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miércoles, enero 30, 2013

Lourdes Franyuti: Entre comillas


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Entre comillas
Lourdes Franyuti
                       

                        Una verdad a medias es semejante a una mentira piadosa; a ambas les faltaría un ínfimo detalle para acercarse a la autenticidad, a la realidad, o bien, a la felicidad deseada. Siempre me hago la misma pregunta: ¿dónde inicia la verdad y dónde termina la mentira? Los extremos son profundos, secretos y radicales, razón por la cual he optado por conservar el punto medio. 

                        Un equilibrio en mi vida es lo que desearía tener en estos momentos. Mi abrigo cubre un alma invernal, el recuerdo de un viaje a París y un diario azul, melancólico y saturado de confidencias personales. Observo que en el diario las fechas inician en enero, revelando un secreto de veinte hojas. Si tuviera más tiempo, lo seguiría llenando, incrustándole a cada página un matiz de primavera, convirtiendo la alfombra de blanca nieve en vereda cálida.  

                        Mi memoria camina por Campos Elíseos y se sienta en una mesa de conocido café, repitiendo las letras de la primera página de tan querido diario, inolvidables y bien cuidadas de principio a fin. La sonrisa en los labios es definitiva; los recuerdos siguen trabajando y éstos a su vez, se mezclan con el latido de un corazón sin rumbo, abrasador y confundido entre tanta gente.  

                        La pluma colocada dentro del espiral subraya una palabra que pudiera haber pasado desapercibida en toda la hoja, esa palabra que he desconocido por muchos años, la que he evadido por diversas razones, entre otras: por temor a la opinión pública, al señalamiento de una Sociedad implacable y al enfrentamiento contra mi inseguridad.  

                        “Verdad” es el nombre que le doy al concepto que tanto le temo. Esa palabra mal subrayada y que hasta este instante reconozco. Disfraz tras disfraz he ido portando para escapar de una realidad de la que huyo en silencio: Por mucho tiempo he estado rodeada de amistades sin afecto, pero con los mejores abolengos de la ciudad; un título profesional colgado en el ático sin ejercerlo, una silueta estilizada y a la vez esclavizada por el gimnasio y rigurosa dieta, y lo peor, una sonrisa ensayada millones de veces para embellecer un rostro frustrado y desconsolado por tanta soledad.                       

                        Me quito el abrigo, lo suelto y cae en el suelo; un viento helado rompe en mi cara, haciéndome sentir la mujer más libre de todas. Volteo el diario y los recuerdos se quedan estáticos, como si el tiempo se hubiera detenido… Las ideas se aclaran, cierro los ojos y me observo feliz, frente a una cámara de televisión, como corresponsal en la Ciudad de la Luz, teniendo como fondo la torre Eiffel, cubierta de ropa térmica y gruesa gabardina, apenas con lo necesario para vivir, vista por la audiencia televisiva y mejor aun, por los mejores amigos de mi pueblo natal… Abro los ojos y ante mí, la nieve cayendo sobre los barrotes de mi ventana, la dejo abierta y camino por todos los rincones de mi amplia y elegante casa, si bien desolada, nada arrepentida de todo lo escrito en el diario azul, de esas veinte hojas de verdad entre comillas.

 

martes, enero 29, 2013

Gabriel García Márquez: El ahogado más hermoso del mundo


EL AHOGADO MÁS HERMOSO DEL MUNDO
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.

Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo.

No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los pocos muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando encontraron al ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos

Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piltrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesteroso de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación.

No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderlo ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un buen pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró:

-Tiene cara de llamarse Esteban.

Era verdad. A la mayoría le bastó con rnirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jóvenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres q ' ue lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar por la vergüenza de desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Asi que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas.

-¡Bendito sea Dios -suspiraron-: es nuestro!

Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias, y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta indolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento.

Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamaya en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galeón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.

Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a la distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que en los amaneceres de los años venturosos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas, miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.

martes, enero 22, 2013

Alicia Dorantes: La fotografía premiada


La fotografía premiada

Alicia Dorantes


                                             La fotografía no puede cambiar la realidad pero si puede mostrarla. Fred Mc Cullin


Tiempo atrás, el fotógrafo y periodista español, Gervasio Sánchez subió a recoger el premio Ortega y Gasset que otorga el diario El País. Fue ante la asistencia de un concurrido público, entre ellos estaban también la vicepresidenta del gobierno, el presidente del Senado, varios ministros, y el alcalde de Madrid, además de todos los medios de prensa. Parece ser que dicho discurso no debió ser del gusto de tan ilustre público ya que fue condenando al ostracismo y al olvido de la prensa.
            Como la gran mayoría de medios no quisieron publicar el discurso, un alma piadosa, lo convirtió en un Power Point (PP) para que lo leyeran miles de personas alrededor del mundo. De ese PP extraje el mensaje del Sr. Sánchez. Cuando lo lean, entenderán por qué motivo no quisieron darle la publicidad que a mi juicio, merecía. El discurso iniciaba así:

«Estimados miembros del jurado, señoras y señores: Es para mí un gran honor recibir el Premio “Ortega y Gasset” de Fotografía, convocado por El País, diario donde publiqué mis fotos iniciales de América Latina en la década de los ochenta y mis mejores trabajos realizados en diferentes conflictos del mundo durante la década de los noventa, muy especialmente las fotografías que tomé durante el cerco de Sarajevo. Quiero dar las gracias a los responsables de Heraldo de Aragón, del Magazine de La Vanguardia y la Cadena, por respetar siempre mi trabajo como periodista y permitir que los protagonistas de mis relatos, tantas veces seres humanos extraviados en la historia, tengan un espacio donde llorar y gritar.»

«No quiero olvidar a las organizaciones humanitarias Intermon Oxfam, Manos Unidas y Médicos Sin Fronteras, la compañía DKV SEGUROS, ni a mi editor Leopoldo Blume por apoyarme en los últimos doce años y permitir que el proyecto “Vidas Minadas”, al que pertenece la fotografía premiada, tenga vida propia y un largo recorrido que puede durar décadas.»

