Encuentra a tus autores aquí

martes, junio 19, 2012

Gerardo Deniz: Dos Poemas



DOS POEMAS
Gerardo Deniz

Velada

Cómo suena, Clementina, cómo suena
en tu boca cerrada ese caramelo
golpeando a lengua contra colmillo
y enseguida contra muela.
Cázanos raposas entre chimeneas;
anda, guapa, tráetelas, que el abad les dé arroz,
también a fénnec; tú al oneroso reno
(cf. el óptimo palindromo de Darío Lancini).
Y cuando aquí ante el Gran Canal
hablemos de Abisinia después de la cena,
no falte sobre nuestra mesa un cáliz
pleno de los caramelos más difíciles, ¡los azules
que teñirán el semen de estos misioneros
en su postrera cana al aire! Pobrecillos.

Un apuñalado por la espalda flota.
Desde que Clementina
avisándonoslo silenció
por respeto su opaco cascabel bucal
hasta que el abad hubo encarecido
en detalle la conversión al cristianismo
-Edesio, Frumencio y Mariquita sin calzones
oliendo a billete de banco-,
el cadáver no avanzó por el agua,
si eso llamamos avanzar,
arriba de veinticinco yardas
y, al cerciorarnos de visu,
oímos entre el Chopin: -Zanetto,
lascia le donne e studia la matematica!
¿Quién paradidla desde adentro del tambor?
¿quién gastaría en pipas de la paz
el briquet de Simbad el Marino?
Lavándonos con savonarolas
los misioneros suponen
que todo quedará en familia;
hasta los mapas italianos falsificados,
aun la mostaza (sulfuro de cloroetilo) musoliniana-
¡oh pimiento morrón del gran rifiuto
a fuego moderado, qué bien hiciste!
Ahora se embarcan suponiendo y, si no vuelven, mejor.



Vestimentaria, 3


...that modern kind of sophistication
that begs to differ, to be paradoxical,
to invert...

Conmigo cualquier uniforme
logra con creces su cometido de uniformar:
basta ponérselo a alguien
para que cese de parecerme alguien
y quede en militar, entusiasta, en a lossumo
inspector de una fábrica de pez.
¿Experimentará ello algo? ¿Se dará vergüenza?
Probablemente no, más bien orgullo,
como esas almas uniformadas por su cultura
-escriptópteros, artipigios, intérpretes de nuestro tiempo:
ya siento la intelijodoncia à pas de loup,
guardiacivil mental,
con su "es uniforme cualquier ropa"
(porque trácata-trácata tracatatrá-),
con "estar desnudo más aún" (porque trácata-
i t. d.).
No he dicho nada -perdón,
hablaba sólo desde lo temporal

Ivonne Moreno Uscanga: Dos Encuentros Plásticos



DOS ENCUENTROS PLÁSTICOS:
LILI FLORES Y CARLOS CANO
Ivonne Moreno Uscanga

 A veces  ciertos caminos,  parecieran recurrentes  en cuanto a la búsqueda de la belleza  y  en tales senderos, los andantes son los realizadores plásticos. En ellos, la intención  es capturar imágenes, apropiárselas,  los pretextos son  la fotografía, la pintura, el diseño, los usos y abusos del color.
En medio de esta acción, el espectador juega un rol preponderante. Acepta, rechaza, juzga, habla o calla acerca de un fenómeno estético. Así realizador y receptor van en la carrera,  en la fórmula de la hechura de la plástica, como un binomio fundamental para la creación y recreación de la naturaleza.
Lili Flores ha aceptado con beneplácito este reto. Sus logros consisten en haber hallado subrepticios entre la fotografía en forma tradicional y digital, tomado al Diseño Gráfico como método de yuxtaposición compositiva.
Logrando con ello resultados de grata eclosión colorística  en cuanto a los cuerpos de sus trabajos. Así la fauna tropical se connota en un sinnúmero de alegorías para el  apreciador,  pues tanto los habitantes oriundos de la Costa como los ajenos, distinguen en los pelícanos y las tortugas la  esencia del Sotavento. Lili recupera a Veracruz, allende del mar, las palmeras y la mística de haber nacido con la luna de plata.
Carlos Cano, es otro parámetro de desbordada pasión creativa y  andante. Pertenece al grupo de realizadores plásticos en vigilia. Las horas robadas al sueño, son para Carlos un plus hacia el dibujo y el óleo. La fotografía no le bastó, aunque para muchos, su capital mérito estribe en ella.
 Cano decide arriesgarse y experimentar y lo hace con mérito en la pintura. Constante permisiva  y de crecimiento  en su especialidad, la captura de imágenes.
Su pintura es osada y hábil, refleja su temperamento:  por un lado, los  caballos el erotismo y la fuerza de quien expone e impone su personalidad y por otro, los paisajes de mar, donde permea la versión frágil de sus sentimientos.
Flores- Cano un encuentro cálido, no exento de las tormentas del trópico donde después del  vértigo, se despeja el horizonte a la luz del sol y de los faros.
Corredor  Artístico del Hospital Español
Junio 2012

