Aura de Carlos Fuentes,
un poema a la desesperada necesidad erótica1
un poema a la desesperada necesidad erótica1
Daniela Aspeé Venegas
Pontificia Universidad Católica de Chile
Aura, del escritor mexicano Carlos
Fuentes, es una obra que, en su brevedad, tiene la capacidad de confundir al
lector y de hacerlo descubrir, al mismo tiempo, modos de ver la existencia que
no se habría podido explicar de otra manera. Esta obra, por medio del erotismo
fantástico, de los símbolos tenebrosos y de la creación de un ambiente fúnebre
y exquisito, consigue llegar al análisis de la existencia de todo ser humano, a
través de la explotación de uno de los miedos más grandes que han afectado a la
humanidad: la muerte y su previa decadencia. En esta corta novela se da la
utilización del erotismo como símbolo de la vitalidad, lo que
implica que su pérdida signifique el comienzo de la decadencia tan temida.
Según
Tzvetan Todorov “Lo fantástico es la vacilación experimentada por un ser que no
conoce más que las leyes naturales, frente a un acontecimiento aparentemente
sobrenatural” (34). Siguiendo esto, el mundo al que se enfrenta Felipe Montero
en Aura cumpliría con el efecto de vacilación, es decir, sería
fantástico frente a este historiador que no conoce más que las leyes naturales,
razonador analista de los hechos objetivos y contables. Sin embargo, termina
rechazando estos principios al convertirse en un elemento componente de ese
mundo ajeno a lo racional. Felipe Montero es una creación que ha surgido a partir
de una necesidad. Esta necesidad es la de recuperar la vitalidad
que el avance natural de la existencia ha perdido. Esta vitalidad se manifiesta
en la pasión erótica que es el elemento, cuya presencia o ausencia,
marca los límites entre lo que llamaré el comenzar a vivir y el comenzar
a morir.
La unión
que establezco entre vitalidad y sexualidad la explicaré a través de un breve
análisis de la sexualidad masculina. Uno de los rasgos primordiales de la
configuración de género masculino, refiriéndome en este caso a la masculinidad
hegemónica [2], es poder imponer supremacía a través de la dominación
sexual. La vinculación emocional deja ver cómo la dominación histórica de los
hombres en el plano sexual puede significar un factor relevante en las
relaciones de poder [3] y en las relaciones de producción [4]
que, según R. W. Connell, en su texto “La organización social de la
masculinidad”, guían las manifestaciones de la masculinidad (37).
El varón
hegemónico no cumple con los requisitos de la masculinidad si no puede ejercer
su sexualidad. En este sentido, la sexualidad es parte de la definición del ser
humano. Así, el avance natural del tiempo implica un envejecimiento físico del
hombre que desemboca en su muerte; este envejecimiento incluye la capacidad de responder
ante la sexualidad y el erotismo. Mantener vivo este erotismo, esta pasión
sexual, significa retomar la vida. Es en este punto donde puedo establecer la
unión con la obra de Carlos Fuentes. Me atrevo a afirmar que Aura es un
poema a la necesidad desesperada de todo ser humano de recobrar la pasión
erótica que ha perdido por culpa de la naturaleza y volver a través de ella a
la juventud.
En Aura
vemos dos extremos, la plenitud y la decadencia de un erotismo
vital (vital por todas las razones antes expuestas). Felipe Montero ingresa a
esta decadencia sin entenderla, pero constituye un elemento de la plenitud y su
presencia es necesaria para recobrarla. La plenitud de ese erotismo, al haber
trascendido la barrera de la decadencia, toma el carácter de eterna. Desde un
comienzo Montero se enfrenta a una decadencia llena de elementos relacionados
con la plenitud sexual, pero despojados de su función. Felipe, al igual que
Aura, es la proyección de esa necesidad, de la que he hecho mención, de
Consuelo. Ambos son, en conjunto, el erotismo que desea recobrar Consuelo, son
ella naciendo y renaciendo a su erotismo, el cual, para traspasar su propia
decadencia, Consuelo necesita hacer eterno. A continuación veré cómo se
manifiesta esto a través del texto, fijándome principalmente en los símbolos.
