La imaginería amorosa en el cine
Por: Genaro Aguirre Aguilar
Sí, efectivamente, hablar del cine es hablar de una de las industrias emocionales más importantes que ha conocido el hombre, no sólo por lo que representó desde sus inicios cuando sorprendió a un puñado de personas que tuvieron ocasión de ver por primera vez en el Gran Café de Paris lo que entonces se llaman vistas, pequeños fragmentos de la vida cotidiana que con la llegada del mago del cine Georges Meliès, abriría la puerta para la inventiva y arte de resignificar las imágenes.
Así, apenas había transcurrido poco tiempo desde su invención, cuando un casto beso en la cinta The kiss (1897), generó una ola de inquietud al mostrarse por primera vez en público lo que estaba reservado para el ámbito de lo privado. Con apenas unos segundo en pantalla, la humanidad veía a través del cine una forma distinta de contemplar un acto amoroso como el beso en los labios de quien se quiere.
A partir de entonces, uno de los géneros más preciados por el público de todos los tiempos, hacía su entrada para que de entonces a la fecha, el cine haya sido generador de todo un discurso en donde el tema amoroso ha sido uno de los género más explorados por el cine de todos los tiempos.
Y si bien el amor es un asunto que puede tener distintas vertientes, en esta ocasión sólo hablaremos de algunas cintas que en lo personal han sido un punto de referencia para ir viviendo aprendizajes acompañados por un discurso que en la educación sentimental del mexicano, sin duda ha sido importante.
Por ello, hablar de momentos significativos, tiene que llevarnos por aquellos días, cuando esperábamos que por fin tras un puñado de eventos que lo habían impedido, Rhett Butler (Clark Gable) y Scarlett O’Hara (Vivien Leigh) se dieran el tan ansiado beso en Lo que el viento se llevó (Fleming/Cukor, 1939). Ni qué decir de aquel otro clásico del romanticismo sajón, Casablanca (Curtiz, 1942), donde el espectador también entiende que dejar a la mujer amada en brazos del enemigo, no sólo es un acto de heroísmo sino de entendimiento de lo alcances del amor más allá de las cadenas. Precisamente lo que hace Bogart al deja partir a su eterno amor interpretado por Bergman.
Algo que quizá también pueda ser posible observar en una película como Los puentes de Madison (Eastwood, 1995) particularmente por la forma en que aquella ama de casa rural que interpreta Meryl Street, renuncia a un amor, aun cuando una pasión crepuscular se revela en cada mirada, en cada sonrisa, en cada caricia que le ofrece el viejo fotógrafo que interpreta el ex Harry El Sucio. Aquel momento cuando su mirada se nubla tras el parabrisas de un viejo Ford conducido por su esposo, es una de las imágenes más elocuentes para mostrar las disyuntivas que entre la ética y un amor descubierto tardíamente, le puede representar a una mujer entrada en años, pero sobre todo, amorosamente entregada a su rutinaria vida.
Ya situados más en el terreno contemporáneo, una historia de amor a contracorriente que desnuda el alma de los personajes tanto como de los espectadores, al mostrar la rudeza extrema con que es capaz de objetivarse lo amoroso. Rompiendo las olas Von Trier, (1996) construye un relato en el que Emily Watson es la esposa entregada que busca a toda costa demostrar el amor a su inválido esposo, sin preocuparse por recorrer los límites de lo permisible, viviendo la condena de una comunidad enteramente religiosa que no perdona formas de amar más allá de la razón.
De entre los amores juveniles, quizá pudiéramos quedarnos con un par de cintas que desde perspectivas diferentes ofrecen la ocasión para reflexionar una vez más sobre los límites o alcances del amor. La primera sería El amante (Annaud, 1992), en la que una colegiala es capaz obviar las diferencias de raza pero también de edad, para entregarse a un acaudalado asiático que la conduce por los caminos de una pasión clandestina. La estética del filme manejada por el director francés, sublima el modelaje erótico de una relación sin atavismo, pero en la que un adiós también será el puerto de llegada al cabo de los días.
La otra cinta, también dramáticamente bordeando los abismos, es Bety Blue (Beinex, 1986), en la que una redimida prostituta aparece una mañana de tantas en la vida de un joven que cuida cabañas en una playa francesa. A partir de aquí vivirán una de las historias más erotizadas y cargadas de pasión, en la que la esquizofrenia juega las veces de un dispositivo sui generis para redimensionar las maneras en que el amor puede ser vivido y llevado a los umbrales de la muerte.
Otra historia pasionaria y llena de inquietudes, es la que viven Sada y Cichi-zo en la extraña cinta japonesa El imperio de los sentidos (Oshima, 1975), en las que se explora los alcances de un pasión enfermiza, en donde las obsesiones de una pareja no conocen límites que no sean aquellos que sus propios cuerpos trazan. La dureza de este amor se mueve entre la locura y la entrega absoluta de dos amantes, quienes sobre sus cuerpos van dibujando los mapas de lo permisible.
Finalmente, tendríamos que decir hay muchas más historias, pero aquí solo quisimos comentar algunas que si algo tienen es la capacidad de construir relatos en lo que la complejidad del amor se muestra plena, sin renunciar al aliento ideal pero siempre al borde de un trazo que sacude la razón del espectador.
