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jueves, febrero 16, 2012

Emilio Romero: Viajeros sin rumbo


(Damos la bienvenida a Emilio,  quien desde Brasil, nos hace llegar este texto. Del lector es la última palabra)

Viajeros sin rumbo fijo
Emilio Romero


A pesar de estar cerca del fin  siempre navegamos con un rumbo incierto.
No importa si el  fin está en el  próximo puerto siempre navegamos con rumbo incierto.

Somos viajeros sin rumbo fijo... No importa si nuestra carta de navegación  indique el próximo puerto, Génova o Valparaíso. El lecho del ser amado o el bar de la próxima esquina.
Avistamos  un horizonte entre nubes y árboles; entre colinas y abismos, acreditamos que vamos rumbo al hogar de nuestra infancia, ese que amparó nuestra inocencia, mas ele siempre permanece equidistante de los primeros pasos y del último instante.
Viajeros sin rumbo fijo somos.
No importa si delante nuestro las luces de una ciudad  indiquen la llegada a un puerto, Barcelona o Santos son apenas lugares de paso.
En eses lugares tal vez encontremos una mano y una voz amiga, para la inmensa mayoría seremos un desconocido, un ente anónimo en la multitud. 
La casa de Maritza, Cecilia o Beatriz  tal vez aún nos espera, mas otras tierras y otros mares nos llaman desde esos lugares inciertos.
¿Hijos? Tal vez encontremos en algún rincón del  camino.
¿Amigos? Aparecen y desaparecen según las circunstancias. Meras referencias de nuestra errancia.
Pocos son los testimonios fieles a nuestra memoria. El olvido apaga los pasos en la arena y en las calles asfaltadas.
Apenas permanecen momentos fugitivos de ternura y esos paisajes que bordean el camino.
Todo sigue la línea de la fuga, no importa si permanecemos en el mismo lugar.
A pesar del fin siempre estar cerca, siempre navegamos con  un rumbo incierto,
los otros fines  dependen de la Suerte
y  de los mensajes de un remoto Oriente.
                                %%%%%%%%%%%%%%%%

Cuidado, un día el grito irrumpirá de su propio abismo
 Yo le digo: cuidado. Él está ahí, acechando, esperando que usted se adormezca para saltar sobre su cuello y apretar, apretar hasta arrancar su último suspiro.
Cuidado, esté atento; él está en este momento observando sus gestos, adivinando sus intenciones. Está onde menos usted imagina.
Está allá encima, en la pared, en su retrato infancia, cuando era niño sin fronteras, en la mirada triste, vagamente ausente de sus 7 años, allí está. Está en la voz calmada y bien modulada del locutor  en la TV, leyendo las noticias del día.
Él apenas finge un acento metálico como un castor que se desliza hacia el fondo del agua. Finge una sonrisa neutra propia para los días de otoño y para los lunes.

Cuidado, repito. No finja usted mismo
 una calma que es sólo un momento
 de sol en la ventana de su infancia...
Mire bien, a su derecha crece
un vago rumor de hojas secas.
A su  izquierda un perro acaricia
un hueso como si estuviese
 besando el rostro de su vieja madre.
Y atrás, bien atrás de sus primeros pasos,
allá donde el camino parece hundirse
 en la tierra, allá, un enorme grito
 le busca.
 Cuidado, un día ese grito pasará
 por su cabeza como un águila
en busca de su  presa.
 ¿Y entonces, qué será de usted?
¿Qué será de usted?
Hasta su perro guardián quedará
temblando en su rincón. 

 ¿No cree? ¿Piensa que estoy delirando, que el miedo obnubila mi visión de las cosas?  Que de tanto buscar las estrellas en lo alto acabé tropezando en los duros adoquines de las calles, eso es lo   que cree?

Espere un poco para ver,
luego sentirá que algo se está
desmoronando en las entrañas de su ser,
lentamente, sin hacer ninguna concesión,
implacable, hasta reducirlo
a simple polvo.

 Espere un poco ahí sentado, como el vagabundo inconsciente que siempre ha sido. Puede continuar contando los días que faltan para la próxima Navidad; sé que aún cree en papá Noel y en sus regalos para un nuevo año.

 Mas tal vez este año el padre de las nieves
 le traiga un regalo muy diferente.
No descenderá por la abertura
de la chimenea, golpeará sin consideración
 en la puerta que hasta ahora
nunca abrió.
 ¿Sabe cuál es la puerta que permaneció
cerrada? ¿No sabe? Examine su casa interior
y  la encontrará...



                                           

George Steiner: Viajes al Interior


Si bien escrito ya en una etapa de la Historia que rápidamente nos supera --el pensamiento por delante-- presentamos este ensayo de Georges Steiner en el que nada malo resulta un repaso al trabajo de Sigmund Freud y las secuelas que éste dejó entre nosotros.

VIAJES AL INTERIOR
GEORGE STEINER

 Los marxistas califican sus creencias de «científicas». Hablan de las leyes de la historia y del método científico de la dialéctica. Sugería en mi primera charla que estas pretensiones pueden ser parte de una mitología, que no reflejan un estatus científico en ningún sentido verdadero, sino más bien el esfuerzo por heredar la difunta autoridad y las certezas dogmáticas de la teología cristiana.