Como ya
había mencionado, desde un principio Montero se enfrenta con elementos sexuales
despojados de su función al encontrarse insertos en la decadencia de la
sexualidad a la que servían. La primera manifestación de esto podemos verla
cuando Felipe llega a la dirección que salía en el aviso del diario y llama a
la puerta sin recibir respuesta: “Tocas en vano con esa manija, esa cabeza de
perro en cobre, sin relieves: semejante a la cabeza de un feto canino en los
museos de ciencias naturales” (Fuentes 10). Según el Diccionario de los
símbolos de Jean Chevalier, el perro corresponde a un símbolo de
aspectos antagónicos. En Aura dos de sus significaciones serían
correspondientes. Según lo dicho por Chevalier “La primera función mítica del
perro, universalmente aceptada, es la de psicopompo, guía del hombre en la
noche de la muerte, tras haber sido su compañero en el día de la vida” (816).
Por otro lado, también correspondería a un “símbolo de potencia sexual y por
consiguiente de perennidad, seductor, incontinente, desbordante de vitalidad
como la naturaleza en primavera” (819). Así, el ingreso de Felipe Montero al
mundo de Consuelo Llorente está marcado por el llamado sin respuesta de la
pugna entre la muerte y la vida, entre la decadencia y el re-nacimiento. Vemos
la plenitud sexual y la decadencia que ésta evita en un solo elemento. Es un perro
que parece un feto en un museo de ciencias naturales, es decir,
están presentes los dos extremos: el nacimiento y la muerte conmutados en
recuerdo. La puerta que abre a Felipe el mundo al cual ha sido llamado está
marcada por los dos extremos en pugna de dicho mundo: la necesidad de romper la
decadencia que lleva a la muerte
La
decadencia se hará más evidente cuando Montero ingrese a la habitación de
Consuelo:
Sólo
tienes ojos para esos muros de reflejos desiguales, donde parpadean docenas de
luces. Consigues, al cabo, definirlas como veladoras, colocadas sobre repisas y
entrepaños de ubicación asimétrica. Levemente, iluminan otras luces que son
corazones de plata, frascos de cristal, vidrios enmarcados, y sólo detrás de
este brillo intermitente verás, al fondo, la cama y el signo de una mano que
parece atraerte con su movimiento pausado (Fuentes 12).
La
combinación de elementos descritos en la anterior cita recuerda un velorio.
Las luces que dan a la habitación una iluminación más que discreta -“luz,
grisácea y filtrada, que ilumina ciertos contornos” (Fuentes 11)-, rodean la
cama, se convierten en los veladores del lecho de Consuelo. Este eterno velorio
denota una vitalidad pérdida, esa vitalidad es lo que se necesita para dar luz
al mundo en el que Montero ha ingresado. Sin embargo, la presencia del conejo
abre un sendero a la esperanza en este ambiente mortuorio. Según el Diccionario
de Símbolos de Cooper, el conejo “es símbolo de fecundidad y lujuria, pero
llevar pieles de conejo en los rituales significa docilidad y humildad ante el
Gran Espíritu. [...]. El conejo es un símbolo precristiano de renacimiento y
renovación de la vida al iniciarse el equinoccio de primavera”. Entonces, el
conejo como símbolo de fertilidad y de renovación, siendo un elemento que
escapa y regresa indistintamente, manifiesta que el velorio sólo es una etapa a
la espera de la recuperación y el retorno.
La señora
Consuelo es la decadencia, la vejez, la cercanía a la muerte, la vitalidad
perdida, la necesidad erótica. Su cuerpo no posee ni vitalidad ni muerte, su
cuerpo está carente y, por ende, decadente. Y junto a ella está lo que
necesita, la coneja, una primera manifestación de Aura: “al extender la mano no
tocas otra mano, sino la piel gruesa, afieltrada, las orejas de ese objeto que
roe con un silencio tenaz y le ofrece sus ojos rojos: sonríes y acaricias al
conejo que yace al lado de la mano que, por fin, toca la tuya con unos dedos
sin temperatura que se detienen largo tiempo sobre tu palma húmeda” (Fuentes
12). Observamos aquí el contraste entre el necesitado y la necesidad, juntos,
tocándose, pero no compenetrándose. Falta traspasar el límite del cuerpo, ya
perdido, para recobrar esa vitalidad decadente, que está fresca en la coneja y
marchita en Consuelo.