«Señoras y señores, aunque sólo tengo un hijo biológico, Diego Sánchez, puedo decir como Martín Luther King, el gran soñador afroamericano asesinado en Memphis, Tennessee, el día 4 de abril de 1968, también tengo otros cuatro hijos víctimas de las minas antipersonas. Ellos son: la mozambiqueña Sofia Elface Fumo, a la que ustedes ven junto a su hija Alia en la imagen premiada, que concentra todo el dolor de las víctimas, pero también la belleza de la vida y, sobre todo, la incansable lucha por la supervivencia y la dignidad de los mártires, el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic y la pequeña colombiana Mónica Paola Ojeda, que se quedó ciega tras ser víctima de una explosión a los ocho años. Sí, son mis cuatro hijos adoptivos a los que he visto al borde de la muerte, he visto llorar, gritar de dolor, crecer, enamorarse, llegar a la universidad, tener hijos.»

«Les aseguro que no hay nada más bello en el mundo que ver a una víctima de la guerra perseguir la felicidad. Es verdad que la guerra funde nuestras mentes y nos roba los sueños, como se dice en la película “Cuentos de la luna pálida” de Kenji Mizoguchi. Es verdad que las armas que circulan por los campos de batalla suelen fabricarse en países desarrollados como el nuestro, que fue un gran exportador de minas en el pasado y que hoy dedica muy poco esfuerzo a la ayuda a las víctimas de las minas y al desminado. Es verdad que todos los gobiernos españoles, desde el inicio de la transición, encabezados por los presidentes Adolfo Suarez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero, permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas.»

Es verdad que en la anterior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra y que hoy fabricamos cuatro tipos distintos de bombas de racimo, cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonas. Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo, y que me avergüenzo de mis representantes políticos.»

«Pero como Martin Luther King, me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte. Muchas gracias.»

Pero… ¿Quién es Gervasio Sánchez, nos preguntaremos muchos? Gervasio Sánchez nació en Córdoba, España, en 1959. Es periodista y fotógrafo. Ha cubierto como reportero gráfico la mayor parte de los conflictos armados de América Latina y la Guerra del Golfo desde 1984 hasta 1992, a partir de lo cual pasó a cubrir la Guerra de Bosnia y el resto de conflictos derivados de la desfragmentación de la antigua Yugoslavia. También ha cubierto diferentes conflictos en África y Asia. Ha trabajado para diferentes medios, aunque usualmente lo ha hecho como periodista independiente. Entre los periódicos para los que ha trabajado destaca "Heraldo de Aragón", El Magazine de La Vanguardia; y en otros medios: la Cadena SER, el servicio español de la BBC y la revista Tiempo.

Cuando habla de su columna: «Vidas Minadas», menciona un proverbio indio que “la más larga caminata comienza con un paso”. Así, mi primer paso en el proyecto que se acabó llamando “Vidas Minadas”, lo di tras el curioso encargo realizado por una revista en septiembre de 1995 que me permitió zambullirme en un submundo de horror y desolación. Durante dos semanas fui testigo en Kuito (Angola, África) de las gravísimas secuelas que provocan las minas antipersonas entre la población civil: ejércitos de mutilados, formados por hombres, mujeres y niños, se paseaban por una comarca de ruinas modernas después de sobrevivir a un cerco más salvaje que el de Sarajevo. Entonces morían o eran mutilados por diminutos “guerreros” ocultos que carecen de sentimientos, pero que son letales a la más leve presión.»

 «A cualquier hora del día o de la noche era imposible pasear por una calle de aquella ciudad sin que te topases con un mutilado. Tres mil personas, el 3% de la población, había sufrido el impacto de una mina. Centenares de personas, habían muerto sin recibir asistencia durante su agonía. Había tantas minas que los potenciales auxiliadores hubieran saltado por los aires. El encargo que me había hecho el dueño de la revista en cuestión era sencillo: contar la historia de un niño o una niña víctima de una mina. Se había comprometido a publicar el reportaje como yo quisiera y, por primera vez en mi vida profesional, un medio de comunicación me había ofrecido un generoso adelanto para los gastos.

Elegí la historia de un adolescente llamado Adelino que había perdido su pierna siendo un niño y cuyo padre había muerto víctima de una mina. Nunca olvidaré el día en que el muchacho se paró en un sendero y me señaló unos huesos a unos cinco metros escondidos entre hierbajos de un metro de altura: “Son de mi padre. No pudieron salvarle, agonizó y murió sin ayuda. Esa es su tumba”. Aquel viaje a Angola cambió radicalmente mi perspectiva periodística. La muerte de un ciudadano occidental repercute más que la de miles de africanos, asiáticos o latinoamericanos. Alguien de aquí muere allí y no sólo pasa a la posteridad sino que llegamos a conocer hasta el color de los ojos de su hijo más pequeño.» Gervasio Sánchez, como Martin Luther King, comparten el siguiente sueño:

Tengo un sueño, un solo / sueño, seguir soñando.
Soñar con la libertad, soñar / con la justicia, soñar con la
igualdad y ojalá!!... ya no / tuviera necesidad de soñarlas.
Soñar a mis hijos, grandes, / sanos, felices, volando
con sus alas, / sin olvidar nunca el nido.
Soñar con el amor con / amar y ser amado
dando todo sin medirlo / recibiendo todo sin pedirlo.
Soñar con la paz en el mundo, / en mi país... en mi mismo,
y quién sabe cuál es / más difícil de alcanzar.
Soñar que mis cabellos / que ralean y se blanquean
no impidan que mi mente / y mi corazón sigan jóvenes,
y se animen a la aventura, / sigan niños y conserven la capacidad de jugar.
De soñar que cuando llegue al / final podré decir
que viví soñando y que / mi vida fue un sueño soñado
en una larga y plácida noche / de la eternidad.

                                                                    
Martin Luther King


Alicia Dorantes











lunes, enero 21, 2013

ABDULRAZAQ AL-RUBAYI: Poemas


ABDULRAZAQ AL-RUBAYI

POEMAS



CIELO NEGATIVO

Cuando ha parado la lluvia,

el viento ha sido malintencionado.

Dos pájaros han volado sobre el cable eléctrico.

Y después de la explosión de su beso,

en menos de un segundo se han templado,

se han convertido en cenizas.

Así, hemos sido... y así estamos,

debajo del cielo negativo.

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NACIMIENTO

Nuestros nacimientos son improvisados

y nuestros días infinitos.