Por: Genaro Aguirre Aguilar
Sí, efectivamente, hablar del cine es hablar de una de las industrias emocionales más importantes que ha conocido el hombre, no sólo por lo que representó desde sus inicios cuando sorprendió a un puñado de personas que tuvieron ocasión de ver por primera vez en el Gran Café de Paris lo que entonces se llaman vistas, pequeños fragmentos de la vida cotidiana que con la llegada del mago del cine Georges Meliès, abriría la puerta para la inventiva y arte de resignificar las imágenes.
Así, apenas había transcurrido poco tiempo desde su invención, cuando un casto beso en la cinta The kiss (1897), generó una ola de inquietud al mostrarse por primera vez en público lo que estaba reservado para el ámbito de lo privado. Con apenas unos segundo en pantalla, la humanidad veía a través del cine una forma distinta de contemplar un acto amoroso como el beso en los labios de quien se quiere.
A partir de entonces, uno de los géneros más preciados por el público de todos los tiempos, hacía su entrada para que de entonces a la fecha, el cine haya sido generador de todo un discurso en donde el tema amoroso ha sido uno de los género más explorados por el cine de todos los tiempos.
Y si bien el amor es un asunto que puede tener distintas vertientes, en esta ocasión sólo hablaremos de algunas cintas que en lo personal han sido un punto de referencia para ir viviendo aprendizajes acompañados por un discurso que en la educación sentimental del mexicano, sin duda ha sido importante.
Por ello, hablar de momentos significativos, tiene que llevarnos por aquellos días, cuando esperábamos que por fin tras un puñado de eventos que lo habían impedido, Rhett Butler (Clark Gable) y Scarlett O’Hara (Vivien Leigh) se dieran el tan ansiado beso en Lo que el viento se llevó (Fleming/Cukor, 1939). Ni qué decir de aquel otro clásico del romanticismo sajón, Casablanca (Curtiz, 1942), donde el espectador también entiende que dejar a la mujer amada en brazos del enemigo, no sólo es un acto de heroísmo sino de entendimiento de lo alcances del amor más allá de las cadenas. Precisamente lo que hace Bogart al deja partir a su eterno amor interpretado por Bergman.
Algo que quizá también pueda ser posible observar en una película como Los puentes de Madison (Eastwood, 1995) particularmente por la forma en que aquella ama de casa rural que interpreta Meryl Street, renuncia a un amor, aun cuando una pasión crepuscular se revela en cada mirada, en cada sonrisa, en cada caricia que le ofrece el viejo fotógrafo que interpreta el ex Harry El Sucio. Aquel momento cuando su mirada se nubla tras el parabrisas de un viejo Ford conducido por su esposo, es una de las imágenes más elocuentes para mostrar las disyuntivas que entre la ética y un amor descubierto tardíamente, le puede representar a una mujer entrada en años, pero sobre todo, amorosamente entregada a su rutinaria vida.
Ya situados más en el terreno contemporáneo, una historia de amor a contracorriente que desnuda el alma de los personajes tanto como de los espectadores, al mostrar la rudeza extrema con que es capaz de objetivarse lo amoroso. Rompiendo las olas Von Trier, (1996) construye un relato en el que Emily Watson es la esposa entregada que busca a toda costa demostrar el amor a su inválido esposo, sin preocuparse por recorrer los límites de lo permisible, viviendo la condena de una comunidad enteramente religiosa que no perdona formas de amar más allá de la razón.
De entre los amores juveniles, quizá pudiéramos quedarnos con un par de cintas que desde perspectivas diferentes ofrecen la ocasión para reflexionar una vez más sobre los límites o alcances del amor. La primera sería El amante (Annaud, 1992), en la que una colegiala es capaz obviar las diferencias de raza pero también de edad, para entregarse a un acaudalado asiático que la conduce por los caminos de una pasión clandestina. La estética del filme manejada por el director francés, sublima el modelaje erótico de una relación sin atavismo, pero en la que un adiós también será el puerto de llegada al cabo de los días.
La otra cinta, también dramáticamente bordeando los abismos, es Bety Blue (Beinex, 1986), en la que una redimida prostituta aparece una mañana de tantas en la vida de un joven que cuida cabañas en una playa francesa. A partir de aquí vivirán una de las historias más erotizadas y cargadas de pasión, en la que la esquizofrenia juega las veces de un dispositivo sui generis para redimensionar las maneras en que el amor puede ser vivido y llevado a los umbrales de la muerte.
Otra historia pasionaria y llena de inquietudes, es la que viven Sada y Cichi-zo en la extraña cinta japonesa El imperio de los sentidos (Oshima, 1975), en las que se explora los alcances de un pasión enfermiza, en donde las obsesiones de una pareja no conocen límites que no sean aquellos que sus propios cuerpos trazan. La dureza de este amor se mueve entre la locura y la entrega absoluta de dos amantes, quienes sobre sus cuerpos van dibujando los mapas de lo permisible.
Finalmente, tendríamos que decir hay muchas más historias, pero aquí solo quisimos comentar algunas que si algo tienen es la capacidad de construir relatos en lo que la complejidad del amor se muestra plena, sin renunciar al aliento ideal pero siempre al borde de un trazo que sacude la razón del espectador.
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