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martes, abril 24, 2012

Ivonne Moreno Uscanga:


De Toros y Toreros

Carlos Cano: Fotografía
Daniel Noriega: Pintura
Moisés Avendaño: Escultura





Por Ivonne Moreno Uscanga



Los patrones culturales fundamentados en ritos y celebraciones son múltiples en cuanto a la riqueza de prácticas y polisemia de contenidos. Los toros fueron dentro de varias etnias del Mediterráneo, como la cretense y la ibérica, manifestaciones de tributo y de ideología alusiva a la fuerza. Esta como ablución a la naturaleza , así como pasión en lo referente a sexualidad humana, convergente con los dioses.

La mitología griega se encargó de tejer una de las más vesánicas historias acerca de la existencia de un hombre-toro, el MINOTAURO. Quimera producto de las relaciones amorosas entre Pasifae y un toro blanco enviado a la misma por Poseidón,  como trama seductiva y de castigo a Minos rey de Creta, quién lo encerró en un laberinto creado por Dédalo.

Cada nueve años siete jóvenes y siete doncellas se entregaban al Minotauro en señal de saciedad, hasta la aparición de Teseo, cuya protección otorgada por Ariadna, a través de una bola de cordel, amparó al héroe para el exterminio de lo simbolizado: brutalidad y los bajos instintos en el género humano.

Otro aspecto también de la historiografía micénica ubica al toro en estigma de lucha y vigorosidad. El arte de la isla de Creta muestra en hermosos murales a mujeres-toreras, con los senos desnudos, en acciones lúdicas plasmadas de un fuerte erotismo. Asimismo los ibéricos realzan en imponentes esculturas de piedras, donde los toros se tornan en esa pendiente de rudeza y valor. Años posteriores al cristianismo conceptualizarán al toro alado como emblema del apóstol Lucas y el siglo XVIII, la costumbre de la rejonería y la fiesta brava en España cimientan los inicios de la tauromaquia. Pretexto plástico para el genio universal Francisco Goya, aragonés inmortalizador de la eclosión de las luces y el enfrentamiento entre el toro y el hombre como un acto cruento de dolor, sangre y muerte.

Pablo Picasso avala en su vasta producción artística al toro como el cruce entre las crisis interiores del hombre: la idiosincrasia y lo inteligible buscando resolver en la inmediatez de la piel y los sentidos a la ponderación de la creatividad humana. De este modo hallamos los antecedentes de un animal cuya caracterización cristaliza en una dicotomía existencial, la de la fantasía plástica y la de la conservación y protección de su especie. En la primera categoría, se plasma el ingenio y dinamismo de 3 propuestas de realizadores plásticos veracruzanos cuya composición en técnicas distintas nos posibilitan a reencontrarnos con ese pasado mágico, hoy exhibido para ustedes en el 25 aniversario del IVEC:

Carlos Cano: su lente y propuesta resultan tendientes a la tecnología por un lado y la candidez de lo figurativo por otro. Sin descuidar su objetivo por lo “grato” y tocado por la columna ancestral de Veracruz, se asoma a vetas perpendiculares de la cotidianeidad, sin soslayar la cultura local: la belleza de la entidad y su gente. No obstante en ésta ocasión, hace un paréntesis plástico y aborda al toro en primer plano, importándole la fauna como sentencia de vida. Carlos Cano expone la grafía del animal, por la gala de su condición. En sus composiciones, la demostración de los campos ópticos giran por medio del imponente animal, algunas veces brioso, otras muerto, otras como moderno torero- minotauro, en su propuesta se lee, “sin toro no hay corrida, ni poesía ni tarde, ni plaza”.

Daniel Noriega, resulta más apegado a la transición mítica hombre-toro. Su discurso es pendular entre la tendencia híbrida, no obstante la figura predomina ante lo abstracto. Para el pintor la singularidad del sentir bravío, es contienda implicada en la jerga y contacto de dos fuerzas: el animal y  el observador. La propuesta de Noriega se enviste de una tregua suspicaz, polivalente a la tipología taurina, pero siempre impregnada de cierta lascivia, con coyunturas de repliegues sensuales y deseosos, sus enunciados plásticos cargados de consecuencias carnales instintivas son espacios aprovechables para su imaginación con las cuales él podrá desplazar por medio de empastes y oleos, propósitos de enorme ímpetu. Los amarillos, negros, grises, rojos para Noriega son las recurrencias a una latencia: la líbido ante la razón. La composición de Noriega sin embargo no está exenta de la religiosidad de la ronda del torero, antes de enfrentarse contra el toro, santiguarse antes de salir para cerrar el rito: brindarse a la muerte, con pasional cordura.

Moisés Avendaño, presenta el conjunto de obra más conciliador, de la cual controversia: toro-fiesta de luces, decrepitud-gloria, sufrimiento-clímax, tan celebrada en sociedades como la española y la nuestra. La carga emotiva de Avendaño se centra en el sello particular de su personalidad: la constancia. La tenacidad en la obra del escultor es loable y se comprende en lenguaje notorio de la materia prima con al cual se connota, la madera. La propuesta de Moisés además de sutil es vertiginosa. El trabajo de la talla y los golpes del marro, distinguen la mesura de un expositor preocupado por  la ubicuidad.

 Avendaño  también juega con los terrenos figurativos y abstractos en la medida de la concatenación de su objeto plástico, en este caso la liturgia del hombre y el toro, la plaza y la ululación del público sediento de espectáculo y simultáneamente ignorante de lo verdaderamente vencedor. Avendaño se entrega en un proceso de prestidigitador, pone balanza a las faenas del torero, las verónicas, las bullangueras, los volapiés, los pases a elegancia de buenos capotes para exteriorizar, en rimas de alto lirismo y gubia, enunciados de alto impacto propositivo.

El acercamiento al universo de la tauromaquia por parte de Carlos Cano, Daniel Noriega y Moisés Avendaño es original y valida desde la perspectiva de su fundamentación plástica, metodológica y documental. Los tres toman en cuenta los factores indispensables para invitarnos a la fotografía, pintura y escultura con la finalidad de incluirnos como degustadores  y parte de su lúdica, al incluirse ellos mismos como toreros, como si se mimetizaran en las elegías y versos de Federico García Lorca; en la prosa de Ernest Hemingway y en  la música  de Agustín Lara.

Cano-Noriega – Avendaño  ayer  :  Al toro por los cuernos , hoy  DE  TOROS Y TOREROS


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