Nosotros enseñamos a nuestros niños,

desde sus primeras tristezas,

a que escriban en las espaldas de sus días:

"Bye... bye".

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CONTRASTE

Las manos

se alzan

se alzan.

Los pies

se convierten

en muletas.

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CARA

En el espejo

una cara me mira con ironía.

Quizá nos hemos presentado

antes

en

el club de los espejos.



miércoles, enero 16, 2013

Octavio Paz: Sobre Borges


 

Octavio Paz

Empecé a leer a Borges en mi juventud, cuando todavía no era un autor de fama internacional. En esos años su nombre era una contraseña entre iniciados y la lectura de sus obras el culto secreto de unos cuantos adeptos. En México, hacia 1940, los adeptos éramos un grupo de jóvenes y uno que otro mayor reticente: José Luis Martínez, Alí Chumacero, Xavier Villaurrutia y algunos más. Era un escritor para escritores. Lo seguíamos a través de las revistas de aquella época. En números sucesivos de Sur yo leí la serie de cuentos admirables que después, en 1941, formarían su primer libro de ficciones: El jardín de los senderos que se bifurcan.

Todavía guardo la vieja edición de pasta azul, letras blancas y, en tinta más oscura, la flecha indicando un sur más metafísico que geográfico. Desde esos días no cesé de leerlo y conversar silenciosamente con él. A diferencia de lo que ocurrió después, cuando la publicidad lo convirtió en uno de sus dioses-víctimas, el hombre desapareció detrás de su obra. A veces, incluso, se me antojaba que Borges también era una ficción.

El primero que me habló de la persona real, con asombro y afecto, fue Alfonso Reyes. Lo estimaba mucho pero ¿lo admiraba? Sus gustos eran muy distintos. Estaban unidos por uno de esos equívocos usuales entre gente del mismo oficio: para Borges, el escritor mexicano era el maestro de la prosa; para Reyes, el argentino era un espíritu curioso, una feliz excentricidad. Más tarde, en París,en 1947, mis primeros amigos argentinos -José Bianco, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares- eran también muy amigos de Borges. Tanto me hablaron de él que, sin haberlo visto nunca, llegué a conocerlo como si fuese mi amigo. Nuevo equívoco: yo era su amigo pero para él mi nombre sólo evocaba, borrosamente, a un alguien que era un amigo de sus amigos. Muchos años después, al fin, lo conocí en persona. Fue en Austin, en 1971. Cortesía y reserva: él no sabía qué pensar de mí y yo no acababa de perdonarle aquel poema en que exalta, como Whitman pero con menos razón que el poeta norteamericano, a los defensores de El Alamo. A mí la pasión patriótica no me dejaba ver el arrojo heroico de aquellos hombres; él no percibía que el sitio de El Alamo había sido un episodio de una guerra injusta. Borges no acertó siempre a distinguir el verdadero heroísmo de la mera valentía. No es lo mismo ser un cuchillero de Balvanera que ser Aquiles: los dos son figuras de leyenda pero el primero es un caso mientras que el segundo es un ejemplo.

Nuestros otros encuentros, en México y en Buenos Aires, fueron más afortunados. Varias veces pudimos hablar con un poco de desahogo y Borges descubrió que algunos de sus poetas favoritos también lo eran míos. Celebraba esas coincidencias recitando trozos de este o aquel poeta y la charla, por un instante, se transformaba en una suerte de comunión. Una noche, en México, mi mujer y yo lo ayudamos a escabullirse del asalto de unas admiradoras indiscretas; entonces, en un rincón, entre el ruido y las risas de la fiesta, le recitó a Marie José unos versos de Toulet:

Toute allégresse a son défaut
Et se brise elle-meme.
Si vous voulez que je vuus aime,
Ne riez pas trop haut.

C’est a voix basse qu’on enchante
Sous la cendre d’hiver
Ce coeur, pareil au feu couvert,
Qui se consume et chante.


En Buenos Aires pudimos conversar y pasear sin agobio y gozando del tiempo. El y María Kodama nos llevaron al viejo Parque Lezama; quería mostrarnos, no sé por qué, la Iglesia Ortodoxa pero estaba cerrada; nos contentamos con recorrer los senderillos húmedos bajo árboles de tronco eminente y follajes cantantes. Al final, nos detuvimos ante el monumento de la Loba Romana y Borges palpó con manos conmovidas la cabeza de Remo. Terminamos el paseo en el Café Tortoni, famoso por sus espejos, sus doradas molduras, sus grandes tazas de chocolate y sus fantasmas literarios. Borges nos habló del Buenos Aires de su juventud, esa ciudad de “patios cóncavos como cántaros” que aparece en sus primeros poemas; ciudad inventada y, no obstante, dueña de una realidad mas perdurable que la de las piedras: la de la palabra.

Esa tarde me sorprendió su desánimo ante la situación de su país. Aunque él se regocijaba del regreso de Argentina a la democracia, se sentía más y mas ajeno a lo que pasaba. Es duro ser escritor en nuestras asperas tierras (tal vez lo sea en todas), sobre todo si se ha alcanzado la celebridad y se está asediado por las dos hermanas enemigas, la envidia espinosa y la admiración beata, ambas miopes. Además, quizá Borges ya no conocía al tiempo que lo rodeaba: estaba en otro tiempo. Comprendí su desazón: yo también cuando recorro las calles de México, me froto los ojos con extrañeza: ¿en esto hemos convertido a nuestra ciudad? Borges nos confió su decisión de “irse a morir en otra parte, tal vez al Japón”. No era budista pero la idea de la nada, tal como aparece en la literatura de esa religión, lo seducía. He dicho idea porque la nada no puede ser sino una sensación o una idea. Si es una sensación, carece de toda virtud curativa y apaciguadora. En cambio, la nada como idea nos calma y nos da, simultáneamente, fortaleza y serenidad.

Lo volví a ver el año pasado, en Nueva York. Coincidimos por unos días, en el mismo hotel, con él y María Kodama. Cenamos juntos, llegó de pronto Eliot Weinberger y se hablo de poesía china. Al final, Borges recordó a Reyes y a López Velarde; como siempre, recito unas líneas del segundo, aquellas que empiezan así: “Suave patria, vendedora de chía...” Se interrumpió y me preguntó:

--¿A qué sabe la chía?

