El Collar de la Paloma
La vida de Ibn Hazm de Córdoba
Emilio García Gómez
Introducción
La vida de Ibn Hazm de Córdoba
Emilio García Gómez
Introducción
Nadie elige la época en que ha de nacer, y a Ibn Hazm de Córdoba le tocó vivir en los más trágicos momentos de la España musulmana y en la crisis decisiva del Islam andaluz. Sobre su vida, quebrantándola, rompieron en oleadas la disolución del Calitato y la primera y suicida anarquía de los Taifas. No podemos conjeturar qué trayectoria hubiera seguido su talento, de haber vivido en años diferentes o de no haber ocurrido tan señalados sucesos; pero sí sabemos que la angustia del brutal corte histórico, de que fue testigo y actor, le convirtió en la más representativa figura de las letras hispanoárabes y en su escritor más rico, variado y fecundo. Trazada como está de mano maestra su biografía por mi llorado don Miguel Asín, no es cosa de perder el tiempo rehaciéndola en detalle, y bastará remitir a lo que en ella se dice. Pero al poner en manos de un público de cierta amplitud la primera traducción española del "Collar de la paloma" —la mejor obra de su autor y de toda la literatura arabigoandaluza—, parece inexcusable resumir, lo más brevemente que se pueda, algunos datos esenciales que permitan reconstruir el sentido de aquella vida atormentada.
Emilio García Gómez
Una familia muladí
Emilio García Gómez
Una familia muladí
No poca oscuridad envuelve los orígenes de la familia de Ibn Hazm. Lo más verosímil, aunque no sea seguro, es que se trataba de un adocenado linaje muladí, es decir, indígena español, recién convertido al Islam, que vegetaba sin pena ni gloria explotando unas modestas fincas rústicas, por tierras de Huelva, y viviendo en su cortijo o poblado cuyo antiguo nombre, transcrito en árabe "Mont Lisam", ha venido a ser hoy en día Montíjar,Montija o Casa Montija. Tal vez algún remoto vínculo de clientela enlazaba a estas gentes con los Omeyas reinantes. Deslumbrada la familia por las noticias que le llegaban del esplendor de Córdoba, ya sede del Califato de Occidente, ansiosa por mejorar de fortuna y movida de la ley siempre vigente del absentismo, decidió trasladarse a la capital en tiempos de Saíd, abuelo de nuestro autor.
Las noticias que poseemos sobre la vida cordobesa de Sa'id son escasas y nada claras; pero, en cambio, sabemos algo más de su hijo Ahmad, padre de nuestro Abü Muhammad 'Ali. Ahmad, en efecto, parece haber sido un hombre distinguido en letras, recto y prudente, económico y hábil, lo suficientemente diestro para brujulear en los medios políticos, despierta la ambición, pero frenada y con máscara de inofensiva. Eran los días en que la estrella ascendente de Almanzor —también un provinciano llegado de otro rincón andaluz, pero árabe de buena cuna y no hay que decir si mejor dotado— se llevaba tras de sí los ojos de tantos arribistas dispuestos a imitarlo, y en que un ariete de nueva sangre burocrática rompía la muralla, hasta entonces sólida, de la oligarquía que formaban las viejas familias tradicionalmente proveedoras de los altos empleos. Prevaliéndose acaso de sus supuestos vínculos de clientela, Ahmad se infiltró en las filas administrativas, inspiró confianza por su competencia y su probidad, y siguió subiendo. Su flexibilidad debió de ser exquisita, cuando, sin dejar de ser, como era, muy fiel a la casa reinante y gozando del favor de Hisan II, no llegó a despertar del todo la suspicacia afiladísima de Almanzor. Al contrario, éste lo atrajo a sí y lo aupó. Ahmad dejó su primera morada cordobesa en el barrio de Balat Mugit, y se trasladó cerca de al-Zahira, la ciudad palatina de omnipotente valido. Almanzor lo hizo su visir y, en las ausencias, le confiaba su sello.
Tal es la familia en cuyo seno había de nacer nuestro Ibn Hazm. Fijémonos bien: una familia de la nueva aristocracia oficinesca, viviendo con lujo y bienestar, en el más alto nivel de la vida cordobesa, pero con dos secretos sentimientos de inferioridad: el de su origen oscuro y de sus antecedentes cristianos, que había que disimular y disfrazar con ficciones genealógicas —bastante comunes, por lo demás—, y el de una falsa situación de hiperestesia con que había que mantener en el fiel la difícil balanza, cuyos platillos eran la lealtad a la dinastía y la devoción al genial privado, que, aunque salvando "grosso modo" las apariencias, minaba, y luego se vio hasta qué extremo, la causa misma de la legitimidad.
