El incremento de la cifra de personas que se suicidan a pesar de tener logros y condiciones de vida aceptables ha llevado a los investigadores a estudiar la percepción de carencia de sentido de la vida como factor de riesgo
Cuando se plantea el tema del suicidio, el común de las personas suele quedarse en la eterna polémica acerca de si es un acto de cobardía o de valentía. Sin embargo hay que dejar establecido que este no es el ‘meollo’ del asunto, sino que lo importante es trascender a una reflexión más profunda que se aproxime a evaluar las emociones y los sentimientos que muy probablemente acompañan a una persona en los momentos previos a la decisión de auto eliminarse.
Al tratar de dar cuenta del anterior planteamiento lo primero que se supone es la presencia, en el individuo que está a punto de suicidarse, de un cuadro de depresión -profunda tristeza, desmotivación, baja autoestima, grandes culpas- la cual seguramente corresponde a la reacción que hace ante una pérdida significativa que le está siendo difícil de elaborar y asimilar; podríamos hablar de que se trata de la muerte de un ser querido, de la pérdida inesperada del trabajo, de una ruptura afectiva o del diagnóstico de una enfermedad severa e irreversible, por enumerar algunas.
Sin embargo el aumento considerable de las cifras de suicidios y la constatación de que las condiciones afectivas y socioeconómicas de muchas de las personas que se suicidan son bastante adecuadas han llevado a que las investigaciones se orienten a indagar acerca de otras sensaciones que pueden conducir a la decisión de detener el transcurso de la vida.
«El verdadero sentido y el verdadero valor de la vida están en entender que sobrevivir depende de que haya un ‘para qué’ o un ‘para quién’»
Albert Camus afirmó en cierta ocasión que para los seres humanos «tan solo existe un problema auténticamente serio, y es (…) el de juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida…». En este contexto, podríamos decir que el interrogante ¿sobrevivir para qué? es seguramente una inquietud que acompaña a muchas personas antes de su decisión de suicidarse. Si partimos del supuesto de que a lo largo de nuestra existencia podemos llegar a alcanzar muchos éxitos, la conclusión obligada es que, para todos los seres humanos, la vida vale la pena ser vivida. Sin embargo, como ya se dijo, lo paradójico es que la cifra de personas que se suicidan a pesar de haber alcanzado logros importantes o estar rodeadas de condiciones de vida aceptables ha venido aumentando.
Al tratar de aclarar esta aparente contradicción entre éxito (comodidad, solvencia, compañía) y perder el interés por la vida, las investigaciones han derivado hacia la consideración de que si la condición que viven muchos suicidas no es precisamente la del fracaso ni la de la angustia socioeconómica, entonces es la del ‘vacío existencial’, la de experimentar la vida como algo carente de sentido.
«Para todos los seres humanos, la vida vale la pena ser vivida»
Víctor Frankl, padre de la logoterapia (terapia del sentido), afirma «… el riesgo de suicidio no depende de la intensidad de los impulsos suicidas dentro de una persona, sino de su respuesta a dichos impulsos; y su reacción, a su vez, dependerá fundamentalmente de si considera o no la supervivencia como algo pleno de sentido, aun cuando sea doloroso».
Si bien al ser humano hay que asumirlo como un ser con la capacidad para crear y para amar, también hay que asumirlo con la capacidad para sufrir, lo verdaderamente importante en él es que un día llegue a encontrarle un sentido a cada una de estas condiciones y particularmente a su sufrimiento. Nuestro paso por este mundo, en esencia, es alcanzar el objetivo de hacer valiosa nuestra existencia.
Ahora, si la vida humana incluye inexorablemente el sufrimiento, no nos queda otra opción que concluir, con Frankl, que bajo esta condición «solo existe una manera de hacer frente a la vida: tener siempre una tarea que cumplir».
¿Hace valiosa nuestra existencia y le da un verdadero valor a nuestra vida cumplir exclusivamente con la tarea de hacer dinero, aumentar indefinidamente nuestras comodidades personales y por lo tanto gozar de condiciones para disfrutar de un tiempo ilimitado de ocio? El caso de los suicidas de los que hemos venido hablando, que a pesar de haber ‘cumplido con esta tarea’ en un momento de sus vidas experimentan la sensación de frustración y vacío existencial, nos conduce a la conclusión de que el verdadero sentido y el verdadero valor de la vida está en entender que sobrevivir depende de que haya un ‘para qué’ o un ‘para quién’.
Lo que a los seres humanos nos hace indefectiblemente humanos, es decir, seres plenamente diferenciados de otros seres vivos es nuestra condición espiritual, entendiendo lo espiritual como la capacidad para trascender nuestra mera individualidad. Por este camino es que hay que comprender que el «hecho más humano es aquel de estar siempre dirigidos apuntando hacia algo o alguien distinto de uno mismo: hacia un sentido que cumplir u otro ser humano que encontrar, una causa a la cual servir o una persona a la cual amar», V. Frankl.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente con el título «Más acá del suicidio» en Al día con su salud (publicación de Unisalud), número 5, marzo de 2005. Su autor ha dado permiso para reproducirlo en ConTEXTO
A J. Alberto Camacho P., Psicólogo de Unisalud puedes escribirle alcapa@hotmail.com
Cuando se plantea el tema del suicidio, el común de las personas suele quedarse en la eterna polémica acerca de si es un acto de cobardía o de valentía. Sin embargo hay que dejar establecido que este no es el ‘meollo’ del asunto, sino que lo importante es trascender a una reflexión más profunda que se aproxime a evaluar las emociones y los sentimientos que muy probablemente acompañan a una persona en los momentos previos a la decisión de auto eliminarse.