Confundido, le respondí que no podía explicárselo sino con una metáfora:

-Es un sabor terrestre.

Movió la cabeza. Era demasiado y demasiado poco. Me consolé pensando que expresar lo instantáneo no es menos arduo que describir la eternidad. El lo sabía.

Es difícil resignarse ante la muerte de un hombre querido y admirado. Desde que nacemos, esperamos siempre la muerte y siempre la muerte nos sorprende. Ella, la esperada, es siempre la inesperada. La siempre inmerecida. No importa que Borges haya muerto a los ochenta y seis años: no estaba maduro para morir. Nadie lo está, cualquiera que sea su edad. Se puede invertir la frase del filosofo y decir que todos -viejos y niños, adolescentes y adultos- somos frutos cortados antes de tiempo. Borges duro más que Cortázar y Bianco, para hablar de otros dos queridos escritores argentinos, pero lo poco que los sobrevivió no me consuela de su ausencia. Hoy Borges ha vuelto a ser lo que era cuando yo tenía veinte años: unos libros, una obra.

Cultivó tres géneros: el ensayo, la poesía y el cuento. La división es arbitraria: sus ensayos se leen como cuentos, sus cuentos son poemas y sus poemas nos hacen pensar como si fuesen ensayos. El puente entre ellos es el pensamiento. Por esto, es útil comenzar por el ensayista. Borges fue un temperamento metafísico. De ahí su fascinación por los sistemas idealistas y sus arquitecturas diáfanas: Berkeley, Leibnitz, Spinoza, Bradley, los distintos budismos. También fue una mente de rara lucidez unida a la fantasía de un poeta atraído por el “otro lado” de la realidad; así, no podía sino sonreír ante las construcciones quiméricas de la razón. De ahí el culto que rindió a Hume y a Schopenhauer, a Chuang-Tzu y a Sexto Empírico. Aunque en su juventud lo deslumbraron las opulencias verbales y los laberintos sintácticos de Quevedo y de Browne, no se parece a ellos. Más bien hace pensar en Montaigne, por su escepticismo y su curiosidad universal ya que no por el estilo. También en otro contemporáneo nuestro, hoy un poco olvidado: George Santayana.

A diferencia de Montaigne, no le interesaron demasiado los enigmas morales y psicológicos; tampoco la diversidad de costumbres, hábitos y creencias del animal humano. No lo apasionó la historia ni lo atrajo el estudio de las complejas sociedades humanas. Sus opiniones políticas fueron juicios morales e, incluso, estéticos. Aunque los emitió con valentía y probidad, lo hizo sin comprender verdaderamente lo que pasaba a su alrededor. A veces acertó, por ejemplo, en su oposición al régimen de Perón y su rechazo al socialismo totalitario; otras desbarró y su visita a Chile en plena dictadura militar y sus fáciles epigramas contra la democracia consternaron a sus amigos. Después, se arrepintió. Hay que agregar que siempre, en sus aciertos y en sus errores, fue coherente consigo mismo y honrado. Nunca mintió ni justificó el mal a sabiendas, como lo han hecho muchos de sus enemigos y detractores. Nada más alejado de Borges que la casuística ideológica de nuestros contemporáneos.

Todo esto fue accidental; lo desvelaban otros temas: el tiempo y la eternidad, la identidad y la pluralidad, lo uno y lo otro. Estaba enamorado de las ideas. Un amor contradictorio, corroído por la pluralidad: detrás de las ideas no encontró a la Idea (llámese Dios, Vacuidad o Primer Principo) sino a una nueva y más abismal pluralidad, la de sí mismo. Buscó la Idea y encontró la realidad de un Borges que se disgregaba en sucesivas apariciones. Borges fue siempre el otro Borges desdoblado en otro Borges, hasta el infinito. En su interior pelearon el metafísivo y el escéptico; ganó, en apariencia, el escéptico pero el escepticismo no le dio paz sino que multiplicó los fantasmas metafísicos. El espejo fue su emblema. Emblema abominable: el espejo es la refutación de la metafísica y la condenación del escéptico.

Sus ensayos son memorables, más que por su originalidad, por su diversidad y por su escritura. Humor, sobriedad, agudeza y, de pronto, un disparo insólito. Nadie había escrito así en español. Reyes, su modelo, fue más correcto y fluido, menos preciso y sorprendente. Dijo menos cosas con más palabras; el gran logro de Borges fue decir lo más con lo menos. Pero no exageró: no clava a la frase, como Gracián, con la aguja del ingenio ni convierte al párrafo en un jardín simétrico. Borges sirvió a dos divinidades contrarias: la simplicidad y la extrañeza. Con frecuencia las unió y el resultado fue inolvidable: la naturalidad insólita, la extrañeza familiar. Este acierto, tal vez irrepetible, le da un lugar único en la historia de la literatura del siglo XX. Todavía muy joven, en un poema dedicado al Buenos Aires vario y cambiante de sus pesadillas, define a su estilo: “Mi verso es de interrogación y de prueba, para obedecer lo entrevisto”. La definición abraza también a su prosa. Su obra es un sistema de vasos comunicantes y sus ensayos son arroyos navegables que desembocan con naturalidad en sus poemas y cuentos. Confieso mi preferencia por estos últimos. Sus ensayos me sirven no para comprender al universo ni para comprenderme a mí mismo sino para comprender mejor sus invenciones sorprendentes.

Aunque los asuntos de sus poemas y de sus cuentos son muy variados, su tema es único. Pero antes de tocar este punto, conviene deshacer una confusión: muchos niegan que Borges sea realmente un escritor hispanoamericano. El mismo reproche se hizo al primer Darío y por nadie menos que José Enrique Rodó. Prejuicio no por repetido menos perverso: el escritor es de una tierra y de una sangre pero su obra no puede reducirse a la nación, la raza o la clase. Además, se puede invertir la censura y decir que la obra de Borges, por su transparente perfección y por su nítida arquitectura, es un reproche vivo a la dispersión, la violencia y el desorden del continente latinoamericano. Los europeos se asombraron ante la universalidad de Borges pero ninguno de ellos advirtió que ese cosmopolitismo no era ni podía ser sino el punto de vista de un latinoamericano. La excentricidad de América Latina consiste en ser una excentricidad europea; quiero decir, es otra manera de ser occidental. Una manera no-europea. Dentro y fuera, al mismo tiempo, de la tradición europea, el latinoamericano puede ver a Occidente como una totalidad y no con la visión, fatalmente provinciana, de un francés; un alemán, un inglés o un italiano. Esto lo vio mejor que nadie un mexicano: Jorge Cuesta; y lo realizó en su obra, también mejor que nadie, un argentino: Jorge Luis Borges. El verdadero tema de la discusión no debería ser la ausencia de americanidad de Borges sino aceptar de una vez por todas que su obra expresa una universalidad implícita en América Latina desde su nacimiento.