Jorge Luis Borges: El otro



El Otro

Jorge Luis Borges
El hecho ocurrió el mes de febrero de 1969, al norte de Boston, en Cambridge. No lo escribí inmediatamente porque mi primer propósito fue olvidarlo, para no perder la razón. Ahora, en 1972, pienso que si lo escribo, los otros lo leerán como un cuento y, con los años, lo será tal vez para mí. Sé que fue casi atroz mientras duró y más aún durante las desveladas noches que lo siguieron. Ello no significa que su relato pueda conmover a un tercero.
Serían las diez de la mañana. Yo estaba recostado en un banco, frente al río Charles. A unos quinientos metros a mi derecha había un alto edificio, cuyo nombre no supe nunca. El agua gris acarreaba largos trozos de hielo. Inevitablemente, el río hizo que yo pensara en el tiempo. La milenaria imagen de Heráclito. Yo había dormido bien, mi clase de la tarde anterior había logrado, creo, interesar a los alumnos. No había un alma a la vista.
Sentí de golpe la impresión (que según los psicólogos corresponde a los estados de fatiga) de haber vivido ya aquel momento. En la otra punta de mi banco alguien se había sentado. Yo hubiera preferido estar solo, pero no quise levantarme en seguida, para no mostrarme incivil. El otro se había puesto a silbar. Fue entonces cuando ocurrió la primera de las muchas zozobras de esa mañana. Lo que silbaba, lo que trataba de silbar (nunca he sido muy entonado), era el estilo criollo de La tapera de Elías Regules. El estilo me retrajo a un patio, que ha desaparecido, y la memoria de Alvaro Melián Lafinur, que hace tantos años ha muerto. Luego vinieron las palabras. Eran las de la décima del principio. La voz no era la de Álvaro, pero quería parecerse a la de Alvaro. La reconocí con horror.
Me le acerqué y le dije:
-Señor, ¿usted es oriental o argentino?
-Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra -fue la contestación.
Hubo un silencio largo. Le pregunté:
-¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?
Me contestó que si.
-En tal caso -le dije resueltamente- usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.
-No -me respondió con mi propia voz un poco lejana.
Al cabo de un tiempo insistió:
-Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.
Yo le contesté:
-Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un desconocido. En casa hay un mate de plata con un pie de serpientes, que trajo de Perú nuestro bisabuelo. También hay una palangana de plata, que pendía del arzón. En el armario de tu cuarto hay dos filas de libros. Los tres de volúmenes de Las mil y una noches de Lane, con grabados en acero y notas en cuerpo menor entre capítulo, el diccionario latino de Quicherat, la Germania de Tácito en latín y en la versión de Gordon, un Don Quijote de la casa Garnier, las Tablas de Sangre de Rivera Indarte, con la dedicatoria del autor, el Sartor Resartus de Carlyle, una biografía de Amiel y, escondido detrás de los demás, un libro en rústica sobre las costumbres sexuales de los pueblos balkánicos. No he olvidado tampoco un atardecer en un primer piso en la plaza Dubourg.
-Dufour -corrigió.
-Esta bien. Dufour. ¿Te basta con todo eso?
-No -respondió-. Esas pruebas no prueban nada. Si yo lo estoy soñando, es natural que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano.
La objeción era justa. Le contesté:
-Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no. Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y respirar.
-¿Y si el sueño durara? -dijo con ansiedad.
Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no sentía. Le dije:
-Mi sueño ha durado ya setenta años. Al fin y al cabo, al recordarse, no hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando ahora, salvo que somos dos. ¿No querés saber algo de mi pasado, que es el porvenir que te espera?
Asintió sin una palabra. Yo proseguí un poco perdido:
-Madre está sana y buena en su casa de Charcas y Maipú, en Buenos Aires, pero padre murió hace unos treinta años. Murió del corazón. Lo acabó una hemiplejía; la mano izquierda puesta sobre la mano derecha era como la mano de un niño sobre la mano de un gigante. Murió con impaciencia de morir, pero sin una queja. Nuestra abuela había muerto en la misma casa. Unos días antes del fin, nos llamo a todos y nos dijo: "Soy una mujer muy vieja, que está muriéndose muy despacio. Que nadie se alborote por una cosa tan común y corriente."Norah, tu hermana, se casó y tiene dos hijos. A propósito, ¿en casa como están?