 El gran filósofo, y escéptico, británico sir Karl Popper —muchos de cuyos trabajos se refieren al problema de cómo establecer la diferencia entre una ciencia real y otros tipos de actividad mental— cita el marxismo como uno de los dos grandes ejemplos modernos de lo que llama una «pseudociencia»; la otra pseudociencia, nos dice sin reparo, es toda la escuela freudiana de psicoanálisis. También aquí, arguye Popper, tenemos los atavíos profesionales y el idioma de una ciencia exacta sin nada de su verdadera substancia. Las teorías psicoanalíticas, afirma, no están sujetas a falsación por medio de un experimento decisivo. En ninguna etapa las consideraciones freudianas en cuanto a la estructura de la conciencia humana y a los efectos de esa estructura sobre la conducta permiten el tipo de contra-prueba experimental que podría demostrar su falsedad. En la perspectiva popperiana, la ausencia de ese mecanismo de descalificación implica que la psicología freudiana no tiene un lugar entre los modelos científicos propiamente dichos.

Ahora bien, nosotros no necesitamos aceptar, yo creo, todo este esquema, tan ingenioso y tan punzante, de sir Karl sobre la demarcación entre una ciencia y otras formas menos respetables de pensamiento humano. Después de todo, mucho de lo que la ciencia lleva a cabo lo hace en realidad sin pasar por las pertinentes pruebas de auto-refutación. Pero Popper puso su dedo en la llaga de un problema muy real con respecto a la naturaleza del psicoanálisis. Mucho más perspicazmente que la mayor parte de sus discípulos, Freud estaba decidido a dar al psicoanálisis un fundamento biológico. Sus escritos, su trayectoria personal, las normas que trató de formular para sus seguidores, testimonian un temor intenso a separarse de las ciencias naturales. Freud temía —sí, creo que ésta es la palabra justa— la amplia brecha que podía abrirse entre el psicoanálisis y la investigación clínica, entre la imagen psicoanalítica de la arquitectura tripartita de la mente —ello, yo, superyó— o las dinámicas de represión y sublimación, por una parte, y el tratamiento bioquímico, neurofisiológico, de las funciones mentales, por otra. Casi hasta el final de su vida esperó la confirmación material, experimentalmente verificable, de las teorías que había propuesto, teorías que él sabía que había desarrollado sobre una base intuitiva e introspectiva. Hay en sus últimos escritos una imagen conmovedora donde habla del lóbulo izquierdo del ello, imagen conmovedora porque muestra ese gran anhelo por la base sólida de la prueba clínica.

En mi opinión es justo decir (y aquí, sin duda, radica la tragedia esencial de la empresa freudiana) que no hubo confirmación clínica o experimental alguna. Conceptos clave como la libido, el complejo de castración, el ello, siguen sin ser sustentados por una estructura correspondiente, ni siquiera análoga, de la neurofisiología humana. La definición de lo que podría constituir la curación sigue siendo igual de problemática que la cuestión de si se puede decir alguna vez que el análisis ha terminado. La fuerza sugestiva, la sutileza descriptiva de las clasificaciones y categorías freudianas, no se ponen en duda. Lo que no está claro es su estatuto con respecto a las pruebas, al control, a la falsación. Progresivamente, hemos llegado a comprender que los modelos y conceptos freudianos son imágenes, escenas, metáforas cautivadoras; que están anclados no en un cuerpo de hechos externos científicamente demostrables, sino en el genio individual de su fundador y en circunstancias locales.

 Propongo con vacilación, pero con cierta seriedad, la sugerencia de que la famosa división de la conciencia humana —el ello, el yo, el superyó— es en sí misma algo más que el reflejo anatómico del sótano, la vivienda y la buhardilla de un hogar de la clase media de la Viena del cambio de siglo. Las teorías de Freud no son científicas en el sentido de ser universales, de ser independientes de su medio étnico-social, como lo son las teorías de la física o la biología molecular. Son lecturas inspiradas y proyecciones a partir de las muy especiales condiciones sexuales, familiares y económicas de la vida burguesa en la Europa central y occidental entre, digamos, los años 1880 y 1920. Hasta el punto de que, tal como pronto pusieron de manifiesto conocidas críticas como las del antropólogo Malinowski, el modelo freudiano del impulso y la represión del instinto no se aplican a las sociedades matriarcales o a los sistemas de parentesco distantes de la norma europea. El cuerpo probatorio del psicoanálisis no es un cuerpo de fenómenos orgánicos o materiales en el sentido que es habitual, por ejemplo, al neuroquímico. Es un particular ensamblado de hábitos lingüísticos y conductuales en un tiempo y un lugar dados. El estatuto de la propuesta psicoanalítica no es (como Freud esperó de manera persistente) el de un postulado en la teoría de la evolución de Darwin. (Y Darwin fue de alguna manera el modelo de las ambiciones freudianas). Sus verdades son de un orden estético, intuitivo, como las que encontramos en la filosofía y en la literatura. Los compañeros de Freud, sus aliados en el gran viaje hacia el interior, fueron, como él mismo llegó a presentir, Schopenhauer, Proust o Thomas Mann.