No fue un nacionalista y, sin embargo, ¿quién sino un argentino habría podido escribir muchos de sus poemas y cuentos? Sufrió también la atracción hacia la América violenta y oscura. La sintió en su manifestación menos heroica y más baja: la riña callejera, el cuchillo del malevo matón y resentido. Extraña dualidad: Berkeley y Juan Iberra, Jacinto Chiclana y Duns Escoto. La ley de la pesantez espiritual también rige la obra de Borges: el macho latinoamericano frente al poeta metafísico Macedonio Fernández. La contradicción que habita sus especulaciones intelectuales y sus ficciones -la disputa entre la metafísica y el escepticismo- reaparece con violencia en el campo de la afectividad. Su admiración por el cuchillo y la espada, por el guerrero y el pendenciero, era tal vez el reflejo de una inclinación innata. En todo caso es un rasgo que aparece una y otra vez en sus escritos. Fue quizá una réplica vital, instintiva, a su escepticismo y a su civilizada tolerancia.

En su vida literaria esta tendencia se expresó como afición por el debate y por la afirmación individualista. En sus comienzos, como casi todos los escritores de su generación, participó en la vanguardia literaria y en sus irreverentes manifestaciones. Más tarde cambió de gustos y de ideas, no de actitudes; dejó de ser ultraísta pero continuó cultivando las salidas de tono, la impertinencia y la insolencia brillante. En su juventud, el blanco habían sido el espíritu tradicional y los lugares comunes de las academias y de los conservadores; en su madurez la respetabilidad cambió de casa y de traje: se volvió juvenil, ideológica y revolucionaria. Borges se burló del nuevo conformismo de los iconoclastas con la misma gracia cruel con que se había mofado del antiguo.

No le dio la espalda a su tiempo y fue valeroso ante las circunstancias de su país y del mundo. Pero era ante todo un escritor y la tradición literaria no le parecía menos viva y presente que la actualidad. Su curiosidad iba, en el tiempo, de los contemporáneos a los antiguos, y, en el espacio, de lo próximo a lo lejano, de la poesía gauchesca a las sagas escandinavas. Muy pronto frecuentó y asimiló con soberana libertad los otros clacisismos que la modernidad ha descubierto, los del Extremo Oriente y los de la India, los árabes y los persas. Pero esta diversidad de lecturas y esta pluralidad de influencias no lo convirtieron en un escritor babélico: no fue confuso ni prolijo sino nítido y conciso. La imaginación es la facultad que asocia y tiende puentes entre un objeto y otro; por esto es la ciencia de las correspondencias. Esta facultad la tuvo Borges en el grado más alto, unida a otra no menos preciosa: la inteligencia para quedarse con lo esencial y podar las vegetaciones parásitas. Su saber no fue el del historiador, el del filólogo o el del crítico; fue un saber de escritor, un saber activo que retiene lo que le es útil y desecha lo demás. Sus admiraciones y sus odios literarios eran profundos y razonados como los de un teólogo y violentos como los de un enamorado. No fue ni imparcial ni justo; no podía serlo: su crítica era el otro brazo, la otra ala, de su fantasía creadora. iFue un buen juez de sí mismo? Lo dudo: sus gustos no siempre coincidieron con su genio ni sus preferencias con su verdadera naturaleza. Borges no se parece a Dante, Whitman, Verlaine sino a Gracián, Coleridge, Valéry, Chesterton. No, me equivoco: Borges se parece, sobre todo, a Borges.

Cultivó las formas tradicionales y, salvo en su juventud, apenas si lo tentaron los cambios y las violentas innovaciones de nuestro siglo. Sus ensayos fueron realmente ensayos; nunca confundió este género, como es ya costumbre,‘con el tratado, la disertación o la tesis. En sus poemas predominó, al principio, el verso libre; después, las formas y los metros canónicos. Como poeta ultraísta fue más bien tímido, sobre todo si se comparan los poemas un tanto lineales de sus primeros libros con las osadas y complejas construcciones de Huidobro y de otros poetas europeos de ese período. No cambió la música del verso español ni trastornó la sintaxis: ni Góngora ni Darío. Tampoco descubrió algún subsuelo o sobrecielo poético, como otros contemporáneos suyos. Sin embargo, sus versos son únicos, inconfundibles: sólo él podía haberlos escrito. Sus mejores versos no son palabras esculpidas: son luces o sombras repentinas, dádivas de las potencias desconocidas, verdaderas iluminaciones.

Sus cuentos son insólitos por la felicidad de su fantasía, no por su forma. Al escribir sus obras de imaginación no se sintió atraído por las aventuras y vértigos verbales de un Joyce, un Celine o un Faulkner. Lúcido casi siempre, no lo arrastró el viento pasional de un Lawrence, que a veces levanta polvaredas y otras despeja de nubes el cielo. A igual distancia de la frase serpentina de Proust y de la telegráfica de Hemingway, su prosa me sorprende por su equilibrio: ni demasiado lacónica ni prolija, ni lánguida ni entrecortada. Virtud y limitación: con esa prosa se puede escribir un cuento, no una novela; se puede dibujar una situación, disparar un epigrama, asir la sombra del instante, no contar una batalla, recrear una pasión, penetrar en un alma. Su originalidad, lo mismo en la prosa que en el verso, no está en la novedad de las ideas y las formas sino en su estilo, seductora alianza de lo más simple y lo más complejo, en sus admirables invenciones y en su visión. Es una visión única no tanto por lo que ve sino por el lugar desde donde ve al mundo y se ve a sí mismo. Un punto de vista más que una visión.

