¿LOS SUMERIOS SABÍAN SUMAR?
La justicia se puede aprender de memoria, la sabiduría no.
Dos granjeros se presentan ante el rey Hamurabi, para someter una disputa. Sí, el encuentro llegó con el labrador de más aire que señala con el dedo al contrincante cuerpo.
-Su majestad, yo le compré un pozo a Naaman, mi vecino, y ahora él me exige que le pague la compra del agua.
-Así es, su alteza. Yo únicamente le vendí mi pozo al ignorante, más no el agua.
El soberano no puede evitar la visita de transitorias culpas, luego blande en su diestra el espadín sigiloso que rompe a la ley su larga cara de papiro. Los vasallos son abofeteados por un aliento de anís y las púas del frío que da el abrazo de la equidad.
-Naaman, puesto que le vendiste el pozo a tu vecino, deduzco que un pozo seco le pertenece por derecho, por lo consiguiente tienes un día para llevarte el agua a otra parte. A menos que te obligues a pagarle una renta por contener el agua que aludes de tu propiedad.
El campesino sabe que ha sido ofuscado y retira su querella.
Dentro de la corte, nadie quiere desperdiciar palabras.
Los eunucos y asesores militares forman un semicírculo en torno a la figura del monarca, ocultando las manos.
El rey Hamurabi frunce el ceño ante el espejo que fortalece las sensaciones eruditas de un nuevo momento de verdad.
-¿A qué ha venido esta mujer?
El maestro de torpezas presenta a la esposa de Becher aferrada al brazo. Ella acusa a Naaman de haber llevado a cabo una venganza con sus propias manos.
-Lo mató y sólo me deja el marrón de la sangre en sus ropas.
-Mujer, es muy temeraria tu acusación, a pesar de no encontrar el cuerpo.
Los guardias reales ponen al acusado a la vista. El infeliz niega los cargos.
-Poderoso rey, si es inocente, que lo pruebe. Yo digo que la víbora que sale de mi boca se enrede en sus pies. Si Naaman sobrevive al veneno de una mordida, entonces sabré que él no es el asesino.
-Mujer, ¿Por qué supones que ese el modo de comprobar su inocencia?
-Porque el dios Baal lo protegería ante cualquier difamación
-Bien, traigan un áspid y que seas tú misma la se le saque de la cesta y le ponga en sus pies, porque si tu tampoco mientes, el dios Baal te cuidará de su ponzoña.
La mujer entiende en el acto que acusar a la maldad de los tiempos es excusarnos a nosotros mismos y se retira.
No obstante, El rey ordena convocar a todos los aldeanos con un azadón en el muladar. Aparentemente, todos son culpables de cosechar el silencio en un huerto donde la única ciencia son los olivos de la incertidumbre bajo el calor del sol, cuando las moscas que infestaban los corrales se detienen sobre el azadón del solitario asesino, porque éste esconde restos de sangre seca, a pesar del vapuleo hondo en el lodo. El criminal confiesa el lugar donde enterró el cuerpo. ¿Qué hay después de la primera ronda forense? ¿Rostros delatadores? ¿Manos mutiladas? Mañana los cadáveres no serán menos venturosos que sus asesinos.
La fama de los sistemas legales del verdadero fundador del imperio Babilónico se extiende más allá de Mesopotamia, desde el Mediterráneo hasta Susa y desde el Kurdistán hasta el Golfo Pérsico. Por ende, un respetable astrólogo llega de los montes Zagros, en el límite oriental. Trae el mensaje de su reina Anatolia, hija predilecta de Sausga, equivalente hitita de la diosa Ishtar.
-Gran Hamurabi, es mundialmente conocida tu sabiduría y toque de justicia, pero me gustaría poner a prueba por mis propios medios
-Me hallo impaciente por tu prueba
-Qué prefieres, ¿Contestar cien preguntas fáciles o una pregunta difícil?
-Hazme la pregunta difícil
-Bien, ¿Qué fue primero: el huevo o la gallina?
-El huevo
-¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puede existir un huevo sin una gallina de por medio?
