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miércoles, noviembre 28, 2012

Lilia Ramírez: Idealización de lo lejano




IDEALIZACIÓN DE LO LEJANO

Lilia Ramírez

 

¿Qué es la lejanía? Se califica a objetos, países y personas de cercanas o lejanas, según las circunstancias de cada quien. Así, alguien que se traslada a la ciudad de Córdoba diariamente a trabajar o a la escuela, pensará que tal lugar está cerca. Sin embargo, desde el enfoque de alguien acostumbrado a caminar dos cuadras para llegar a su centro escolar, pensará que la ciudad de los 30 Caballeros, está lejos. El mismo fenómeno sucedería con alguien radicado en Cancún, con un nivel adquisitivo tal, que toma un vuelo a Miami mensual para ir de compras. Sentirá muy cercana esta ciudad, aun cuando para otros esté suficientemente lejos para no ir nunca. Ahora veremos que hay ciertos lugares cuya apreciación sobre la distancia a que se encuentran, es más coincidente. Todos estamos de acuerdo en aseverar que el astro Sol está lejos, bien lejos. Aun cuando ignoremos cuántos kilómetros exactamente nos separan de él, sabemos que nadie ha llegado ahí, y que Ícaro lo intentó y pagó un alto precio. Cualquiera otro que lo intentase, también se achicharraría. Si ya en la Tierra hay sitios donde al incidir perpendicularmente los rayos solares, el calor es insoportable, qué sería si se acercara uno un poquito más a la fuente más cercana de energía cósmica. Por otro lado, la luna también se diría que está lejos, pero no tanto. Luna, ya ha sido hollada por humanos pies. Prueba indiscutible de su cercanía relativa y su  inocuidad, también aparente, pues su atmósfera es irrespirable. Aun cuando Luna inspira a enamorados, poetas, narradores, aparecidos, leyendas y películas. A pesar que hay  lunas de “plata”, de “queso”, de “ceniza”, de “miel”, “doradas”, lunas llenas, nuevas, lenguantes, y demás adjetivos que se le aplican, nadie en realidad podría vivir con ella por mucho que la amara. Únicamente por tal detalle: la falta de oxígeno en su atmósfera. A partir de estos hechos, reflexiono cómo el ser humano puede idealizar un objeto, enamorarse, cantarle, alabarle, adorarlo. Tal objeto, una vez alcanzado, resulta que para nada es confortable, ni cómodo. Por el contrario, es hostil, agreste, nocivo. En pocas palabras, causaría la muerte permanecer ahí por breves fracciones de segundo. Es necesario recurrir a los trajes espaciales, a las máscaras de oxígeno. Hay que luchar contra la levitación, pues su gravedad no atrae suficiente la masa corporal y se andaría flotando como una nube por la atmósfera lunar. Las cosas que nos ilusionan son así, las valoramos según las vemos a la lejanía, cerca es otra cosa. En el caso de Luna, admito que su belleza es incomparable y he descubierto porqué. Para empezar, la blancura de la única satélite del planeta terrestre, contrasta con la negrura de la noche. Cuando Luna vuela por encima de casas, jardines y tejados, la negrura cede, y se metamorfosea en un velo de plata que lo envuelve todo, lo cubre todo, lo trasmuta a una dimensión espectral. Esa virtud, es ya un puntote a su favor. Pero no sólo es su blancura la que nos embarga de admiración por ella. Además, brilla. Ah, esa es una cualidad del todo sobresaliente, como un niño que saca puros dieces en la escuela. Todo lo que brilla, cautiva, aunque no sea de oro. Quién sabe cuales reminiscencias provocan una sensación mística por lo resplandeciente. No en vano en algunas religiones, principalmente la católica, los altares se recubren con hojas brillantes; los objetos sagrados para celebrar los ritos, resplandecen; los santos, rodean su cabeza de un halo de luz. Así es que Luna contagia al que la mira, de un sentimiento de adoración incontrolable. Pero hay más virtudes que Luna posee para que la amemos. Precisamente su lejanía, la cual le otorga una cualidad de inalcanzable. Excepto una docena de astronautas en seis misiones diferentes, entre 1969 y 1972, a bordo de los Apolo 11, 12, 14, 15, 16 y 17, quienes violaron la divina superficie lunar, nadie más la ha tocado. Por lo tanto es virgen, y la virginidad es algo muy apreciado por nuestra cultura sexista. No en vano las divinidades lunares, ya sean masculinas o femeninas, son sobre todo divinidades de la fertilidad, de la vegetal primeramente, de la animal, después, lo que explica el papel desempeñado por las diosas lunares: Istar de Babilonia, Hathor en Egipto, Artemisa en Anatolia y la Hélade, la Anaita persa y otras diosas de fertilidad.

Luna también atrae a miles de fans por veleidosa, cualidad femenina al decir de muchos. Mudar constantemente su apariencia la hace atractiva y deseable porque no se sabe, al mirar al cielo, en dónde se ha ubicado, ni cuál de sus trajes vestirá esa fecha, puede ser de noche, al amanecer o en seguida del crepúsculo. Incluso durante el día, hay una casa que la deja ver, de repente, entre nubes, con el sol encima. Ella, como burlándose del rubio rey, quien es lo más cercano que la tendrá, y sin embargo, no la podrá alcanzar. Es un juego que ambos se traen desde los tiempos más remotos. Luna sólo se deja tocar por la sombra de la Tierra. Entonces juegan, Tierra, Sol y Luna, un ménage à trois. Cuando la Tierra se interpone entre ambos, el sol se da el gusto de desnudarla, y es como si fuera la primera vez. Su vestido de sombra es síncronamente retirado. Grado por grado. Ropaje que el amante retira lentamente de su amada. Los sitios donde esto se puede ver, no son nunca los mismos. Hay que consultar cartas secretas con anticipación para tener el privilegio de observar este acto de amor celeste.

Amamos también a Luna cuando reparamos en nuestra propia soledad y encontramos en ella una compañera nocturna y dispuesta. Ella está ahí para consuelo de todas y cada una de las almas vagabundas en cualquier rincón del planeta. Traspondrá una reja o una ventana, aun cerrada, para derramarse entera sobre nuestras heridas, abiertas o cicatrizadas. No hará reproches ni ofrecerá discursos, no aumentará nuestra pena con sus duras palabras, y tampoco será indulgente, pero nos llenará de caricias y luminosos besos, bálsamos incomparables para sanar nuestro corazón. Quizá sea en un espejo de agua, quizá desde la azotea de un rascacielos, o a través de las crujientes ramas de un bosque. Quizá su luz se refleje en cada arena de un desierto, o sea absorbida por la gravedad de la roca. Pero ni la arena ni la roca son capaces de arrebatarle su luz. Luna es, como todo amor lejano, una  ilusión, siempre que se mantenga así.
 
liliaramirezdeoriza@hotmail.com    

    

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