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jueves, octubre 13, 2011

Raúl Arteaga: ROSTROS

ROSTROS
Raúl Arteaga

Nubes blancas, bellas; los rostros cambian, se juntan, corren empujados por vientos encontrados. Chocan, chocan, caen elevados, se transforman en vapor; errantes añoran la tierra, pujan despedazados al impulso de su deseo por tocar tierra, de tragar lodo, comer gusanos de carne putrefacta, sacudirse el éter de luz que los envuelve, arrancarse el manto luminoso.
Son rostros oscuros, cenizos, máscaras de lodo, sal y sangre; hijos del caos, son rostros marcados por su propia piel: la verdadera, la curtida por azotes y torturas. Piel de víctima, piel de verdugo, rostros de ojos rojos pesos por  el placer de torturar; rostros cóncavos rellenos de placer por el sacrificio del dolor implorado, del gusto por el pecado, avergonzados por su dolor feliz, por su agonía placentera que gotea por los muros formando charcos hipócritas,  de rentada dignidad a dioses gordos, ávidos de sangre, grasa y huesos, que se revuelcan en risotadas, contemplando los otros rostros del sacrificio.

Nubes oscuras, negros trebejos de vientos impetuosos, rostros de vida o muerte; rostros divinos, magos de agua, de nieve, de bruma: neblina cómplice de amantes. Ladrones espías o asesinos. Rostros de agua; hijos de los dioses originales del maíz y de la papa, con ojos de flores y cuerpo líquido; brazos largos como la eternidad.
Rostros-nubes, imponentes, vengan; limpien la tierra, desencadenen los ríos, llenen los lagos, copulen con las lagunas, vengan, tomen, arrebaten, impongan el diluvio libertario, regresen al hombre único, libre, hermano, padre y madre de la nueva vida emergente. Rostros-nubes, oscuros, cosidos en cordones de oro, arterias invisibles llenas de savia, barro y agua.
Siento los ríos, piso la tierra, como sus frutos, veo el mar: no perdamos tiempo, el día y la noche serán buenos para amarnos.

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