Vino tinto
Lourdes Franyuti.
Tinto
el vino y de gran reserva. Copa y decantador que invitan, más que al placer, al
gusto de disfrutar un sabor dulce y seco. El Pacífico es la combinación
perfecta para descansar este fin de semana largo y caluroso. Sentada debajo de
la palapa, admiro la cadencia con que rompen las olas en la playa, con un
escenario de medio sol desdibujándose lentamente dentro del mar. Escucho a lo
lejos música algo extraña, rítmica y sensual. Algún evento se realiza en las
terrazas del hotel donde estoy hospedada.
El camarero toma el
decantador y sirve la tercera copa de vino, colocando ante mí, una ensalada de
camarones típica de la región. La palapa es perfecta para admirar el atardecer:
dos camastros y una mesa central que invita al descanso, a la meditación y al
deseo.
El traje de baño que llevo
puesto se conserva aún húmedo. Hace unas horas jugueteaba con el agua salada y la
espuma. El océano cobra a los bañistas la ocupación de su espacio, ofreciendo a
su vez, fuerza, marea alta y respeto a quién desafía su ímpetu. Distingo en la
playa la silueta de un hombre alto y corpulento. Me reincorporo en el camastro
y dudo si es quién imagino. Desde aquí podría jurar que se trata de Emilio.
Lleno mi copa con el dulce vino y lo sigo, mojando y enterrando mis pies en la
arena. Mi corazón se acelera a medida que apresuro el paso. Dos años se han
cumplido ya desde la fecha del divorcio. Me resistía a firmar; indirectamente
fui yo la culpable del rompimiento. El trabajo no permitió dedicarle mi vida
entera.
Lo abordo y me sonríe… No
puedo expresar palabra alguna. Sólo es mi embelesamiento el que salta y él lo
percibe. Me vuelve a sonreír y sigue su camino. Es impresionante el parecido
que guarda con Emilio. Tomo el vino de un jalón y regreso a la palapa absorta
en mis pensamientos. La luna es quién manda ahora. Su poder se refleja en el
mar y me invita a seguir su estela. Sirvo más vino, coloco la copa sobre la
arena y me quito el blusón, lo aviento en el camastro y a su vez, levanto mi
copa. Camino hacia la orilla y me meto al mar. Aprecio el tamaño de las olas
por la blancura de la espuma.
El agua me tapa el cuerpo
hasta la cintura; siento una fuerza brutal en mi espalda. Son las olas que
rompen y hacen vibrar cada célula de mi cuerpo. La copa sigue en mi mano; al
parecer se ha mezclado el vino con agua de sal. No me sabe ya tan dulce. Un
relajamiento invade mi ser; el traje de baño se desata debido al golpeteo de
las olas. No me doy cuenta que ya no lo traigo puesto. Estoy desnuda y mi único
cómplice es el cielo estrellado. Lo miro y el recuerdo de Emilio renace en mí:
su olor, su ardiente voz y sus brazos fuertes apretándome hacia él, haciéndome
suya, llegando al éxtasis del deseo más puro que puede existir entre un hombre
y una mujer. Acaricio mi cintura llegando más abajo. Parezco una marioneta
colgada de una constelación. El cielo sigue estrellado y no da lugar a
formación de nubarrones. Es pleno verano y la temperatura rebasa los cuarenta
grados.
Una
ola choca intempestivamente contra mi espalda; hace que pierda el equilibrio.
Suelto la copa y trato de nadar hacia la orilla. Ahora distingo la espuma en
color rojo intenso, simulando pasión y erotismo. Volteo y encuentro la copa en
la orilla. La recojo llena de espuma de mar, la llevo a mis labios y disfruto
el dulce, seco y enigmático sabor de vino tinto.
1 comentario:
Qué bella pieza literaria, breve, con la presencia de todos los sentidos para evocar la experiencia poética.
Voz de mujer.
Saludos.
Manuel Salinas.
Publicar un comentario