-Nuestro trato fue una sola pregunta difícil, no dos o tres. Creo que estamos a mano.
-Sabiamente dicho. Mi Reina desea tener el honor de recibirte como invitado
-La invitación es una fruta que ha caído cuando nadie tenía hambre.
El emisario asiente.
La ordenanza del escriba exige una caravana para cinco días de camino. Mirando los pasos de Elifaz, hijo de Bildad, cien médanos fantasmales te llaman en lo lejano y tú no sabes si caes en una trampa. La luna merodea la fila de hombres y bestias, pero ni siquiera es capaz de reconocer los vientos de langostas que huyen del pasado, excepto el vigilante encargado de soplar el sofar desde la torre. Por si fuera poco, dentro del fatigoso sueño del celador, los irreconciliables dioses del maniqueísmo lo sacrifican todo. El sueño inicia con Ormuz y Ahrimán caminando en direcciones opuestas durante una tormenta de arena. Negro es el pensamiento que ambos chocan y caen hacia lados contrarios. Ahrimán se regocija de caer en una olla de payasam, mientras que Ormuz se sumerge en un ánfora de salmuera. Los mortales sueltan la carcajada, sin estar seguros que la diferencia entra la verdad y la mentira son cuatro dedos, porque la distancia entre la boca del que habla y la oreja del que escucha es el ancho de cuatro dedos. Ormuz insta a permanecer dormido para saber el desenlace del sueño. Cuando Ahriman surge del fragante payasam y Ormuz del pestilente vinagre de los encurtidos, ambas deidades descubren que no había una gota de lluvia para limpiar sus cuerpos. Así que, mediante el equilibrio de contrarios, las dos divinidades son compelidas a limpiarse mutuamente a lamidas, como los gatos. Un ojo rebanado guarda este sueño con celo y ardor, pero no son tiempos de revelaciones, dicta el libro de los salmos.
Después de caminar una noche, los insectos salen de las grietas del modo que despunta el sol. Es un día caluroso sobre tan despierto tránsito y la madre sacerdotisa se halla desesperada por llegar.
-¿No existe un atajo? ¿Una vía más rápida? –pregunta.
-Lo más terrible es caminar en una dirección equivocada – responde Elifaz.
-Yo conozco un modo de acortar terreno –anuncia el soberano.
La caravana se mira perpleja. Todos saben que no hay otro camino que pase a través de ese desierto. Mucha presunción hay entre ellos para tenderse en la noche esperando un poco de fresco. El monarca insiste, luego el mísero bufón oculta su manojo de piruetas. Los músicos desafinan delante del palanquín.
-Pruébalo
-Bien, pero antes escuchen lo que voy a decirles: miremos hacia atrás. ¿Ven? Los mapas no lo dicen así, pero si el mundo fuera redondo y uno dispusiera viajar en una sola orientación, ¿Volverá al punto de partida otra vez?
-Teóricamente es correcto –responde el guía.
-¿Por qué no sucede en la realidad?
-Debido a que uno tiene que atravesar mares, montañas y boques para no desviar el camino –agrega y se planta en lo que dice.
-Naveguemos los mares, cavemos túneles bajo las montañas y usemos elefantes para cruzar los bosques
-Aun así…imposible
-¿Por qué?
-Tomaría años completar el viaje
-¿Años? ¿Cuántos?
-No sé….tal vez una vida o más. Tus sacerdotes deben tener una respuesta inteligente.
-Imposible de calcular, su majestad –clama uno de ellos, sintiendo la mirada de su gobernante.
-Oscilaría entre los ochenta años o los ochenta días –declara el segundo.
-Yo pienso que tomaría un solo día –exclama el soberano.
-Ni siquiera un día basta para atravesar tu reino, poderoso señor.
-Yo pienso que tomaría un solo día, suponiendo que puedes avanzar junto a la velocidad del sol…
-Brillante, como el sol mismo.
-Basta de lisonjas, hemos llegado a nuestro destino.
-Que rápido pareció el viaje, refugiados a la sombra de tu boca –exclama la madre.