Desde un
comienzo la relación entre Felipe y Aura será sensorial. Lo que determinará su
relación son los ojos:
La
muchacha mantiene los ojos cerrados, las manos cruzadas sobre un muslo. Abre
los ojos poco a poco, como si temiera los fulgores de la recámara. Al fin,
podrás ver esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma
verde, vuelven a inflamarse como una ola: tú los ves y te repites que no es
cierto (Fuentes 17)
Según
Jean Chevalier, el ojo “es naturalmente y casi universalmente símbolo de
la percepción intelectual” (770). Esto es la clave que determina en qué se basa
la atracción incontenible entre Aura y Felipe. Su relación es una proyección
del deseo de Consuelo, lo que lleva a que entre ambos no exista conexión
física, a que su relación sea en respuesta a lo que Consuelo ha proyectado en
ellos. Su plenitud erótica nace en la mente de Consuelo, por lo que la
configuración de ambos está determinada por la percepción intelectual de ella,
siendo esto lo que los une. Así, es evidente que sean los ojos de Aura los que
produzcan tal atracción en Felipe. Si los ojos son el centro de la percepción
intelectual, es lógico que la compenetración profunda se produzca a través de
ellos, sobre todo porque se transformarían en la ventana directa a la mente de
Consuelo y a la necesidad que ella ha proyectado en Aura y Felipe con sus
propios conceptos, con la percepción que posee de sí misma, de su esposo muerto
y del erotismo que ella conoció y la mantuvo viva. Si a esto le agregamos el
dato de que los ojos de Aura son verdes y que poseen una cualidad especial que
los transforman en paisajes marinos, la relación entre la necesidad de Consuelo
y el modo de contacto entre Felipe y Aura se hace más evidente. El verde posee
una significación relacionada con la fuerza vital y la esperanza. Pero además
el verde es color natural del agua, estableciéndose la relación con el mar que
da a los ojos de Aura una configuración de paisaje. El mar y las olas implican
esta necesidad expresada con la pasión que requiere. Las olas son, en una de
sus significaciones, “símbolo de la pureza” por el elemento de la espuma, lo
que da el primer paso al renacimiento anhelado. Por otro lado, el mar
“es símbolo de la dinámica de la vida. Todo sale del mar y todo vuelve a él:
lugar de los nacimientos, de las transformaciones y de los renacimientos”
(Chevalier 689). Estamos frente a lo que Consuelo anhela, ese re-nacer, esa
transformación de su destino lógico y biológico, el manejar su desenlace en un
nivel superior, en otro ambiente, lo que el mar representa de forma exacta.
El cuarto
de Felipe contrasta con el resto de la casa principalmente por un elemento, la luz:
“recuerdas que deben ser cerca de las seis de la tarde y te sorprende la
inundación de luz de tu recámara” (Fuentes 18). El claro contraste entre el
cuarto de Felipe y el resto de la casa debe ser explicado a través de un
análisis de este símbolo. La gran variedad de significaciones que posee la luz
pueden resumirse en la siguiente definición: “La luz es la manifestación de la
moralidad, de la intelectualidad y de las siete virtudes. Su color blanco alude
precisamente a esa síntesis de totalidad” (Cirlot 286). Es, entonces, necesaria
para el proceso de descubrimiento que debe sufrir Felipe. Montero necesita
superar las barreras intelectuales, racionales y morales para acceder al nivel
superior al cual ha sido llamado. Su racionalismo de historiador debe ser
suplantado por la investigación que realiza en los escritos de Llorente, para
llegar a un desenlace alejado de ese racionalismo guía de su metodología de
trabajo, en el que se comprueba el final de Aura.
El resto
de la casa está sumida en la oscuridad, pero no porque carezca de luz, sino
porque no la necesita. El mundo que ha surgido en la casa está en una etapa de
espera por la recuperación de la vitalidad más allá de la muerte, por lo tanto
ha habido una superación de lo físico. Así, sólo se utilizan los sentidos de percepción:
el olfato (percepción de la esencia), la vista (percepción intelectual), y el
oído (percepción del otro), mientras que son rebajados los sentidos físicos: el
tacto y el gusto. Cuando Felipe consigue el entendimiento final, la luz que
necesitaba se esfuma, ya que superó las barreras que lo limitaban y prescinde
de la razón para entenderlo: “Cuando te separes de la almohada, encontrarás una
oscuridad mayor alrededor de ti. Habrá caído la noche” (Fuentes 58). La
necesidad de que Felipe acceda a este nivel obliga a que no vuelva a tener
contacto con el mundo racional que él conoce, el mundo de vitalidad limitada y
reglamentada. Por eso es impedida su salida de la casa.
