Nostalgias de un fumador y otros ensayos
de
Rafael Antúnez
Ignacio
García
Texto
leído en la presentación del libro en la sede del IVEC
Leer
este libro del Mtro. Rafael Antúnez, ha
sido todo un placer. No sólo por el tema central del mismo sino por el estilo y
pulcritud con que están escritos todos los ensayos; punto aparte de semejar una
suerte de tautología en donde el mismo ensayo
se vuelve un género traductor de sí mismo: (citando a Shipley):: “El ensayo estimula el pensamiento al abrir
nuevas rutas para la circulación de las ideas”, y también (Antúnez) agrega:
“si bien, el Diccionario de literatura jamás
ha determinado con exactitud qué es el ensayo, a veces es un espejo cóncavo, no
como el de Valle Inclán para crear sus Esperpentos, sino un espejo que, como el
de la poesía, nos devuelve la imagen de un mundo que tiene nombre y forma y
sentido”.
Y es
esto exactamente lo que logra el Mtro. Antúnez en este libro; páginas que, incluso, contradicen al propio ya tan indescifrable
género literario llamado ensayo –del
cual se dice es “disperso” y amorfo− porque aquí la prosa no es no vaga, ni oscura
o resulta desordenada, sino, más bien, es puntual, inteligible y de estructura
limpia.
Se
hace hincapié en que estos escritos se mueven entre la realidad y la abstracción.
No sé. Para mí, lector, me resultó más atractivo el imaginar (permiso que me
concede el ensayo mismo) que todo es real; así que a lo tangible me fui. El
libro alude, principalmente, a una, práctica, hábito (no falta quien le nombre vicio), que hoy posee muchos enemigos: el cigarrillo, y junto a éste, el placer que produce en quienes inhalan
el humo del mismo, y que esta noche se
alía a la nostalgia que produce el haber dejado este deleite; con el valor
agregado de que este extrañamiento del tabaco, ha servido a nuestro invitado, como
catapulta para lanzarse a abrir el cuaderno y escribir. Esta serie de ensayos
es el resultado de aquella nostalgia por haber dejado el cigarrillo, más por
cuestiones de salud que por otra cosa.
Al
ir devorando página tras página de este libro, no pude dejar a un lado el
recuerdo de Lyn Yutang, quien en La importancia de vivir, habla
igualmente de ese placer que produce el fumar. En la sección titulada DE FUMAR Y DEL INCIENSO, el escritor chino
apunta: “El mundo se divide hoy en fumadores y no fumadores. Es cierto que los
fumadores causan alguna molestia a los no fumadores, pero tal molestia es
física, en tanto que la molestia que los no fumadores causan a los fumadores es
espiritual. Hay, claro está, muchos no fumadores que no tratan de entrometerse
con los fumadores, y se puede adiestrar a las esposas hasta que toleren que sus
maridos fumen en cama. Este es el signo más seguro de un matrimonio feliz y
afortunado. Se presume a veces, sin embargo, que los no fumadores son
moralmente superiores, y que tienen algo de qué enorgullecerse, sin comprender
que les falta uno de los grandes placeres de la humanidad. Estoy dispuesto a
admitir que fumar es una debilidad moral, pero por otra parte debemos
precavernos del hombre sin debilidades morales. No se puede confiar en él. Es
fácil que sea siempre sobrio y no cometa un solo error... Por esa razón estoy
siempre atemorizado e incómodo cuando entro en una casa donde no hay ceniceros.
Los beneficios morales y espirituales no han sido apreciados jamás por estas
almas correctas y rígidas e desmotivadas y poco poéticas… los fumadores somos
atacados generalmente por el aspecto, si bien… "La pipa extrae sabiduría
de los labios del filósofo, y cierra la boca del tonto; genera un estilo de
conversación que es contemplativo, pensativo, benevolente y llano".
Maggin
dice que "ningún fumador de cigarros se ha suicidado jamás", y es aun
más cierto que ningún fumador de pipa disputa jamás con su esposa. La razón es
perfectamente clara: no se puede tener una pipa entre los dientes y gritar a la
vez a todo lo que da la voz. Jamás se ha visto a nadie hacer tal cosa. Porque
uno habla naturalmente en voz baja cuando fuma en pipa. Lo que ocurre cuando un
marido fumador se enoja, es que enciende inmediatamente un cigarrillo o una
pipa y queda malhumorado. Pero no le durará mucho. Porque su emoción ha
encontrado ya un escape, y aunque quiera seguir pareciendo enojado a fin de
justificar su indignación o su idea de haber sido insultado, no puede hacerlo,
porque el suave humo de la pipa es demasiado agradable y calmante, y al dejar
escapar el humo también parece que deja salir, aliento tras aliento, su furor
almacenado.”
