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lunes, agosto 26, 2013

Ivonne Moreno Uscanga: 4 Poemas



Los poemas aquí publicados forman parte de los leídos por la autora en el recital musical junto con Ignacio García y Jorge (cantante y guitarrista) en una velada en el Restaurant Al Dente.  Los versos de Ivonne fueron atrás al tiempo y ella rescató lo que nunca pasa ni envejece: poemas nítidos, sin buscar otra cosa que expulsar de su corazón recuerdos que esta noche se convirtieron en voz nueva.



Ivonne Moreno
POEMAS


EN RECUERDO A MELO
Ivonne Moreno

Te daré un conjunto de mariposas….
Esas las mariposas de Grieg…
Si me obedeces…pero quiero
Tu Obediencia Nocturna
En el jardín edémico de las
Estrellas y tigres
Quiero una noche alucinada
Donde los muros enemigos
Se derrumben
Para hacer cantar al agua de
Otra fuente, dance
Y se deslice en tu largo pelo
Florelia
Y entonces pueda yo amarte
Donde te mereces en el Paraíso…
Porque solo allí Florelia, debemos
Vivir y no en cualquier ciudad
Hostil, ajena y distante

A mi cumbre borrascosa

JUAN
Ivonne Moreno Uscanga (2000)


Los años sombras de horas, pasan
Detrás de muchos julios y agostos
Buscando en cada amigo
 la franqueza de una sonrisa como la tuya
La espera ha permanecido absorta
En el tiempo
Cada década vivida, tiene su encanto
Pero no la sutileza ni la despreocupación
De las nuestras
Estas no asoman los mismos manjares
Ni siestas estivales, Juan
Mi querido Juan….
Los días sin presente
Recuerdos del porvenir
Son atavismos engañosos….a veces trampas
Vestidas de fantasías… un tanto
 Turbas existenciales
Tristes, crueles
A veces misericordiosas… otras
Sutiles como baúles cargados de
Nostalgia donde viajes utópicos
Hacia el infinito… se van robando
A los astros, al mar, a la ternura.
Hoy
Ayer
 Seguramente mañana
Eso a lo que los visionarios llaman esperanza
Estás
Estuviste
Estarás
Por la razón  más obvia entre dos semejanzas
Espejo y reflejo
Calor y sol
Credo y Dios:
Te quiero

POEMA COTIDIANO
         Me levanto
Escucho la campa del reloj, indicándome la hora
Todos los días casi lo mismo….
Vestirse a prisa y encontrar las palabras
Palabras para otros
Para otras
para nadie.
Nadie quiere escuchar, lo mismo
Porque la oyeron, de otro u otros.
Mientras se alejan hacen como que te escuchan
Pero realmente se pierden.
Es como el ciclo del amor, la pareja cansada , se va
Se aturde de olvido, calla
El silencio como nacimiento y tumba de cualquier sentimiento
Como lectura u ojeada  a una novela, novela de Duras…
Todos los días palabras, palabras en un dulce y ahogado
Poema
Me pregunto ¿ lo querrán escuchar los demás?

 PODER  DECIR…
Ivonne Moreno Uscanga

Palabras más,  menos silencio
Poder decir  no a la falta de justicia
No hace más poderoso  nuestro silencio
Y sí degasta a las palabras
Poder decir, palabras…
Para  abrazar las causas sociales
Aclara el silencio, pero degasta.
Las palabras ante la dimensión
De las necesidades, de la angustia
 Se barren, se agotan, se abaratan.
Poder decir. …basta a la violencia
Genera un número mayor de fraticidios
Menosprecio de género y depravación de infantes
Poder decir… tengo fe implica más compromiso
Institucional y no para el próximo
Poder decir…te amo… me lleva…me obliga
A desvestir mi cuerpo con silencio….



DOS DISCURSOS LÍRICOS A VUELO  CON  MÚSICA:
IGNACIO GARCIA, IVONNE MORENO, JORGE

Por

Ivonne Moreno Uscanga

La pasada noche del 22 de agosto, el discurso poético de Ignacio García se dejó sentir al calor  de la guitarra de Jorge…. Y la noche se tornó espléndida.
Los comensales bajo el influjo de la cocina de la chef y también poeta Paola Torroella, se dejaron atrapar por la magia de los versos.
Acompañados de mi discurso casi poético, el trabajo de Ignacio, en Cuadernos del escriba, endulzó los oídos:

Puedo atarme a ti instante, tras instante
En un lapso sin nudos ni mareas o hierros
Bajo una eternidad ya sin el éter ni finitos
El tiempo exacto para perderte
Y al desear de ti eso que aún el corazón
No percibe

La poesía de García es impecable, casi razona. El estudioso de la literatura ha conservado de Ezra Pound y de T. S. Eliot la inteligencia de conservar engarzados el pensamiento y el sentir.
Es decir la poesía no únicamente se siente, esto bien puede suceder con los versos amorosos o lo boleros, la poesía ( poeyesis) actor de crear…. se planea, se estructura, organiza  y de manera impecable se va dilucidando:

Estarán los libros de Joyce y Borges
Como un crack y una mandrágora  en las sienes
Metido en lo súbito del verso
Con su complejidad que ensaña a un niño….Estará también Cioran el místico asido a la bandera del rebelde
Ese que me hizo de la nada vivo
 y me enseño las bases del desorden….