Bajo la
luz del aura, Felipe ve una imagen que lo confunde entre la realidad y la imaginación:
“cinco, seis, siete gatos -no puedes contarlos: no puedes sostenerte allí más
de un segundo- encadenados unos con otros, se revuelven envueltos en fuego,
desprenden un humo opaco, un olor de pelambre incendiada” (Fuentes 28). Esta
imagen infernal no puede dejar de relacionarse con el nido de ratones
que Felipe encuentra en el sitio donde debe buscar los manuscritos (Fuentes
26). Los gatos acompañan la esencia de Aura: “Caminas, sonriendo, hacia
ella, te detienes al escuchar los maullidos dolorosos de varios gatos” (Fuentes
20). El dolor, el infierno en el que están sumidos, son manifestación de la
prisión moral y religiosa. Aura aún está condenada a esos barrotes porque
Consuelo no ha logrado superarlos y Felipe no ha conseguido el entendimiento. Los
gatos prisioneros en el infierno deben ser libres, como lo eran en la plenitud
de la existencia de Consuelo, donde no había cadenas morales ni físicas, donde
ella gozaba de una libertad interna marcada por la inocencia, el erotismo y la
juventud del cuerpo:
Un día la
encontró [Llorente], abierta de piernas, con la crinolina levantada por
delante, martirizando a un gato y no supo llamarle la atención porque le
pareció que tu faisais ça d’une façon si innocent, par pur enfantillage
e incluso lo excitó el hecho (Fuentes 38-9).
Es esa
libertad la que Consuelo necesita alcanzar a través de Aura y Felipe, pero para
ello Montero debe conseguir el entendimiento. Los ratones son esa
incomprensión, la decadencia, los gatos para eliminarla deben quedar en
libertad. Los ratones son, entonces, la barrera de la razón que Felipe debe
superar a través de un proceso racional y un proceso simbólico: el
entendimiento de los manuscritos y el contacto con Aura.
Llegar al
entendimiento para Felipe no es fácil ni rápido. En un momento él accede a la
razón de ser de Aura, pero no la comprende:
Sabes, al
cerrar de nuevo el folio, que por eso vive Aura en esta casa: para perpetuar la
ilusión de juventud y belleza de la pobre anciana enloquecida. Aura, encerrada
como un espejo, como un icono más de ese muro religioso, cuajado de milagros,
corazones preservados, demonios y santos imaginados (Fuentes 39).
Pero
necesita más que este descubrimiento para entender, necesita vivir su función
en la necesidad de Consuelo, acceder a la esencia de Aura, descubrir que él es
un elemento que también depende de ese mundo, de esa necesidad, porque él es la
perpetuación de la plenitud del general Llorente, ya que si deja de ser esto
pasa a ser nada:
pegas
esas fotografías a tus ojos, las levantas hacia el tragaluz: tapas con una mano
la barba blanca del general Llorente, lo imaginas con el pelo negro y siempre
te encuentras, borrado, perdido, olvidado, pero tú, tú, tú. (Fuentes 57).
En su
cuarto, Felipe manifiesta físicamente la atracción por Aura, viviendo el
erotismo que Aura requiere para existir: “Te observas en el gran espejo ovalado
del guardarropa, también de nogal, colocado en la sala de baño. Mueves tus
cejas pobladas, tu boca larga y gruesa que llena de vaho el espejo; cierras tus
ojos negros y, al abrirlos, el vaho habrá desaparecido [. . .]. Cuando el vaho
opaque otra vez el rostro, estarás repitiendo ese nombre, Aura” (Fuentes 19).
Que la manifestación de este erotismo se realice frente a un espejo otorga un
primer indicio de la consistencia de Aura, como creación basada en la necesidad
de Consuelo por recuperar y trascender a través de una vitalidad, representada
por el erotismo. El espejo corresponde, en uno de sus sentidos, a “un
símbolo de la imaginación -o de la conciencia- como capacitada para reproducir
los reflejos del mundo visible en su realidad formal” (Cirlot 194). En este
caso, los reflejos son de un mundo invisible, pero no por eso menos real: el
mundo de Consuelo y el estado de necesidad en el que se encuentra.
Como he
presentado hasta el momento, lo que guía la obra es el conflicto de Consuelo.
