LA
CAZA PRINCIPAL
Ignacio
García
En
los momentos del Dadá en Paris, allá por los años 20’s, y el subsecuente Manifiesto de André Breton, pocos adivinaban lo que se
traían entre manos los signatarios de aquel documento (y otros). Y quienes sí
lo intuían, los creyeron locos pues
afectaba intereses, no sólo artísticos sino de carácter económico y político.
Como estos movimientos, de vez en cuando aparecen en la historia, los contestatarios
simplemente no se arriman a la cultura oficial pues ya le saben
los ademanes al Estado que financia la cultura oficialista.
La
cultura y el arte en México es de carácter oficial –existen directores,
secretarías y demás infraestructura para ello; su montaje es pagado por los impuestos de
todos a quienes Hacienda rasura de su salario cada quincena. De allí, los
“expertos” economistas del Estado mexicano, crean un pastel y lo reparten en
rebanadas (salud, seguridad, educación, etc.). Y, ya se sabe: al arte y la
cultura, concebidos como un mal necesario, le corresponde casi siempre la menor
de las tajadas. Irónicamente, de esa porción que corresponde a cada espacio
artístico en el país, se gasta más en administrar el dicho porcentaje, que en
hacer arte y preservar cultura; los recursos destinados a este rubro, y bajo
este agregado, son cada vez, más endémicos.
Si
a ello añadimos que muchos de quienes dirigen el curso de este tópico, son todo
menos artistas; ya se podrá uno imaginar
los resultados de la inversión. Y, obvio: como buenos burócratas dependientes
de un Estado que para todo es corrupto, no falta la mano que empobrece aún más
los destinos del quehacer artístico. Comenzando porque los directores de
institutos, casas, posadas, cabañas, espacio-arte, biblioteca, o como se le dé
en llamar, son nombrados, más que por su incuestionable figura intelectual, por
el ser amigo, pariente o q-rida, de quien los nombra.
Yendo
a lo concreto, el IVEC ha tenido la
“mala suerte” (rarísimas excepciones quitarían las comillas) de 25 años que no
le han bastado para echar raíz y convertirse en bastión nacional, referencia
geográfica, de la cultura veracruzana. Claro, los directores encargados del
diseño cultural se toman del pelaje de la antigua y riquísima historia
veracruzana para no pasar invisibles: somos el primer puerto de América,
tenemos una riqueza inmensa en monumentos pre-hispánicos y coloniales, no nos
faltan los fandangos, trovadores, cercanías con el Caribe, sones Montuno, el Carnaval
“más alegre del mundo”, poetas y escritores famosos (Díaz Mirón, Bonifaz Nuño,
Cuesta, el Vale Bejarano). De allí en fuera, 25 años han servido para
demostrarle a la nación, o bien, que no hay nada nuevo bajo el sol en
cuestiones de arte veracruzano, o que “di-a-tiro” a los artistas veracruzanos
les falta talento debido a un raro predeterminismo geográfico.
Ya
resulta cansancio proverbial los discursos de directores culturales de este
edificio, que entran y salen: programas, renovaciones, promesas, cambios
estructurales, bla, bla, bla… lo cual dura uno dos meses, y luego a dormir el
sueño de los injustos: dos-tres numeritos
anuales, llenan el requisito del puesto y avalan el sueldo que se
embolsa el susodicho. Para acabarla (proverbial también) no falta el
nombramiento de amigos para hacerse cargo de tal eje, los sueldos absorben más
y el recorte presupuestal prometido para la creación, se esfuma --a tal grado
que quienes deseen presentar una obra literaria o artística deben llevar ahora
su propio vino y bocadillos para sustituir la “marranilla” que antes ofrecía el
propio instituto; además de conducirse con prisa en su evento, “pues se gasta
mucha luz en climas e iluminación alterna”.
Para
colmo, los pocos talentos que sí dan señal inequívoca de esforzado trabajo, y
calidad en la medida del presupuesto otorgado, son “renunciados” por quítame
estos pinceles. El caso Ivonne Moreno Uscanga, deja dudas de si fue su
ineficacia como directora de Casa Principal, o un mero berrinche de quien puede
y pudo hacerla a un lado, sobrevalorando un arranque de carácter, por sobre un
espacio de los pocos que, se vio a lo largo de la gestión de la Mtra. Moreno
Uscanga, funcionaban casi a rastras.
Por
ello, por el testimonio fehaciente, el hecho público, la innegable labor
difundida por prensa y TV, creo que ha sido más un ataque rabioso, un
anticipado (que no falta) pretexto para imponer nuevo director o simplemente un
montarse en su macho, lo que provocó la salida de Ivonne como directora: fue
ahora ella, la Caza Principal del cazador mayor.
Tampoco
se trata aquí de hacer una apología de Ivonne, quien, como todo ser humano,
tiene defectos y virtudes, aliados y enemigos, simpatizantes de su labor y detractores
del mismo. Tampoco se defiende la tesis de que ella es insustituible. Se maneja
más bien cómo una decisión de poder puede echar por la borda no sólo la parte
económica que desembolsó en los ingresos de la maestra; sino también todo el tiempo transcurrido que equivale a
experiencia adquirida, relaciones mediáticas, nexos con los artistas, aprendizaje
administrativo y, en general, todo lo que involucra ser un buen director de
cualquier espacio cultural. Pero, como eso no interesa, rápidamente la
improvisación viene a llenar lo insustituible: simple teoría.
Puede
haber muchos pretextos y explicaciones
del porqué Ivonne fue “renunciada”, pero lo que se ve, no se juzga. ¿Cómo le
hacía la Mtra. Ivonne para cada semana (a veces 2 veces en la misma) tener un
evento de interés para el público veracruzano? ¿Quién más que ella, privilegió
el arte jarocho, jalapeño y demás sitios de nuestro Estado? Personalmente soy
testigo de una agenda de trabajo adelantada hasta por tres meses antes de que
uno pudiera tener un sitio en La Casa. Y no porque Ivonne no deseara tenernos
allí; simplemente ya tenía programa para exposiciones, lecturas, charlas,
conferencias. ¿Qué secreto le permitía mantener ese estado de cosas? Quién
sabe. Ignoro de dónde le surgía esa capacidad para no dejar vacío un solo mes
sin un acto de cultura.
Frente
a esta actitud de trabajo bien planeado (que es la prioridad máxima en
cualquier oficina de gobierno, pues lo demás debe manejarse tras bambalinas), no cabe por ningún lado
aquello de que “Poder mata trabajo”. No
obstante, en el IVEC, como es costumbre de la burocracia a la mexicana, esto
ocurrió bajo las órdenes de un director (disculpen, soy muy malo para recordar
nombres y apellidos aliados a la demagogia), y ya no parece haber vuelta de hoja. Lo que tenemos hoy por delante es que quien se
sienta en la silla de un poder efímero y
pobretón, se convierte en un ejemplo irreflexivo de lo que la cultura y el arte
no deben ni deberán ser jamás…pero lo es. Si a duras penas estos dos grandes
temas sobreviven bajo asfixia, quítese lo irreflexivo
y nos quedamos con la simple palabra “cultura”,
pero de dientes para afuera.
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