Horario de verano
Lourdes Franyuti
El tiempo, como aliado y
enemigo lo he visto actuar en repetidas ocasiones… en el atardecer, en el ruido
desesperado las campanas agitadas en lo alto de la catedral, en la neblina densa y
baja de las montañas, en el timbre agudo de un despertador sincronizado con el
alba. En este último caso, es el enemigo quien llama, quien me avisa entre
sueños que el día comenzará y, con ello,
me convertiré en otro ser.
¿Qué clase de
mujer seré? Alguien de más edad, con más secretos para
guardar, y con tantas ilusiones encerradas dentro de un corazón sin otra fuerza para enterrar el pasado bajo
el presente en exactamente sesenta minutos. Si analizo el tiempo trascurrido, me
tardaré en adelantar la manecilla del reloj con sólo girar, sin más esfuerzo, la
perilla hacia la derecha: concluyo lo haré, en un parpadeo, para matar en fragmentos, una larga hora de
vida rutinaria echada a cuestas.
Sin reflexionar
a fondo, pienso en las cosas atadas a mi esfuerzo robado; ocuparlo para dormir,
para charlar en alguna reunión, para leer, o bien, para meditar en lo realizado el día de hoy.
Concluyo que mi
tiempo no ha sido bien aprovechado. La duda se forma en mi mente como una nube
gris, deforme y espesa: una simple hora de mi vida, ¿en qué la cambiaría?
Faltan apenas escasos
minutos para que el sábado se convierta en domingo
apresurado. Abrazo el reloj, cierro los ojos y trato de hablar conmigo
misma, gritando a la cuenta de tres, qué es lo que más me hubiera gustado hacer
en estos treinta y ocho años, a mi parecer, bien vividos y se me ocurre una
sola idea…
Me tardo en responder,
las palabras no salen con voz, al contrario, se quedan mudas, provocándome una
gran ansiedad, una angustia contenida que me inquieta y que a la vez me
sorprende. Me pongo de pie con tal impotencia que me dirijo al balcón de mi
recámara. Es casi de madrugada y las estrellas se asoman para ayudarme. Las
observo y empiezo a contarlas. No me alcanzaría el tiempo para
saber cuántas son en total, así que concluyo que el infinito se acerca a la
respuesta correcta.
Hablo en voz alta
nuevamente y sale de mi boca la palabra infinito.
Enumero tantos sueños, muchos de ellos convertidos en infinitas utopías: mundos
idealizados y a la vez, alternativos a la realidad que vivo… Si tan solo uno de
mis sueños se hiciera posible en esta hora robada, podría decir que avancé, pero
si analizo a conciencia el razonamiento, una vez cumplido el sueño, ese mundo
idealizado y sublime pudiera no rebasar mis expectativas y frustrarme ante tal
decepción.
Regreso a la mesa donde
coloco el reloj – despertador, lo tomo en mis manos y dudo en adelantar el
minutero o dejarlo así. Es la hora de decidir por mí misma o bien, si el tiempo
lo hará por mí… Respiro hondo, le doy la bienvenida a la madrugada y espero a
que mi reloj biológico haga su trabajo: que sea él quien cambie mi horario de
verano.
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