ALICIA DORANTES
«Que un individuo quiera despertar en otro individuo
recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero, es una paradoja evidente.
Ejecutar con despreocupación esa paradoja,
es la inocente voluntad de toda biografía.»
J.L.Borges
Leo y releo… Es este
un magnífico poema que cala hasta el alma más endurecida. Lo escribió un
hombre; un genio de la literatura universal: me refiero a Jorge Francisco
Isidoro Luis Borges, que, nacido en Buenos Aires, Argentina, el día 24 de
agosto de 1899, falleció en Ginebra, Suiza, el 14 de junio de 1986: tenía al
morir, 87 años. Es, sin lugar a dudas, uno de
los autores más brillantes de la literatura española del siglo XX. Sí. En sus
textos Borges ofrece la exquisitez y finura de su lenguaje, sus vastos
conocimientos, el universo inagotable de ideas, y/o de la belleza de su poesía.
Su obra honra a la lengua española.
Sin duda alguna,
fue en su momento un personaje por demás polémico, cuyas posturas políticas le
impidieron recibir el Premio Nobel de Literatura, aunque fue merecedor de él, durante
casi treinta años… Este hombre de letras perdió a los 55 años de edad, uno de
los dones más preciados con que cuenta el ser humano: la vista. Queda ciego. A
partir de entonces, sólo escribe con los ojos del corazón. He aquí fragmentos
de una poesía que él titulara “Los dones”, lo escribió siendo director de la
Biblioteca Nacional de Buenos Aires y siendo ya invidente; he aquí unos
fragmentos:
Nadie rebaje a
lágrima o reproche / esta declaración de la maestría
de Dios, que con
magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad
de libros hizo dueños / a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las
bibliotecas de los sueños / los insensatos párrafos que ceden
De hambre y de
sed (narra una historia griega) / muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin
rumbo los confines / de esta alta y honda biblioteca ciega.
Lento en mi
sombra, la penumbra hueca / exploro con el báculo indeciso,
yo, que me
figuraba el Paraíso / bajo la especie de una biblioteca.
Los textos, la
poesía y la tragedia de Jorge Luis Borges, me recuerdan dos tragedias
igualmente intensas; dolorosas: una, la de un coloso de la música; la de Ludwig
von Beethoven, quien
naciera en Bonn, Alemania, en el año de 1770, en el seno de una familia de
origen flamenco, y que murió en Viena, en 1827. A pesar de mis escasos
conocimientos musicales, pienso que Beethoven fue y es el mayor titán del
romanticismo musical.
Su
padre, alcohólico empedernido, ante las evidentes cualidades para la música que
demostraba el pequeño, intentó hacer de él un segundo Mozart, aunque con escaso
éxito ya que, la verdadera vocación musical del genio de Bonn, comenzó a
manifestarse en realidad a los nueve años de edad, cuando conoció y entró en
contacto con el organista Christian Gottlob Neefe, que se convirtió en su
maestro y guía. Él fue, quien le introdujo en al conocimiento y estudio de Juan
Sebastián Bach, músico al que Beethoven siempre profesaría una honda devoción.
De
muy joven Ludwig ingresa en 1783 como miembro de la orquesta de la corte de
Bonn. En 1787, realizó su primer viaje a Viena
con el propósito de recibir clases de Mozart. Sin embargo, la enfermedad y el
posterior deceso de su madre, le obligaron a regresar a su ciudad natal pocas
semanas después. En 1792 Beethoven viaja otra vez a la capital austriaca para
trabajar con Haydn y Antonio Salieri, dándose a conocer con gran éxito, como
compositor y pianista en 1795.
Sin
embargo, su carrera como intérprete quedó bruscamente interrumpida a
consecuencia de la sordera que comenzó a aquejarlo desde los 26 años de edad y
que a partir de 1815 le privó por completo de la audición. A pesar de que los
últimos años de la vida de Beethoven estuvieron marcados por la soledad, su
bien conocido mal humor, y una creciente depresión emocional, continuó su labor
de composición, e incluso fue la época en que escribió sus obras más
impresionantes.