Y pareciera tal cual del desorden y el caos, viene la GÉNESIS, el acto de escribir, se logra después de la reflexión, de la comunión con los sucesos de nuestro alrededor, por ello la poesía de Ignacio en este volumen de El  Cuaderno del Escriba se ordena, se numera  como los Salmos, debemos asociar también: la poesía es una liturgia:

No importa si a cicatriz abierta
La herida del fogón se quema
O torbellinos de luz son el fuste
 para golpear la desolación
Si decir una plegaria es más difícil
A vendar lo irreparable
O ya no exista el sol para mis huesos…

Sin soslayar, la poesía es desde luego Morada, como la pluma de los místicos:

En los adobes de casa
No ceso de trazar sílabas, versos, mantras y oraciones
La experiencia límite, rudimentaria, ingenua
El arte fundido con óleo y fuego querosén y leña…

Es así como la poesía de Ignacio García nos dejó un buen sabor de sentidos, al unísono de la guitarra de Jorge…. Quedamos convidados a sus versos a su pluma  solaz como los dice el poema VIII:

Una luz capaz de transformar tu lejanía
En la más evidente

 de tus presencias

viernes, agosto 23, 2013

Leonard Cohen: TRES POEMAS


TRES POEMAS DE 
Leonard Cohen

Poema

Supe de un hombre
que dice las palabras tan maravillosamente
que con sólo pronunciar sus nombres
las mujeres se le entregan.

Si estoy mudo junto a tu cuerpo
mientras el silencio florece como tumores en nuestros labios
es porque oigo a un hombre subir la escalera
y aclararse la voz al otro lado de la puerta.

 Leonard Cohen  |  The spice-box of earth, 1961 (Caja de especias de la tierra, Visor, 1999. Trad. Alberto Manzano)


Regalo

Me dices que el silencio
está más cerca de la paz que los poemas,
pero si como un regalo
yo te ofreciera el silencio,
(porque yo sé lo que es el silencio)
tú dirías:
"Esto no es el silencio
es otro poema",
y me lo devolverías.


Leonard Cohen  |  The spice-box of earth, 1961 (Caja de especias de la tierra, Visor, 1999. Trad. Alberto Manzano)


Tienes los amantes

Tienes a los amantes,
ellos son anónimos, sus historias, sólo uno para el otro,
y tienen la habitación, la cama, y ​​las ventanas.
Se simula un ritual.
Destender la cama, ocultar a los amantes, ennegrecer las ventanas,
que les permita vivir en esa casa durante una generación o dos.
Nadie se atreve a molestar.
Los visitantes en el pasillo pasan de puntillas delante de la puerta cerrada,
escuchan debido a los sonidos, a un gemido, a una canción:
no se oye nada, ni siquiera respirar.
Saben que no están muertos,
se puede sentir la presencia de su amor intenso.
Sus hijos crecen, hasta que se van,
se han convertido en soldados y jinetes.
Su compañero muere después de una vida de servicio.
¿Quién te conoce? ¿Quién se acuerda de ti?
Pero en su casa el ritual progresa:
no está terminado: se necesita más gente.
Un día se abre la puerta a la cámara del amante.
La habitación se ha convertido en un denso jardín,
lleno de colores, olores, sonidos que nunca ha conocido.
La cama es suave como un rayo de la luz solar,
en medio del jardín se encuentra sola.
En la cama los amantes, lenta y deliberadamente y en silencio,
realizan el acto del amor.
Sus ojos están cerrados,
tan firmemente como si pesadas monedas
de carne yacieran sobre ellos.
Sus labios están magullados con nuevas y viejas contusiones.
Su pelo y su barba están irremediablemente enredados.
Cuando él apoya su boca sobre su hombro
es incierto si el hombro
ha dado o recibido el beso.
Toda su carne es como una boca.
Él lleva los dedos a lo largo de la cintura
y siente que su propia cintura es acariciada.
Ella lo tiene más cerca y sus brazos se aprietan a su alrededor.
Ella besa la mano con su boca.
Es su mano o la otra mano, poco importa,
hay tantos besos.
Está parado al lado de la cama, llorando de felicidad,
cuidadosamente retira las sábanas
de los cuerpos que se mueven lentos.
Sus ojos se llenan de lágrimas, que apenas distinguen los amantes,
a medida que se desnuda, canta, y su voz es magnífica
porque ahora cree que es la primera voz humana
que se escucha en esa habitación.
Las prendas que dejan caer se apilan como uvas.
Se sube a la cama y recupera la carne.
Cierras los ojos y permite que sean cosidos cerrados.
Se abrazan y se pierden.
Sólo hay un momento de dolor o duda
y se preguntan cuántas multitudes se mienten al lado de sus cuerpos,
pero un beso en la boca y la mano alivian el momento.



