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jueves, abril 11, 2013

Aimara Gómez Dorantes: El arcoiris sin color

 

El arcoíris sin color

Aimara Gómez Dorantes
(Nueve años de edad)

Había una vez un bosque que tenía un arco-iris, pero el arco-iris no tenía color. Un día, dos niños fueron al bosque y se dieron cuenta de ese gran error. Se fijaron que sus bellos colores habían desaparecido, porque un mago malo se los llevó a su castillo; quería que su palacio luciera lindo y colorido.

Los niños le gritaron:

-         Devuelve todos los colores, a lo que el mago contestó:

-         ¡Nunca!

Al día siguiente los niños armados de valor, entraron al castillo y al entrar encontraron los colores robados.

El mago, al descubrirlos, los encerró.

Los niños suplicaron y le dijeron:

-         Por favor, déjanos salir para devolver todos los colores.

El mago se conmovió y admiró su valor. Finalmente los liberó y dijo:

-         Bien, devolveré los colores…

Los niños gritaron de alegría y todos los colores, volvieron a su lugar.

Aimara

Mayo de 2012

Alicia Dorantes: Los tristes colores de la Primavera


Los tristes colores de la primavera
Alicia Dorantes

La primavera es como un espejo, sólo que el mío tiene una esquina rota.

Mario Benedetti

 

Primavera recién nacida, hoy te envuelves en pañales de contaminación.

Hemos salido de viaje. Huimos del turismo que en los días “Sacros” abarrotan Veracruz. Sí, huimos de su mundanal barrullo; de las pilas de basura que nos heredan; de su música estridente; de sus cantinas ambulantes y sus ríos de alcohol; de su violencia in crescendo.  

Tomamos la nueva carretera que conduce a la Capital del país: ayer la Gran Tenochtitlan, hoy la ciudad de México. Sólo que nuestro destino era Tlaxcala. Abandonamos la carretera que cruza Xalapa; y olvidamos también la que serpenteando las cumbres de Maltrata nos pasea por los volcanes mexicanos: el Pico de Orizaba, en náhuatl Citlaltépetl: el cerro de la estrella, la Malinche, el Popocatépetl: “la montaña que humea”, y el Iztaccíhuatl “la novia blanca del Popocatépetl”… el viejo Goyo, el Goyo rezongón. Ahora tomamos una nueva y excelente carretera que se desliza sin sentir, en medio de ambos caminos.

Es una hermosa autopista: nos muestra a la derecha, poblados como Xilotepec, Chiconquiaco, Coacoatzintla y más allá, Naolinco y sus cascadas. El espectáculo es inmejorable… cuando lo percibimos de lejos, porque cuando nos acercamos a él, la vista duele. Duele porque el verde primavera ha mutado al café de la sequía; de la sequía extrema; de la que acerca a la muerte la tierra de hoy, de sus cultivos, de su ganado, pronto, muy pronto. Los verdes pinos que un día vistieron el paisaje, han sido y siguen siendo talados. Desaparecieron… El genio del mal, los arrancó, al igual que los encinos que alimentaron a los ciervos, ayer existentes…

Las milpas antes frondosas coronadas por doradas espigas, son sólo remedos del ayer. Su tamaño se redujo a la mitad, y todas sin excepción, abortaron a sus hijuelos: los deliciosos elotes o el dorado maíz, alimento ancestral de nuestro pueblo.

Los zacatales del camino, primero verdes y floridos, se tornaron solamente verdes, más tarde de color café… Hoy, son negros como el humo, como fuego consumido ¿por qué? Porque sucumbieron a un incendio tras otro.

Sí. Todo lo que ayer fue verde vida, hoy está quemado. Muerto. Sobreviven algunos magueyes, más grises que verdes y de secos cogollos. La faz de la tierra duele. Duele su sequía; sus muchas heridas: las cuarteaduras. Es una tierra agonizante por falta de agua, de cuidado… De amor.

El aire despiadado juega en la planicie formando uno, tres, diez o veinte remolinos con la tierra suelta de la superficie.

En las orilla de la carretera, de vez en vez, nace algún cardo blanquecino ¿Símbolo de esperanza? o quizá una aurea margaritilla remembranza de alegrías pasadas… pero pinos, cipreses, y ocotes… esos… son cada día menos…Cada día más ralos.

Los colores de esta primavera, son diferentes a los colores que tuvieron las primaveras de mi muy remota infancia... cuyos matices eran símbolos de vida

 

Alicia Dorantes

1-lV-2013

Lourdes Franyuti: Horario de Verano

 

Horario de verano
Lourdes Franyuti
 

                        El tiempo, como aliado y enemigo lo he visto actuar en repetidas ocasiones… en el atardecer, en el ruido desesperado las campanas agitadas en lo  alto de la catedral, en la neblina densa y baja de las montañas, en el timbre agudo de un despertador sincronizado con el alba. En este último caso, es el enemigo quien llama, quien me avisa entre sueños que el día comenzará y,  con ello, me convertiré en otro ser.

                        ¿Qué clase de mujer seré? Alguien de más edad, con más secretos para   guardar, y con tantas ilusiones encerradas dentro de un corazón  sin otra fuerza para enterrar el pasado bajo el presente en exactamente sesenta minutos. Si analizo el tiempo trascurrido, me tardaré en adelantar la manecilla del reloj con sólo girar, sin más esfuerzo, la perilla hacia la derecha: concluyo lo haré, en un parpadeo,  para matar en fragmentos, una larga hora de vida rutinaria echada a cuestas. 
                       Sin reflexionar a fondo, pienso en las cosas atadas a mi esfuerzo robado; ocuparlo para dormir, para charlar en alguna reunión, para leer, o bien, para meditar en  lo realizado el día de hoy. 
                       Concluyo que mi tiempo no ha sido bien aprovechado. La duda se forma en mi mente como una nube gris, deforme y espesa: una simple hora de mi vida, ¿en qué la cambiaría? 
                        Faltan apenas escasos minutos para que el sábado se convierta en domingo apresurado. Abrazo el reloj, cierro los ojos y trato de hablar conmigo misma, gritando a la cuenta de tres, qué es lo que más me hubiera gustado hacer en estos treinta y ocho años, a mi parecer, bien vividos y se me ocurre una sola idea…
                        Me tardo en responder, las palabras no salen con voz, al contrario, se quedan mudas, provocándome una gran ansiedad, una angustia contenida que me inquieta y que a la vez me sorprende. Me pongo de pie con tal impotencia que me dirijo al balcón de mi recámara. Es casi de madrugada y las estrellas se asoman para ayudarme. Las observo y empiezo a contarlas. No me alcanzaría el tiempo para saber cuántas son en total, así que concluyo que el infinito se acerca a la respuesta correcta. 

                        Hablo en voz alta nuevamente y sale de mi boca la palabra infinito. Enumero tantos sueños, muchos de ellos convertidos en infinitas utopías: mundos idealizados y a la vez, alternativos a la realidad que vivo… Si tan solo uno de mis sueños se hiciera posible en esta hora robada, podría decir que avancé, pero si analizo a conciencia el razonamiento, una vez cumplido el sueño, ese mundo idealizado y sublime pudiera no rebasar mis expectativas y frustrarme ante tal decepción.  

                        Regreso a la mesa donde coloco el reloj – despertador, lo tomo en mis manos y dudo en adelantar el minutero o dejarlo así. Es la hora de decidir por mí misma o bien, si el tiempo lo hará por mí… Respiro hondo, le doy la bienvenida a la madrugada y espero a que mi reloj biológico haga su trabajo: que sea él quien cambie mi horario de verano.