La infancia en el harem
Las noticias que poseemos sobre la vida cordobesa de Sa'id son escasas y nada claras; pero, en cambio, sabemos algo más de su hijo Ahmad, padre de nuestro Abü Muhammad 'Ali. Ahmad, en efecto, parece haber sido un hombre distinguido en letras, recto y prudente, económico y hábil, lo suficientemente diestro para brujulear en los medios políticos, despierta la ambición, pero frenada y con máscara de inofensiva. Eran los días en que la estrella ascendente de Almanzor —también un provinciano llegado de otro rincón andaluz, pero árabe de buena cuna y no hay que decir si mejor dotado— se llevaba tras de sí los ojos de tantos arribistas dispuestos a imitarlo, y en que un ariete de nueva sangre burocrática rompía la muralla, hasta entonces sólida, de la oligarquía que formaban las viejas familias tradicionalmente proveedoras de los altos empleos. Prevaliéndose acaso de sus supuestos vínculos de clientela, Ahmad se infiltró en las filas administrativas, inspiró confianza por su competencia y su probidad, y siguió subiendo. Su flexibilidad debió de ser exquisita, cuando, sin dejar de ser, como era, muy fiel a la casa reinante y gozando del favor de Hisan II, no llegó a despertar del todo la suspicacia afiladísima de Almanzor. Al contrario, éste lo atrajo a sí y lo aupó. Ahmad dejó su primera morada cordobesa en el barrio de Balat Mugit, y se trasladó cerca de al-Zahira, la ciudad palatina de omnipotente valido. Almanzor lo hizo su visir y, en las ausencias, le confiaba su sello.
Tal es la familia en cuyo seno había de nacer nuestro Ibn Hazm. Fijémonos bien: una familia de la nueva aristocracia oficinesca, viviendo con lujo y bienestar, en el más alto nivel de la vida cordobesa, pero con dos secretos sentimientos de inferioridad: el de su origen oscuro y de sus antecedentes cristianos, que había que disimular y disfrazar con ficciones genealógicas —bastante comunes, por lo demás—, y el de una falsa situación de hiperestesia con que había que mantener en el fiel la difícil balanza, cuyos platillos eran la lealtad a la dinastía y la devoción al genial privado, que, aunque salvando "grosso modo" las apariencias, minaba, y luego se vio hasta qué extremo, la causa misma de la legitimidad.
La infancia en el harem
Nació Abu Muhammad ' Ali ibn Hazm en Córdoba, la madrugada del miércoles 30 de ramadan del año 384, correspondiente al 7 de noviembre del 994 de nuestra era. Su niñez, según lo que él mismo nos refiere en varios pasajes de su "Collar de la paloma", fue —como en tantísimos otros casos, aunque no se nos diga— la niñez lánguida e indolente de un hijo de ministro, que se cría oculto en los rincones del harem, entre los besuquees y las intrigas de las mujeres. De ellas aprendió el Alcorán, y muchos versos, y a hacer los primeros palotes; pero también otras cosas, no poco útiles, aunque dolorosas en la infancia: se le revelaron temprano los misterios de la vida sexual y los tejemanejes del serrallo. Era, sin duda, un niño impresionable, enfermizo, de anormal nerviosidad, con despierta inteligencia y sentido moral, siempre en guardia contra la psicología femenil, que tan precozmente había conocido.
A veces, paseana por Córdoba, y con frecuencia lo haría por Munyat al-Mugira, el barrio de los altos funcionarios palatinos, contiguo al alcázar de al-Zahira. Entraría incluso a ver a Almanzor, que era, al parecer, muy amigo de los niños. No lo sabemos de Ibn Hazm; pero sí de su amigo del alma, dos años mayor que él, Abu ' Amir ibn Suhayd, hijo de otro gran empleado, pero él sí de buena familia árabe. Nos lo cuenta el propio IbnSuhayd en una deliciosa página de cierta carta suya al nieto de Almanzor, cuando éste fue luego rey de Valencia; página incluida en la "Dajíra" de IbnBassam (ed. Cairo, 1-1, páginas 163-165) y en la que nadie ha parado mientes hasta ahora.
"Un día —nos cuenta y resumo—, teniendo yo cinco años, me dio tu abuelo Almanzor una enorme manzana, colocada delante de él, y que yo había mirado con infantil codicia. Comoni mi boca ni mi mano podían abarcarla, él mismo me la partió con sus dientes. Luego llamó a tu padre (es decir, a Sanchuelo) y a un paje llamado Abü Sakir y les dijo que me llevaran a ver a la Sayyida (la señora', es decir, 'Abda, madre de Sanchuelo e hija de Sancho Garcés II, rey de Navarra). Como llovía, los dos me llevaron a cuestas. La Sayyida y las demás damas del harem jugaron conmigo y me dieron mucho dinero; pero, al llegar a casa, mi padre me lo quitó. Enterado tu abue-lo, me mandó para mí solo quinientos dinares, que, en parte, distribuí entre criados y amigos, y con los que me compré caballos de caña y adargas de madera para jugar a los soldados. Del día aquel ha quedado fama en Munyat al-Mugíra."
