PRISMA
Soy un punto muerto en medio de la hora,equidistante al grito náufrago de una estrella.
Un parque de manubrio se engarrota en la sombra,
y la luna sin cuerda
me oprime en las vidrieras.
Margaritas de orodes
hojadas al viento.
La ciudad insurrecta de anuncios luminosos
flota en los almanaques,y allá de tarde en tarde,
por la calle planchada se desangra un eléctrico.
El insomnio, lo mismo que una enredadera,
se abraza a los andamios sinoples del telégrafo,
y mientras que los ruidos descerrajan las puertas,
la noche ha enflaquecido lamiendo su recuerdo.
El silencio amarillo suena sobre mis ojos.
¡Prismal, diáfana mía, para sentirlo todo!
Yo departí sus manos,
pero en aquella hora
gris de las estaciones,
sus palabras mojadas se me echaron al cuello,
y una locomotora
sedienta de kilómetros la arrancó de mis brazos.
Hoy suenan sus palabras más heladas que nunca.
¡Y la locura de Edison a manos de la lluvia
!El cielo es un obstáculo para el hotel inverso
refractado en las lunas sombrías de los espejos;
los violines se suben como la champaña,
y mientras las ojeras sondean la madrugada,
el invierno huesoso tirita en los percheros.
Mis nervios se derraman.
La estrella del recuerdo
naufragada en el agua
del silencio.Tú y yo
coincidimos
en la noche terrible,
meditación temática
deshojada en jardines.
Locomotoras,
gritos,
arsenales, telégrafos.
El amor y la vida
son hoy sindicalistas,
y todo se dilata en círculos concéntricos.
Esas rosas eléctricas de los cafés con música
que estilizan sus noches con “poses”
operísticas,
languidecen de muerte, como las semifusas,
en tanto que en la orquesta se encienden anilinasy bosteza la sífilis entre “tubos de estufa”.
Equivocando un salto de trampolín, las joyas
se confunden estrellas de catálogos Osram.
Y olvidado en el hombro de alguna Margarita,
deshojada por todos los poetas franceses,me galvaniza una de estas pálidas “ísticas”
que desvelan de balde sus ojeras dramáticas,
y un recuerdo de otoño de hospital se me entibia,Y entre sorbos de exóticos nombres
fermentados,el amor, que es un fácil juego de cubilete,
prende en una absurda figura literaria
el dibujo melódico de un vals incandescente.El violín se accidenta en sollozos teatrales,
y se atraganta un pájaro los últimos compases.
Este techo se llueve.
La noche en el jardínse da toques con pilas eléctricas de éter,
y la luna está al último grito de París.
Y en la sala ruidosa,
el mesero académico descorchaba las horas.
TODO EN UN PLANO OBLICUO
En tanto que la tisis —todo en un plano oblicuo—
paseante de automóvil y tedio triangular,
me electrizo en el vértice agudo de mí mismo.
Van cayendo las horas de un modo vertical.
Y simultaneizada bajo la sombra eclípticade aquel sombrero unánime,
se ladea una sonrisa,mientras que la blancura en éxtasis de frasco
se envuelve en una llama d’Orsay de gasolina.
Me debrayo en un claro
de anuncio cinemático.
Y detrás de la lluvia que peinó los jardines
hay un hervor galante de encajes auditivos;
a aquel violín morado le operan la laringe
y una estrella reciente se desangra en suspiros.
Un incendio de aplausos consume las lunetas
de la clínica, y luego —¡oh anónima de siempre!—
desvistiendo sus laxas indolencias modernas,
reincide —flor de lucro— tras los impertinentes.
Pero todo esto es sólo
un efecto cinemático,
porque ahora, siguiendo el entierro de coches,
allá de tarde en tarde estornuda un voltaicos
sobre las caras lívidas de los “players” románticos,
y florecen algunos aeroplanos de hidrógeno.
En la esquina, un “umpire” de tráfico, a su modo,
va midiendo los “outs”, y en este
amarillismo,se promulga un sistema luminista de rótulos.
Por la calle verdosa hay brumas de suicidio.
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