Y, bueno, recordé a Lin
Yutang, porque el pensamiento es universal y, tal vez, el humo del tabaco sea
vía indispensable para anudar este tipo de placer en los cuatro puntos
cardinales del planeta. Y lo traje a la mente, porque en uno de sus ensayos, el
Mtro. Antúnez toma como epígrafe una cita de Luis Tejeda, quien coincide en un
101% con Yutang, al decir: “Desconfía de la gente que no fuma, a saber
qué vicios ocultos tendrá”. Línea aparte, diré que este pequeño ensayo,
como los demás, es de un humor de lo más refinado: (Contar brevemente la
anécdota, pags. 29 del libro)
De la
misma manera en que un fumador no acaba con el cigarrillo de un solo golpe sino que va inhalando y gozando el humo
de éste en episodios según camine, tome un whisky, esté leyendo o perpetrando
una nueva novela; de esta misma forma –decía yo- el Mtro. Antúnez alterna sus
ensayos en este libro: el lector hallará así con los que hablan sobre cómo
encender un fósforo y convertirlo en una perfecta llama, y saber que esa llama
estará muy pronto dentro del fumador, pero igualmente se disfruta de otros escritos
de sumo atractivos: la Elizabeth Taylor de escritura desconocida, la risa que relaja
el espíritu, el mundo de los sueños, los reinos del silencios, e, incluso los
inicios en busca del Viagra milagroso.
AHORA:
lo más importante para aquellos que aspiran a escribir algún día una novela, un
libro de cuentos o de poesía, el Mtro. Antúnez advierte que “También fumar
puede convertirte en escritor”. La anécdota recae sobre la imposibilidad que el
escritor Juan Carlos Onetti (1909) tenía para escribir si le faltaba un
cigarrillo…y un día que no hubo donde adquirir unas cajetillas, desesperado
escribió 40 páginas de su primera versión de El Pozo (una de sus primeras novelas -1939). El Mtro. Antúnez remata este ensayo nombrando a otros famosos
fumadores a quien –apunta-- es difícil
verlos en fotografía sin un cigarro en la mano (Groucho Marx, Cabrera Infante),
porque, termina diciendo nuestro ensayista: “para un fumador es difícil
imaginar una mano sin cigarro”.
En
fin, que este pequeño libro –como apunté al inicio—es un verdadero placer: no
sé si tal deleite sea el equivalente al sentimiento de quien nunca fumó Raleigh porque lo asociaba con los políticos
y los viejos; tampoco los Kent, hechos para simplones, ni los Benson &
Edges fabricados para pedantes, o los
más baratos, Delicados y Faros, que lo dejaban roncos, o bien, el rechazo de
los Alas y los Tigres porque los
consideraba para teporochos.
Pregunto
ahora –ya informado—si este goce que produce la lectura de sus “Nostalgias”, es
semejante a los Muratti que el Mtro. Antúnez eligió para envenenar sus pulmones.
Por fortuna, sea el mismo Rafael Antúnez o un álter ego quien se diseña como fumador en este libro, hoy nos
gozamos de tenerlo entre nosotros a
salvo; vivo, si bien nostálgico debido a “aquel medio cigarrillo que aún vive en su
memoria y en sus ansias; uno que nace y muere, y es efímero, pero está más
cerca de él que lo que es eterno. Es el resumen infinito de una vida creadora y
apasionante”.
Muchas
gracias Mtro. Rafael Antúnez, crea o no, en este mundo (o en aquel que André Breton
llamaba “el otro lado”) seguro no
faltará un lector que, leyendo su libro, terminé por fumarse una-dos-tres
cajetillas de Muratti Ambassador en honor a usted.
Quisiera
finalizar con una advertencia para el público presente. Si alguien advierte que
el Mtro. Antúnez, esta noche se haya conmovido, ensimismado, cabizbajo, y ven
que de sus ojos escurren algunas lágrimas, no es que esté llorando / es que soñó
el haber fumado/ y el humo le entró.
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