Al tratar de dar cuenta del anterior planteamiento lo primero que se supone es la presencia, en el individuo que está a punto de suicidarse, de un cuadro de depresión -profunda tristeza, desmotivación, baja autoestima, grandes culpas- la cual seguramente corresponde a la reacción que hace ante una pérdida significativa que le está siendo difícil de elaborar y asimilar; podríamos hablar de que se trata de la muerte de un ser querido, de la pérdida inesperada del trabajo, de una ruptura afectiva o del diagnóstico de una enfermedad severa e irreversible, por enumerar algunas.
Sin embargo el aumento considerable de las cifras de suicidios y la constatación de que las condiciones afectivas y socioeconómicas de muchas de las personas que se suicidan son bastante adecuadas han llevado a que las investigaciones se orienten a indagar acerca de otras sensaciones que pueden conducir a la decisión de detener el transcurso de la vida.
«El verdadero sentido y el verdadero valor de la vida están en entender que sobrevivir depende de que haya un ‘para qué’ o un ‘para quién’»
Albert Camus afirmó en cierta ocasión que para los seres humanos «tan solo existe un problema auténticamente serio, y es (…) el de juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida…». En este contexto, podríamos decir que el interrogante ¿sobrevivir para qué? es seguramente una inquietud que acompaña a muchas personas antes de su decisión de suicidarse. Si partimos del supuesto de que a lo largo de nuestra existencia podemos llegar a alcanzar muchos éxitos, la conclusión obligada es que, para todos los seres humanos, la vida vale la pena ser vivida. Sin embargo, como ya se dijo, lo paradójico es que la cifra de personas que se suicidan a pesar de haber alcanzado logros importantes o estar rodeadas de condiciones de vida aceptables ha venido aumentando.
Al tratar de aclarar esta aparente contradicción entre éxito (comodidad, solvencia, compañía) y perder el interés por la vida, las investigaciones han derivado hacia la consideración de que si la condición que viven muchos suicidas no es precisamente la del fracaso ni la de la angustia socioeconómica, entonces es la del ‘vacío existencial’, la de experimentar la vida como algo carente de sentido.
«Para todos los seres humanos, la vida vale la pena ser vivida»
Víctor Frankl, padre de la logoterapia (terapia del sentido), afirma «… el riesgo de suicidio no depende de la intensidad de los impulsos suicidas dentro de una persona, sino de su respuesta a dichos impulsos; y su reacción, a su vez, dependerá fundamentalmente de si considera o no la supervivencia como algo pleno de sentido, aun cuando sea doloroso».
Si bien al ser humano hay que asumirlo como un ser con la capacidad para crear y para amar, también hay que asumirlo con la capacidad para sufrir, lo verdaderamente importante en él es que un día llegue a encontrarle un sentido a cada una de estas condiciones y particularmente a su sufrimiento. Nuestro paso por este mundo, en esencia, es alcanzar el objetivo de hacer valiosa nuestra existencia.
Ahora, si la vida humana incluye inexorablemente el sufrimiento, no nos queda otra opción que concluir, con Frankl, que bajo esta condición «solo existe una manera de hacer frente a la vida: tener siempre una tarea que cumplir».
¿Hace valiosa nuestra existencia y le da un verdadero valor a nuestra vida cumplir exclusivamente con la tarea de hacer dinero, aumentar indefinidamente nuestras comodidades personales y por lo tanto gozar de condiciones para disfrutar de un tiempo ilimitado de ocio? El caso de los suicidas de los que hemos venido hablando, que a pesar de haber ‘cumplido con esta tarea’ en un momento de sus vidas experimentan la sensación de frustración y vacío existencial, nos conduce a la conclusión de que el verdadero sentido y el verdadero valor de la vida está en entender que sobrevivir depende de que haya un ‘para qué’ o un ‘para quién’.
Lo que a los seres humanos nos hace indefectiblemente humanos, es decir, seres plenamente diferenciados de otros seres vivos es nuestra condición espiritual, entendiendo lo espiritual como la capacidad para trascender nuestra mera individualidad. Por este camino es que hay que comprender que el «hecho más humano es aquel de estar siempre dirigidos apuntando hacia algo o alguien distinto de uno mismo: hacia un sentido que cumplir u otro ser humano que encontrar, una causa a la cual servir o una persona a la cual amar», V. Frankl.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente con el título «Más acá del suicidio» en Al día con su salud (publicación de Unisalud), número 5, marzo de 2005. Su autor ha dado permiso para reproducirlo en ConTEXTO
A J. Alberto Camacho P., Psicólogo de Unisalud puedes escribirle alcapa@hotmail.com
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