Su amor a las ideas fue extremoso y lo fascinaron muchos absolutos, aunque terminó por descreer en todos. En cambio, como escritor sintió una instintiva desconfianza ante los extremos y casi nunca lo abandonó el sentido de la medida. Lo deslumbraron las desmesuras y las enormidades, las mitologías y cosmologías de la India y de los nórdicos, pero su idea de la perfección literaria fue la de una forma limitada y clara, con un principio y un fin. Pensó que las eternidades y los infinitos caben en una página. Habló con frecuencia de Virgilio y nunca de Horacio; la verdad es que no se parece al primero sino al segundo: jamás escribió ni intentó escribir un poema extenso y se mantuvo siempre dentro de los límites del decoro horaciano. No digo que Borges haya seguido la poética de Horacio sino que su gusto lo llevaba a preferir las formas mesuradas. En su poesía y en su prosa no hay nada ciclópeo.

Fiel a esta estética, observó invariablemente el consejo de Poe: un poema moderno no debe tener más de cincuenta líneas. Curiosa modernidad: casi todos los grandes poemas modernos son poemas extensos. Las obras características del siglo XX -pienso, por ejemplo, en las de Eliot y Pound- están animadas por una ambición: ser las divinas comedias y los paraísos perdidos de nuestra época. La creencia que sustenta a todos estos poemas es la siguiente: la poesía es una visión total del mundo o del drama del hombre en el tiempo. Historia y religión. Dije más arriba que la originalidad de Borges consistía en haber descubierto un punto de vista; por esto, algunos de sus poemas mejores adoptan la forma de comentarios a nuestros clásicos: Homero, Dante, Cervantes. El punto de vista de Borges es su arma infalible: trastorna todos los puntos de vista tradicionales y nos obliga a ver de otra manera las cosas que vemos o los libros que leemos. Algunas de sus ficciones parecen cuentos de Las mil noches y una noche escritos por un lector de Kipling y Chuang Tzu; algunos de sus poemas hacen pensar en un poeta de la Antologia palatina que hubiese sido amigo de Schopenhauer y de Lugones. Practicó los géneros llamados menores -cuentos, poemas breves, sonetos- y es admirable que haya conseguido con ellos lo que otros se propusieron con largos poemas y novelas. La perfección no tiene tamaño. El la alcanzó con frecuencia por la inserción de lo insólito en lo previsto, por la alianza de la forma duda con un punto de vista que, al minar las apariencias, descubre otras. En sus cuentos y en sus poemas Borges interrogó al mundo pero su duda fue creadora y suscitó la aparición de otros mundos y realidades.

Sus cuentos y sus poemas son invenciones de poeta y de metafísico; por esto satisfacen dos de las facultades centrales del hombre: la razón y la fantasía. Es verdad que no provoca la complicidad dé nuestros sentimientos y pasiones, sean las oscuras o las luminosas: piedad, sensualidad cólera, ansia de fraternidad; también lo es que poco o nada nos dicen sobre los misterios de la sangre, el sexo y el apetito de poder. Tal vez la literatura tiene sólo dos temas: uno, el hombre con los hombres, sus semejantes y sus adversarios; otro, el hombre solo frente al universo y frente a sí mismo. El primer tema es el del poeta épico, el dramaturgo y el novelista; el segundo, el del poeta lírico y metafísico. En las obras de Borges no aparece la sociedad humana ni sus complejas y diversas manifestaciones, que van de amor de la pareja solitaria a los grandes hechos colectivos. Sus obras pertenecen a la otra mitad de la literatura y toda; ellas tienen un tema único: el tiempo y nuestras renovadas y estériles tentativas por abolirlo. Las eternidades son paraísos que se convierten en condenas, quimeras que son más reales que la realidad. O quizá debería decir: quimeras que no son menos irreales que la realidad.

A través de variaciones prodigiosas y de repeticiones obsesivas, Borges exploró sin cesar ese tema único: el hombre perdido en el laberinto de un tiempo hecho de cambio que son repeticiones, el hombre que se desvanece al contemplarse ante el espejo de la eternidad sin facciones, el hombre que ha encontrado la inmortalidad y que ha vencido la muerte pero no al tiempo ni a la vejez. En los ensayos este tema se resuelve en paradojas y antinomias; en los poemas y los cuentos, en construcciones verbales que tienen la elegancia de un teorema y la gracia de los seres vivos. La discordia entre el metafísico y el escéptico es insoluble pero el poeta hizo con ella transparentes edificios de palabras entretejidas: el tiempo y sus reflejos danzan sobre el espejo de la conciencia atónita. Obras de rara perfección, objetos verbales y mentales construidos conforme a una geometría a un tiempo rigurosa y fantástica, racional y caprichosa, sólida y cristalina. Lo que nos dicen todas esas variaciones del tema único es también algo único: las obras del hombre y el hombre mismo no son sino configuraciones de tiempo evanescente. El lo dijo con lucidez impresionante: “El tiempo es la substancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata pero yo soy ese río, es un fuego que me consume pero yo soy el fuego”. La misión de la poesía es sacar a la luz lo que está oculto en los repliegues del tiempo .Era necesario que un gran poeta nos recordase que somos juntamente, el arquero, la flecha y el blanco.


Vuelta 117- México, Agosto de 1986
Cortesía:
Letras libres
Foto de autor desconocido. Fuente:
El boomeran