-Bien. Padre siempre con sus bromas contra la fe. Anoche dijo que Jesús era como los gauchos, que no quieren comprometerse, y que por eso predicaba en parábolas.
Vaciló y me dijo:
-¿Y usted?
No sé la cifra de los libros que escribirás, pero sé que son demasiados. Escribirás poesías que te darán un agrado no compartido y cuentos de índole fantástica. Darás clases como tu padre y como tantos otros de nuestra sangre. Me agradó que nada me preguntara sobre el fracaso o éxito de los libros.
Cambié. Cambié de tono y proseguí:
-En lo que se refiere a la historia... Hubo otra guerra, casi entre los mismos antagonistas. Francia no tardó en capitular; Inglaterra y América libraron contra un dictador alemán, que se llamaba Hitler, la cíclica batalla de Waterllo. Buenos Aires, hacía mil novecientos cuarenta y seis, engendró otro Rosas, bastante parecido a nuestro pariente. El cincuenta y cinco, la provincia de Córdoba nos salvó, como antes Entre Ríos. Ahora, las cosas andan mal. Rusia está apoderándose del planeta; América, trabada por la superstición de la democracia, no se resuelve a ser un imperio. Cada día que pasa nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos. No me sorprendería que la enseñanza del latín fuera reemplazada por la del guaraní.
Noté que apenas me prestaba atención. El miedo elemental de lo imposible y sin embargo cierto lo amilanaba. Yo, que no he sido padre, sentí por ese pobre muchacho, más íntimo que un hijo de mi carne, una oleada de amor. Vi que apretaba entre las manos un libro. Le pregunté qué era.
-Los poseídos o, según creo, Los demonios de Fyodor Dostoievski -me replicó no sin vanidad.
-Se me ha desdibujado. ¿Que tal es?
No bien lo dije, sentí que la pregunta era una blasfemia.
-El maestro ruso -dictaminó- ha penetrado más que nadie en los laberintos del alma eslava.
Esa tentativa retórica me pareció una prueba de que se había serenado.
Le pregunté qué otros volúmenes del maestro había recorrido.
Enumeró dos o tres, entre ellos El doble.
Le pregunté si al leerlos distinguía bien los personajes, como en el caso de Joseph Conrad, y si pensaba proseguir el examen de la obra completa.
-La verdad es que no -me respondió con cierta sorpresa.
Le pregunté qué estaba escribiendo y me dijo que preparaba un libro de versos que se titularía Los himnos rojos. También había pensado en Los ritmos rojos.
-¿Por qué no? -le dije-. Podés alegar buenos antecedentes. El verso azul de Rubén Darío y la canción gris de Verlaine.
Sin hacerme caso, me aclaró que su libro cantaría la fraternidad de todos lo hombres. El poeta de nuestro tiempo no puede dar la espalda a su época. Me quedé pensando y le pregunté si verdaderamente se sentía hermano de todos. Por ejemplo, de todos los empresarios de pompas fúnebres, de todos los carteros, de todos buzos, de todos los que viven en la acera de los números pares, de todos los afónicos, etcétera. Me dijo que su libro se refería a la gran masa de los oprimidos y parias.
-Tu masa de oprimidos y de parias -le contesté- no es más que una abstracción. Sólo los individuos existen, si es que existe alguien. El hombre de ayer no es el hombre de hoy sentencio algún griego. Nosotros dos, en este banco de Ginebra o de Cambridge, somos tal vez la prueba.
Salvo en las severas páginas de la Historia, los hechos memorables prescinden de frases memorables. Un hombre a punto de morir quiere acordarse de un grabado entrevisto en la infancia; los soldados que están por entrar en la batalla hablan del barro o del sargento. Nuestra situación era única y, francamente, no estábamos preparados. Hablamos, fatalmente, de letras; temo no haber dicho otras cosas que las que suelo decir a los periodistas. Mi alter ego creía en la invención o descubrimiento de metáforas nuevas; yo en las que corresponden a afinidades íntimas y notorias y que nuestra imaginación ya ha aceptado. La vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua. Le expuse esta opinión, que expondría en un libro años después.
