Duros pensamientos zarpan al anochecer
en barcos de hierro
Jeremías Marquines
El pasado 31 de mayo de 2012 fue presentado, el el lobby del Teatro Clavijero, el libro del poeta tabasqueño Jeremías Marquines, y de título ACAPULCO GOLDEN, libro de poemas ganador del Premio Bellas Artes Aguscalientes , 2012. Con anterioridad, Marquines había ya escrito una docena de libros entre poesía y ensayo; de uno de ellos (2002) presentamos el siguiente fragmento.
Duros
pensamientos zarpan al anochecer en barcos de hierro;
Se deslizan en
silencio como luces distantes
mientras los
veleros se mecen anclados y un ferry tartajea y gira
como una cofa en
las revueltas aguas de la marea
–su arrogante
voz opacada por roncas chimeneas
empenachadas de
vapor. El barco pasa. Las balandras se pierden de vista.
Las campanas
tañen. El ferry pronuncia
una última frase
blanca, y unos labios humanos
una última frase
negra, cargada de un creciente sentimiento
de perdida. Los
pensamientos abandonan la cruel ciudad;
no obstante los
barcos mismos son de hierro y no tienen piedad,
en tanto que los
hombres tienen corazones y costados que se deterioran
y oxidan.
Duros
pensamientos zarpan de las aceradas ciudades envueltas en polvo,
Pero tiernos
como palomas son los pensamientos que vuelan a casa.
–Anda vámonos al diablo –me
dijo.
Arriba de nosotros estaba lo
eterno colgando como un triste sueño.
–Reconozco que los pájaros nos
llevan ventaja pero ellos
cavan más rápido sus tumbas y
nadie les pregunta si el
dolor tiene la forma benévola de
un beso.
–No los mires –me dijo– siempre
eluden el amor de la memoria.
–Yo no le hice caso y seguí
mirando a los pájaros como cuando me llamaban
vivo.
Los pájaros que desarman mi
esqueleto como se desarma el silencio en
el fondo de un pozo.
Los pájaros –sus presencias
tímidas– que se amoldan a mi alma perdidiza
como a un vaso de agua.
Los pájaros que traen todos los
regresos en sus alas rotas.
–Porque el mar andaba sin
recuerdo como un beso infantil
que se da eterno.
Eso dijo, pero yo estaba de este
lado del silencio donde asomaba desangrado
el rostro de lo amargo;
sus orillas siempre llenas de
presagios sin cuerpo;
sus ojos amarillos como una
canción de despedida.
Sus ojos donde se pierde lo
escondido.–(
Y tiene el silencio también no me
preguntes.
Tiene un árbol en el centro
oscuro del olvido,
un pájaro de frío desclavando
espejos; tiene
un mar que recuerdo haber visto
levantándome la carne.
Tiene el olvido pues, sus alas
rotas.
Sus dedos mojados en un agua
amarga;
su corazón que arroja piedras a
la infancia,
sus hierros desnudos del
insomnio,
sus criaturas tortuosas que
consumen en el acto las
palabras.
Ay, las pobrecillas palabras
Ay, que no saben
a nada.
sólo alcanzamos un más allá de
pájaros en desbandada.
El mar sacudía sus migajas en
medio de la casa mientras un palomar
tenía por sueño.
–A veces solía alegrarse cuando
Él cantaba y como un perro manso
lamía los poemas de sus manos.
Yo les miraba con cierta
indulgencia: parecían un par de pobres diablos
que se buscaban por caminos
delirantes mientras tramaban el tedioso asesinato
de sí mismos.
–Cuando el viaje pierda
interés, no rehuyas los caminos arbolados ni la
risa –me dijo.
–La verdad ya me estaba cansando
de mirar el infierno con fingida
madurez –le dije–, pero no me
hizo caso porque el mar combatía en tierra
contra una gaviota solitaria.
