El libro Proceso a Darwin, por el Dr. Phillip Johnson, nos provee información que poderosamente desafía a algunas de las presuposiciones de una cosmovisión naturalista.
El naturalismo–la creencia de que todo lo que existe puede ser explicado puramente en base de causas naturales, sin referencia a ninguna acción o control sobrenaturales–es una cosmovisión que ha influido mucho no sólo en la sociedad en general sino también entre los cristianos. Esta perspectiva se reclama el derecho exclusivo de poder llamarse “científica”, pues supuestamente se basa sólo en la observación de los hechos y no en las ideas subjetivas, como es el caso de las religiones que tratan con elementos que no se pueden observar directamente y por lo tanto no se pueden comprobar.
La teoría de la evolución biológica primero enunciada por Charles Darwin y luego modificada por sucesivas generaciones de científicos, ha sido un elemento fundamental en el naturalismo, pues ofrece una explicación de cómo se originó la vida y cómo ésta ha desarrollado para darnos la gran variedad de seres vivos que existen hoy. Sin ninguna explicación de estos fenómenos, cualquier cosmovisión sería un sistema incompleto y abierta a críticas. Según una gran mayoría de los científicos modernos, la evolución ya es mucho más que una teoría, sino un hecho bien establecido por las evidencias. Buscan promover esta teoría como la única explicación aceptable tanto dentro de sus propias disciplinas como en la educación pública. Según ellos, cualquier persona que cuestione la evolución debe ser o un ignorante o un fanático religioso.
El Dr. Johnson no es ni uno ni otro. Es un abogado distinguido y profesor de leyes en la Universidad de California. Es también uno de los nombres más reconocidos en el movimiento del Diseño Inteligente (o Designio Inteligente), un grupo de científicos y académicos serios que busca demostrar que el origen de la vida y la variedad de especies pueden explicarse mucho mejor si uno admite la intervención de un Creador inteligente, que por algún proceso irracional dirigido por fuerzas estrictamente naturales. En su libro Proceso a Darwin, Johnson aplica su conocimiento de la lógica de los argumentos a las afirmaciones de la teoría evolucionista del Darwinismo, y concluye que ésta es más bien una posición basada en un compromiso con el naturalismo, que una ciencia fundamentada en evidencias sólidas.
Según el Dr. Johnson, la evidencia para validar el Darwinismo es muy escasa y aún la que se ofrece no es de interpretación inequívoca. El récord dejado por los fósiles no nos revela el desarrollo gradual de los organismos ni las muchísmas formas intermediarias que debían de existir si la teoría fuera correcta. Las observaciones de modificaciones producidas por programas de crianza de animales o mejoramiento de las plantas, más bien demuestra que hay límites a la variabilidad que se puede producir en un organismo, aun bajo un control inteligente. Los estudios bioquímicos no necesariamente demuestran que haya una relación ancestral entre los organismos actuales, sino que se pueden clasificar en base de sus similitudes a nivel molecular; y también revelan la enorme complejidad de hasta los organismos más sencillos, una complejidad cuya origen no se puede explicar en base de ningún mecanismo conocido a la ciencia.
Debido a los problemas que han surgido con esta teoría, los evolucionistas han tenido que modificarla varias veces para poder acomodar los datos aparentemente incompatibles. No todos los científicos están de acuerdo común en cuanto a estas soluciones; la teoría en su forma actual no es monolítica en sus detalles, sólo en principio. Según Johnson, nunca ha habido ningún intento de parte del establecimiento científico de ver si la teoría puede ser desmentida; todos los estudios han sido para buscar evidencias que apoyen la teoría. Si los datos no dan el apoyo buscado, se considera la investigación un fracaso, y rara vez serán publicados los resultados. Esto, como nota el autor, no es un acercamiento científico; el Darwinismo es una pseudo-ciencia que busca explicar todo sin dejar lugar a que la explicación sea hallada falsa.
