaba siempre ese fondo de amargura y de ansiedad, nada de todo aquello les pertenecía y de un momento a otro ¡fuera!, podían ser expulsados.
Salieron del agua y justo allí cerca de la piscina encontraron una mesa de ping-pong. Inmediatamente Giovannino golpeó la pelota con la paleta: Serenella, rápida, se la devolvió desde la otra punta. Jugaban así, con golpes ligeros para que no los oyeran desde el interior de la casa. De pronto la pelota dio un gran rebote y para detenerla Giovannino la desvió y la pelota golpeó en un gong colgado entre los pilares de una pérgola, produciendo un sonido sordo y prolongado. Los dos niños se agacharon en un arriate de ranúnculos. En seguida llegaron dos criados de chaqueta blanca con grandes bandejas, las apoyaron en una mesa redonda debajo de un parasol de rayas amarillas y anaranjadas y se marcharon.
Giovannino y Serenella se acercaron a la mesa. Había té, leche y bizcocho. No había más que sentarse y servirse. Llenaron dos tazas y cortaron dos rebanadas. Pero estaban mal sentados, en el borde de la silla, movían las rodillas. Y no lograban saborear los pasteles y el té con leche. En aquel jardín todo era así: bonito e imposible de disfrutar, con esa incomodidad dentro y ese miedo de que fuera sólo una distracción del destino y de que no tardarían en pedirles cuentas.
Se acercaron a la casa de puntillas. Mirando entre las tablillas de una persiana vieron, dentro, una hermosa habitación en penumbra, con colecciones de mariposas en las paredes. Y en la habitación había un chico pálido. Debía de ser el dueño de la casa y del jardín, agraciado de él. Estaba tendido en una mecedora y hojeaba un grueso libro ilustrado. Tenía las manos finas y blancas y un pijama cerrado hasta el cuello, a pesar de que era verano.
A los dos niños que lo espiaban por entre las tablillas de la persiana se les calmaron poco a poco los latidos del corazón. El chico rico parecía pasar las páginas y mirar a su alrededor con más ansiedad e incomodidad que ellos. Y era como si anduviese de puntillas, como temiendo que alguien pudiera venir en cualquier momento a expulsarlo, como si sintiera que el libro, la mecedora, las mariposas enmarcadas y el jardín con juegos y la merienda y la piscina y las alamedas le fueran concedidos por un enorme error y él no pudiera gozarlos y sólo experimentase la amargura de aquel error como una culpa.
El chico pálido daba vueltas por su habitación en penumbra con paso furtivo, acariciaba con sus blancos dedos los bordes de las cajas de vidrio consteladas de mariposas y se detenía a escuchar. A Giovannino y Serenella el corazón les latió aún con más fuerza. Era el miedo de que un sortilegio pesara sobre la casa y el jardín, sobre todas las cosas bellas y cómodas, como una antigua injusticia.
El sol se oscureció de nubes. Muy calladitos, Giovannino y Serenella se marcharon. Recorrieron de vuelta los senderos, con paso rápido pero sin correr. Y atravesaron gateando el seto. Entre las pitas encontraron un sendero que llevaba a la playa pequeña y pedregosa, con montones de algas que dibujaban la orilla del mar. Entonces inventaron un juego espléndido: la batalla de algas. Estuvieron arrojándoselas a la cara a puñados, hasta caer la noche. Lo bueno era que Serenella nunca lloraba. 

Ignacio García: Desde "Cuaderno del Escriba"

DESDE "Cuaderno del Escriba"
Ignacio García

(Poemas tomados del libro "Cuaderno del Escriba")*

(A)
La desmemoria se alía al corazón, a la sangre
Ineludible en su actuar y su descanso,
                               prefiere desaparecer
 Es la estrangulación de los deseos,
la chispa del instante, el ascua bañada en sudor

Así, el silencio deja de azotar la puerta
Con ese lenguaje inteligible
que me libera de ser un objeto, un misil, pólvora y espolón

El callar desata y deslíe cuanta luz asoma,
convierte en revólver la ansiedad
y, en ese fogonazo, capaz de atar y desunir,
                                         pierdo este poema:
            lo diluyo entre armas de cicuta y sal

Ya sé: así es toda la historia del mundo.
No sé si  la tuya  también.