Probablemente el niño Ibn Hazm tendría alguna vez fortuna parecida y disfrutaría de la intimidad de aquel complejo ser que era Almanzor, más humano y accesible, por tantas razones, que el hierático y exangüe Califa a quien había suplantado.
El grupo revolucionario de los estetas de Córdoba
A veces, paseana por Córdoba, y con frecuencia lo haría por Munyat al-Mugira, el barrio de los altos funcionarios palatinos, contiguo al alcázar de al-Zahira. Entraría incluso a ver a Almanzor, que era, al parecer, muy amigo de los niños. No lo sabemos de Ibn Hazm; pero sí de su amigo del alma, dos años mayor que él, Abu ' Amir ibn Suhayd, hijo de otro gran empleado, pero él sí de buena familia árabe. Nos lo cuenta el propio IbnSuhayd en una deliciosa página de cierta carta suya al nieto de Almanzor, cuando éste fue luego rey de Valencia; página incluida en la "Dajíra" de IbnBassam (ed. Cairo, 1-1, páginas 163-165) y en la que nadie ha parado mientes hasta ahora.
"Un día —nos cuenta y resumo—, teniendo yo cinco años, me dio tu abuelo Almanzor una enorme manzana, colocada delante de él, y que yo había mirado con infantil codicia. Comoni mi boca ni mi mano podían abarcarla, él mismo me la partió con sus dientes. Luego llamó a tu padre (es decir, a Sanchuelo) y a un paje llamado Abü Sakir y les dijo que me llevaran a ver a la Sayyida (la señora', es decir, 'Abda, madre de Sanchuelo e hija de Sancho Garcés II, rey de Navarra). Como llovía, los dos me llevaron a cuestas. La Sayyida y las demás damas del harem jugaron conmigo y me dieron mucho dinero; pero, al llegar a casa, mi padre me lo quitó. Enterado tu abue-lo, me mandó para mí solo quinientos dinares, que, en parte, distribuí entre criados y amigos, y con los que me compré caballos de caña y adargas de madera para jugar a los soldados. Del día aquel ha quedado fama en Munyat al-Mugíra."
Probablemente el niño Ibn Hazm tendría alguna vez fortuna parecida y disfrutaría de la intimidad de aquel complejo ser que era Almanzor, más humano y accesible, por tantas razones, que el hierático y exangüe Califa a quien había suplantado.
El grupo revolucionario de los estetas de Córdoba
A temprana edad, como se solía, tal vez aún cuando al-Andalus creía vivir "una luna de miel" con el segundo y brillante valido 'amirí' Abd al-Malik al-Muzaffar (cuyo padre Almanzor había sido enterrado en Medinaceli el año 392=1002, teniendo nuestro autor ocho años), se asomaría IbnHazm, con musulmana precocidad, al mundo, es decir, a los primeros amoríos con las esclavas de su casa y de su familia, a leer todo lo divino y lo humano, a frecuentar los cursos de los más célebres profesores de la capital del Califato de Occidente, desde los más pacatos y ascéticos a los de más osadas ideas, y a trabar, en fin, con todos los jóvenes de su edad relaciones, afectos y amistades, algunas de éstas —a la moda árabe y sin que queramos dar a entender más de lo que decimos— harto estrechas y ambiguas: eso que los moralistas cristianos han llamado luego, poniendo en guardia contra sus peligros, "amistades particulares".
Aunque nos dice que hasta los veintiséis años, y por el mal papel que hizo en los funerales de un hombre principal, no acometió seriamente los estudios jurídicos, no hemos de darle entero crédito. Esa afirmación es tal vez una coquetería o un modo pintoresco de subrayar la mudanza que, como veremos, hizo de vida; pero es seguro que desde un principio se asoma ría curioso a las clases de teología y de derecho, si bien lo hiciera de un modo superficial y puramente teórico, con una fuerte dosis de diletantismo.
En efecto, el grupo al que se afilió y a cuyo lado batalló, escogiéndolo de entre el resto de sus relaciones cordobesas, era una minoría de mancebos de la alta sociedad, elegantes, no poco estetas, tocados de esnobismo y de diletantismo, que se ocupaban con preferencia de literatura y que en literatura enarbolaban un programa revolucionario. Eran esos mozos a los que en otro lugar he imaginado "vestidos de blanco, conversando entre los pórticos blancos de Córdoba, aficionados a los cisnes ('Correo Erudito', I) y enamorados de mujeres rubias".
García Gómez, Emilio. El Collar de la Paloma, Alianza Editorial, 1971,1979,1981,1983,1985,1987,1989, 1990. Primera Edición: 1952.
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