ROCÍO DEL ALBA DÍAZ RAMÍREZ, ESCONDIDA
DETRÁS DE LOS ÁRBOLES Y CONTANDO HASTA CUARENTA.
Gabriel Fuster
Texto alusivo
al libro de la autora que se presentará en el CEVART (5 de mayo y Mario Lerdo,
Centro Histórico) el 8 de mayo del 2012,
a las 19: hrs. Presentan Maestro Porfirio Castro, Martha E. Durazzo,
Gabriel Fuster y Jesús Garrido.
“Denme
la siembra de más árboles o denme la siembra de más parquímetros”, dijo el
ecologista, interponiéndose repetidamente en el camino que es traza de una vía
romana secular, con la respuesta resistente que disminuye la marcha de aquella formación
de maquinaria pesada dando empiezo a los trabajos de ampliación de la Alameda
Díaz Mirón, porque la ciudad es la arquitectura de hoy y las ruinas de mañana,
enterrada y resucitada cada día. En consecuencia, un amparo es concedido por el
Juez Sexto de Distrito para proteger la permanencia de los centenarios arboles
que duermen y sueñan de pie, nuestros vecinos que viven a la intemperie y casi
indefensos, que son vulnerables y lo saben. La señora alcalde es fotografiada
con el hacha al hombro, enemistada con nuestro árbol genealógico. Ella defiende
su postura, declarando: Testarudos, yo
los exhorto a hacer las paces con el progreso. Mi presidencia es una nueva
historia de prosperidad. Eso es andarse por las ramas, porque el acto
jurídico no tenía nada que ver con parar los trabajos de florecimiento urbano o
no, sino evitar la tala imprudente de los lacónicos olmos y las palmeras
cantantes. Al final los magistrados fallan a favor del ayuntamiento. A la
chingada la ley, que no quede un árbol derecho. La alegría en la señora
presidente municipal brilla con ojos metálicos, luego que esta resolución del
Segundo Tribunal Colegiado del Séptimo Circuito en la revisión incidental
23/2012, negó la suspensión definitiva, lo que la lleva a afirmar públicamente
que la revocación del recurso legal sienta un precedente porque privilegia a la
sociedad, respaldando una obra que la ciudad merece. Asimismo, invita a las
personas que interpusieron el amparo a sumarse a las acciones de reforestación.
Sí, claro, yo y mi familia podríamos subirnos al auto y traer con nosotros un
gato muerto. Entre risas y festejo, nos aventaríamos por turnos el gato muerto
a lo largo del paseo, pero en ningún momento se podría decir que el gato está
volando. No, lo que su discurso nos quiso decir es: A mí me la pelan, insinuando con respetuosa majestad que los
árboles, al igual que la cabellera, son un recurso renovable. Siendo así, valga
la pena probar tusarle la cabeza con unas buenas tijeras de punta y mirarla quieta
como el bosque lineal del paraje rehabilitado. Las banquetas para los
violinistas. Intacto todavía, en el momento de contemplar el primer tocón como
suelen verse los dioses decapitados, se miran los anillos de la madera. No se
trata de un prólogo a la ciencia de Dendrocronología, sino un poema épico que
delata la forma que fue desarrollándose ese tallo leñoso. Cada año forma un
anillo. De su correcta lectura, se puede saber la edad del árbol, deducir los
eventos alrededor del mismo. El cine de Hitchcock es muy personal. En una
escena de “Vértigo”, Kim Novack sigue lentamente con el dedo los nudos concéntricos
que marcan el tiempo y refiere: Aquí nací
yo…y aquí morí. La ciudad, a un tiempo historia en espiral, repasa lo vivido entre las vetas violetas, apenas lo
que dura un parpadeo. Delante de nosotros, el patrón se interna hacia dentro y localiza
la fundación de la ciudad por Hernán Cortés. Fuera del centro, semejando la
disipación de las ondas sobre un plato de sangre, se miran las pistas dejadas
por los episodios de saqueo a la ciudad de tablas por los piratas Van Hoorn,
Laurens de Graff y Michel de Grammont. La etapa del amurallamiento de la
ciudad. El bombardeo de las fuerzas francesas, durante la Guerra de los
pasteles. La ocasión de la primera invasión americana. El momento que Juárez
expide las Leyes de Reforma. El día que Porfirio Díaz zarpa a Europa en su
exilio. La segunda invasión americana. El atentado a Alfredo V. Bonfil.
