¿POR QUÉ DEBE EXISTIR EL ARTE?
GEORGE STEINER
¿Por qué tiene que existir la creación poética? La pregunta es idéntica a la planteada por Leibniz: "¿por qué ha de haber ser y sustancia? ¿por qué no hay más bien nada?" Aunque es una pregunta más restringida. La abundante prodigalidad del mundo fenoménico, su inagotable despliege ( su estar-allí ) de energías y formas, sensorias, comunicativas, es tal que sacia incluso al más hambriento apetito de percepción, incluso las más amplias capacidades de recepción. Los colores, las metamorfoseantes formas y sonoridades de lo real exceden de un modo inconmensurable las capacidades humanas para el registro y la respuesta. La lógica animada de las simetrías congruentes, de los motivos orgánicos en el cuerpo humano, es un prodigio designado -un prodigio de diseño tal como lo vemos en el famoso icono del hombre frontal y cósmico de Leonardo- capaz de abrumar la comprensión. Y es en esta tensa cesura entre la inteligibilidad analítica y la percepción, cuando la cognición contiene su aliento, y nuestro sentido del ser se hace anfitrión de la belleza. ¿Por qué, entonces, el arte? ¿Por qué el reino creado de la ficción?
Obligada a tomar la apariencia de una proposición verbal, de una reivindicación abstracta, ninguna respuesta puede ser la adecuada para enfrentarse a la respuesta de lo obvio. Sólo puedo expresarlo de este modo (y cada poema, pieza musical o pintura de verdad lo dicen mejor): hay creación estética porque hay creación. Hay construcción formal porque hemos sido hechos forma. Hoy, los modelos matemáticos proclaman haber accedido hasta los orígenes del presente universo. La biología molecular puede tener a su alcance el desenmarañamiento del hilo en cuyo principio está la vida. Nada de estas prodigiosas conjeturas desarma, y menos aún explica, el hecho de que el mundo es cuando podría no haber sido, el hecho de que estamos en él cuando podríamos, cuando podíamos, no haber estado. El núcleo de nuestra identidad humana es nada más ni nada menos que la tornadiza aprehensión de la presencia, la facticidad y la perceptible sustancialidad radicalmente inexplicables de lo creado. Es; somos. Esta es la rudimentaria gramática de lo insondable.
Considero que el acto estético, el concebir y el venir a ser de lo que, de modo muy preciso, podía no haber sido concebido o podía no haber venido a ser; como una "imitatio", una reproducción a escala real, del inaccesible primer fiat -la Gran Explosión de las nuevas cosmologías, con anterioridad a la cual no puede haber, al verdadero modo agustiniano "tiempo" alguno, no es menos un imperativo teórico y una determinación de límites como lo es la narrativa de la creación en la religión-. :a naturaleza conceptualmente insoluble de ese "hágase" originario comporta la posibilidad conceptualmente inaccesible excepto un sentido formal trivial, de la nada anterior, del vacío. Incluso el texto, el lienzo y la composición tonal más innovadores y revolucionarios surgen de algo: de los límites de la fisiología, del potencial de los medios lingüísticos o materiales, del ambiente socio-histórico. Muy adentro de todo "acto de arte" yace el sueño de un salto absoluto en la nada, de la invención de una forma enunciatoria tan nueva, tan singular para su engendrador, que dejase, literalmente, atrás al mundo anterior. Pero la escritura de poemas, la composición de música, el tallado de la piedra o la madera por los hombres y mujeres mortales no se basa sólo en la circunstancia disponible: es un fiat, un movimiento creativo, siempre posterior al primero. Es la naturaleza de esta "posterioridad" -el término y la pregunta ya son vitales en Aristóteles- lo que exige clarificación.
Tradicionalmente, la filosofía y psicología del arte han proporsionado una respuesta hecha. Cualquiera que sea su aparente novedad, cualesquiera que fueran sus técnicas de dislocación, la ficción verbal, la pintura, la escultura, son, en última instancia, miméticas. El Surrealismo, los collages y las tácticas no figurativas con la palabra o la forma son simplemente disfraces. Los elementos del mundo, de los componentes de la existencialidad habitada, están ahí. Un "negro sobre negro" es una instantánea de la noche; un centauro es un guión entre realidades manifiestas. El obstinado "estar-allí" de las cosas (este es el tema de la crucial poesía de Ponge), la inferencia de la inmanencia, buscan las más extremas fantasmaorías verbales. Querámoslo o no -y esto constituye la ilimitada cárcel del lenguaje-, nuestra mirada reflexiva elabora sombras de familiaridad, de secuencia significante, a partir del verso sin sentido, de la escritura concreta y el juego aparentemente aleatorio. Alguna finalidad de realismo, de reproducción socialmente sancionada, es, hasta donde llegan la literatura y las artes plásticas, no tanto una opción libre como un hecho ineludible.
