LOURDES FRANYUTI
EN GIRA
“yo seguiré perdido entre
aviones,
entre canciones y carreteras
en la distancia no seré más tu parte incompleta”.
entre canciones y carreteras
en la distancia no seré más tu parte incompleta”.
La Quinta Estación.
Próximo destino: El Auditorio Hockey Club. Lima,
Perú: Único concierto.
Desabrocho
el cinturón de seguridad y espero a que los pasajeros, la mayoría de ellos, mis
músicos, tomen su equipaje de mano para abandonar el avión. Un largo día, donde
lo único relevante al parecer, es su noche de música. Me pregunto si este lugar
me recibirá con alguna sorpresa, con alguna invitación distinta a la del canto
y baile. Un operativo de seguridad es el que veo frente a mis ojos, nada nuevo,
solo cambia el uniforme de los policías, así como el acento de sus palabras.
Llego al hotel donde me hospedo y
subo a mi habitación. Saco el celular de mi bolsa y me recuesto en un sillón.
Llamadas insistentes de un número en particular: el del hijo de un influyente
político; insiste en invitarme a cenar después del concierto en su yate. Suena
bien… no entiendo qué me pasa, en condiciones normales estaría ya respondiendo
sus llamadas. Observo el celular, mientras me quedo dormida.
Tocan a la puerta, es el servicio a
cuartos con el almuerzo y de postre, mi equipo de trabajo. Me preguntan si
estoy cansada, si se me apetece un levantón para aguantar lo que viene:
conferencia de prensa con medios y club de fans, prueba de sonido y el
concierto por la noche.
No respondo, apenas si como algo de
la mesa de servicio y tomo una ducha rápidamente. En escasos minutos me alisto
y salimos rumbo al Hockey Club. Se dibuja en mi cara una sonrisa al ver largas
filas esperando a que las puertas de acceso al Auditorio sean abiertas. Me
bajan de la camioneta, ocultándome para no ser vista por el público impaciente.
El celular sigue sonando y es la misma persona. Respondo para no desairarlo y
acepto su invitación a cenar, mientras que camino hacia el camerino.
Rodeada siempre de gente, me topo
con la más solitaria de las compañías: yo misma tratando de comprender cuándo
dejaré de ser esa “ave de paso” con la que me etiquetan cada vez que salgo al escenario.
Me veo bien de dama de compañía de los grandes empresarios, políticos y colegas
artistas. Podría ponerme un disfraz maternal un período de nueve meses; sólo
que no sé quién me vestiría; ningún hombre poseería la virtud de envolverme con
caretas o antifaces. La fantasía que hago en mi mente se esfuma en el momento
en que me llaman a ensayo.
La rueda de prensa se hace presente,
medios publicitarios hacen su cometido, dos entrevistas en periódico y canal de
televisión me exprimen por horas, hasta que se apagan las luces, indicándome
que es el momento de tomarme un whisky en las rocas y salir al escenario sin
más adrenalina que la de fortalecer mis piernas y hacer que suban las escaleras
que llevan a la plataforma más alta. Aplausos y silbidos recorren mi alma, tomo
el micrófono, dejo atrás mi melancolía y sonrío cantando mi repertorio por más
de dos horas.
El final de la historia es el de
siempre: Al amanecer del día siguiente, fotografías en primera plana de todos
los periódicos, notas en los noticieros y la cara de una famosa cantante
reflejada en la ventanilla de un avión que sigue recorriendo grandes
distancias, dejando el amor en distintas partes del mundo, viviendo a prisas y en
tiempo presente… en gira.
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