 Ahora bien, con esto no pretendo denigrar la fuerza seminal de las intuiciones de Freud. Es un simple lugar común que estas ideas han ejercido un formidable efecto de retroalimentación en la cultura occidental. Nuestro sentido del yo, de nuestras relaciones personales —casi diría, de la forma en que nos movemos dentro de nuestra piel—, todo esto ha sido impregnado por el estilo freudiano. Muchas de las conjeturas de Freud se han cumplido ya, pues las costumbres privadas y sociales se han alterado para satisfacer las expectativas del psicoanálisis. No es sólo un mal chiste decir que surgieron muchas neurosis desde el momento en que Freud nos enseñó a afrontarlas. Pero este gran enriquecimiento de la imagen de nuestra experiencia de que ahora disponemos, esta capacidad para generar datos objetivos —pues el psicoanálisis casi inventa sus necesarios pacientes—, todo eso por sí mismo no indica un estatuto científico. Sugiere el tipo de totalidad metafórica de diagnosis, el tipo de escenario simbólico a que ya nos hemos referido al hablar del marxismo. Decididamente anti-religiosas, las enseñanzas de Freud, también ellas, pienso, constituyen una forma de post-teología, de teología sustituta o vicaria. Y también es la suya una estructura mitológica.

 El psicoanálisis tiene una triple relación con el mito. Y permítaseme que intente mantener estas tres funciones tan claramente diferenciadas como sea posible. Primero, desde el principio, Freud hizo uso de los mitos y del material imaginario y poético de la literatura para proporcionar una prueba decisiva a sus teorías. Enseguida veremos un ejemplo. Segundo, consciente o subconscientemente —y recordemos que el mismo Freud nos recomendó mantener viva esta diferencia—, Freud llegó a asociar su propia vida de trabajo y la difícil historia del movimiento del psicoanálisis con un modelo mítico. También examinaremos eso. Por último, en sus últimos escritos Freud desarrolló una mitología profundamente conmovedora de la creación humana y la extinción humana por medio de la cual adaptar y hacer comprensibles las conclusiones a que había llegado con respecto a la naturaleza del hombre. Estas tres funciones o utilizaciones de lo mítico se superponen y actúan recíprocamente unas sobre otras, pero pienso que es útil mantenerlas separadas.

 Ilustraré la primera con un ejemplo esencial, un ejemplo que en realidad es fundamental para el conjunto del esquema propuesto por Freud. Durante los últimos meses de 1896 y en la primera mitad de 1897, Freud acumuló material recogido de las fantasías, los ensueños diurnos y los modelos obsesivos de sus pacientes. Una y otra vez este material parecía conducir al hecho de que una niña había sido seducida por su padre. Al principio, Freud se inclinó a creer que esto había sucedido realmente. Luego comenzó a preocuparse: demasiadas niñas seducidas por demasiados padres; incluso en la Viena degenerada de la época, aquello carecía de sentido. Empezó a buscar una explicación diferente. En una carta del 21 de septiembre de 1897 a su amigo Fliess, un colega médico, vemos cómo la claridad se empaña. De repente dice: «Esto podría dejar abierta la posible explicación de que la fantasía sexual hace un uso regular del tema de los padres». Después, en la misma carta, Freud añade con tono despreocupado: «Preguntas cómo me siento. Bien, parafraseando la observación de Hamlet sobre la madurez, te contesto, querido Fliess, la alegría es todo». Detengámonos aquí. Observamos un doble error en la cita. Desde luego, la observamos porque Freud nos ha dicho que la observemos. Freud pretende citar a Lear, pero Hamlet está actuando en su perspicaz y tensa conciencia. El problema de la obra shakespeariana está actuando como catalizador, está fustigando su mente.

 El 15 de octubre llega la hora copernicana en la historia de todo el movimiento psicoanalítico. «Ser totalmente honrado con uno mismo es un buen ejercicio. Se me ha ocurrido una idea de alcance general. He encontrado el amor de la madre y los celos del padre también en mi propia vida, y ahora creo que es un fenómeno generalizable a toda la primera infancia. Si es así, la fuerza del Edipo Rey de Sófocles, a pesar de todas las objeciones al destino inexorable que aparecen en la obra, se hace perfectamente inteligible. Cada miembro del público se convierte en Edipo en su fantasía, y la satisfacción de este sueño representado en la realidad hace que todo el mundo retroceda horrorizado cuando se revela la plena medida de la represión que separa sus rasgos infantiles de su estado actual. Otra idea se me ocurre. ¿No es ésa la raíz de Hamlet? No estoy pensando en las intenciones conscientes de Shakespeare; más bien, estoy suponiendo que fue impulsado a escribir por un acontecimiento real, porque su propio inconsciente comprendía al de su héroe. ¿Cómo explicar la histérica frase de Hamlet «Por eso la conciencia nos hace cobardes a todos» [y hago un inciso: de nuevo la cita está ligeramente deformada] y sus vacilaciones a la hora de vengar a su padre matando a su tío, cuando con tanta indiferencia envía a sus cortesanos a la muerte y despacha tan rápidamente a Laertes? ¿Cómo mejor que por el tormento surgido en él por el oscuro recuerdo de haber planeado la misma acción contra su padre a causa del apasionado deseo por su madre? Demos a cada uno lo que le corresponde y veremos quién escapa entonces de la culpa. Su conciencia es su sentimiento inconsciente de culpa».

