DETRÁS DE CADA HOMBRE VIVO
HAY TREINTA FANTASMAS
Gabriel Fuster
Zaratustra descendió de las montañas, apoyado de su vara cosmócrata, para encontrarse en el inicial escalón del complejo de multicines 2001, templo de la triple consonante equis, y no esperar más por ese premio especial a los mejores efectos visuales. A las afueras de las puertas cinco y seis, la masa de parabolanos se agrupa con el orden idéntico al de su correspondiente sala de proyección e impide la entrada al extranjero, mediante la marea del ser. El anciano que renunció a sus soportes de acanto y palacios, a cambio de la desviación de la luz que construye el rodaje de la eternidad, encara al forastero y le habla como el director que no es fácil de complacer, en nombre de todos.
-Ningún extraño resulta para mí este forastero. Zaratustra era llamado hace muchos años, pero ha cambiado su nombre artístico. En ese tiempo, tú llevabas tu plato de cenizas a las montañas. ¿Ahora no traes el fuego de vuelta a nuestros valles? ¿No tienes miedo que te encontremos como un pirómano y te castiguemos?
Zaratustra, rodeado de vocales, responde: “Yo amo al superhombre”.
-¿Por qué? – interpela una mujer, suponiendo respirar mejor que él.
-Forastero, el hombre, por principio de cuentas, es un asunto imperfecto. El rango de superhombre puede matarme, viviendo cada día para firmar autógrafos – contradice el anciano.
-¿Qué hace un santo como tú, entre los dormidos? – acusa Zaratustra.
-Hago canciones y enseño a las aves que vuelen bajito para escucharlas. Mientras las hago, yo río, lloro y tarareo mis alabanzas a Dios. Mediante la ocupación de la música, yo alabo el Dios que es mi Dios. Pero, ¿Qué nos traes tú de enseñanzas?
Al momento que Zaratustra escucha la exigencia del viejo, éste hace una inclinación al frente para indicar su despedida, pero es detenido del brazo.
-Aquellos con prisa de darse cita a la primera función, levanten la mano para entregarles su boleto antes de que se vayan – habla el anciano universal de las siete manos.
-No, no me dejes a merced de extraños – solicita el tipo inmovilizado.
-Vete, pues. Encuentra un lugar donde esconderte, hasta que Dios busque por ti.
De este modo, el cuarto vecino es el siguiente programa emparedado, pero los programas son almas en pena y andan por corredores, ecos, reverberos de la luz neón. Principio del bogomilismo que camina hacia el blanco y el negro, empujándose y riendo como un par de niños.
Cuando Zaratustra desaparece tras la puerta 7, el anciano habla a su corazón: “Dios está muerto”.
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