¿Por qué, si la teoría es tan débil, la sigue defendiendo los “expertos” con tanta vehemencia? Johnson observa que el prestigio de los científicos, su poder de influencia social y su acceso a recursos económicos, serían perdidos si se atrevieran a reconocer que se han equivocado. Pero más que eso, partiendo de una cosmovisión naturalista, sencillamente no pueden imaginar ninguna explicación por lo que existe que no sea la evolución. Dios es para ellos nada más una ilusión humana.
Si yo fuera un proponente de la evolución, me sentiría muy amenazado por este libro, pues es difícil contradecir los argumentos bien razonados que presenta Johnson. Como cristiano, siento compasión por los que están tratando de edificar sus vidas y carreras sobre la arena de una cosmovisión falsa. El Dr. Johnson no escribe para convencer al lector a aceptar la explicación bíblica de la creación, ni siquiera para negar la posibilidad de que haya habido alguna forma de evolución limitada o dirigida. No es un libro evangelístico. Sencillamente saca a la luz las fallas en el argumento de la evolución Darwinista, que sirve de piedra angular para el naturalismo científico. Quizás podamos sacar ejemplos de lo que escribe para poder ayudar a otros que tengan una cosmovisión naturalista a comenzar a dudar de sus presuposiciones–y con la ayuda de Dios a estar más abiertos a la alternativa bíblica de un Dios Creador que no sólo nos diseñó, sino que también nos ama y tiene un plan maravilloso para nuestra vida. Para el creyente cuyo pensamiento haya sido influido por ideas naturalistas, el darse cuenta de que la evolución no es ningún “hecho comprobado e incuestionado” puede ayudarle a resolver el conflicto entre las afirmaciones “científicas” y las bíblicas respecto a nuestros origenes, y así ver que uno puede aceptar la autoridad de las Escrituras sin abandonar su intelecto.
Este libro se recomienda mayormente para los que estén ministrando a audiencias universitarias y profesionales, donde preguntas de carácter un poco técnico sobre la biología, evolución u orígenes puedan surgir. Sería provechoso que el lector también tenga un conocimiento por lo menos básico de estas disciplinas, pues aunque el autor trata de explicar sus ideas en una forma no muy técnica, sin embargo el seguir su argumento sería más fácil con algún conocimiento anterior de los temas.
El naturalismo–la creencia de que todo lo que existe puede ser explicado puramente en base de causas naturales, sin referencia a ninguna acción o control sobrenaturales–es una cosmovisión que ha influido mucho no sólo en la sociedad en general sino también entre los cristianos. Esta perspectiva se reclama el derecho exclusivo de poder llamarse “científica”, pues supuestamente se basa sólo en la observación de los hechos y no en las ideas subjetivas, como es el caso de las religiones que tratan con elementos que no se pueden observar directamente y por lo tanto no se pueden comprobar.
La teoría de la evolución biológica primero enunciada por Charles Darwin y luego modificada por sucesivas generaciones de científicos, ha sido un elemento fundamental en el naturalismo, pues ofrece una explicación de cómo se originó la vida y cómo ésta ha desarrollado para darnos la gran variedad de seres vivos que existen hoy. Sin ninguna explicación de estos fenómenos, cualquier cosmovisión sería un sistema incompleto y abierta a críticas. Según una gran mayoría de los científicos modernos, la evolución ya es mucho más que una teoría, sino un hecho bien establecido por las evidencias. Buscan promover esta teoría como la única explicación aceptable tanto dentro de sus propias disciplinas como en la educación pública. Según ellos, cualquier persona que cuestione la evolución debe ser o un ignorante o un fanático religioso.
El Dr. Johnson no es ni uno ni otro. Es un abogado distinguido y profesor de leyes en la Universidad de California. Es también uno de los nombres más reconocidos en el movimiento del Diseño Inteligente (o Designio Inteligente), un grupo de científicos y académicos serios que busca demostrar que el origen de la vida y la variedad de especies pueden explicarse mucho mejor si uno admite la intervención de un Creador inteligente, que por algún proceso irracional dirigido por fuerzas estrictamente naturales. En su libro Proceso a Darwin, Johnson aplica su conocimiento de la lógica de los argumentos a las afirmaciones de la teoría evolucionista del Darwinismo, y concluye que ésta es más bien una posición basada en un compromiso con el naturalismo, que una ciencia fundamentada en evidencias sólidas.