Leonard Cohen  |  Flowers for Hitler, 1964 (Flores para Hitler, Visor, 1981. Trad. Antonio Resines)


Elías Canneti

PASEABA
Elías Canneti

Paseaba, al ocaso de la tarde, por la plaza mayor del centro de la ciudad, y lo que allí buscaba no era su vis­tosidad y su viveza, con ellas ya contaba, buscaba un pequeño bulto marrón en el suelo que no sólo se reducía a una voz, sino a un sonido único. Era un profundo, prolongado «a - a - a - a - a - a - a - a». Ni disminuía ni aumentaba, pero jamás cesaba y en todo momento era perceptible sobre los miles de clamores y vocerío de la plaza. Era el sonido más persistente del Xemaá El Fná, el que a lo largo de toda una noche, y noche tras noche, permanecía igual.
Lo oía ya desde la lejanía. Cierta desazón, a la que no era capaz de dar una interpretación correcta, me lle­vaba allí. Había paseado por la plaza en toda ocasión; tantas cosas me atraían en ella que jamás dudé no vol­ver a encontrar el bulto aquél con todo cuanto le era propio. Sólo por esa voz, que había venido a reducirse a un sonido único, sentía cierto temor. Se encontraba en la frontera de lo vivo; la vida que generaba no consistía en otra cosa más que en ese sonido. Por mi parte, es­cuchaba ansioso y amedrentado y para entonces alcan­zaba un punto preciso en mi camino, justo el mismo sitio, donde de súbito oía algo así como el zumbido de un insecto: «a-a-a-a-a-a-a- a».
Sentía cómo una calma inaprehensible se expandía a lo largo de mi cuerpo, y en tanto mi paso había sido hasta el momento algo lento e inseguro, avanzaba aho­ra, de repente, con resolución, derecho hacia el sonido. Yo sabía de dónde provenía. Conocía el hatillo marrón en el suelo, del que no había visto más que un oscuro y tosco pedazo de tela. Jamás vi la boca de la que provenía el «a - a - a - a - a - a - a - a»; jamás el ojo, ja­más las mejillas; ni una sola parte del rostro. No habría podido afirmar si ese rostro era el de un ciego o si veía, por el contrario. La sucia tela marrón era como una ca­pucha totalmente calada que lo cubría todo. La criatura —alguna había de ser— se acurrucaba en el suelo y cur­vaba la espalda bajo la tela. Poca criatura había allí; parecía ligera y débil, y eso era todo cuanto se podía conjeturar. No supe lo grande que era, pues jamás la vi de pie. Lo que había en el suelo se mantenía tan agaza­pado que aun tropezando involuntariamente con él no habría cesado por ello el sonido. Nunca lo vi venir, jamás lo vi partir; no sabía si era transportado y deposi­tado allí o si caminaba por sus propias piernas.
El lugar que había escogido no estaba en absoluto resguardado. Era la parte más abierta de la plaza, de un incesante ir y venir en torno al montoncillo marrón. En atardeceres concurridos se esfumaba entre las piernas de la gente, y aunque yo sabía con exactitud dónde estaba, y oía continuamente su voz, me costaba trabajo en­contrarlo. Pero entonces la multitud se dispersaba y el bulto permanecía en su lugar, como si a su alrededor, a lo largo y a lo ancho la plaza estuviese ya vacía. Enton­ces quedaba en la oscuridad como una vieja y mugrien­ta, abandonada, prenda de vestir de la que alguien quería desprenderse y hubiese dejado caer a hurtadillas entre la multitud para no llamar la atención. Pero ahora ya había desaparecido la gente y allí quedaba solo el bulto. No esperé a que se levantase por sí mismo o fuese recogido. Me perdí en la oscuridad con una ahogada sensación de impotencia y orgullo a su vez.
La impotencia me era propia: Sabía que jamás trataría de hacer algo por llegar al fondo del enigma. Sentía horror ante su presencia; y puesto que no sabía otorgarle otra realidad, lo dejaba reposar allí sobre el suelo. Cuando me aproximaba, cuidaba de no tropezar con él, como si acaso pudiese dañarlo o ponerlo en pe­ligro. Allí estaba todas las noches; y cada noche se para­ba mi corazón apenas escuchaba por vez primera el so­nido, y de nuevo se paralizaba cuando divisaba el bulto. Su camino de ida y vuelta me resultaba más sagrado aún que el mío propio. Jamás le seguí el rastro y no sé dónde se perdía el resto de la noche y de la mañana siguiente. Se trataba de algo excepcional, y quizás se tenía a sí mismo por tal. A veces caía en la tentación de tocar con un dedo muy suavemente la capucha marrón —esto lo notaría sin duda—, y quizás poseyese un se­gundo sonido con el que responder. Pero esta aspiración se desvanecía rápidamente en mi impotencia.
Dije que en mi huida todavía me asaltaba otro senti­miento: el orgullo. Me sentía orgulloso del fardo porque vivía. Lo que pensase mientras respiraba profundamente hundido entre los demás, jamás lo podré saber. El signi­ficado de su salmodia me resultaba tan oscuro como su entera presencia. Pero vivía, y cada día, a su hora preci­sa, estaba de nuevo allí. Jamás vi que recogiese las mo­nedas que le arrojaban; poco era lo que se le echaba; nunca había más de dos o tres monedas. Quizás no hubiese llegado a tanta miseria como para tener que recogerlas. Tal vez no tenía lengua para pronunciar la «l» de «Alá», y el nombre de Dios lo reducía a un «a - a-a-a-a-a-a- a». Pero vivía sin embargo, y con un celo y una tenacidad sin par repetía su único acento; y así durante horas y horas, hasta que se convertía en el único sonido de toda la ancha plaza, en clamor que acallaba todas las otras voces.