El paso del tiempo, la pérdida de la vitalidad, el olvido de la juventud son
uno de los mayores miedos del ser humano. El erotismo es el símbolo de esa
vitalidad que maneja la obra, pero hay otro del que Consuelo carece y al que
intenta aferrarse: la fertilidad. Según lo que puedo interpretar aquí,
la fertilidad, como capacidad biológica de procrear hijos, implica una entrega
sin fin, por lo que el paso de los años no elimina la función paterna. En
nuestros hijos se mantienen vivos nuestros nombres, nuestros recuerdos, nuestra
forma de vida, nuestras enseñanzas. Carecer de esta posibilidad determina que
perdemos la vida y no perpetúa. La fertilidad, entonces, como símbolo de vida
es el gran dolor de Consuelo frente al gran temor que ella siente por su
decadencia que derivará en la muerte total y definitiva. Este miedo podemos
verlo reflejado en los manuscritos de Llorente: “Sé por qué lloras, Consuelo.
No te he podido dar hijos, a ti, que irradias la vida...” (Fuentes 55).
Irradiar vida y no poder crearla es el gran dolor de Consuelo. Por eso busca
ser madre, vivir eternamente, no decaer. Así, decide ser madre de Aura, decide
proyectar en ella su propia necesidad de vida, haciéndola mantener vivo el
erotismo que cumplirá con su juventud, mientras que esta nueva fertilidad, la
fertilidad del alma, logra mantener el recuerdo: perpetúa su propia juventud en
Aura y la juventud de su esposo en Felipe, según como ella lo recuerda o quiere
recordarlo, y así juntos cumplen con mantener eternamente la vitalidad física y
espiritual que simboliza la pasión a través del erotismo.
A través
de la interpretación de los símbolos que abundan en Aura de Carlos
Fuentes, traté de comprobar que esta obra constituye un hermoso homenaje a la
desesperada necesidad erótica de todo ser humano que ve en ella un camino de
regreso a su juventud y una forma de recuperación de la vitalidad que, en la
cercanía de la muerte, se pierde como anuncio de ese desenlace. Así, traté de
probar que Aura constituye una proyección de esa necesidad,
convirtiéndose en el modo de recuperación de la vitalidad perdida por el paso
del tiempo. Por lo tanto, en Aura, el erotismo y la fertilidad
constituirían símbolos de la vitalidad que marca la existencia de todo ser
humano, ya que al perder estos elementos comienza la etapa de la decadencia. La
fertilidad carente, Consuelo la reemplaza por una fertilidad del alma con la
que procrea a Aura y a Felipe, quienes se encargarían de mantener con firmeza
esa vitalidad que Consuelo necesita para dejar de ser consuelo y volver al
aura.
Notas:
[1]
Ponencia presentada en las III Jornadas de Doctorandos de la Pontificia
Universidad Católica de Chile, Santiago,15 de octubre de 2004.
[2] La masculinidad
hegemónica puede definirse “como la configuración de práctica genérica que
encarna la respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del
patriarcado, lo que garantiza (o se toma para garantizar) la posición dominante
de los hombres y la subordinación de las mujeres” (Connell 39).
[3] Las relaciones
de poder se refieren a que la dominación de los hombres, en el sistema del
patriarcado, ha guiado la configuración de los géneros en América y Europa
(Connell 37).
[4] Las relaciones
de producción se refieren a que, a partir de las relaciones de poder, el
mundo de la productividad y el manejo de las grandes fortunas ha estado en
manos de los hombres, determinando la construcción social de las masculinidades
(Connell 37).
Bibliografía
Chevalier,
Jean. Diccionario de los símbolos. Manuel Shivar y Arturo Rodríguez,
trad. Barcelona:
Herder, 1986.
Cirlot,
Juan-Eduardo. Diccionario de símbolos. Colombia: Labor, 1994.
Connell,
Robert W. “La organización social de la masculinidad”, Masculinida/des.
Poder y
crisis. Teresa
Valdés y José Olavarría eds. Santiago: Ediciones de las mujeres N.24, Isis
Internacional, Flacso, 1997. 31 - 48.
Cooper,
J.C. Diccionario de Símbolos. Barcelona: Ediciones G.Gili, 2000.
Fuentes,
Carlos. Aura. Madrid: Alianza Editorial, 1994.
Todorov,
Tzvetan. Introducción a la literatura fantástica. Silvia Delpy, trad.
Barcelona: Buenos Aires, 1985.
Daniela
Aspeé Venegas es
candidata a Doctora en Literatura
© Daniela Aspeé Venegas 2005
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de
Madrid
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