César Vallejo
MADRE, MAÑANA ME VOY A SANTIAGO
Madre, me voy mañana a Santiago,
a mojarme en tu bendición y en tu llanto.
Acomodando estoy mis desengaños y el rosado
de llaga de mis falsos trajines.
Pese a que la madre está muerta va a confiarle a ella sus desengaños y el rosado de llaga de sus falsos trajines. Porque la madre es quien entiende, es centro, hondura y vastedad. Es llanto para comulgar, mojarme en él, que es agua y lluvia. Es este poema el del retorno a la tierra natal:
El llanto es aquello tan hondo que no puede ser expresado de otro modo.
Estoy acomodando mis desengaños. Llevo en mi maleta no regalos ni obsequios como en la sociedad de consumo, sino mi confesión que nos hace más humanos. Llevo mi alma indefensa y mi ser adolorido, equivocado ante ti que eres verdad y puro amor. Los llevo para que tú los alivies de solo oírlos.
Mojarme en tu llanto es una purificación. Porque el llanto no siempre es de pena, es también de identificación y reconocimiento. También de felicidad. De la madre viendo llegar al hijo.
Es el poema del retorno, del regreso, de la madre que ve llegar al hijo de sorpresa. El hijo pródigo arrepentido. Y del padre o madre que acogen. Pero ella ya está fallecida. Hace dos años que murió. Y él lo sabe. Entonces, ¿a quién se refiere?
Me esperará tu arco de asombro,
las tonsuradas columnas de tus ansias
que se acaban la vida.
Que se acaban la vida es una manera de hablar en el pueblo. Este gesto, este mohín, este detalle para hablar.
¿Qué madre no espera a un hijo que está lejos como si le hubieran desgajando o cercenando el ser? ¿Y qué es o puede ser un arco de asombro? Desde los brazos, que se elevan de alegría, hasta las cejas o la frente.
El mundo mismo es un arco de asombro. O puede ser la puerta del templo. Puesto que es llegada y es recibimiento. Es el encuentro. Pero puede también ser el nacer. Para cada madre el hijo estará siempre naciendo.
Estoy plasmando tu fórmula de amor
Me esperará el patio,
el corredor de abajo con sus tondos y repulgos
de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,
aquel buen quijarudo trasto de dinástico
cuero, que para no más rezongando a las nalgas
tataranietas, de correa a correhuela.
Madre es la tierra pero también la casa; el corredor, el patio. Se describe la casa, ¡y en época de fiesta!
Pero no solo es la casa sino el sitio que se ocupa en la mesa subido en el sillón ayo. "Me esperará mi sillón ayo,". Solo la infancia nos espera y acoge. Solo una madre nos escucha y nos bendice. Solo la tierra nos acepta otra vez de regreso, cuando retornamos a ella incluso estando muy lejos.
Estoy cribando mis cariños más puros.
Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?
¿no oyes tascar dianas?
estoy plasmando tu fórmula de amor
para todos los huecos de este suelo.
La madre está muerta y él le reclama que le oiga. Que oiga al hijo y es natural, porque madre e hijo en la comunicación han tendido un lazo imperecedero. Reclama que sienta no solo lo que le dice sino aquello que ni él sabe lo que es. "Estoy ejeando" "no oyes jadear la sonda", que es una inmersión en lo profundo de nuestro ser.
Ahora bien, ¿cualquier madre puede inspirar un poema así? Desde que hay culturas sin madre, no. La inclinación del mundo actual con el fenómeno de la globalización tiende a eliminar el ser madre. Por eso el mundo andino es reservorio moral e inspiración para la humanidad del presente y del futuro.
"estoy plasmando tu fórmula de amor". ¿Que sabiduría es mayor que el ser madre? ¿Y qué fórmula más perfecta de amor real, ideal o utópico que el ser madre?
Oh si se dispusieran los tácitos volantes
para todas las cintas más distantes,
para todas las citas más distintas.
Así, muerta inmortal. Así.
"muerta inmortal" es: estuvimos aquí y es para siempre. Nos amamos, siquiera un instante y ese amor ya no desaparecerá jamás. Es para siempre.
Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde
hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre
para ir por allí,
humildóse hasta menos de la mitad del hombre,
hasta ser el primer pequeño que tuviste.
Porque eso es el varón frente a la mujer como género, donde mi padre con ser mi padre se humilló hasta ser el primer pequeño que tuviste.
Así, muerta inmortal.
Entre la columnata de tus huesos
que no puede caer ni a lloros,
y a cuyo lado ni el destino pudo entrometer
ni un solo dedo suyo.
Así, muerta inmortal.
Así.
Columnatas y arcos. ¿Dónde estamos? ¿Qué nos evoca? El templo, la iglesia, el altar. Es el edificio para orar. En donde el padre humildóse hasta menos de la mitad de un hombre, es decir, donde se arrodilló. Desamparado ante ti, ¡misterio adorable!
"Así, muerta inmortal. Así" Ya para siempre nadie te puede olvidar. Y así sea hace dos, diez o mil años, iremos a mojarnos en su bendición y en su llanto. Es lo irrevocable, lo insustituible que ni siquiera puede caer ni a lloros. Es eterno, tanto que ni nuestra pena, ni nuestra tristeza al llorarla, la hará sucumbir ni dejar de ser. Es eterna. Es muerta inmortal.
¿Quién puede atentar contra lo que es inmortal? El destino. Pero ni él, que todo lo cambia y rige, puede entrometer ni un dedo suyo.
La madre es el misterio perfecto, el origen de la vida y ella contiene la fórmula del amor consumado.
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