LA PRINCESA DE MARTE
Gabriel Fuster
¿Será posible que un día vuelva a Marte?
Tal es el grito excedido en Jonh Carter, con su laúd constelado. John Carter es un personaje de ficción creado por Edgar Rice Burroughs que aparece en la serie marcianas de sus novelas. Burroughs retrata al personaje como un soldado de la Guerra Civil Americana, nativo de Virginia, que busca hacerse rico encontrando una mina de oro extraviada en Arizona, conforme a los reportes de guerra. Al tiempo que se esconde de los indios Apaches en una cueva y cae en una muerte aparente, es transportado misteriosamente a Marte en una suerte de proyección astral, donde descubre su vocación de pacificador del planeta, pues resulta más ágil y fuerte que los nativos sujetos a la gravedad marciana, y se propone ganar el corazón de una Princesa de piel roja, que es inasible como la paz en un sistema binario de lunas. Sin embargo, antes de conseguir los favores reales, es teletransportado involuntariamente de vuelta a la Tierra, donde buscará por todos los medios reencontrar el camino de regreso al planeta rojo y el corazón de su soberana, el resto de sus días. Su tragedia individual concentra la tragedia de nuestro tiempo: no reconoció la luz, porque la princesa de Marte fue transportada a la Tierra también, sin ninguno saberlo.
Un año agonizando por el agudo amor sexual sobre el plexo solar, que pide se le substituya por la conexión umbilical perdida, lo coloca por encima de la crueldad consigo, llevando al paroxismo del absurdo y la sofocación humana. En la invisibilidad de la comunicación telefónica, platicamos.
“¿Será posible que un día vuelva a Marte? No tengo empleo, no puedo pagar la renta. Estoy engordando como un cochino, me hallo desesperado. Si me aviento del techo de mi edificio, ¿me moriré?”
“No creo, Carter. Son solo ocho pisos. Probablemente quedes lisiado de por vida. Y si sigues con esa depresión, ni yo ni nadie querrá empujar tu silla de ruedas.”
“Bueno, bueno. Y si primero bebo un frasco de acido muriático y me lanzo al vacío, ¿me moriré?”
“¿Bromeas? Ya te dije que quedarás lisiado de por vida y además sin esófago. En tu siguiente cumpleaños no hallo un voluntario para cortar todo lo inútil de tu pastel lleno de velas, molerlo en la licuadora y suministrártelo vía sonda endoscópica percutánea. Conmigo no cuentes.”
“Entiendo, ¿Y si me corto el cuello con un cuchillo cebollero, salto del techo y espero que me arrolle un camión de la Ruta 6?”
“Esa sí es una buena opción”
Antes de llegar la revisión de estas tendencias suicidas, uno tuvo que haber escuchado el drama de su retorno imposible a lo primitivo, viviendo como asceta y reajustándose a la antigua gravedad terrestre. -Gabriel, no sé qué hacer. Estaba paseando por la Calzada del Gigante y el intestino grueso se me aflojó de su lugar.
-¿El intestino grueso se te aflojó a mitad de la calle? ¿Cómo el radiador de un coche viejo?
-Sí, estaba caminando dentro de la “normalidad” y de pronto sentí un bulto llenar mis pantalones. Supuse que me había cagado. Al llegar a la casa, revisé mis calzones y allí estaba expuesto el pedazo de aparato digestivo, con la presión de una tuba sonora. Era el tramo del recto. ¿Qué hago? Esta gravedad terrestre me está despedazando.
-Calma, ¿tienes aguja e hilo?
-Sí-¿Tijeras?
-Sí
-¿Un pedazo de seda tornasol? ¿O muselina, de la que se utiliza para tutús?-Sí
-¿Puedes conseguir un patrón de costura de alguna revista Vanity?
Carter interrumpe en seco mis instrucciones. Me regresa la llamada a la siguiente hora. -Ya lo conseguí, pero que los exploradores de los telescopios se traguen sus estadísticas. Nada importa. No tengo empleo, no tengo dinero. Estoy engordando como un cochino, me hallo desesperado, ay.
-Te queda una salida falsa
-Tienes razón, pero necesitaré tu ayuda
Adelantándose otra vez a los necios, Carter organiza una fiesta, ávido de comer y beber hasta saciarse con la ambrosía de Júpiter, cuando sólo a Venus interesa el juicio de Paris, porque la velada es en honor del libro Best-seller de John Gray, relativo a la armonía planetaria entre los sexos, al exacto lamento de nuestros ojos. “Los hombres son de Marte”, me explica. “Y las mujeres no me interesan”. Otro parece extraviado en Plutón.
En preparación al gran banquete, éste rentó el garaje del señor Iván Hermes para guardar sus muebles. Como en un incendio, momentáneamente tuvo que abandonar la casa para dar paso a un ejército de floristas, carpinteros, electricistas, pintores y la mano de obra de empleadores ilegales, mientras la decoración se aproxima a una fiesta campestre finlandesa. Después, el despeñar de una música y el combate de los espejos, llenos de bandejas y saludos. Cerca de 300 personas recibieron invitaciones hechas a mano, incluyendo los inquilinos del edificio, especialmente el amigo imaginario, cuya novia sigue las estrellas, sin distingo para la vida del fan o del astrólogo.