Casi no me escuchaba. De pronto dijo:
-Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?
No había pensado en esa dificultad. Le respondí sin convicción:
-Tal vez el hecho fue tan extraño que traté de olvidarlo.
Aventuró una tímida pregunta:
-¿Cómo anda su memoria?
Comprendí que para un muchacho que no había cumplido veinte años; un hombre de más de setenta era casi un muerto. Le contesté:
-Suele parecerse al olvido, pero todavía encuentra lo que le encargan.
Estudio anglosajón y no soy el último de la clase.
Nuestra conversación ya había durado demasiado para ser la de un sueño.
Una brusca idea se me ocurrió.
-Yo te puedo probar inmediatamente -le dije- que no estás soñando conmigo.
Oí bien este verso, que no has leído nunca, que yo recuerde.
Lentamente entoné la famosa línea:
L'hydre - univers tordant son corps écaillé d'astres. Sentí su casi temeroso estupor. Lo repitió en voz baja, saboreando cada resplandeciente palabra.
-Es verdad -balbuceó-. Yo no podré nunca escribir una línea como ésa.
Hugo nos había unido.
Antes, él había repetido con fervor, ahora lo recuerdo, aquella breve pieza en que Walt Whitman rememora una compartida noche ante el mar, en que fue realmente feliz.
-Si Whitman la ha cantado -observé- es porque la deseaba y no sucedió. El poema gana si adivinamos que es la manifestación de un anhelo, no la historia de un hecho.
Se quedó mirándome.
-Usted no lo conoce -exclamó-. Whitman es capaz de mentir.
Medio siglo no pasa en vano. Bajo nuestra conversación de personas de miscelánea lectura y gustos diversos, comprendí que no podíamos entendernos.
Eramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el dialogo. Cada uno de los dos era el remedo cricaturesco del otro. La situación era harto anormal para durar mucho más tiempo. Aconsejar o discutir era inútil, porque su inevitable destino era ser el que soy.
De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor. Se me ocurrió un artificio análogo.
-Oí -le dije-, ¿tenés algún dinero?
-Sí - me replicó-. Tengo unos veinte francos. Esta noche lo convidé a Simón Jichlinski en el Crocodile.
-Dile a Simón que ejercerá la medicina en Carouge, y que hará mucho bien... ahora, me das una de tus monedas.
Sacó tres escudos de plata y unas piezas menores. Sin comprender me ofreció uno de los primeros.
Yo le tendí uno de esos imprudentes billetes americanos que tienen muy diverso valor y el mismo tamaño. Lo examinó con avidez.
-No puede ser -gritó-. Lleva la fecha de mil novecientos sesenta y cuatro. (Meses después alguien me dijo que los billetes de banco no llevan fecha.)
-Todo esto es un milagro -alcanzó a decir- y lo milagroso da miedo. Quienes fueron testigos de la resurrección de Lázaro habrán quedado horrorizados. No hemos cambiado nada, pensé. Siempre las referencias librescas.
Hizo pedazos el billete y guardó la moneda.
Yo resolví tirarla al río. El arco del escudo de plata perdiéndose en el río de plata hubiera conferido a mi historia una imagen vívida, pero la suerte no lo quiso.
Respondí que lo sobrenatural, si ocurre dos veces, deja de ser aterrador. Le propuse que nos viéramos al día siguiente, en ese mismo banco que está en dos tiempos y en dos sitios.
Asintió en el acto y me dijo, sin mirar el reloj, que se le había hecho tarde. Los dos mentíamos y cada cual sabía que su interlocutor estaba mintiendo. Le dije que iban a venir a buscarme.
-¿A buscarlo? -me interrogó.
-Sí. Cuando alcances mi edad habrás perdido casi por completo la vista.
Verás el color amarillo y sombras y luces. No te preocupes. La ceguera gradual no es una cosa trágica. Es como un lento atardecer de verano. Nos despedimos sin habernos tocado. Al día siguiente no fui. EL otro tampoco habrá ido.
He cavilado mucho sobre este encuentro, que no he contado a nadie. Creo haber descubierto la clave. El encuentro fue real, pero el otro conversó conmigo en un sueño y fue así que pudo olvidarme; yo conversé con él en la vigilia y todavía me atormenta el encuentro.
El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente. Soñó, ahora lo entiendo, la imposible fecha en el dólar.