Ahora bien, lo que quiero subrayar, y esto puede hacerse extensible a toda la obra madura de Freud, es que los antiguos mitos, la ficción, la novela, el poema, la obra de teatro, el guión propuesto por el novelista o el dramaturgo, no se citan como un paralelo más o menos contingente. No se citan sólo como ilustración. En el núcleo del modelo teórico de Freud proporcionan la validación indispensable. Donde cabría esperar un cuerpo sustentante de pruebas clínico-estadísticas, el registro de un gran número de casos, Freud ofrece la «prueba» —pongo la palabra entre comillas— del mito y la literatura. Esto sucede una y otra vez. Cuando publicó sus conjeturas sobre el complejo de Edipo, los gritos a lo largo y ancho de todo el mundo llamado civilizado fueron terribles. Perseguido también en su vida privada por la acusación de ser un charlatán obsesionado con el sexo, que había mancillado para siempre la inocencia de las familias y despojado a niños y niñas de su pureza a los ojos de Dios, Freud contestó de una manera característica: «¿Por qué me atacan? La prueba de lo que digo está abundantemente presente en los grandes poetas del pasado. En Edipo, Yocasta declara: "Antes de esto, tanto en sueños como en los oráculos, muchos hombres han dormido con su propia madre". Y en la gran novela de Diderot, El sobrino de Rameau, leo: "Si el niño —el pequeño salvaje— fuera abandonado a sí mismo, si conservara toda su insensatez y combinara las violentas pasiones de un hombre de treinta años con la falta de razón de un niño de cuna, retorcería el pescuezo a su padre y saltaría a la cama de su madre"». Es precisamente en el gran punto crítico de su pensamiento cuando la distancia de un modo científico de argumentar y probar es más clara, y cuando mejor observamos la afinidad con un procedimiento religioso o religiosometafísico como, por ejemplo, en Platón. La demostración de Freud de la universalidad de sus metáforas terapéuticas, así como del complejo de Edipo, son en sí mismas construcciones metafóricas, dramas arquetípicos, encarnados y transmitidos en mitos.

 El segundo aspecto es mucho más difícil de tratar, y soy claramente consciente de la muy provisional condición de lo que quiero proponer. Recuérdese lo que antes dijimos respecto de que Marx identificaba su misión, su función dramática en la historia humana, con la de Prometeo, el portador de la antorcha de la rebelión y la verdad que él trae para liberar a los hombres. En el caso de Sigmund Freud parece haber existido una gran dosis de autoidentificación con la figura de Moisés, o de autoproyección en él. Ha habido estudios detallados del ensayo o monografía, de alguna manera enigmático, del propio Freud sobre el Moisés de Miguel Ángel, esa abrumadora escultura que literalmente derrotó a Freud cuando la vio por vez primera en las sombras, en el rincón de San Pietro in Vincoli, una pequeña y oscura iglesia de Roma. Cuando Freud la vio, perdió el conocimiento. Como su situación profesional se hacía cada vez más eminente y al tiempo más polémica, como su notoriedad y su soledad se hacían más profundas en torno a su conciencia de sí, Freud parece haber establecido una analogía entre el trayecto mosaico y el avance del movimiento psicoanalítico. También él era un gran líder, riguroso, inflexible, destinado a conducir a la humanidad, o al menos a una porción significativa de ella, a la tierra prometida de la racionalidad, del equilibrio psíquico y la verdad científica. También él trataba de reformar a una pequeña e indomeñable banda de fieles en un gran movimiento internacional.

 Como Moisés, su batalla tenía que sostenerse, en todo momento, en dos frentes: contra los gentiles, los filisteos, los falsos sabios que querían apresar la ciencia de la mente en la trampa de la censura y la superstición, y contra las vacilaciones, la obstinación, la traición, de sus propios seguidores. Esta última fue siempre —nos dice él mismo— la batalla más dura de las dos. Podía arreglárselas con los filisteos y los atacantes y censores, pero no con las desesperantes traiciones de los más cercanos a él. Una vez tras otra, como Aarón, como Coré y su pandilla, los más fieles se rebelaron, se separaron del fundador, y establecieron escuelas rivales. Alfred Adler, Otto Rank, Wilhelm Reich, Jung: rebelión tras rebelión, traición tras traición, de los más dotados, de los más próximos a él, de los hijos elegidos. Sin embargo, cualquiera que fuese el sufrimiento y la soledad personal del líder, el movimiento debe seguir adelante, rechazando cualquier compromiso y conservando la ley en su pureza original. A través del desierto del ridículo y la enemistad activa hasta el umbral de la victoria. Efectivamente, vejado como fue al final de su vida, en el exilio, destruido por el dolor físico, Freud supo que el psicoanálisis había llegado a ser un fenómeno mundial. Sospechaba que América podría ser su tierra prometida, y era plenamente consciente de que su nombre había pasado a la casa del lenguaje.