(B)
Es la geometría del oído contra el viento
El ángulo obcecado, tendido, tirano:
             la imagen insólita del cuerpo

Paso las horas, los días, los siglos, las eternidades
Las tardes se van solitarias y las orquídeas
                           revientan en amapola y opio
Dejan de nadar los peces,
de azotarse el mar contra los vidrios
Y dejas tú de llamar
 o recordar el jardín donde una banca te espera

Exento de lo súbito, nadie aguarda ni la espera ni el retiro
No finge tu llegada ni el de las aguas
o el norte con su filo y su espada

Las manos, en su tejer de no-poemas
asumen la forma de las palabras:
No fuego ni delirio o ángel de luz ni pureza o demonio
Ni siquiera el compás de esa espera de plano cartesiano

Más bien otro azul  a los labios:
Una línea en donde un Otro
cierra la ecuación. Ya no te llama:
 se queda sin hoja ni poema
y un  recuerdo tuyo
                                entre sus ojos

(C)
Si amar de olvido es amar olvidándote,
todo aquí es arder -  fuego de asceta,
                            y  lámpara sin flama:

Una luz capaz de transformar tu lejanía


en la más evidente
                 de tus presencias


(D)
Es posible:
un día ya no sabré a quien amé
Ese día perderé el hilo del lenguaje, la aguja del poema
No  a su punto más prohibido y absurdo
Sino bajo ese ya esperado:
 El silencio será siempre uno de mis gestos
                                                         que habla

(E)
Tengo un cuaderno. No lo abriré ya nunca
Seguro me extrañará. No a mi letra:
(signos que nadie necesita ni muere por ellos)
sino a eso inmortal escrito por otros:
anverso y  reverso de la escritura
(…)

Creo, tengo razón
Si el cuaderno también me olvida,
no cabe duda: habré hecho amistad con un Otro
A él pediré te escriba
                   el más lindo de los poemas 

* Ignacio García, Cuaderno del Escriba, Colección Centenario-Bicentenario, CONACULTA-IVEC,  Veracruz, 2010

Ivonne Moreno Uscanga: Marta Ovalle


MARTA OVALLE
Ivonne Moreno Uscanga

La hechura plástica conlleva  a un sinnúmero de búsquedas. No  sólo a  la investigación. La averiguación  es el  inicio de un lenguaje a través de las texturas,  el diseño, los colores, el horno en el caso particular de la cerámica, como  los coadyuvantes  de un resultado para la consolidación a una pieza, o  de una propuesta.  No obstante, también está  la aproximación a la gramática de lo visual,  pues en ello estriba lo decible o no, por parte del creador, hacia a su espectador cuando la obra ya no le pertenece.

¿Cómo dilucidar  dicho aspecto durante el proceso de la  creación? ¿Se tratará acaso de una entropía?
Cada rama artística tiene una metodología, por ende la cerámica y mayor aún cuando los tratamientos a la alta temperatura se tornaron variables estéticas.  Solo así los velos de misterio en la acto genésico de una pieza, nos siguen asombrando y sobre todo embelesándonos.
Marta Ovalle cubre y avala, estas premisas y del mismo modo, las expectativas de los aires de alquimia, todavía existentes en el arte.
Su crecimiento se ha dado paulatinamente. Primero lo realizó por medio de la literatura y el estudio de los discursos cinematográficos  y teóricos  de las diversas manifestaciones culturales, tal vez por ello sus enunciados plásticos son intencionados a revalorar los roles humanos, sin soslayar los problemas sociales del entorno, incluyendo el de su propia  personalidad de mujer de varias trincheras.
Su fortaleza estriba en su vasta visión del mundo, cultivada por sus viajes y la introyección  hacia sí misma, por ella, habla gran parte de su obra.

En el presente conjunto  de piezas, Marta seduce y “tira” redes, maridajes, susurros al viento y a su  piel, a un hato de deidades, cuya esencia y particularidad rescata Marguerite Yourcenar en su brillante título Peregrina y Extranjera, describiendo a Psique: ...ella tenía las alas de una mariposa, pero su alma es la de una abeja, Esta obrera reconstruirá su palacio alveolo tras alveolo. Se acostumbrará incluso a amar al Amor....quién lleva una antorcha pero es ciego y alumbra a los que son amados...
Los convites plásticos  de Marta Ovalle, emulan la caricia de los postulados de Yourcenar, al vestir y cubrir cutáneamente su torso de porcelana, cual caricia de amor.
Sus piezas nos ofrecen hoy, el embates de varios “ritmos” puestos y opuestos al sol de los mares del Atlánticos y sagrados como los valles del Nilo y el curso de Ganges. Disfrutemos así, “Ir tirando” como aleteo de Psique en un susurro de amor cristalizado en cerámica.