martes, junio 05, 2012

Jeremías Marquines: Fragmento de poema


Duros pensamientos zarpan al anochecer
en barcos de hierro
Jeremías Marquines

El pasado 31 de mayo de 2012 fue presentado, el el lobby del Teatro Clavijero, el libro del poeta tabasqueño Jeremías Marquines, y de título ACAPULCO GOLDEN, libro de poemas ganador del Premio Bellas Artes Aguscalientes , 2012. Con anterioridad, Marquines había ya escrito una docena de libros entre poesía y ensayo; de uno de ellos (2002) presentamos el siguiente fragmento.
Duros pensamientos zarpan al anochecer en barcos de hierro;
Se deslizan en silencio como luces distantes
mientras los veleros se mecen anclados y un ferry tartajea y gira
como una cofa en las revueltas aguas de la marea
–su arrogante voz opacada por roncas chimeneas
empenachadas de vapor. El barco pasa. Las balandras se pierden de vista.
Las campanas tañen. El ferry pronuncia
una última frase blanca, y unos labios humanos
una última frase negra, cargada de un creciente sentimiento
de perdida. Los pensamientos abandonan la cruel ciudad;
no obstante los barcos mismos son de hierro y no tienen piedad,
en tanto que los hombres tienen corazones y costados que se deterioran
y oxidan.
Duros pensamientos zarpan de las aceradas ciudades envueltas en polvo,
Pero tiernos como palomas son los pensamientos que vuelan a casa.
Anda vámonos al diablo –me dijo.
Arriba de nosotros estaba lo eterno colgando como un triste sueño.
–Reconozco que los pájaros nos llevan ventaja pero ellos
cavan más rápido sus tumbas y nadie les pregunta si el
dolor tiene la forma benévola de un beso.
–No los mires –me dijo– siempre eluden el amor de la memoria.
–Yo no le hice caso y seguí mirando a los pájaros como cuando me llamaban
vivo.
Los pájaros que desarman mi esqueleto como se desarma el silencio en
el fondo de un pozo.
Los pájaros –sus presencias tímidas– que se amoldan a mi alma perdidiza
como a un vaso de agua.
Los pájaros que traen todos los regresos en sus alas rotas.
–Porque el mar andaba sin recuerdo como un beso infantil
que se da eterno.
Eso dijo, pero yo estaba de este lado del silencio donde asomaba desangrado
el rostro de lo amargo;
sus orillas siempre llenas de presagios sin cuerpo;
sus ojos amarillos como una canción de despedida.
Sus ojos donde se pierde lo escondido.–(
Y tiene el silencio también no me preguntes.
Tiene un árbol en el centro oscuro del olvido,
un pájaro de frío desclavando espejos; tiene
un mar que recuerdo haber visto levantándome la carne.
Tiene el olvido pues, sus alas rotas.
Sus dedos mojados en un agua amarga;
su corazón que arroja piedras a la infancia,
sus hierros desnudos del insomnio,
sus criaturas tortuosas que consumen en el acto las
palabras.
Ay, las pobrecillas palabras
Ay, que no saben a nada.
sólo alcanzamos un más allá de pájaros en desbandada.