La
Sinfonía nº 9 Op. 125 en re menor es la última sinfonía completa escrita por él
y una de las obras más trascendentales en la música clásica. Su último
movimiento es un final coral poco usual en su época, convertido hoy, en símbolo
de libertad. La adaptación de la sinfonía, realizada por el también músico
alemán, Herbert von Karajan en 1972, se toma como el himno de la Unión Europea.
Es la única composición musical de la historia, que ha sido declarada
“Patrimonio de la humanidad” por la Unesco. En el cuarto y último movimiento,
el poema escrito por su amigo Friedrich Schiller, en noviembre de 1785,
conocido hasta nuestros días como “Oda a la alegría”, se adueña de escenarios,
públicos y corazones, alrededor del mundo. Es este sólo un breve fragmento del
coro:
¡Abrazaos millones
de seres! / ¡Este beso al mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada / Debe habitar un Padre amante.
¿Mundo
presientes al Creador? / Búscalo por encima de las estrellas!
¡Allí debe estar su morada!
Y la tragedia de
Beethoven y el anterior poema me llevan
a otra tragedia más: a la de Pierre Auguste Renoir, nacido en Limoges, Francia,
el 25 de febrero de 1841. Fue uno de los más célebres pintores franceses. Los
que de esto saben, dicen que resulta complicado clasificar su estilo:
inicialmente perteneció a la escuela impresionista, pero se separó de ella
rápidamente por su interés en la pintura de cuerpos femeninos, más que los
paisajes en sí. Vale la pena recordar que: «el impresionismo fue un movimiento
pictórico que surge en Barbizón, Francia a finales del siglo XIX, en contra de
las fórmulas artísticas, rígidas, impuestas por la Academia Francesa de Bellas
Artes, que fijaba los modelos a seguir y patrocinaba sólo a las exposiciones
oficiales en el Salón parisino.»
La
paleta de Renoir ostentó una vibrante y luminosa gama de colores, que hicieron
de él un impresionista muy especial. Algunas de sus obras, como: "El
palco", "El columpio", "El Moulin de la Galette", y
"Bañistas", son las más representativas. Pierre-Auguste Renoir pintó a lo largo de más de
sesenta años. Fue un artista prolífico que deja una obra considerable de más de
4.000 pinturas, siendo éste, un número superior a las obras de Manet, Cézanne y
Degas… juntas.
Sin
embargo, a partir de 1900, Renoir sufrió crisis graves y repetitivas de
reumatismo articular deformante. Con el nacimiento de su tercer hijo en 1901 su
pintura toma un nuevo matiz. En ocasiones pinta en compañía de la niñera, quien
luego se convertirá en modelo para sus obras.
Al
morir su esposa Aline en 1915, Renoir, ya en silla de ruedas, continúa pintando
para ahogar su pena. Es tan grande el dolor de sus alteradas manos, y tan
grande la deformidad de las mismas, que tienen que amarrarle los pinceles a
esas manos marchitas, casi sin vida, que a pesar de todo, aún plasman vida en
cada lienzo que tocan. Pierre-Auguste Renoir moriría el 3 de diciembre de 1919,
luego de visitar por última vez el Museo de Louvre donde se exponían sus
pinturas. Fue una pulmonía fulminante, quien le robó su frágil y deteriorada
existencia. Tres días más tarde yacía en Essoyes junto a Aline, su amada esposa.
He
aquí tres historias. Tres ironías crueles de la vida: Borges, escritor… queda
ciego. Beethoven, músico y compositor… pierde la capacidad de escuchar. A
Renoir, pintor excelso, el reumatismo le roba el movimiento de sus manos,
creadoras de arte…Si; la vida es paradójica.
O quizá, profundamente envidiosa y cruel.
Alicia
Dorantes