Ivonne Moreno Uscanga: Colectiva San Sebastián




Participantes en la  Colectiva de San Sebastián
Ivonne Moreno Uscanga
Se cumple un lustro de la celebración plástica del Santo Patrono de Veracruz. San Sebastián. A pesar del ser del desconocimiento de varios veracruzanos acerca de la consagración del Santo contra la Peste a nuestra ciudad, hoy varios realizadores plásticos con gusto, cultivan este seguimiento a través del arte.
San Sebastián es conocido como el Apolo del Arte, tal vez transcendió el hecho desde el siglo III d de C. de su buena apariencia física y su valentía. Joven soldado arrostró la ira de los tetratarcas de Roma y se decide por el camino del cristianismo. Su primer intento de muerte  por medio de flechas, es el motivo capital de su representación, donde grandes pintores como Antonello de la Mesina y Andrea Mantegna lo ponen atado a una columna. Desde el gótico hasta nuestros días, San Sebastián continua vigente en el arte. En México, Ángel Zágarra, Frida Kalho( La Venadita) y  Nahum Zenil , Rafael Cauduro, se ocupan de San Sebastián.
En Veracruz, puerto y ex ciudad amurallada  San Sebastián llega por una familia, quienes en el siglo XVII, traen una escultura del Santo, hoy colocada en la Nuestra Señora de la Asunción, La Catedral. Aunque en este recinto existen dos imágenes del santo. Recordemos también la consagración del ex convento betlemita ( hoy Ivec) como el Nosocomio dedicado a San Sebastián.
Realizadores de gran trayectoria como Moisés Avendaño, poseedor del único museo de autor en el estado MOA, Daniel Noriega pintor expositor, de su trayectoria en el WTC, Carlos Cano, prestigiado fotógrafo y ex director de la FOTOTECA,  la agudeza de Ángel Lagunes,  Mariana Pazos promesa en la artes plásticas, Néstor Andrade, tallerista y docente en Pintura, grabadores de talento como Bernardo Antonio Pérez y Antonio Ramón, también promotor cultural, han trabajado la figura de San Sebastián, a la usanza de las artes visuales contemporáneas.
Del mismo modo Luis Mellado, un realizador polifacético,  el intrépido Gustavo Pastrana, la fotógrafa viajera Arissa Huerta,los versátiles diseñadores Lili Flores(fotógrafa y pintora) y Alfredo Velasco, el acuarelista Sergio Isaías Camacho,  Sergio Gerdo Jiménez,  invitado por vez primera, el maestro en Dibujo, Manuel Casal, la maestra en Pintura, Olga Munguía,  los jóvenes Aldo Peralta, Rosarito  Vinil, Tadeo y Carlos Rodríguez nos acompañan este 19 de enero a la liturgia de la tradición.
En otroras ocasiones en el marco de Casa Principal, espacio cultural del IVEC, también estuvieron con sus alcances plásticos e imaginación María Elena Lobeira, Maribel Homs,  Cecilia Burgos y Javier Casco.
Ser parte de la alteridad  es una de la constante del Instituto Veracruzano de la Cultural y el vínculo es San Sebastián.

miércoles, enero 09, 2013

Alicia Dorantes: La India frente a la barbarie antifeminista....


La India frente a la barbarie antifeminista:
rebeldes con causa

 Alicia Dorantes

 
Cuídate mucho de hacer llorar a una mujer, pues Dios cuenta todas sus lágrimas: Talmud.

Primero un grito, luego un empujón, más tarde un golpe... al final si no hacemos nada: una tumba.
Autor desconocido
 

No. No la conocí. Ni siquiera sé su nombre. La prensa internacional sólo dijo que tenía 23 años y que era estudiante de fisioterapia en Nueva Delhi, India. El día 15 de diciembre del 2012, ella y su novio subieron a un autobús. Seis hombres los capturaron. A él, lo golpearon hasta hacerlo sangrar. Hasta fracturarle una pierna. A ella, la violaron durante horas, incluso lastimándola con una barra de metal. Luego, los arrojaron desnudos a la calle. Tras de luchar valientemente por su vida, finalmente la chica murió.

 Ahora, a lo largo y ancho del país, la gente indignada, ha reaccionado con protestas masivas para decir « ¡Ya basta! ». Según datos oficiales, en ese país, una mujer es violada cada 22 minutos. Los casos de abusos sexuales aumentaron casi 875 por ciento en las últimas cuatro décadas al pasar de 2 487 en 1971 a 24 206 en 2011 ¿Y a nivel mundial? Bueno, la cifra de violaciones es escalofriante: siete de cada diez mujeres son o serán física o sexualmente agredidas durante su vida. El horror acontecido en Nueva Delhi es la gota que colma el vaso de la tolerancia. Vivimos ya en el 2013 y esta brutal y corrupta agresión contra las mujeres a nivel global, tiene que terminar. Debemos empezar marcando un antes y un después…

Esto trae a mi recuerdo una película tan bella como dolorosa. Se llamó «Agua». Su joven directora, la cineasta hindú Deepa Mehta, escribió el guion y dirigió la espléndida película, que quizá por tener un nombre tan sencillo y breve, pasó inadvertida para muchos. Los nombres que vimos en el reparto tampoco nos dijeron nada; en lo personal nunca los había escuchado. La cinta nos habla de otro país, de otra cultura. «Agua» fue la tercera película de una trilogía de esta joven directora, a las dos previas las llamó «Fuego» y «Tierra».

La historia en cuestión se sitúa por ahí de 1938, en una India aún bajo el despótico dominio inglés, cuando Mahatma Gandhi iniciaba el movimiento independentista increíblemente pacífico, que culminó con la liberación del oprimido país. Por aquellas fechas e incluso hoy día, las creencias ancestrales decretan que cuando una mujer se casa, se convierte en la mitad del hombre. «Por lo tanto, si el esposo muere, se considera que la mitad de la esposa ha muerto». Los libros sagrados que rigen su vida religiosa, dicen claramente que una viuda tiene tres opciones: 1. Casarse con el hermano más joven de su cónyuge. 2. Arder en la pira funeraria con su esposo y 3. Llevar una vida de total abnegación, tenga la edad que tenga.

El filme que hoy menciono, inicia con el traslado de un anciano moribundo hasta la ciudad santa de Varanasi, a orillas del Ganges, el río sagrado. En la orilla de la carreta, una hermosa niña de escasos ocho años, acompaña al séquito. Viaja distraída viendo el paisaje y deja en libertad sus pies delcazos. Se llama Chuyia, y es esposa del moribundo, quien fallece esa misma noche. Al día siguiente, el cuerpo del esposo arde en la pira funeraria, mientras a la pequeña Chuyia la preparan para el destino que le han escogido. Le cortan su negro cabello, le afeitan la cabeza; luego, los padres la dejan a su suerte, entregándola a un ashram o casa para viudas, donde deberá pasar el resto de su vida, convertida en un altar viviente consagrado a la memoria del muerto.

Dicho ashram, es gobernado por la vieja y despiadada Madhumati, que controla la vida de las viudas. El «chulo» del lugar le acarrea ganja, nombre que le dan a la marihuana, que la vieja fuma con placer, a cambio, le entrega a las viudas más jóvenes a quienes él prostituye hasta que pierden su atractivo y dejan de rendir ganancias a la casa. A la orilla del río, Kalyani, la viuda más bella de la casa, conoce a Narayan, un joven abogado idealista y admirador de Gandhi, hijo de brahmanes, la casta social más alta de la India. Chuyia actúa como mensajera entre los enamorados en una relación a todas luces imposible...