-Todos deseaban hacer el camino más corto ¿no?
Hamurabi arriba al distante reino sobre sus propias sandalias. En la entrada del palacio una esclava le da la bienvenida y toma el mando bajo el guiño del diamante para conducirlo a la sala de las luminarias, donde la reina se reúne con el consejo de los visires. Sin embargo, en el lugar del trono se hallan sentadas seis reinas. Todas semejantes. Todas vestidas lujosamente. La sirviente instiga al recién llegado a adivinar cuál es la verdadera reina Anatolia, hija predilecta de Sausga. Hamurabi sonríe y hace una reverencia a tal simuladora acompañante.
-¿Cómo adivinaste que ninguna era la reina?
-Las falsas reinas no se atrevían a sostenerte la mirada, ni siquiera tu mensajero al encontrarte. Yo te digo que el pan se llena de moho sobre la mesa y el mantel puede usarse como un atuendo vulgar, pero la gente común jamás mira a su soberano bajar la cabeza.
Complacida, la reina ordena el final de la charada y abruma a su visitante con viandas y regalos. A mitad de la fiesta, la reina vuelve a tentar a su invitado con una extraña pregunta.
-Si alguien se atreviera a jalar tus barbas, ¿Qué castigo le acarrearía tal afrenta?
-Sería decapitado…
-No
-Sería azotado y encarcelado…
-No
-Sería colgado junto a su familia y sus pertenencias confiscadas…
-No, ninguno es su destino
-¿No, mujer? ¿Qué destino le acarrearía a aquel que se atreviera a jalarme las barbas?
-Le regalarías dulces y tu mejor caballo
-No estoy seguro de ello
-Sí, le regalarías dulces y tu mejor caballo, porque el único que se atrevería a jalar las barbas al rey que representas, sería tu bebé primogénito, legitimo heredero de tu reino.
Tan complacido quedó Hamurabi con esta respuesta que se quito el anillo del dedo y se lo dio a la reina Anatolia, hija predilecta de Sausga, como señal de que ella sería la madre que se esconde como esposa.
La justicia se puede aprender de memoria, la sabiduría no.
Dos granjeros se presentan ante el rey Hamurabi, para someter una disputa. Sí, el encuentro llegó con el labrador de más aire que señala con el dedo al contrincante cuerpo.
-Su majestad, yo le compré un pozo a Naaman, mi vecino, y ahora él me exige que le pague la compra del agua.
-Así es, su alteza. Yo únicamente le vendí mi pozo al ignorante, más no el agua.
El soberano no puede evitar la visita de transitorias culpas, luego blande en su diestra el espadín sigiloso que rompe a la ley su larga cara de papiro. Los vasallos son abofeteados por un aliento de anís y las púas del frío que da el abrazo de la equidad.
-Naaman, puesto que le vendiste el pozo a tu vecino, deduzco que un pozo seco le pertenece por derecho, por lo consiguiente tienes un día para llevarte el agua a otra parte. A menos que te obligues a pagarle una renta por contener el agua que aludes de tu propiedad.
El campesino sabe que ha sido ofuscado y retira su querella.
Dentro de la corte, nadie quiere desperdiciar palabras.
Los eunucos y asesores militares forman un semicírculo en torno a la figura del monarca, ocultando las manos.
El rey Hamurabi frunce el ceño ante el espejo que fortalece las sensaciones eruditas de un nuevo momento de verdad.
-¿A qué ha venido esta mujer?
El maestro de torpezas presenta a la esposa de Becher aferrada al brazo. Ella acusa a Naaman de haber llevado a cabo una venganza con sus propias manos.
-Lo mató y sólo me deja el marrón de la sangre en sus ropas.
-Mujer, es muy temeraria tu acusación, a pesar de no encontrar el cuerpo.
Los guardias reales ponen al acusado a la vista. El infeliz niega los cargos.
-Poderoso rey, si es inocente, que lo pruebe. Yo digo que la víbora que sale de mi boca se enrede en sus pies. Si Naaman sobrevive al veneno de una mordida, entonces sabré que él no es el asesino.
