CARLOS MONTEMAYOR: LA NOVELA COMO APORTE A LA
HISTORIOGRAFÍA DE LA GUERRILLA CHIHUAHUENSE EN LOS SESENTAS*
ARTURO E. GARCÍA NIÑO
“No hay ficción y no ficción, hay tan sólo narrativa.”
E.L. Doctorow
Descripción del terreno
HISTORIOGRAFÍA DE LA GUERRILLA CHIHUAHUENSE EN LOS SESENTAS*
ARTURO E. GARCÍA NIÑO
“No hay ficción y no ficción, hay tan sólo narrativa.”
E.L. Doctorow
Descripción del terreno
En la madrugada del 23 de septiembre de 1965 el cuartel militar de Madera, en Chihuahua, fue asaltado por un comando guerrillero cuyas cabezas visibles eran el médico Pablo Gómez y el profesor Arturo Gámiz, ambos muertos en el lugar de los hechos. La acción, ciertamente inspirada en el asalto al cuartel Moncada y en la Revolución Cubana, era el último acto de una serie iniciada con movilizaciones sociales en el campo chihuahuense y de un proceso de autodefensa campesina frente a los caciques acaparadores de bosques en contubernio con el gobierno del estado, mismos que contaron de siempre con el respaldo, o por lo menos la tolerancia cómplice, del gobierno federal. Era también, y sobre todo, la primera guerrilla de ideología socialista en el México postrevolucioanrio, la piedra de toque y evento fundacional y primigenio del movimiento guerrillero que cobraría importancia fundamental para la historia de las luchas sociales en el país durante los años setenta del siglo XX. Y más allá de las acusaciones de abigeos y gavilleros que cayeron desde el gobierno y los medios masivos de información sobre el grupo armado que llevó a cabo el ataque, Madera se incrustó en la memoria regional/nacional y se convirtió en algo incómodo tanto para las burocracias partidistas de una izquierda dogmática y prosoviética de aquellos tiempos y de los que siguieron, como para la academia. Motivo por el que la historiografía se ocupó poco, muy poco, del hecho durante los más de cuarenta años transcurridos desde que éste ocurrió,[1] quedando la entrega de las vidas de los luchadores sociales como algo aislado, descontextualizado y sin procesos vitales antecedentes ni consecuentes.
El tiempo dejó intacta la acción y los muertos pasaron a formar parte de los miles que como ellos vienen ofrendando en México sus vidas en aras de la justicia social; de la fraternidad, la libertad y la igualdad, pues. Cierto que los nombres de algunos de ellos vencieron a la anonimia, pero cierto también que todos aparecen sin historia, sin vida real antes de su muerte; más aún: menos sabemos de los sobrevivientes, de quienes lograron escapar al cerco luego de cometido el asalto. Este hueco informativo e interpretativo se vio cubierto con la aparición de Las armas del alba,[2] novela de Carlos Montemayor y un ejercicio narrativo que trasciende la novela histórica, porque aquí no existen personajes ficticios que actúan en un momento histórico determinado que sirve de espacio escénico. No. Estamos frente a la primera aproximación analítica que utiliza los recursos de la novela para dar cuenta de lo acontecido, echando mano de una sólida base informativa construida con fuentes documentales y, sobre todo, testimonios orales, producto ello de adentrarse en los terrenos cerrados de la clandestinidad, de las catacumbas que han arropado y servido de protección a los movimientos armados y a sus promotores -donde existe hoy todavía gente que a lo largo de los años ha cambiado de nombre y apellido hasta cuatro veces-; pero de igual manera obteniendo información metido en las cloacas policiales y de la inteligencia militar.
Así, no temiendo al conflicto político que en sí mismo representa el caso Madera, nuestro autor construye un texto hermanado temáticamente con su Guerra en el paraíso, novela que indaga e interpreta los procesos de existencia y lucha de la Brigada de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres, guerrilla comandada por el profesor Lucio Cabañas Barrientos en la sierra de Guerrero y heredera de Madera, que inserta la novelística en el terreno de la historiografía, ofreciendo el primer punto de vista ordenado y sistemático sobre la acción guerrillera en Madera y deviniendo ambas novelas, aunadas a La fuga del propio Montemayor, los textos -así, sólo esto, sin etiquetas de géneros o subgéneros- más importantes publicados hasta hoy sobre la guerrilla gerrerense cabañista y sobre la guerrilla chihuahuense en México.