–Volví a la ruta inconclusa,
deseaba sentir adentro de los ruidos de mi
corazón el sonido que dejan mis
pasos en la hierba; pensaba en mí con esa
fragilidad que tienen las órbitas
perdidas de los ciegos y escuchaba el gotear
diminuto de mi cuerpo pudriéndose
en la indiferencia de las plazas públicas,
donde el perro, unos amantes y la
luna ocultan uno a otro su suerte.
Entonces pensé en el mar que
volvía convertido en un pájaro suicida y
en los árboles que peinan las
barbas de la tempestad y en mí que soy un pulso
pálido de tierra y en Dios que
viene en un paracaídas de hojas secas a
perfeccionar mi odio.
Pensé en mí, cuando toda tú
llegaste de algún lugar perdido como un vuelo de
pájaros en desbandada.
Los que se pierden sólo tienen
como recuerdo la cara en blanco –dijo.
–Pero yo miré al mar morir
absorto –le dije.
Él hizo un movimiento como
queriendo parecer enérgico y respondió:
–El mar que cambia sí, de pie,
más no de sueño...
No le dije nada, más que
contradecirlo me interesaba el perro que lamía albas
eternas en un sueño donde alguien
como yo fingía profundas soledades.
Todo aquí pasaba largo como el
deceso de alguien
miserable: las noticias de
milagros, los callejones donde el
día se aquerenciaba al cielo, la
vagancia infinita del sur y
sus muertos que tocan guitarras y
cantan canciones de amor
como esperando un ángel.
–Yo le dije que nadie se pierde,
lo que pasa es que la gente se va por ahí a
buscar recuerdos entre calles
nocheras.
Le dije que pensara en el viejito
que inventaba laberintos mínimos y extrañas
caligrafías para perderse y
reaparecer después en alguna callejuela de
Palermo, muy lejos de nosotros.
–Tienen la cara en blanco –insistió–
como la luz que se desvela.
Pensé en el mar que afinaba sus
murmullos en los rincones
de la casa;
en las putas que sombrean la
estrechez metafísica de sus
culos en los parquecitos del
centro; en los camiones como
una carcajada maligna
y en la insolencia de un pájaro
que se niega a cantar
mientras se derrumba todo.
Y también pensé en ti que
temblabas envuelta en tus
aromas de colores mientras decías
no sé qué de la justicia y
el cielo;
mientras alguien como yo fingía
profundas soledades.
Tuve que decirle que los
desaparecidos son amortiguado enojo que apostrofa.
Pero él sólo tenía ojos para sin
verlo a Él –a Dios– quedarse escondido en la
diafanidad que todo ignora y
repetía como un mártir:
¡Planta-semilla-planta!
¡Planta-semilla-planta!
–Qué podía hacer; él era desde
sus claros huecos la memoria que un día así,
como un dolor cae para repetirse
siempre.
–Ya puedes estar de pie frente
a las cosas –me dijo. Aquí en el sueño
inhóspito.
–Yo le dije que el mar arrastraba
en el puerto sus escamas de vidrio;
llenaba las cantinas con su
aliento de peces artillados;
sus melindres de azul eran menta
helada en el sexo diminuto de prostitutas
niñas y que Dios podía quedarse
entumido en su castidad de musgo.
¡Planta-semilla-planta!
¡Planta-semilla-planta!
–Es cruel el sueño –me
dijo.
–Es el mar y su gorjeo de púas lo
que trae la forma misma de nombrar la
lluvia –le dije.
–No –dijo– la memoria es un
parpadeo ególatra donde el espejo colma su
dolor lamido.
Quema la gota amarga de
insepultos.
Como un martillazo infernal duele
en la garganta.
Arde el garfio envejecido de la
lluvia,
los dardos del aire que suelen
lamer las salamandras
queman
formas de la nada, ruidos que de
abajo del rencor vienen;
fósiles del fuego, que por
insulsos, sólo lenguas de color
perpetúan.
Y sin embargo, la gota amarga de
seres insepultos
como un reptil mentido –el odio–
es un jardín de piedras que desemboca en
sus entrañas mismas.
1 comentario:
chingonazo el Viejo Lepero
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