UN DÍA EN EL MERCADO
Lucinda Altamirano
A hurtadillas, desde su proximidad, todo comienza a envolverte. La vista topa de pronto con
el guacal, asiento para el “desarrapado” , cuya mano, casi tiesa, extiende, clavando en el cemento, la mirada . Como los tantos nadies de Galeano, son pilares que sostienen la estructura. Gente, mucha gente, todo un mosaico de género y edad. Entra y sale. Trajina sin más: carga, escupe, canta, suda, ofrece y regatea. Cada quien a lo que va. Necesidades que convergen y sacian en tan pintoresco lugar: es “el mercado Hidalgo” nombre con sabor a lucha y libertad , enclavado en el corazón vibrante de nuestra heroica Veracruz.
La prisa de todos nos roza el hombro. Los modales desaparecen y la piel se mimetiza. Aquí, por un instante, somos uno más, bajo la condición que el lugar impone. La evidente desigualdad social, insulta, ofende. Pasma del lugar, lo real. Los prodigios de nuestro campo trabajado, nuestra diversidad de ganado, nuestra hermosa artesanía, se exaltan y se humillan a la vez: el trabajo, mucha carga; el salario, poca paga . Contados propietarios; todos los demás, seres sin esperanza; un mini universo ejemplar.
Aquí, se atragantan los olores, se beben los colores y se degusta con el tacto. Es la vida de todos y la de nadie. Igual se “pelan” los ojos por el rostro rajado que por el beodo deambulando. Igual “rechinan” los oídos por el caló penetrado, o los olores execrantes ofenden la nariz.
Aprendes que la hierba santa curará la garganta y que el muerto colibrí, enfundado en su rojo saquito de terciopelo, hará las veces del preciado amuleto para el regreso del amor.
El andar por los pasillos, obliga a un constante detenerse: mangos de manila seducen la vista, forma y color detonan el impulso cerebral que activa incontrolable las papilas; sólo bastan las palabras convincentes del marchante para sucumbir. Se hace difícil negarse: piñas, sandías, jitomates. Inmejorable cara de frutas y verduras, semillas y legumbres.
Todo quisiera uno comprar.
Para los menos, esta visita es ocasional; tal vez por eso llama mi atención. Me gusta el mercado, es la viva expresión de nuestra idiosincrasia. Todos los sentidos se saturan,
toda la raza se funde en un bronce encendido por el sol. Todo el esplendor de nuestra
prolífica tierra, en un oasis del que, los más, acostumbran saciar su sed.
Lucinda Altamirano
A hurtadillas, desde su proximidad, todo comienza a envolverte. La vista topa de pronto con
el guacal, asiento para el “desarrapado” , cuya mano, casi tiesa, extiende, clavando en el cemento, la mirada . Como los tantos nadies de Galeano, son pilares que sostienen la estructura. Gente, mucha gente, todo un mosaico de género y edad. Entra y sale. Trajina sin más: carga, escupe, canta, suda, ofrece y regatea. Cada quien a lo que va. Necesidades que convergen y sacian en tan pintoresco lugar: es “el mercado Hidalgo” nombre con sabor a lucha y libertad , enclavado en el corazón vibrante de nuestra heroica Veracruz.
La prisa de todos nos roza el hombro. Los modales desaparecen y la piel se mimetiza. Aquí, por un instante, somos uno más, bajo la condición que el lugar impone. La evidente desigualdad social, insulta, ofende. Pasma del lugar, lo real. Los prodigios de nuestro campo trabajado, nuestra diversidad de ganado, nuestra hermosa artesanía, se exaltan y se humillan a la vez: el trabajo, mucha carga; el salario, poca paga . Contados propietarios; todos los demás, seres sin esperanza; un mini universo ejemplar.
Aquí, se atragantan los olores, se beben los colores y se degusta con el tacto. Es la vida de todos y la de nadie. Igual se “pelan” los ojos por el rostro rajado que por el beodo deambulando. Igual “rechinan” los oídos por el caló penetrado, o los olores execrantes ofenden la nariz.
Aprendes que la hierba santa curará la garganta y que el muerto colibrí, enfundado en su rojo saquito de terciopelo, hará las veces del preciado amuleto para el regreso del amor.
El andar por los pasillos, obliga a un constante detenerse: mangos de manila seducen la vista, forma y color detonan el impulso cerebral que activa incontrolable las papilas; sólo bastan las palabras convincentes del marchante para sucumbir. Se hace difícil negarse: piñas, sandías, jitomates. Inmejorable cara de frutas y verduras, semillas y legumbres.
Todo quisiera uno comprar.
Para los menos, esta visita es ocasional; tal vez por eso llama mi atención. Me gusta el mercado, es la viva expresión de nuestra idiosincrasia. Todos los sentidos se saturan,
toda la raza se funde en un bronce encendido por el sol. Todo el esplendor de nuestra
prolífica tierra, en un oasis del que, los más, acostumbran saciar su sed.
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