            Recuerdo que en aquel entonces, filmar la película fue toda una odisea. Luego de obtener los permisos oficiales y a dos días de iniciar el rodaje, los nativos de Varanasi acusaron a Deepa Mehta de ir contra la religión hindú. Destruyeron la escenografía y los decorados, que terminaron en el fondo del río. Las agresivas manifestaciones no terminaron hasta que se suspendió el rodaje de la cinta. Cuatro años más tarde, el proyecto se puso en marcha nuevamente: ahora en Sri Lanka, pero con un nuevo reparto. Deepa Mehta se convirtió en persona «non grata» en su país por haber mostrado al mundo esas imágenes de la cultura hindú.

Mehta arremetió contra la (las) religión (es) que fomentan la ignorancia, la desigualdad de géneros y la sumisión de la mujer. «Hoy día, explica la cineasta, viven en India 34 millones de viudas, 11 millones de las cuales están en ashrams en medio de una miseria absoluta. La única conquista lograda en los últimos años, es que los matrimonios de hombres mayores, con niñas han sido prohibidos. «El problema, según lo veo –dice Mehta-, es de base. De un profundo fondo. Son las propias mujeres las que se avienen a estas costumbres porque creen que si no lo hacen traicionan los textos sagrados y reniegan de su religión».

            Ahora bien, no faltó quien dijera: «Bueno, eso sucede sólo en el cine». Pero no es así. En la vida real, el día 27 de diciembre del 2007, la ex primera ministra de Pakistán y una de las líderes de la oposición al presidente Pervez Musharraf, Benazir Bhuto, de 54 años de edad, fue asesinada en un parque de la localidad Rawalpindi, a las afueras de la capital, durante un mitin previo a las elecciones que se llevarían a cabo el día 8 de enero del 2008. Las versiones sobre la causa del mismo, como suele suceder, fueron sombrías. La ex mandataria falleció ese mismo día, por dos disparos recibidos en la cabeza, según la información que proporcionó el Hospital General de Rawalpindi, donde fue llevada tras el atentado. El atacante, después de herirla, hizo estallar una carga explosiva que llevaba atada a su cuerpo, auto inmolándose. El presidente del país, el general Pervez Musharraf, “muy compungido” declaro tres días de luto nacional e hizo de inmediato un llamado al pueblo a la cordura y a la paz, ya que en ciudades como Islamabad, Karachi y Peshawar se multiplicaron los disturbios que fueron reprimidos por lo que las fuerzas paramilitares. Musharraf aseguró que el asesinato era obra de los terroristas y pidió el apoyo del pueblo: «Esta crueldad es el trabajo de los terroristas contra los que luchamos. No descansaremos hasta que nos hayamos deshecho de ellos; hasta que los erradiquemos», agregó «consternado» ¿Cuántos civiles: niños, mujeres y ancianos han muerto en los intentos de aniquilar a los terroristas?... Miles y miles…

¿Y qué sucede en otras partes del orbe? ¿Qué en Sudáfrica? Recientemente un periódico dio la noticia, que una niña de tan sólo tres años de edad, fue golpeada y violada ¡Sobrevivió! Al culpable se le concedió la libertad provisional. Es más, el gobierno sudafricano está pensando abolir la unidad de protección infantil, que es parte esencial del sistema judicial infantil. Existe en esas tierras un mito, según el cual, tener relaciones sexuales con una virgen, cura el SIDA. Cuánto más joven es la chica, «más efectiva es la cura». Esto ha generado una epidemia de abusos realizados por hombres infectados por el virus del SIDA, que para las inocentes niñas significa el contagio de la enfermedad. Muchas pequeñas han muerto por estos abusos abominables. Cuentan que en Cape Town, seis hombres abusaron de una niña de nueve meses, leyó usted bien: nueve meses, como puede tener su hijita o su nieta… o la mía. Esta situación está alcanzando dimensiones catastróficas...

            Y es en el mismo Continente africano en donde a las niñas, les mutilan los genitales externos ¿Por qué esta bárbara costumbre? Para que cuando ellas se casen, no puedan disfrutar su sexualidad… ellas son sólo el instrumento de placer para los hombres…

            ¿Cuántos de los feminicidios cometidos en nuestro Estado, en nuestro País, se han aclarado y castigado a los responsables? ¿Cuántas mujeres han sido ultrajadas en Juárez, en Monterrey, en el Distrito Federal…? ¿Su delito? Ser mujeres. Ser hijas. Ser madres. Ser abuelas. Ser trasmisoras de vida, de amor y de ternura a la humanidad entera ¿Su delito? Quizá el de algunas, haber parido monstruos, y no seres humanos. De la mayoría de esas mujeres asesinadas, sus criminales continúan en el anonimato.

Por las cuatro niñas que la vida me envió en forma de nietas, por las niñas que usted tiene en casa, por las que ni conoce ni conocerá jamás… por las 20,000 chiquitinas que mueren a diario en el mundo por hambre o por las enfermedades que de ella derivan, hagamos un mundo mejor, porque un recuerdo, un sepulcro, una flor blanca, una vela y una plegaria… no les devolverán jamás ni la risa, ni las esperanzas de ser y de vivir. Sencillamente no les darán vida, a su muerte trágica e inútil.

Mania Slodovska, la gran mujer polaca a quien el mundo conoció como Marie Curie y que obtuvo un  Premio Nobel de Física y uno de Química dijo: «No podemos hacer un mundo mejor sin hacer mejor a los individuos. Para este fin, cada uno de nosotros debe esforzarse por lograr el desenvolvimiento más elevado, aceptando a la vez, la parte de responsabilidad que le corresponde en la vida general de la  humanidad». No necesitamos que sea «el día de la mujer», aunque debieran ser todos los días del año, hagamos nuestras sus palabras. Felicidades a ti mujer, que lees estas líneas, felicidades ahora y siempre, por el solo hecho de haber nacido mujer.

                                                                                      Alicia Dorantes 

adorantesc@hotmail.com