-Mujer, ¿Por qué supones que ese el modo de comprobar su inocencia?
-Porque el dios Baal lo protegería ante cualquier difamación
-Bien, traigan un áspid y que seas tú misma la se le saque de la cesta y le ponga en sus pies, porque si tu tampoco mientes, el dios Baal te cuidará de su ponzoña.
La mujer entiende en el acto que acusar a la maldad de los tiempos es excusarnos a nosotros mismos y se retira.
No obstante, El rey ordena convocar a todos los aldeanos con un azadón en el muladar. Aparentemente, todos son culpables de cosechar el silencio en un huerto donde la única ciencia son los olivos de la incertidumbre bajo el calor del sol, cuando las moscas que infestaban los corrales se detienen sobre el azadón del solitario asesino, porque éste esconde restos de sangre seca, a pesar del vapuleo hondo en el lodo. El criminal confiesa el lugar donde enterró el cuerpo. ¿Qué hay después de la primera ronda forense? ¿Rostros delatadores? ¿Manos mutiladas? Mañana los cadáveres no serán menos venturosos que sus asesinos.
La fama de los sistemas legales del verdadero fundador del imperio Babilónico se extiende más allá de Mesopotamia, desde el Mediterráneo hasta Susa y desde el Kurdistán hasta el Golfo Pérsico. Por ende, un respetable astrólogo llega de los montes Zagros, en el límite oriental. Trae el mensaje de su reina Anatolia, hija predilecta de Sausga, equivalente hitita de la diosa Ishtar.
-Gran Hamurabi, es mundialmente conocida tu sabiduría y toque de justicia, pero me gustaría poner a prueba por mis propios medios
-Me hallo impaciente por tu prueba
-Qué prefieres, ¿Contestar cien preguntas fáciles o una pregunta difícil?
-Hazme la pregunta difícil
-Bien, ¿Qué fue primero: el huevo o la gallina?
-El huevo
-¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puede existir un huevo sin una gallina de por medio?
-Nuestro trato fue una sola pregunta difícil, no dos o tres. Creo que estamos a mano.
-Sabiamente dicho. Mi Reina desea tener el honor de recibirte como invitado
-La invitación es una fruta que ha caído cuando nadie tenía hambre.
El emisario asiente.
La ordenanza del escriba exige una caravana para cinco días de camino. Mirando los pasos de Elifaz, hijo de Bildad, cien médanos fantasmales te llaman en lo lejano y tú no sabes si caes en una trampa. La luna merodea la fila de hombres y bestias, pero ni siquiera es capaz de reconocer los vientos de langostas que huyen del pasado, excepto el vigilante encargado de soplar el sofar desde la torre. Por si fuera poco, dentro del fatigoso sueño del celador, los irreconciliables dioses del maniqueísmo lo sacrifican todo. El sueño inicia con Ormuz y Ahrimán caminando en direcciones opuestas durante una tormenta de arena. Negro es el pensamiento que ambos chocan y caen hacia lados contrarios. Ahrimán se regocija de caer en una olla de payasam, mientras que Ormuz se sumerge en un ánfora de salmuera. Los mortales sueltan la carcajada, sin estar seguros que la diferencia entra la verdad y la mentira son cuatro dedos, porque la distancia entre la boca del que habla y la oreja del que escucha es el ancho de cuatro dedos. Ormuz insta a permanecer dormido para saber el desenlace del sueño. Cuando Ahriman surge del fragante payasam y Ormuz del pestilente vinagre de los encurtidos, ambas deidades descubren que no había una gota de lluvia para limpiar sus cuerpos. Así que, mediante el equilibrio de contrarios, las dos divinidades son compelidas a limpiarse mutuamente a lamidas, como los gatos. Un ojo rebanado guarda este sueño con celo y ardor, pero no son tiempos de revelaciones, dicta el libro de los salmos.
Después de caminar una noche, los insectos salen de las grietas del modo que despunta el sol. Es un día caluroso sobre tan despierto tránsito y la madre sacerdotisa se halla desesperada por llegar.