La categoría de lo mimético explica, desde Aristóteles, la eminente suma de lo que experimentamos como literatura y las artes. Leemos poemas y novelas, miramos pinturas, porque, aunque a menudo sean de un desconcertante estilo oblicuo o enmarcarado, son del mundo o tratan sobre él. Esta residencia dependiente, esta "referencialidad" (aboutness), incluso cuando los espejos están trucados, reclama y satisface, en última instancia, un profundo impulso hacia el reconocimiento. Como declara la doctrina aristotélica, el animal humano imita, es instinto junto con la reactualización.
Observamos enseguida que el principio mimético se explica sólo a los principios más triviales y programáticos de música. ¿Qué hay, en el mundo, semejante a la música? La debilidad de nuestras respuestas verbales me parece de lo más iluminadora.
De todos modos, incluso respecto de las formas ontológicamente narrativas, que son las de lo poético y lo artístico en el sentido más estricto, el concepto mimético, la instintiva "imitatio mundi", deja demasiado por responder. Dado el mundo, ¿por qué la segunda mano de la ficción, de las artes? Si la mímesis es el poder necesario y suficiente, ¿por qué, entonces, no habría de ser la finalidad reproductora la cumbre del mérito estético? ¿Por qué no habría de aspirar toda invención formal a la condición de inocencia fotográfica? Existen, sin duda, códigos programáticos-políticos de verismo, de "realismo social" que, de hecho, buscan imponer esta aspiración. La imaginación libre las desprecia. Si bien las invocaciones del carácter innato de la mímesis se adentran mucho en el "cómo" de la literatura y las artes, no nos hablan, excepto en un sentido psicológico determinista, del "porqué". De nuevo pregunto: ¿porqué habría de haber poemas? Leibniz preguntaría: "¿Por qué no habría de haber ningún poema?" El axioma de que hay poiesis "porque" hay creación es, a buen seguro, un lugar común. Y, sin embargo, este "porque" es el que desafía el entendimiento.
Creo que la creación del ser por parte del poeta, el artista y, en un modo aún por definir, el compositor es contra-creación. El pulso de motivo que relaciona la procreación de formas significativas con el primer acto de creación, el llegar al ser del ser -la palabra alemana Schopfung contiene tanto la idea de nacimiento como la del abismo fértil-, no es mimético en cualquier sentido neutral o reverente. Es radicalmente agonal. Es rival. En todos los actos de arte sustantivos late una furiosa alegría. La fuente es la de la furia amorosa. El creador humano está furioso de su "venida" después, de ser, para siempre, segundo con respecto al misterio original y originador de la formación de la forma. Cuando más intensa, cuando más maduramente consideradas sean la ficción, la pintura y el proyecto arquitectónico, más evidente será en su interior el tranquilo fervor de lo secundario; más sensible será la arremetida del maestro creador hacia una totalidad competidora.
Obligada a tomar la apariencia de una proposición verbal, de una reivindicación abstracta, ninguna respuesta puede ser la adecuada para enfrentarse a la respuesta de lo obvio. Sólo puedo expresarlo de este modo (y cada poema, pieza musical o pintura de verdad lo dicen mejor): hay creación estética porque hay creación. Hay construcción formal porque hemos sido hechos forma. Hoy, los modelos matemáticos proclaman haber accedido hasta los orígenes del presente universo. La biología molecular puede tener a su alcance el desenmarañamiento del hilo en cuyo principio está la vida. Nada de estas prodigiosas conjeturas desarma, y menos aún explica, el hecho de que el mundo es cuando podría no haber sido, el hecho de que estamos en él cuando podríamos, cuando podíamos, no haber estado. El núcleo de nuestra identidad humana es nada más ni nada menos que la tornadiza aprehensión de la presencia, la facticidad y la perceptible sustancialidad radicalmente inexplicables de lo creado. Es; somos. Esta es la rudimentaria gramática de lo insondable.