En Las voces de Marrakesh (Inpresiones de viaje)
Traducción: José-Francisco Ivars
Editorial Pre-textos





jueves, agosto 01, 2013


Paola Torroella 
POEMAS

He aquí una muestra de esta poeta de carácter multifacético, cuyo CV señala, entre muchas otras cosas, el haber estudiado licenciatura mercadotecnia y publicidad en Universidad de Oriente, Puebla, y de ahí un sinnúmero de actividades, lo que no ha impedido que se levante pluma en ristre y enfrente la hoja en blanco con el amor y pasión que esta se merece. He aquí una muestra de su quehacer poético. I.G.

Alma de mis ojos
Amor infinito

Corro nubes

Circundo sueños contigo

Tantas palabras guardadas


Tantos suspiros callados

Tantos besos sin labios

Ahogados, esperando su sitio

Van, vienen

No descansan

No descansa mi mente

Ni mi olfato al olerte

Alma de mis ojos

Amor infinito

¿Por qué el universo

Nos queda tan corto?

Vuelan susurros

Y mi corazón a estar contigo.

Ausente de Amor

Al final del día

Cuando con tus pensamientos me llamas

Soy esa palabra en tus labios clausurada

Intento de verso en mente y corazón

Refugio de tus caricias certeras

Y tus miedos perpetuos.

Es una lástima no estar a tu lado

Contigo, cerca de ti

Robándote el alma en cada respiración.

Soy todo lo que nunca deseaste

Lo que jamás esperaste

De lo que siempre quisiste huir

Soy tu propia sombra reflejada

En el mar de tu sal

En tu orilla del abismo

Entre el siempre y el jamás

Miro el reloj

Me pregunto si tú lo haces

El tiempo sigue, prosigue, me persigue…

Es una lástima, pero tú no estás

Ni en una manecilla marcada

Ni en una llamada

Ni una mirada queriendo mirar

Simplemente no estás

Somos dos manos vacías

Dos sueños sin dueño

Dos bocas sin besos

Dos deseos sin tenernos

Soy todo cuanto el cielo

Te ha tenido prometido

Y de igual modo tu propio infierno

Soy tus alas para volar

Tu aliento, tu respiración, tu paz

…Soy tu amor

Tu callado y por ti ausente amor.


LIBRES AMORES

El amor fugaz tiene un encanto propio

Te brotan apasionadamente

Las palabras durante horas

Y así como llega, desaparece.

No hay heridos

Ni reconstrucciones

Ni peticiones de un mañana

Ni compromisos ni culpas.

Libres amores,

Incendios temporales

Y aún amores

Lo son, son amores

Amores de encontronazos

Amores de almohadas sin desayunos

Sin nombres, ni señas particulares

Con tanto vacío a las espaldas

Que se llenan con el poco amor

De entre sus cuerpos.

Hay libres amores a los que se les rinde duelo

Hay libres amores  que siempre se aman

Aún cuando no siempre les recordemos.