Finalmente, en el corte longitudinal que enmascara el contorno, se despliega la
marca de Una Nueva Historia de
Prosperidad, deteniendo de manera inequívoca el terminus ante quem, o la fecha más cercana a la desaparición de un
fenómeno, lo mismo que se puede hablar de la guerra de las Dríades a o de la
transformación de Dafne en árbol. Alguien dirá que los árboles no eran tan
antiguos, pero daremos fe del tiempo en el vaivén de las hojas sigilosas. Los
arboles también son libros. Y las iniciales del amor, mi invención de la
historia.
Teofrasto, que amaba los árboles, no me puede
hablar de ninguno, porque los trenes cargados de madera, salen todos los días
de la redención del Terciario. Oigo hablar un niño gorrión, donde anidan los juramentos
del hombre con bejucos y epifitas por nervios. Sin embargo, la poda de tupidos follajes
pensamientos puede percibirse mejor a la sombra, o a la luz, de los cuentos de
Rocío del Alba Díaz Ramírez, dentro de su libro titulado “Museo de los árboles
locos”. Cierto, hay demasiados mimos imitando un árbol, cuyo sueño es
parárseles el pajarito. Esto es el áureo teorema de la raíz cúbica. Precisamente,
poniendo atención de cerca, las hormigas del surrealismo francés suben y bajan
por las escarpaduras del cuello y cara. Rocío del Alba trabaja como un pájaro
de oficio carpintero. La ventaja de estas cuarenta narraciones es su discurso
intenso, el monólogo por asalto, conseguido de escribir poesía en los talleres
de Nacho García. No es equivocación que las palabras sean semillas. La
caligrafía enredada con tinta simpática interpone siempre la misma escena: el fuego
verde de Roció del Alba empieza en el suelo y termina en la copa, Nacho gustaba
probar lo contrario. En un planeta indescifrable, esto lo disuelve la lluvia. Por
ejemplo, tomemos el primero y segundo cuento de referencia, titulados “El
Murciélago” y “El Guardián”, respectivamente. A ninguno parecen faltarles
impulso para desagradar, para disentir de los haikues japoneses, para adelgazar su benevolencia lírica, para no
perder nunca la picardía, gracia y ligereza gongorinas, ni cuando fueran
insensatamente incomprendidos en su utilería de metáforas. Agreguen a las
urdidas ficciones el álbum de fotos y estarán plantados en el museo de los
árboles locos. A propósito del cuento titulado “La Diosa del Mar”, la
fotografía de cotejo se ocupa del legendario árbol del bikini, fuera del mapa en
la muerte pequeña y el olvido total, según acredita la demencia del notario. La
madre Naturaleza sabe una canción de cuna que te hará dormir. Mientras tanto,
el pleno del cabildo, en sesión solemne, considerará el dilema de la casuarina
que le crece en la frente y pronunciará su veredicto: La ciudadana Rocío del
Alba Díaz Ramírez escoja un baldío y póngase a leer a T. S. Eliot. O el
mismísimo vate Díaz Mirón. En la arboleda, el otrora ecologista de amuletos y
clorofila, quedó solo, sereno, frente a criptas de asfalto, que sirven de
estacionamiento a los automóviles. Ahora, agreguen un barril o dos de agente
naranja, para no volver ver crecer una planta en años y causar grotescas
mutaciones en el perro del vecino. Otro agente marrón para observarte. Y cuando
marchamos a tentar el destino, socavando la viga maestra que carga nuestra
ciudad, lo mismo que el ideograma chino se pronuncia por el perfecto equilibrio
de cielo y tierra, fuego y agua, metal y madera, relámpago y montaña, hombre y
mujer, por más que se reparen los opuestos malheridos, el futuro está temblando
en una banca de cemento, vigilando el sitio del Árbol Zocheneger, mitad
orgánico, mitad maquinaria, y las hojas de papeletas de multa.
Gabriel
Fuster. Febrero del 2012
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