El mar sacudía sus migajas en medio de la casa mientras un palomar
tenía por sueño.
–A veces solía alegrarse cuando Él cantaba y como un perro manso
lamía los poemas de sus manos.
Yo les miraba con cierta indulgencia: parecían un par de pobres diablos
que se buscaban por caminos delirantes mientras tramaban el tedioso asesinato
de sí mismos.
Cuando el viaje pierda interés, no rehuyas los caminos arbolados ni la
risa –me dijo.
–La verdad ya me estaba cansando de mirar el infierno con fingida
madurez –le dije–, pero no me hizo caso porque el mar combatía en tierra
contra una gaviota solitaria.
–Volví a la ruta inconclusa, deseaba sentir adentro de los ruidos de mi
corazón el sonido que dejan mis pasos en la hierba; pensaba en mí con esa
fragilidad que tienen las órbitas perdidas de los ciegos y escuchaba el gotear
diminuto de mi cuerpo pudriéndose en la indiferencia de las plazas públicas,
donde el perro, unos amantes y la luna ocultan uno a otro su suerte.
Entonces pensé en el mar que volvía convertido en un pájaro suicida y
en los árboles que peinan las barbas de la tempestad y en mí que soy un pulso
pálido de tierra y en Dios que viene en un paracaídas de hojas secas a
perfeccionar mi odio.
Pensé en mí, cuando toda tú llegaste de algún lugar perdido como un vuelo de
pájaros en desbandada.

Los que se pierden sólo tienen como recuerdo la cara en blanco –dijo.
–Pero yo miré al mar morir absorto –le dije.
Él hizo un movimiento como queriendo parecer enérgico y respondió:
El mar que cambia sí, de pie, más no de sueño...
No le dije nada, más que contradecirlo me interesaba el perro que lamía albas
eternas en un sueño donde alguien como yo fingía profundas soledades.
Todo aquí pasaba largo como el deceso de alguien
miserable: las noticias de milagros, los callejones donde el
día se aquerenciaba al cielo, la vagancia infinita del sur y
sus muertos que tocan guitarras y cantan canciones de amor
como esperando un ángel.
–Yo le dije que nadie se pierde, lo que pasa es que la gente se va por ahí a
buscar recuerdos entre calles nocheras.
Le dije que pensara en el viejito que inventaba laberintos mínimos y extrañas
caligrafías para perderse y reaparecer después en alguna callejuela de
Palermo, muy lejos de nosotros.
–Tienen la cara en blanco –insistió– como la luz que se desvela.
Pensé en el mar que afinaba sus murmullos en los rincones
de la casa;
en las putas que sombrean la estrechez metafísica de sus
culos en los parquecitos del centro; en los camiones como
una carcajada maligna
y en la insolencia de un pájaro que se niega a cantar
mientras se derrumba todo.
Y también pensé en ti que temblabas envuelta en tus
aromas de colores mientras decías no sé qué de la justicia y
el cielo;
mientras alguien como yo fingía profundas soledades.