Puesto que le ha dedicado este homenaje al lugar que se cree viven los comunistas y está ligado a los misteriosos canales observados por Schiaparelli, rompiéndole un huevo de carnaval en la calva extendida por oleadas de lava volcánica, para que le cosquilleen los papelitos de colores y sonría la cara de Cidonia, deparando hermosura con su rendija de alcancía, Carter me pide referencias para contratar una escort, cuyos favores podrían ser rifados en punto de la medianoche. Yo me hallo tan intimidado por la pregunta y tan pobre para pagar los servicios de una prostituta, que todo cuanto puedo ser capaz es acercarme a pedirle su autógrafo. Una atractiva chica pelirroja atiende al llamado y Carter la hizo vestir una ajustada camiseta roja, con la descripción en el pecho, diciendo “La Princesa de Marte”. La princesa empezó a circular afablemente dentro del departamento que poco a poco se iba congestionando, porque la mayoría de los invitados habían respondido a la invitación y, a su vez, trajeron a sus amigos. No hay más que medias palabras en el lenguaje de los globos de bienvenida. Si los invitados deseaban saltar en el cráter deslumbrado hacia adentro de su ombligo, merecer el cascabel de su pie a que bailen los ojos en éxtasis, ellos tenían que escribir sus nombres y sus cantidades de dinero en una cartulina preparada especialmente para la subasta, para depositarla en la gran piñata claveteada al centro de la habitación, llena de ambición como un huevo Fabergé. Carter se había asegurado que la cósmica epidermis de la primera nalgada, supliendo el golpe del mesón para indicar al mejor postor, complaciera a hombres y mujeres por igual, ardiendo en la más alta fiebre, que su interesada puja puede asimilar. Una maestra de Kindergarten, en lo particular, apostó 20 veces, ansiosa de superar la mejor oferta.
La chica enguantada en la fantasía de Ópera Espacial se pasea ostentosa y teatral, penetra a los grupos ermitaños que sustentan su propia fiesta. Un invitado la reconoce y exclama: “¿Janis?”. Confrontando la voz dentro de la cacofonía de comentarios, Janis replica: “¿Liza?”.
“¿Ella es Deyanira?”, pregunta el muchacho al lado de Liza. De pronto, resulta evidente que casi la mitad de los concurrentes conocen a Deyanira Toris, puesto que la edecán había sido coronada Reina de los estudiantes del Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey, en 2002. Posteriormente, saberla desaparecida durante la despedida al último Volkswagen escarabajo, con más de cincuenta años de producción, saliendo de la planta automotriz de Puebla, México, para ser transportado al Museo Autostadt de Wolfburg, Alemania, pero alimentando el rumor de hallarse manejándolo sin rumbo definido, sobre el paisaje desamparado de Urano, todos estos años. -¡Soy la Princesa de Marte! – Deyanira responde, sin traza de vergüenza.
-¡Amor, tenía años sin saber de ti! – exclama Liza, conteniendo las lágrimas de emoción.-Lo sé. ¿Sabes lo difícil que es encontrar empleo, el primer día que salimos de la universidad? En todas las empresas, te piden experiencia laboral o las nalgas para contratarte. Es una chingadera.
La mayoría de los asistentes sabían de lo que hablaba. Todos ellos eran desempleados. Todos y cada uno abrazaron a Janis y la felicitaron, al menos por llevarse un cheque a casa esa noche, libre de impuestos. Principalmente, el reportero paparazzi se siente más caliente que Mercurio, porque a escondidas se ha enamorado. Todo el mundo se dispuso a bailar. La rifa se llevó a cabo y eventualmente la ganadora resultó la maestra de Kindergarten. El grupo entero salió detrás de la pareja. Yo sospecho que organizaron una orgía en algún hotel de categoría.
-¿Te sientes mejor? – le pregunto a Carter.Ambos nos hallamos colapsados de cansancio en el diván de la sala.
-Mucho mejor, aunque nosotros que habitamos las octavas superiores se nos enseña a no malgastar los iones saludables en los trogloditas, cuya especie usted clasifica. Hablo de distintas dimensiones y de esto y esto y esto.
-Perdón, lo olvidaba. Oye Carter, ¿En serio te desmaterializaste y tuvo tu translocación aquí por accidente, o estoy mirando un pase de abordar de la línea Continental Airlines, asomándose de tu bolsillo?Carter tiene el sueño de Jasoom, como cuando le decimos a un profesor: “¿Y ya ha leído a Jacques Lacan?”. Lo que deriva en suficiente omnisciencia para adivinar por adelantado los números aleatoriamente seleccionados que tocan a la lotería, sin atinarle a uno.
Ay, ¿Será posible que un día vuelva a Marte?
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