FUENTES DE LA NOVELA
Gabriel Fuster
Cuento inspirado en la charlas con Enrique Mijares acerca de su libro "Los años con Carlos Fuentes", llevadas a cabo en el Cevart del 21 al 29 de Septiembre.
Para el momento que el castellano estuvo listo y Miguel de Cervantes fue inventado por los españoles a fin de tener a alguien que citar, las dificultades del latín fueron limitadas al rezo entre los curas atentos a las monjas voladoras y las misas para dominar a Dios, exclusivamente en sus misterios. La Ley, al igual que el anterior descubrimiento de la filosofía, se llena de ejemplos y libracos con el poder del latín y la gente no tardó en hallar un modo de evadirla y arrojarle las cáscaras de rechiflas y saliva de su boca. Alfonso X, el sabio, Rey de Castilla y Rey de León, supuso que la ley era justa y observable en cualquier otro idioma que no fuera el hereje. Tras devanarse los sesos, se percató que los hablantes de otras lenguas no pueden distinguir las minucias entre el sexo masculino y femenino cuando se valen de ideas, a menos que vean senos pegados a algo. Tampoco pueden pronunciar correctamente los cinco sonidos vocálicos. Al suceder el reajuste consonántico que daría origen al español contemporáneo y España se atribuye el descubrimiento de un nuevo continente a la postre, los banqueros judíos de Toledo se dan al goce de las letras de cambio y muchas cosas cambian de dueño. Ora que, perdonando el diccionario, tan sólo el tener el alfabeto falángico a la vista basta para poder alentar la vida leve entre los acreedores.
Durante el siglo XV, tras el proceso de la unificación española de sus reinos, Antonio de Nebrija publica en Salamanca su Grammatica, el estudio gramatical no relacionado con el latín, siendo el primer tratado de gramática de la lengua castellana y la lengua moderna, en general. Cuando la Reina Isabel ve la Grammatica que acababa de obsequiarle Nebrija, le preguntó: “Para que quiero un libro, si ya conozco el idioma”. El filólogo y poeta le respondió: “Señora, la lengua es el instrumento del Imperio”. A lo que su majestad habría de replicar: “En este Imperio, hay que tener oro. Teniendo oro, adquieres el poder y adquiriendo el poder, impones la jota que quieras”.
En el otro lado del mundo, los nativos se percatan que España rima con patraña, pues los Reyes Catódicos costean la primera y siguientes expediciones y no lo hacen por el oro, les sobra. Lo hacen solamente por joder. Sigue la fiesta del domingo y con la sistemática repetición de los puntos y comas, Miguel de Cervantes escribió El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, aunque hubo más de un Quijote malbaratando el conocimiento, al grado que la única copia que pudo considerarse a salvo del plagio era la versión de Pierre Menard. Eventualmente, la Biblia ganó su respeto entre los manuscritos más publicados, pero fue el inicio de la Era de Oro de la literatura española.
Fuera de la península ibérica, Francia e Inglaterra contienden en sus aires de grandeza a tocar en el hombro para darse paso a la supremacía de la novela moderna. Así, Francia trae las aparentes nuevas con La Astrea de Honoré d’Urfé e Inglaterra perdura la licencia indecisa con Argenis de John Barclays. Los novelistas alemanes y los italianos de igual manera se sintieron comprometidos a levantar la voz unísonos, pero debido que no se habían delineado las fronteras de sus respectivos países, fueron descalificados en la contienda. Francia, tras inventar su propio idioma, el francés, de igual manera se procuró otros aciertos, para tomar ventaja. Tales como la Revolución Francesa, Napoleón, el Louvre, el Champagne, el beso francés. A decir verdad, existía mucha rivalidad entre las naciones. Todas y cada una buscando despuntar en el refinamiento europeo. La competencia era tan feroz, que a menudo terminaba en guerra.
La confusión de las dos guerras mundiales, dejada en los escritores del siglo XX, es tan profunda y estremecedora, que todos pierden el sentido de gramática, sintaxis y estructura narrativa, para procurarse los desasosiegos verbales a cambio. Muchos de ellos escapan fuera de sus cabezas o salen de sus lugares de origen en la primera oportunidad que se consiguen un pasaporte. La lista de los proscriptos se concentra en París, a lado de los demás borrachos expatriados, hasta que los artistas académicos son golpeados en la cabeza con una baguette y nunca más vuelven a escribir una novela inteligible en nuestro tiempo. En esa apoteosis de los revolucionarios, Cantinflas suple a Joyce. ¿Cómo la ve, chato?
