Si bien un poco pasada la fecha, nos ha parecido interesante publicar esta reflexión de Alicia, en la que nos muestra que la memoria no sabe de fechas ni tampoco pondera algunas mediáticas a morir (Torres Gemelas), y olvida aquellas cuya ignominia sigue presente en el corazón de muchos (Salvador Allende). (I.G.)
Alicia Dorantes*
Los pueblos son grandes, no por el tamaño de su territorio, ni por el número de sus habitantes. Ellos son grandes, cuando sus hombres tienen conciencia cívica y fuerza moral suficiente, que los haga dignos de civilización y cultura.
Víctor Hugo
Queridos niños:
Aun sabiendo lo pequeño que son, sobre todo para comprender estas líneas, necesito escribírselas para relatarles los trágicos sucesos de aquel martes negro... vergüenza de la humanidad pensante. Cuando pasen los años y las lean, intenten comprender lo que sucedió, pero es muy probable que ni ese día, ni en los que sigan, puedan hacerlo ¿Por qué? Imagínense chiquitos, que aún a mi edad, me resulta imposible concebirlo.
Recuerdo bien que esa esplendorosa mañana desperté con una cierta nostalgia. Tal vez recordando que ya de por sí, se vivía una fecha cargada de luto, traición y cobardía. Una fecha de deshonor, y afrenta para el mundo entero. La fecha en que Salvador Allende, entonces Presidente de nuestro hermano país del cono sur, Chile, y sus sueños de libertad, fueron vilmente silenciados, asesinados por orden del general Augusto Pinochet. Desde entonces, cada año lo recuerdo con pesar.
En días previos a estos sucesos, me encontraba leyendo un pequeño, pero interesante libro, escrito por el doctor Federico Ortiz Quesada, que tituló «El diario de un Médico». En él analizaba algunos de los acontecimientos sobresalientes, año por año, a partir de 1950 al presente, sin omitir, por supuesto, los galardonados con los Premios Nobel de Literatura, Medicina y Fisiología. En esas líneas él lamenta que anualmente las anheladas preseas se le otorguen a quienes realizan investigación básica, que si bien es un hecho loable, excluye a los galenos que practican la medicina clínica con generosidad y humanismo. Con ética. Pareciese que esos atributos en nuestra sociedad moderna, rica en alta tecnología, carecieran de valor o hayan perdido vigencia.
A cada año el doctor Ortiz Quezada le llama de una forma diferente. Por ejemplo a 1991, lo define como «El Año sin reflexión». Después de comentar la fragmentación de la URSS y las luchas intestinas de los Estados Bálticos: Lituania, Letonia y Estonia, por recuperar la soberanía usurpada, prevé un gran choque de culturas. Ese mismo año, Estados Unidos de Norte América llevó a cabo la operación bélica contra Iraq, conocida como «Tormenta del Desierto». En una conflagración de tan sólo seis semanas, nuestros vecinos del norte arrasaron con el país árabe. Geoge Bush, padre, dijo al mundo aquel 28 de febrero: «Kuwait ha sido liberado, el ejército iraquí, derrotado». Bush, en su país y sólo ahí, fue aplaudido… En Iraq, Sadam Hussein convenció a sus coterráneos de que: «los demonios habían sido derrotados». Concluye el doctor Ortiz diciendo: «El combate entre tecnología y creencias». Diez años habían transcurrido desde tan sanguinarios sucesos...
Volvamos a la mañana del 11 de septiembre que ahora les relato; mañana diáfana y tranquila. El cielo era tan azul en Veracruz, como Nueva York, como en Bali o en Yacarta. Esa, como todas las mañanas en los últimos treinta y seis años de mi vida profesional, me dirigí a la Facultad de Medicina a impartir la clase de endocrinología. Era poco antes de las nueve de la mañana. Ingresaba al edificio, cuando un médico también catedrático y amigo de siempre, me dijo entre excitado e incrédulo:
—Ve a la sala de maestros. Los terroristas están atacando a Nueva York.
Como autómata y aún sin entender lo que me decía, me dirigí a la mencionada sala. De pie, atónitos, frente a la pantalla de la televisión, había una veintena de maestros. Faltaban cinco minutos para las nueve... Sin saber qué pasaba con exactitud, me percaté de que Las Torres Gemelas, símbolo y emblema de la ciudad de los rascacielos, no eran las mismas. La Torre Sur estaba en llamas. Una columna de humo, de color gris muerte, ascendía hasta perderse en la bóveda celeste.
Creí que era una película de ficción; de terror. Sin embargo, en la esquina superior derecha de la pantalla parpadeaba un letrero: En vivo. Súbitamente, ignoro por dónde, apareció un avión y cruzó el firmamento. Un avión de pasajeros que, sin previo aviso, desvió su trayectoria y se introdujo de pleno en el cuerpo de la Torre Norte. Siguió a esto una terrible explosión. Fuego, destrucción y muerte. En fracción de segundos... la segunda torre había sido mortalmente herida ¿Minutos, segundos? ¿Quién puede precisar? La nube de fuego, acero, cemento, polvo, gritos ahogados, llanto no escuchado, devastación y muerte... comenzó a ascender, envolviendo la parte superior del edificio, mientras que la primera torre, agonizante y rota, cayó pesadamente sobre sí misma, colapsando el resto de la majestuosa construcción. Entre la densa nube de destrucción, vimos descender la gran antena... luego... todo fue gris... Era la cara misma de la muerte. Poco después caería la segunda torre.
En verdad les digo, pequeños... seguí creyendo que se trataba de una de las tantas películas de violencia y terrorismo, que son el deleite del pueblo americano. Su gobierno ha enseñado a matar y a destruir pueblos enteros, generalmente a los débiles, carentes de armamento bélico o a los que tienen tesoros ocultos, aunque estos sean tan negros como el petróleo. Por eso son poderosos: los amos del mundo, de vidas y destinos... Los romanos del presente.
Para entonces, pasaban unos minutos de las nueve. Todo había sido tan rápido... tan difícil de comprender… pero mis alumnos, los médicos del mañana, me esperaban en el salón de clases y la vida... ¡la vida!... afortunadamente para nosotros, continuaba. Teníamos que seguir su paso, no sin dejar de pensar: ¡Qué mundo de locos les estamos heredando, pequeñitos míos!
* Alicia Dorantes es colaboradora de este blog, autora de tres libros publicados en estos dos últimos años, y columnista del diario IMAGEN de Veracruz, del cual hemos tomado este escrito con permiso de la autora.
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