Es, en mi opinión, desde la perspectiva de esta identificación, intermitente, sin duda, con la figura talismánica y sabia de Moisés, como debemos considerar una de las últimas obras de Freud, el estudio sobre Moisés y la religión monoteísta. El enigma, desde luego, es éste: ¿Por qué Freud, tan íntimamente afectado por la figura de Moisés, creador de Israel y del monoteísmo, hizo de él un egipcio? Nunca he encontrado una explicación convincente. La mía es sólo provisional. Cuando escribía el libro, en 1938, Freud pudo ver cómo la tempestad del nazismo se cernía sobre el pueblo judío europeo. Correctamente, identificó el peculiar genio moral y la exigencia del monoteísmo judaico, del legalismo judaico, con Moisés. Haciendo de Moisés un egipcio, un líder que había llegado a los judíos desde el exterior, Freud pudo, inconscientemente, tratar de desviar del pueblo judío la nueva ola del odio gentil. Tal desplazamiento era, con seguridad, ilusorio. Pero apunta de nuevo al tejido mitológico, hacedor de mitos, del método freudiano.

El tercer aspecto se refiere a la generación de mitos. En el psicoanálisis, como en el marxismo, existe el misterio del pecado original. Pero a diferencia del de Marx, el relato de Freud es específico. Habla del parricidio realizado en la horda original, de la castración o asesinato, o ambas cosas, de la figura del padre por los hijos. La humanidad, dice Freud, lleva la marca de ese crimen original. De ahí deriva la larga historia de adaptación entre la conducta instintiva y la represión social, entre la sexualidad indiscriminada y el orden de la familia, y esta adaptación está muy lejos de ser perfecta. El malestar en la cultura, una de sus últimas obras, ofrece un diagnóstico irónico, desolado, de las tensiones, represiones, distorsiones, sufridas por la psique en el proceso de adaptación a la economía de la sociedad ordenada. Considerando la infelicidad, al parecer inherente, de la especie humana, enredada en la red de la dialéctica de las constricciones y los impulsos biológicos y sociales, Freud se adentra ahora más profundamente en lo mitológico.

 El breve texto titulado Más allá del principio del placer es uno de los documentos más extraordinarios de la historia de la imaginación trágica de Occidente. Formula (y recordemos que solamente muy pocos individuos geniales pueden hacerlo) el mito del significado de la vida como un mito de amplio alcance, metafóricamente validado, como aquellos que nos han llegado de fuentes antiguas y colectivas. Dos deidades, dos dioses, dos agentes abrumadores, gobiernan y dividen nuestro ser, dijo Freud. Amor y muerte, Eros y Tánatos. El conflicto entre ellos determina los ritmos de la existencia, de la procreación, de la evolución psíquica y somática. Pero al final —contrariamente a toda nuestra expectación instintiva, intuitiva, a todas nuestras esperanzas— no es Eros, el amor, sino Tánatos el que es más fuerte, el que está más cerca de las raíces del hombre. Lo que la especie se esfuerza por conseguir, finalmente, no es la sobrevivencia y la perpetuación, sino el reposo, la inercia perfecta. En el programa visionario de Freud, la explosión de la vida orgánica, que ha conducido a la evolución humana, fue un tipo de anomalía trágica, casi una exuberancia fatal. Trajo consigo un dolor indecible y el deterioro ecológico. Pero esta desviación de la vida y de la conciencia terminará tarde o temprano. Una entropía interna está en acción. Una gran quietud volverá a la creación cuando la vida vuelva a la condición natural de lo inorgánico. La consumación de la libido está en la muerte.

 Freud insistió en que éstas eran especulaciones de la imaginación, que no pertenecían al trabajo científico, sino a lo que él mismo llamaba la «metapsicología» de un hombre que envejece en una comunidad ensombrecida por la repetición de la guerra mundial y el terror más particular del holocausto de los judíos. Pero lo científico y lo mitológico se interpenetran mutuamente desde mucho antes. El mito del asesinato en la horda original es vital para el análisis freudiano de las tensiones de la conciencia del hombre moderno. El modelo de la dialéctica de Eros y Tánatos está implícito en toda la teoría del instinto y la racionalidad de Freud. Más allá del principio del placer es, sin duda, una especulación metafórica; pero su profundidad, su sombría convicción, procede del conjunto del despliegue y la lógica de las tesis de Freud. Es el acto supremo del intento continuo de Freud de reconciliar al hombre con una realidad sin Dios, de hacer esta realidad soportable proponiendo una liberación final con respecto a ella. Es en este sentido en el que los proyectos marxista y freudiano para el hombre son historias de liberación: Prometeo, Moisés, ambos libertadores o liberadores. Pero mientras que Marx anuncia una condición edénica libre de necesidad y de conflicto, Freud sabe que esa libertad sería equivalente al reposo de la muerte.