Tuve que decirle que los desaparecidos son amortiguado enojo que apostrofa.
Pero él sólo tenía ojos para sin verlo a Él –a Dios– quedarse escondido en la
diafanidad que todo ignora y repetía como un mártir:
¡Planta-semilla-planta!
¡Planta-semilla-planta!
–Qué podía hacer; él era desde sus claros huecos la memoria que un día así,
como un dolor cae para repetirse siempre.
Ya puedes estar de pie frente a las cosas –me dijo. Aquí en el sueño
inhóspito.
–Yo le dije que el mar arrastraba en el puerto sus escamas de vidrio;
llenaba las cantinas con su aliento de peces artillados;
sus melindres de azul eran menta helada en el sexo diminuto de prostitutas
niñas y que Dios podía quedarse entumido en su castidad de musgo.
¡Planta-semilla-planta!
¡Planta-semilla-planta!
Es cruel el sueño –me dijo.
–Es el mar y su gorjeo de púas lo que trae la forma misma de nombrar la
lluvia –le dije.
–No –dijo– la memoria es un parpadeo ególatra donde el espejo colma su
dolor lamido.
Quema la gota amarga de insepultos.
Como un martillazo infernal duele en la garganta.
Arde el garfio envejecido de la lluvia,
los dardos del aire que suelen lamer las salamandras
queman
formas de la nada, ruidos que de abajo del rencor vienen;
fósiles del fuego, que por insulsos, sólo lenguas de color
perpetúan.
Y sin embargo, la gota amarga de seres insepultos
como un reptil mentido –el odio– es un jardín de piedras que desemboca en
sus entrañas mismas.


Ivonne Moreno: Haz de luz, plástica de Antonio Ramón



 HAZ DE LUZ,  PLÁSTICA DE ANTONIO RAMÓN
Ivonne Moreno Uscanga


Tal como si apreciásemos espectros luminosos visibles en el cielo, tras una tormenta eléctrica, un tanto cuanto temerosos pero al mismo tiempo emocionados, nos resulta  este conjunto de obra plástica de Antonio Ramón.
Tony, quién se ha caracterizado por ser un realizador nítido, detallado y sobresaliente en el trabajo del grabado,   una vez más sorprende con su versatilidad.
En esta ocasión, la abstracción y la fuerza de los colores se abren paso ante cualquier juicio premeditado. Debemos leer sus enunciados, tal cual  nos la marca la sensación de los destellos colorísticos, en los  formatos, escogidos por  Antonio, sin la fijación mental del figurativismo, pensando tal vez en los principios compositivos de la escala de colores de Kandisky, en donde el rojo, los verdes y amarillos se asocian con las pasiones extremas, vesánicas.
No obstante esta no es una lectura condicionada, aunque sí la conducente. Será necesario ponerse  en el circuito comunicacional de las gamas del color y  en el canal de la  sustitución de las líneas, los puntos y  el bosquejo, para permutarlos  por el del goce de la eclosión, emulación del fenómeno de la tormenta y sus repercusiones en el infinito.
La estampación le ha brindado a Antonio Ramón un merecido lugar en la plástica veracruzana, trinchera,  alterna   con sus  de experiencias  de vida, y compatible con otra de sus actividades, la divulgación cultural. En ambas Tony, entreteje  ejes temáticos y herramientas para  expresar las bondades del grabado y sus nexos con diversas propuestas artísticas como la contacto con creadores y espacios, savia nutriente para su obra.
En muchas ocasiones, buscamos los distintivos de los plásticos, para saber y asegurarnos de sus obras, personajes y fauna obesa  con Botero,  material de reciclaje con Gabriel Orozco,niños sonrientes y dubitativos con Leticia Tarragó,  paisajes de Veracruz con Carlos Cano, máscaras con Néstor Andrade, con Tony, nos despistamos, el grabador, gratamente, confabula, en algunas de sus obras casi percibimos la suave brisa del mar del Golfo en tarde cálidas, y en otras la fuerzas del barlovento en las orillas del malecón del puerto.
Antonio Ramón aprovecha los beneficios del grabado, los innova y re inventa,  sintetizándolos  en situaciones de ondas de luz en el horizonte, para esta exposición y en otras  logra panoramas avizorado de buenos augurios, tal como corresponde a su relación  con la  alteridad, donde  predominan los rasgos de gentileza.