Carlos Fuentes cavila todo este escenario mientras escribe Terra Nostra.
Camino a su conferencia magistral, el distinguido autor se detiene a admirar la biblioteca inaugurada con el nombre de Quevedo en la Universidad Autónoma de Durango. Sin forzar la voz, a estar más en el secreto, le comenta su satisfacción al Rector que lo acompaña.
-Me complace ver una biblioteca dedicada al genio de Francisco de Quevedo. Tipo muy temerario del Siglo de Oro. ¿Sabe una cosa? Al destacado literato se le refiere la apuesta hecha en la taberna para presentarse a la reina Mariana de Austria e insultarla en su cara, a lo cual el tipo disfraza esa picardía con ambas flores en mano y dice: Entre la rosa y el clavel, su majestad escoja.
-Ah, entiendo. Hizo mofa de su discapacidad: Su majestad es coja. Ingenioso.
-Ni tanto. El otro cachondo que le había doblado la apuesta, ya recitaba con cortés reverencia en su siguiente turno: Su Alteza, de día soy manco y de noche cojo.
-Bueno, Don Carlos. En realidad, la biblioteca está dedicada a Evaristo Quevedo. No relación de parentesco. Lo siento.
-Pero, ¿Evaristo Quevedo era escritor también?
-Sin duda, nos escribió un cheque.
-Dichoso él, que no tiene que avenir sus publicaciones.
-El señor Quevedo es un hombre de negocios exitoso, con el germen inconfundible sobre quienes el eterno hado pesa. Verá, desde el inicio de la humanidad, han existido tres principales variedades de gente para el constructo metafísico, a saber: los jodidos, los pendejos y los hijos de puta. Sí, dichoso él, que no tiene que avenir sus publicaciones.
-En realidad mi contemplación estaba con las librerías, en general. Yo digo que la diferencia entre las casas editoriales y los terroristas es que tú puedes siempre negociar con los segundos.
-Tiene gracia.
-Si mi humor puede dar gracia es porque soy un escritor serio.
-Don Carlos, por ello ignorar que imaginamos cumple asaz el origen.
Carlos Fuentes asiente con la cabeza y continúa su camino al auditorio.
Para su sorpresa, el mundo termina abruptamente al final de la calzada, abriéndose como una gran trampa sideral. Alto, no le incumbe a la Ciencia aquellas historias contadas en el pasado, ahora dos veces historias, que nos hablan sobre una fallida copia del cielo, luego de la negra ida del sol, explicando nuestra gran trampa sideral. La noción de tierra plana queda sustentada en este horizonte, propio de un disco redondo que flota en la nada. Sí, plana como la primera novia. Terra nostra. El hombre asoma la vista al precipicio, mirando hasta no ver nada con sus cansados ojos. Más allá de los linderos con el olvido, los cielos entoldados confieren esa forma ajena e invencible de la suprema noche, con puntos fugaces de luz, como motas de polvo, como copos de nieve. Lleno de curiosidad, él arroja su pluma fuente al vacío, pero ésta no cae vertical, sino que se aleja a la siguiente playa, donde el mar es Saturno. Lógico pensar que tampoco existe la gravedad. Ahora le queda claro que todos esos globos terráqueos encima de los escritorios, mostrando una tierra redonda como una pelota son mentira. Si la tierra fuera redonda, nos resbalaríamos en el extremo, con el alto yerro de acertar en el Averno. En todo caso, nadie se pregunta por qué los globos terráqueos no son cúbicos. Olvidándose completamente de su compromiso y las horas tributarias, Carlos Fuentes se sienta sobre el borde, con los pies colgando en el agua removida de las palabras, a contemplar el más tonto universo que comprime una cámara secreta. Como escritor, éste sabe que el asunto aquí es cambiar el foco excelente y darle un sorprendente giro al final. No lo hace, el verdadero escritor odiar cambiar las cosas del modo que les satisfacen. Su pensamiento final es morir como Baldur, sonriéndose por nada.
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