 Tanto en Tótem y tabú, un libro anterior, como en Moisés y la religión monoteísta, invoca Freud de manera explícita la idea de una herencia colectiva de los recuerdos primordiales. Habla de la transmisión de experiencias arquetípicas y de traumas por la vía del inconsciente de la especie humana. La misma idea se encuentra implícita, claro está, en la metapsicología de Más allá del principio del placer. No hay hasta el momento ninguna garantía neuroquímica ni neurofisiológica para esta audaz conjetura. En realidad, la noción de recuerdos arquetípicos raciales o heredados va totalmente en contra de todo lo que la biología molecular propone como explicación posible del mecanismo genético. Es un ejemplo mitológico de metáfora rectora, tan vital para la cosmovisión agnóstica de Freud como lo es la metáfora paralela del pecado para la visión teológica del mundo. Para Freud, esta herencia del recuerdo arquetípico del albor de los hombres desempeña el mismo papel que la caída del hombre, es decir, la desobediencia del ser humano a Dios en la teología paulina.

Ahora bien, como es sabido, el concepto de un inconsciente colectivo en el que los sueños, los recuerdos, las imágenes seminales están incorporados y son transmitidos de unas generaciones a otras, incluso a lo largo de milenios, es crucial para la psicología de Jung y para toda su teoría del arquetipo. Como muestra la reciente publicación de la correspondencia entre Freud y Jung, esperada durante tanto tiempo, la amarga ruptura entre los dos hombres tuvo motivos plurales y complejos. Un énfasis muy diferente en el papel de la sexualidad, en la naturaleza del proceso terapéutico, fue sin duda uno de los motivos decisivos. Pero la coincidencia de visiones entre Freud y Jung sobre la herencia del material y las imágenes psíquicas arquetípicas me sugiere que la disputa entre las teorías freudiana y junguiana no es, en todos los puntos, completamente auténtica. Para decirlo de manera más precisa, me sugiere que en la visión que tuvo Freud de la rebelión de Jung, de la traición de Jung, había elementos opacos para él. El psicoanálisis freudiano estaba decidido a eliminar de la psique humana las ilusiones infantiles —éstas son sus propias palabras— de la religión. Freud quería liberar al hombre del infantilismo de las creencias metafísicas. La psicología de Jung, desde luego, no sólo se inspira en la experiencia religiosa en muchas de sus categorías principales, sino que ve en la religión un componente natural, necesario, de la historia y la salud del alma humana. De esta manera, la disputa freudiana con el modelo junguiano es en parte, en mi opinión, la disputa entre el agnosticismo y la creencia transcendente, y en un nivel mucho más profundo, un duelo entre una mitología nueva, una creencia sustituta, y un sistema que quiere restaurar los antiguos dioses rivales. Permítaseme citar un fragmento de una de las cartas recientemente publicadas. Jung escribe a Freud en los primeros tiempos de su relación:

Pienso, querido doctor Freud —dice—, que debemos dar tiempo al psicoanálisis para que se infiltre en la gente desde muchos centros, para revivificar entre los intelectuales la emoción por el símbolo y el mito. Muy poco a poco debemos transformar de nuevo a Cristo en lo que era, el dios adivino de la viña, y así absorber aquellas instintivas fuerzas extáticas del cristianismo con el único propósito de hacer del culto y el mito sagrado lo que una vez fueron: una fiesta de alegría embriagadora en la que el hombre recupere el éthos y la santidad del animal. En eso consistía la belleza y el propósito de la religión clásica.

Es éste un documento muy curioso. Pienso que explica algo de la dureza y el drama personal de la ruptura entre los dos hombres. Jung decía a Freud nada menos que esto: traigamos de nuevo a los antiguos dioses.

Como el marxismo ortodoxo, el psicoanálisis freudiano clásico está ya retrocediendo en la historia. Ningún analista encuentra hoy en sus pacientes algo como lo descrito en los casos de Freud. La fundamentación clínica sigue siendo problemática. El movimiento se ha dividido en docenas de iglesias amargamente enfrentadas. La liberación iniciada por Freud respecto de nuestra conciencia de la sexualidad, de las necesidades autónomas de los niños, respecto de la psicopatología y la enfermedad mental, ha sido muy considerable. Gracias a la vida y la obra de Freud, nosotros respiramos más libremente en nuestra existencia privada y en nuestra existencia social. Pero la cuestión era mucho más amplia. Freud trataba de desterrar las sombras arcaicas del irracionalismo, de la fe en lo sobrenatural. Su promesa, como la de Marx, era una promesa de luz. No se ha cumplido. Al contrario.



