IDEALIZACIÓN
DE LO LEJANO
Lilia
Ramírez
¿Qué es la lejanía? Se califica a
objetos, países y personas de cercanas o lejanas, según las circunstancias de
cada quien. Así, alguien que se traslada a la ciudad de Córdoba diariamente a
trabajar o a la escuela, pensará que tal lugar está cerca. Sin embargo, desde
el enfoque de alguien acostumbrado a caminar dos cuadras para llegar a su
centro escolar, pensará que la ciudad de los 30 Caballeros, está lejos. El
mismo fenómeno sucedería con alguien radicado en Cancún, con un nivel
adquisitivo tal, que toma un vuelo a Miami mensual para ir de compras. Sentirá
muy cercana esta ciudad, aun cuando para otros esté suficientemente lejos para
no ir nunca. Ahora veremos que hay ciertos lugares cuya apreciación sobre la
distancia a que se encuentran, es más coincidente. Todos estamos de acuerdo en
aseverar que el astro Sol está lejos, bien lejos. Aun cuando ignoremos cuántos
kilómetros exactamente nos separan de él, sabemos que nadie ha llegado ahí, y
que Ícaro lo intentó y pagó un alto precio. Cualquiera otro que lo intentase,
también se achicharraría. Si ya en la Tierra hay sitios donde al incidir
perpendicularmente los rayos solares, el calor es insoportable, qué sería si se
acercara uno un poquito más a la fuente más cercana de energía cósmica. Por
otro lado, la luna también se diría que está lejos, pero no tanto. Luna, ya ha
sido hollada por humanos pies. Prueba indiscutible de su cercanía relativa y su
inocuidad, también aparente, pues su
atmósfera es irrespirable. Aun cuando Luna inspira a enamorados, poetas, narradores,
aparecidos, leyendas y películas. A pesar que hay lunas de “plata”, de “queso”, de “ceniza”, de
“miel”, “doradas”, lunas llenas, nuevas, lenguantes, y demás adjetivos que se
le aplican, nadie en realidad podría vivir con ella por mucho que la amara.
Únicamente por tal detalle: la falta de oxígeno en su atmósfera. A partir de
estos hechos, reflexiono cómo el ser humano puede idealizar un objeto, enamorarse,
cantarle, alabarle, adorarlo. Tal objeto, una vez alcanzado, resulta que para
nada es confortable, ni cómodo. Por el contrario, es hostil, agreste, nocivo.
En pocas palabras, causaría la muerte permanecer ahí por breves fracciones de
segundo. Es necesario recurrir a los trajes espaciales, a las máscaras de
oxígeno. Hay que luchar contra la levitación, pues su gravedad no atrae
suficiente la masa corporal y se andaría flotando como una nube por la
atmósfera lunar. Las cosas que nos ilusionan son así, las valoramos según las
vemos a la lejanía, cerca es otra cosa. En el caso de Luna, admito que su
belleza es incomparable y he descubierto porqué. Para empezar, la blancura de la
única satélite del planeta terrestre, contrasta con la negrura de la noche. Cuando
Luna vuela por encima de casas, jardines y tejados, la negrura cede, y se metamorfosea
en un velo de plata que lo envuelve todo, lo cubre todo, lo trasmuta a una
dimensión espectral. Esa virtud, es ya un puntote a su favor. Pero no sólo es
su blancura la que nos embarga de admiración por ella. Además, brilla. Ah, esa
es una cualidad del todo sobresaliente, como un niño que saca puros dieces en
la escuela. Todo lo que brilla, cautiva, aunque no sea de oro. Quién sabe
cuales reminiscencias provocan una sensación mística por lo resplandeciente. No
en vano en algunas religiones, principalmente la católica, los altares se
recubren con hojas brillantes; los objetos sagrados para celebrar los ritos, resplandecen;
los santos, rodean su cabeza de un halo de luz. Así es que Luna contagia al que
la mira, de un sentimiento de adoración incontrolable. Pero hay más virtudes
que Luna posee para que la amemos. Precisamente su lejanía, la cual le otorga una
cualidad de inalcanzable. Excepto una docena de astronautas en seis misiones
diferentes, entre 1969 y 1972, a bordo de los Apolo 11, 12, 14, 15, 16 y 17,
quienes violaron la divina superficie lunar, nadie más la ha tocado. Por lo tanto
es virgen, y la virginidad es algo muy apreciado por nuestra cultura sexista. No
en vano las divinidades lunares, ya sean masculinas o femeninas, son sobre todo
divinidades de la fertilidad, de la vegetal primeramente, de la animal,
después, lo que explica el papel desempeñado por las diosas lunares: Istar de
Babilonia, Hathor en Egipto, Artemisa en Anatolia y la Hélade, la Anaita persa
y otras diosas de fertilidad.
Luna también atrae a miles de fans por veleidosa,
cualidad femenina al decir de muchos. Mudar constantemente su apariencia la
hace atractiva y deseable porque no se sabe, al mirar al cielo, en dónde se ha
ubicado, ni cuál de sus trajes vestirá esa fecha, puede ser de noche, al
amanecer o en seguida del crepúsculo. Incluso durante el día, hay una casa que
la deja ver, de repente, entre nubes, con el sol encima. Ella, como burlándose
del rubio rey, quien es lo más cercano que la tendrá, y sin embargo, no la
podrá alcanzar. Es un juego que ambos se traen desde los tiempos más remotos.
Luna sólo se deja tocar por la sombra de la Tierra. Entonces juegan, Tierra,
Sol y Luna, un ménage à trois. Cuando la Tierra se interpone entre ambos, el
sol se da el gusto de desnudarla, y es como si fuera la primera vez. Su vestido
de sombra es síncronamente retirado. Grado por grado. Ropaje que el amante
retira lentamente de su amada. Los sitios donde esto se puede ver, no son nunca
los mismos. Hay que consultar cartas secretas con anticipación para tener el
privilegio de observar este acto de amor celeste.
Amamos también a Luna cuando reparamos
en nuestra propia soledad y encontramos en ella una compañera nocturna y dispuesta.
Ella está ahí para consuelo de todas y cada una de las almas vagabundas en
cualquier rincón del planeta. Traspondrá una reja o una ventana, aun cerrada,
para derramarse entera sobre nuestras heridas, abiertas o cicatrizadas. No hará
reproches ni ofrecerá discursos, no aumentará nuestra pena con sus duras
palabras, y tampoco será indulgente, pero nos llenará de caricias y luminosos
besos, bálsamos incomparables para sanar nuestro corazón. Quizá sea en un
espejo de agua, quizá desde la azotea de un rascacielos, o a través de las
crujientes ramas de un bosque. Quizá su luz se refleje en cada arena de un
desierto, o sea absorbida por la gravedad de la roca. Pero ni la arena ni la
roca son capaces de arrebatarle su luz. Luna es, como todo amor lejano, una ilusión, siempre que se mantenga así.
liliaramirezdeoriza@hotmail.com
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