Considero que el acto estético, el concebir y el venir a ser de lo que, de modo muy preciso, podía no haber sido concebido o podía no haber venido a ser; como una "imitatio", una reproducción a escala real, del inaccesible primer fiat -la Gran Explosión de las nuevas cosmologías, con anterioridad a la cual no puede haber, al verdadero modo agustiniano "tiempo" alguno, no es menos un imperativo teórico y una determinación de límites como lo es la narrativa de la creación en la religión-. :a naturaleza conceptualmente insoluble de ese "hágase" originario comporta la posibilidad conceptualmente inaccesible excepto un sentido formal trivial, de la nada anterior, del vacío. Incluso el texto, el lienzo y la composición tonal más innovadores y revolucionarios surgen de algo: de los límites de la fisiología, del potencial de los medios lingüísticos o materiales, del ambiente socio-histórico. Muy adentro de todo "acto de arte" yace el sueño de un salto absoluto en la nada, de la invención de una forma enunciatoria tan nueva, tan singular para su engendrador, que dejase, literalmente, atrás al mundo anterior. Pero la escritura de poemas, la composición de música, el tallado de la piedra o la madera por los hombres y mujeres mortales no se basa sólo en la circunstancia disponible: es un fiat, un movimiento creativo, siempre posterior al primero. Es la naturaleza de esta "posterioridad" -el término y la pregunta ya son vitales en Aristóteles- lo que exige clarificación.
Tradicionalmente, la filosofía y psicología del arte han proporsionado una respuesta hecha. Cualquiera que sea su aparente novedad, cualesquiera que fueran sus técnicas de dislocación, la ficción verbal, la pintura, la escultura, son, en última instancia, miméticas. El Surrealismo, los collages y las tácticas no figurativas con la palabra o la forma son simplemente disfraces. Los elementos del mundo, de los componentes de la existencialidad habitada, están ahí. Un "negro sobre negro" es una instantánea de la noche; un centauro es un guión entre realidades manifiestas. El obstinado "estar-allí" de las cosas (este es el tema de la crucial poesía de Ponge), la inferencia de la inmanencia, buscan las más extremas fantasmaorías verbales. Querámoslo o no -y esto constituye la ilimitada cárcel del lenguaje-, nuestra mirada reflexiva elabora sombras de familiaridad, de secuencia significante, a partir del verso sin sentido, de la escritura concreta y el juego aparentemente aleatorio. Alguna finalidad de realismo, de reproducción socialmente sancionada, es, hasta donde llegan la literatura y las artes plásticas, no tanto una opción libre como un hecho ineludible.
La categoría de lo mimético explica, desde Aristóteles, la eminente suma de lo que experimentamos como literatura y las artes. Leemos poemas y novelas, miramos pinturas, porque, aunque a menudo sean de un desconcertante estilo oblicuo o enmarcarado, son del mundo o tratan sobre él. Esta residencia dependiente, esta "referencialidad" (aboutness), incluso cuando los espejos están trucados, reclama y satisface, en última instancia, un profundo impulso hacia el reconocimiento. Como declara la doctrina aristotélica, el animal humano imita, es instinto junto con la reactualización.
Observamos enseguida que el principio mimético se explica sólo a los principios más triviales y programáticos de música. ¿Qué hay, en el mundo, semejante a la música? La debilidad de nuestras respuestas verbales me parece de lo más iluminadora.
De todos modos, incluso respecto de las formas ontológicamente narrativas, que son las de lo poético y lo artístico en el sentido más estricto, el concepto mimético, la instintiva "imitatio mundi", deja demasiado por responder. Dado el mundo, ¿por qué la segunda mano de la ficción, de las artes? Si la mímesis es el poder necesario y suficiente, ¿por qué, entonces, no habría de ser la finalidad reproductora la cumbre del mérito estético? ¿Por qué no habría de aspirar toda invención formal a la condición de inocencia fotográfica? Existen, sin duda, códigos programáticos-políticos de verismo, de "realismo social" que, de hecho, buscan imponer esta aspiración. La imaginación libre las desprecia. Si bien las invocaciones del carácter innato de la mímesis se adentran mucho en el "cómo" de la literatura y las artes, no nos hablan, excepto en un sentido psicológico determinista, del "porqué". De nuevo pregunto: ¿porqué habría de haber poemas? Leibniz preguntaría: "¿Por qué no habría de haber ningún poema?" El axioma de que hay poiesis "porque" hay creación es, a buen seguro, un lugar común. Y, sin embargo, este "porque" es el que desafía el entendimiento.
Creo que la creación del ser por parte del poeta, el artista y, en un modo aún por definir, el compositor es contra-creación. El pulso de motivo que relaciona la procreación de formas significativas con el primer acto de creación, el llegar al ser del ser -la palabra alemana Schopfung contiene tanto la idea de nacimiento como la del abismo fértil-, no es mimético en cualquier sentido neutral o reverente. Es radicalmente agonal. Es rival. En todos los actos de arte sustantivos late una furiosa alegría. La fuente es la de la furia amorosa. El creador humano está furioso de su "venida" después, de ser, para siempre, segundo con respecto al misterio original y originador de la formación de la forma. Cuando más intensa, cuando más maduramente consideradas sean la ficción, la pintura y el proyecto arquitectónico, más evidente será en su interior el tranquilo fervor de lo secundario; más sensible será la arremetida del maestro creador hacia una totalidad competidora.
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