En Nostalgias del absoluto
Traducción: María Tabuyo y Agustín López

Carolina Valerio Mateos: POEMAS A LA TIERRA


POEMAS A LA TIERRA
Carolina Valerio Mateos


Evocaciones
Evoco a mi universo

A mi planeta inerte

En palabras amarillas
Entre el despertar catastrófico
 De un precipicio visto

No abandono la idea
 Desprotejo todo aquello

Que el tiempo estampo en mi mente
  En un recuerdo  indeleble
 
Horizonte sin bisontes

Evocaciones dementes
 Para poder verte diferente

Azul y verde en mi mente
 Hidratarme el cuerpo

Traspasando un gozo inconfundible
caminos hacia mis pulmones

Casi inconfesable placer del ser
aire y brisa mis pupilas ven
  
mis fibras robustas galopando

sostengo a mi planeta entre mis dedos
Evocaciones sin viento

Sobre cuerpos danzantes
Aguas contaminadas

Suelos erosionados
Pesadilla  insana

Manos infernales
Interviene el dolor

Sucumbe la realidad
El destino me alcanza

Mis huesos  solo polvo.
 

Mi planeta
Mi planeta es poesía

 Es tierra y viento

Hoja seca y pradera
 Es torbellino de brisa

Y vaga en el inframundo
Sucumben  tempestades

Y sonríe en adversidades
Es beso que abrasa

Hoja seca que vuela
Agua salada frenética

Apasionada ola sin sombra
Viaja solitario en el universo

Arrastrando ríos humanos
 Desechos que vomita

Sin contaminarse
 Sale airoso de entre rocas

Se coloca en el espacio
Aún  respira ante esta incesante  batalla


Poema en humo
Poema en humo, líneas grises

Que pintan mi planeta
En formas de hacerle daño

Variedades ilimitadas
Vísceras regadas

Lepras contagiosas
¡Creo que esta muerto!
 
¡Más bien creo que aun vive!

¿Que es esta belleza, que da tristeza?
Parece certeza, al ver la corteza

Agazapando los confines
Entre laberintos se discierne

El aire, el grado del invierno
Y la temperatura  del sol

Parece un poderío
un cerebro sin corazón

Un ojo visco y sonámbulo
Ciego  deambula  caminando

Se  jalonean  los mares
Y los animales en extinción

En primer y tercer mundo
Se sellan acuerdos

Guerras y destrucción
Toque de queda

Voces de alarma
Letreros en rojo

Sismos  y tsunamis
 Egocentrismo y poder

Y tú…contemplativo
 Viendo esta destrucción

¿Cuál es tu disernición?

Posando

La elongación  de este planeta
Se posa casi sin tiempo

En cualquier parte del mundo
Que es tuyo, sin saberlo

Sin darte cuenta lo traicionas
Lo prostituyes y corrompes

Su cuerpo desnudo rueda
Entre la miseria del espacio
Cortas sus arterias
Bebes insano su savia
Interrumpes su ruta.
 
Cambiando de piel

Vistamos a la tierra con pieles nuevas
que la víbora envidie  su ornamento
y las tardes de sol vuelvan el tiempo
como cuando era grato acoplarme a tus encantos
y refugiar mi canto entre lagartos
como cuando niño sin saberlo
mi propia selva creaba
entre gusanos y mariposas
entre cochinillas y lombrices
entre hormigas y chapulines
pintaba un  mundo entre los árboles

deslcogaba manzanas y ciruelas
me reflejaba en el agua
y  pintaba risas del  colores en tu cielo
vistamos a la tierra con pieles nuevas
que la conciencia espante este desastre
que los vientos soplen hacia la esencia
que los muertos nos pongan ojos
y  los desiertos… alma.

Reseca

Mi conciencia reseca
Que mora vagabunda
Desterrada de este reino
Busca iracunda
Venganza ciega
Conciencia senil
Divaga en el espacio
Escaneando este planeta
Que en esqueleto encuentra
Sus  heridas mortales
Y llagas profundas
Carcajadas lejanas
De mis oídos mutilados
Mi subconsciente recuerda
Este planeta en verde
Como mi última morada
Y entre llanto se pierde
Este distante instante
Mortuorio en mi lecho asecho
Repaso mis memorias
Mis pulmones viven
Recuerdo  el agua
Y a lo lejos creo conocer
El color ya roto
De este planeta inerte

Quiero
 
Quiero  otra vez devuelta
Ese viento entre colinas
Esas nubes sin arraigo
esa tempestad sin dueño
Que el viento se estampe
En gritos de pájaros
Quiero otra vez de vuelta
Esa morada verde
Entre azules cristalinos
Ese sol con horizonte
Ese caballito de mar
Esas olas en mi andar
Un vértigo en mi colina
Un astuto pájaro carpintero
Un jaguar cuidando la selva
Un torbellino de ciencia
Con la conciencia libre
Quiero un abrazo total a mi habit.



jueves, febrero 09, 2012

Leopoldo de Quevedo y Monroy: WISLAWA SZYMBORSKA, MANOJO DE SUEÑOS

WISLAWA SZYMBORSKA, MANOJO DE SUEÑOS




Por Leopoldo de Quevedo y Monroy

Colombiano



Venerable como un papiro antiguo, ha muerto en voz baja una de las madres de la literatura universal. Wislawa con sus ojos negros y su nariz de maga encantada nos ha dejado de pie junto a su imagen sentada a la puerta de su casa. Sentada como aguardando el correo o esperando la llegada de la sombra de la Luna.