-¿No existe un atajo? ¿Una vía más rápida? –pregunta.
-Lo más terrible es caminar en una dirección equivocada – responde Elifaz.
-Yo conozco un modo de acortar terreno –anuncia el soberano.
La caravana se mira perpleja. Todos saben que no hay otro camino que pase a través de ese desierto. Mucha presunción hay entre ellos para tenderse en la noche esperando un poco de fresco. El monarca insiste, luego el mísero bufón oculta su manojo de piruetas. Los músicos desafinan delante del palanquín.
-Pruébalo
-Bien, pero antes escuchen lo que voy a decirles: miremos hacia atrás. ¿Ven? Los mapas no lo dicen así, pero si el mundo fuera redondo y uno dispusiera viajar en una sola orientación, ¿Volverá al punto de partida otra vez?
-Teóricamente es correcto –responde el guía.
-¿Por qué no sucede en la realidad?
-Debido a que uno tiene que atravesar mares, montañas y boques para no desviar el camino –agrega y se planta en lo que dice.
-Naveguemos los mares, cavemos túneles bajo las montañas y usemos elefantes para cruzar los bosques
-Aun así…imposible
-¿Por qué?
-Tomaría años completar el viaje
-¿Años? ¿Cuántos?
-No sé….tal vez una vida o más. Tus sacerdotes deben tener una respuesta inteligente.
-Imposible de calcular, su majestad –clama uno de ellos, sintiendo la mirada de su gobernante.
-Oscilaría entre los ochenta años o los ochenta días –declara el segundo.
-Yo pienso que tomaría un solo día –exclama el soberano.
-Ni siquiera un día basta para atravesar tu reino, poderoso señor.
-Yo pienso que tomaría un solo día, suponiendo que puedes avanzar junto a la velocidad del sol…
-Brillante, como el sol mismo.
-Basta de lisonjas, hemos llegado a nuestro destino.
-Que rápido pareció el viaje, refugiados a la sombra de tu boca –exclama la madre.
-Todos deseaban hacer el camino más corto ¿no?
Hamurabi arriba al distante reino sobre sus propias sandalias. En la entrada del palacio una esclava le da la bienvenida y toma el mando bajo el guiño del diamante para conducirlo a la sala de las luminarias, donde la reina se reúne con el consejo de los visires. Sin embargo, en el lugar del trono se hallan sentadas seis reinas. Todas semejantes. Todas vestidas lujosamente. La sirviente instiga al recién llegado a adivinar cuál es la verdadera reina Anatolia, hija predilecta de Sausga. Hamurabi sonríe y hace una reverencia a tal simuladora acompañante.
-¿Cómo adivinaste que ninguna era la reina?
-Las falsas reinas no se atrevían a sostenerte la mirada, ni siquiera tu mensajero al encontrarte. Yo te digo que el pan se llena de moho sobre la mesa y el mantel puede usarse como un atuendo vulgar, pero la gente común jamás mira a su soberano bajar la cabeza.
Complacida, la reina ordena el final de la charada y abruma a su visitante con viandas y regalos. A mitad de la fiesta, la reina vuelve a tentar a su invitado con una extraña pregunta.
-Si alguien se atreviera a jalar tus barbas, ¿Qué castigo le acarrearía tal afrenta?
-Sería decapitado…
-No
-Sería azotado y encarcelado…
-No
-Sería colgado junto a su familia y sus pertenencias confiscadas…
-No, ninguno es su destino
-¿No, mujer? ¿Qué destino le acarrearía a aquel que se atreviera a jalarme las barbas?
-Le regalarías dulces y tu mejor caballo
-No estoy seguro de ello
-Sí, le regalarías dulces y tu mejor caballo, porque el único que se atrevería a jalar las barbas al rey que representas, sería tu bebé primogénito, legitimo heredero de tu reino.
Tan complacido quedó Hamurabi con esta respuesta que se quito el anillo del dedo y se lo dio a la reina Anatolia, hija predilecta de Sausga, como señal de que ella sería la madre que se esconde como esposa.
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