jueves, septiembre 15, 2011

Adolfo Bioy Casares: Margarita o el poder de la farmacopea



 Margarita o el poder de la farmacopea
Adolfo Bioy Casares

No recuerdo por qué mi hijo me reprochó en cierta ocasión:
-A vos todo te sale bien.
El muchacho vivía en casa, con su mujer y cuatro niños, el mayor de once años, la menor, Margarita, de dos. Porque las palabras aquellas traslucían resentimiento, quedé preocupado. De vez en cuando conversaba del asunto con mi nuera. Le decía:
-No me negarás que en todo triunfo hay algo repelente.
-El triunfo es el resultado natural de un trabajo bien hecho -contestaba.
-Siempre lleva mezclada alguna vanidad, alguna vulgaridad.
-No el triunfo -me interrumpía- sino el deseo de triunfar. Condenar el triunfo me parece un exceso de romanticismo, conveniente sin duda para los chambones.
A pesar de su inteligencia, mi nuera no lograba convencerme. En busca de culpas examiné retrospectivamente mi vida, que ha transcurrido entre libros de química y en un laboratorio de productos farmacéuticos. Mis triunfos, si los hubo, son quizá auténticos, pero no espectaculares. En lo que podría llamarse mi carrera de honores, he llegado a jefe de laboratorio. Tengo casa propia y un buen pasar. Es verdad que algunas fórmulas mías originaron bálsamos, pomadas y tinturas que exhiben los anaqueles de todas las farmacias de nuestro vasto país y que según afirman por ahí alivian a no pocos enfermos. Yo me he permitido dudar, porque la relación entre el específico y la enfermedad me parece bastante misteriosa. Sin embargo, cuando entreví la fórmula de mi tónico Hierro Plus, tuve la ansiedad y la certeza del triunfo y empecé a botaratear jactanciosamente, a decir que en farmacopea y en medicina, óiganme bien, como lo atestiguan las páginas de "Caras y Caretas", la gente consumía infinidad de tónicos y reconstituyentes, hasta que un día llegaron las vitaminas y barrieron con ellos, como si fueran embelecos. El resultado está a la vista. Se desacreditaron las vitaminas, lo que era inevitable, y en vano recurre el mundo hoy a la farmacia para mitigar su debilidad y su cansancio.
Cuesta creerlo, pero mi nuera se preocupaba por la inapetencia de su hija menor. En efecto, la pobre Margarita, de pelo dorado y ojos azules, lánguida, pálida, juiciosa, parecía una estampa del siglo XIX, la típica niña que según una tradición o superstición está destinada a reunirse muy temprano con los ángeles.
Mi nunca negada habilidad de cocinero de remedios, acuciada por el ansia de ver restablecida a la nieta, funcionó rápidamente e inventé el tónico ya mencionado. Su eficacia es prodigiosa. Cuatro cucharadas diarias bastaron para transformar, en pocas semanas, a Margarita, que ahora reboza de buen color, ha crecido, se ha ensanchado y manifiesta una voracidad satisfactoria, casi diría inquietante. Con determinación y firmeza busca la comida y, si alguien se la niega, arremete con enojo. Hoy por la mañana, a la hora del desayuno, en el comedor de diario, me esperaba un espectáculo que no olvidaré así nomás. En el centro de la mesa estaba sentada la niña, con una medialuna en cada mano. Creí notar en sus mejillas de muñeca rubia una coloración demasiado roja. Estaba embadurnada de dulce y de sangre. Los restos de la familia reposaban unos contra otros con las cabezas juntas, en un rincón del cuarto. Mi hijo, todavía con vida, encontró fuerzas para pronunciar sus últimas palabras.
-Margarita no tiene la culpa.
Las dijo en ese tono de reproche que habitualmente empleaba conmigo.

Hindra Ceballos López: POEMAS


CUATRO PENSAMIENTOS
Hindra Ceballos López

I
Inmersa en un mar de  reflexiones
juego al vaivén de sus olas:
la espuma de las palabras
besa los pensamientos.

II
En los espejos habitan
destellos no cifrados,
 metáforas del yo,
desvío de la atención:
juguetes de la mente.

III
El fuego del amor da vida y  muerte.
Ilumina, calienta, purifica, quema, calcina... 
Fuego necio, de amar amando
el sentir sin sentido se establece
con un gesto indiferente;
con manos vacías se auto-acaricia
y entre dos pies
(disimulando su agonía)
camina

IV
A veces giran  pensamientos sin hallar el centro, sin salir del eje. Girando, hallan el sosiego ante el misterio de la belleza y sus manifestos. Podrían dar vuelta, saludar a la memoria, sonreír a  la ilusión, suspirar por huellas, atisbar  entre sombras.
Giros entre volutas de recuerdos. Escozor por la niebla inquietante; la mirada del presente. Así girando, pintaría acuarelas de paz con lágrimas dulces. 
A veces mis dedos lloran lágrimas entintadas y quedan congeladas en lo escrito. En otro instante, las manos recogen y humedecen pétalos de mi evasión para con ellas colorear  espacios vacíos. En tanto, el pensamiento gira, mi ser espera el amanecer prometido desde la mano de una flor blanca.



AMOR PUEDE SER LA PALABRA


En tono surrealista, podría bucear los  misteriosos, insondables e infinitos, 
universos del amor en que he flotado.
He vivido el amor
en el todo, en la nada,
siempre  y nunca,
en lo total, lo absoluto,  lo impetuoso,
en el espasmo y el glamour
con sencillez y serenidad,
en plenitud, omnisciencia  e ignorancia,
en la locura, en la cordura,
en vida y muerte.

Me quiero niña, mujer, esencia, ausencia, sombra, luz, lágrima, sonrisa, débil, fuerte, contigo, sin ti, te quiero mente: te amo alma.