Cuando frisaba los 22 años apareció publicado su poema Busco la palabra y hasta su muerte hace cuatro días, a los 88 años, vivió adherida a ella. Ella era un dúo de dos palabras en lengua polaca que aprendimos a amar. De mirada de alondra cansada, de sonrisa tenue y semblante discreto y bonachón. De figura simple y acuosa nunca apareció ante el público con aura de diva o de sombrero alón. Trabajó de ferroviaria y de secretaria y padeció la persecución política que la obligó a trabajos forzados.

 Prefirió presentarse en sus libros y darse a conocer en su edad madura. El mundo literario la nombró desde 1952 cuando publicó su primer libro y la llenó de premios. En 1996 el Nobel la sorprendió cuando entraba a su casa después de dar un paseo. Y este miércoles murió como vivía. Se acostó a dormir la noche anterior y en medio de sus sueños murió en su casa. Su intimidad la cuidó como a su humor y sencillez.

 Nos deja más de 20 volúmenes de poemas vistos desde un grano de arena. Su poesía es fresca como cualquier yerba que nace tímida y conserva la raíz de las cosas aunque ellas fueran muy profundas. Estudió sociología y literatura en la Universidad de Cracovia, donde se estableció y respetó a la realidad como si cuidara a su misma cara.

El calificativo de “Mozart de la Literatura” con que la llamó la Academia sueca en la nota de comunicación del premio Nobel dice relación a la clásica musicalidad de su escritura. Escribió como haría una partitura un pájaro. Picando aquí, cogiendo una pajita allá, volando corto y lanzando al aire un llamado al vecino con su trino.


Si Acaso


 Podía ocurrir.
Tenía que ocurrir.
Ocurrió antes. Después.
Más cerca. Más lejos.
Ocurrió; no a ti.

Te salvaste porque fuiste el primero.
Te salvaste porque fuiste el último.
Porque estabas solo. Porque la gente.
Porque a la izquierda. Porque a la derecha.
Porque llovía. Porque había sombra.
Porque hacía sol.

Por fortuna había allí un bosque.
Por fortuna no había árboles.
Por fortuna una vía, un gancho, una viga, un freno,
un marco, una curva, un milímetro, un segundo.
Por fortuna una cuchilla nadaba en el agua.

Debido a, ya que, y en cambio, a pesar de.
Qué hubiera ocurrido si la mano, el pie,
a un paso, por un pelo,
por casualidad,
¡Ah, estás? ¿Directamente de un momento todavía entreabierto?
¿La red tenía un solo punto, y tú a través de ese punto?
No dejo de asombrarme, de quedarme sin habla.
Escucha
cuán rápido me late tu corazón.

                                Versión de Abel A. Murcia

Suena tan personal esta canción como si su boca nos la estuviera leyendo junto al oído y como si estuviera haciendo una charada. Ningún laberinto, ninguna cripta ni asomo de cruel filosofía. Para ella el amor no tenía fisuras, límites, tiempo y podía ocurrir por casualidad. Toda femenina, como un gato que se arquea, detiene su habla y pone su corazón encima del nuestro para que lata al ritmo de la misma melodía.


Estoy demasiado cerca

Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
No vuelo sobre él, de él no huyo
entre las raíces arbóreas. Estoy demasiado cerca.
No es mi voz el canto del pez en la red.
Ni de mi dedo rueda el anillo.
Estoy demasiado cerca. La gran casa arde
sin mí gritando socorro. Demasiado cerca
para que taña la campana en mi cabello.
Estoy demasiado cerca para que pueda entrar como un huésped
que abriera las paredes a su paso.
Ya jamás volveré a morir tan levemente,
tan fuera del cuerpo, tan inconsciente,
como antaño en su sueño. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca. Oigo el silbido
y veo la escama reluciente de esta palabra,
petrificada en abrazo. Él duerme,
en este momento, más al alcance de la cajera de un circo
ambulante con un solo león, vista una vez en la vida,
que de mí que estoy a su lado.
Ahora, para ella crece en él el valle
de hojas rojas cerrado por una montaña nevada
en el aire azul. Estoy demasiado cerca,
para caer del cielo. Mi grito
sólo podría despertarle. Pobre,
limitada a mi propia figura,
mas he sido abedul, he sido lagarto,
y salía de tiempos y damascos
mudando los colores de mi piel. Y tenía
el don de desaparecer de sus ojos asombrados,
lo cual es la riqueza de las riquezas. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca para que él sueñe conmigo.
Saco mi brazo que está debajo de su cabeza dormida,
Mi brazo dormido, lleno de agujas imaginarias.
En la punta de cada una de ellas, para su recuento,
se han sentado ángeles caídos.

                        Versión de Elzbieta Borkiewicz

Wislawa nos dice aquí que está muy cerca. Y es cierto. Ella ha cerrado sus ojos y no los volverá a abrir. Pero si salimos a la esquina, allá en el parque, cercada de abedules, la encontraremos sentada ofreciéndonos abierto alguno de sus libros o conversando con algún ángel caído que no le impedirá mirarnos sobre sus lentes.

05-02-12                                    16:31