Según el Dr. Johnson, la evidencia para validar el Darwinismo es muy escasa y aún la que se ofrece no es de interpretación inequívoca. El récord dejado por los fósiles no nos revela el desarrollo gradual de los organismos ni las muchísmas formas intermediarias que debían de existir si la teoría fuera correcta. Las observaciones de modificaciones producidas por programas de crianza de animales o mejoramiento de las plantas, más bien demuestra que hay límites a la variabilidad que se puede producir en un organismo, aun bajo un control inteligente. Los estudios bioquímicos no necesariamente demuestran que haya una relación ancestral entre los organismos actuales, sino que se pueden clasificar en base de sus similitudes a nivel molecular; y también revelan la enorme complejidad de hasta los organismos más sencillos, una complejidad cuya origen no se puede explicar en base de ningún mecanismo conocido a la ciencia.
Debido a los problemas que han surgido con esta teoría, los evolucionistas han tenido que modificarla varias veces para poder acomodar los datos aparentemente incompatibles. No todos los científicos están de acuerdo común en cuanto a estas soluciones; la teoría en su forma actual no es monolítica en sus detalles, sólo en principio. Según Johnson, nunca ha habido ningún intento de parte del establecimiento científico de ver si la teoría puede ser desmentida; todos los estudios han sido para buscar evidencias que apoyen la teoría. Si los datos no dan el apoyo buscado, se considera la investigación un fracaso, y rara vez serán publicados los resultados. Esto, como nota el autor, no es un acercamiento científico; el Darwinismo es una pseudo-ciencia que busca explicar todo sin dejar lugar a que la explicación sea hallada falsa.
¿Por qué, si la teoría es tan débil, la sigue defendiendo los “expertos” con tanta vehemencia? Johnson observa que el prestigio de los científicos, su poder de influencia social y su acceso a recursos económicos, serían perdidos si se atrevieran a reconocer que se han equivocado. Pero más que eso, partiendo de una cosmovisión naturalista, sencillamente no pueden imaginar ninguna explicación por lo que existe que no sea la evolución. Dios es para ellos nada más una ilusión humana.
Si yo fuera un proponente de la evolución, me sentiría muy amenazado por este libro, pues es difícil contradecir los argumentos bien razonados que presenta Johnson. Como cristiano, siento compasión por los que están tratando de edificar sus vidas y carreras sobre la arena de una cosmovisión falsa. El Dr. Johnson no escribe para convencer al lector a aceptar la explicación bíblica de la creación, ni siquiera para negar la posibilidad de que haya habido alguna forma de evolución limitada o dirigida. No es un libro evangelístico. Sencillamente saca a la luz las fallas en el argumento de la evolución Darwinista, que sirve de piedra angular para el naturalismo científico. Quizás podamos sacar ejemplos de lo que escribe para poder ayudar a otros que tengan una cosmovisión naturalista a comenzar a dudar de sus presuposiciones–y con la ayuda de Dios a estar más abiertos a la alternativa bíblica de un Dios Creador que no sólo nos diseñó, sino que también nos ama y tiene un plan maravilloso para nuestra vida. Para el creyente cuyo pensamiento haya sido influido por ideas naturalistas, el darse cuenta de que la evolución no es ningún “hecho comprobado e incuestionado” puede ayudarle a resolver el conflicto entre las afirmaciones “científicas” y las bíblicas respecto a nuestros origenes, y así ver que uno puede aceptar la autoridad de las Escrituras sin abandonar su intelecto.
Este libro se recomienda mayormente para los que estén ministrando a audiencias universitarias y profesionales, donde preguntas de carácter un poco técnico sobre la biología, evolución u orígenes puedan surgir. Sería provechoso que el lector también tenga un conocimiento por lo menos básico de estas disciplinas, pues aunque el autor trata de explicar sus ideas en una forma no muy técnica, sin embargo el seguir su argumento sería más fácil con algún conocimiento anterior de los temas.
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