Algunos precedentes literarios generales del tópico en cuestión
En una aproximación muy general la narrativa sobre los movimientos armados mexicanos de los setenta se detectan, desde nuestra particular perspectiva, dos vertientes más o menos claras:[3] una que bien pudiéramos llamar autobiográfica desde adentro -escrita por aquellos que fueron participantes en dichos movimientos o por quienes obtuvieron de primera mano los testimonios- y otra que vendría a ser autobiográfica desde afuera o desde la periferia -escrita por aquellos que conocieron a miembros de la guerrilla o a gente cercana a éstos o a quienes generacionalmente les marcó el movimiento armado-. En el primer caso estaría las novelas de Salvador Castañeda Por qué no dijiste todo (1980)[4] y Los diques del tiempo (diario desde la cárcel) (1991). En el segundo caso incluiríamos Al cielo por asalto, de Agustín Ramos (1979);[5] Veinte de cobre: memoria de la clandestinidad (1997),[6] novela de Fritz Glockner -hijo de Napoleón Glockner, miembro de las Fuerzas de Liberación Nacional, antecedente y origen del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y asesinado en los setenta-; La sangre vacía, de Rubén Salazar Mallén (1982);[7] Nuestra alma melancólica en conserva, de Agustín Del Moral Tejeda (1997);[8] y en cierta medida, y tangencialmente, La guerra de Galio (1990),[9] de Héctor Aguilar Camín. Vale decir que las dos novelas ya citadas de Carlos Montemayor, así como La Fuga, estarían también ubicadas en este segundo grupo, sin que por ello pierdan las características de método, estructura y óptica que les otorgan sus características específicas que las hacen diferentes y convierten a Las armas... en un aporte historiográfico específico acerca de la guerrilla chihuahuense. Estas diez obras condensan los puntos de vista conocidos hasta hoy sobre dichos movimientos en México[10] y son las muestras con que contamos y que sirven de puntos de referencia para contrastar los tres trabajos de Montemayor, autor dotado de una sensibilidad, compromiso social, perspicacia y acuciosidad demostrada no sólo en su narrativa, sino en su obra ensayística y en su trabajo como filólogo, traductor, autor de óperas y poeta.
Nuestro autor y las obras de que las cuales aquí se hablará
Los temas de interés para Montemayor -miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, por cierto, así como traductor de la poesía griega latina e indígena y de la mejor Carmina Burana en nuestro idioma- presentan un hilo conductor que los hilvana: la apuesta por lo humano y por el ejercicio vital en contra de la injusticia; algunas muestras narrativas de ello son Operativo en el trópico o el árbol de la vida de Stephen Mariner (1994) -cuento ganador del Premio Internacional Juan Rulfo convocado anualmente por Radio Francia Internacional-, Mal de Piedra (1980) y Minas del retorno (1982), Los informes secretos (1999). En el terreno del ensayo podemos ejemplificar con Los pueblos indios de México (2001), y Chiapas, La Rebelión indígena de México (2000a), donde su filiación con los movimientos populares queda de manifiesto. Mención aparte debe hacerse de Rehacer la historia (2000b), ejemplo de imaginación y método para el interrogatorio de fuentes documentales, así como el ejercicio heurístico y hermenéutico más sólido que se haya llevado a efecto con los archivos sobre el Movimiento del 68.
El compromiso manifiesto y probado de Carlos Montemayor con el ser humano que lucha por una mejor vida bajo la égida de la justicia social, además de su cercanía geográfica y generacional -nació en 1947 en Parral, Chihuahua-, impulsaron, sin duda, la escritura de Las armas del alba y le dejaron marcada la impronta del autor, misma que también se manifiesta en Guerra en el paraíso y en La fuga. Los dos primeros son textos narrados a varias voces que se superponen para ir creando una expresión coral donde cada actor aporta y desde ahí, desde su expresión personal, se autodefine, se ubica y toma partido sin caer en el maniqueísmo que conduce a la mitificación de unos y a la defenestración de otros; el tercero de ellos es una suerte de periplo
Al terminar de leer Las armas del alba y La fuga uno sabe que estas novelas debió haberlas escrito y publicado Montemayor antes que Guerra en el paraíso, y no sólo porque cronológicamente los hechos narrados en las primeras preceden -y son precedente- a lo acontecido en la segunda, sino porque lo contado y sus actores le son más cercanos al autor. El porqué no ocurrió así es cosa del novelista. Sin embargo, en la obra sobre la guerrilla de Lucio Cabañas ya aparecían datos y detalles que dejaban en claro que el escritor siempre consideró a Madera como el origen de los movimientos armados de los setenta -incluso a lo largo de ella se decanta una certeza: que el propio Lucio se consideraba críticamente heredero del grupo chihuahuense y de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria de Genaro Vázquez, ya que de ambos habla con respeto siempre-; por ejemplo: de la página 166 a la 170 de Guerra..., transcurre un diálogo, fechado el 7 de noviembre de 1966, entre Lucio Cabañas mucho antes de tomar las armas y Lupita -miembro del grupo que asaltó el cuartel de Madera-, donde ésta pide el apoyo del profesor para los guerrilleros que aún están en la sierra chihuahuense y Lucio le dice que fueron infiltrados por el militar -capitán Cárdenas Barajas- que los entrenó y que aún continúa ayudándolos -incluso él aporta el dinero con el cual la mujer se traslada a Guerrero-, que por eso los estaban esperando en el amanecer del 23 de septiembre las tropas del cuartel -hecho que se comprueba en la página 139 de Las armas…y en la 108 de La fuga-; y ahí mismo, en Guerra..., deja caer Cabañas una pregunta que ha sido compartida por muchos durante los casi cuarenta años que han transcurrido: “¿Tenían tanta prisa en morir?”, dice (170). En Las armas..., un diálogo entre Javier García Travesi y Salvador del Toro, agentes del ministerio público federal enviados para conducir el caso, apuntala la tesis de la infiltración y/o la delación; del Toro pregunta:
“-¿Los esperaban?
“-Revisa los diarios. Han publicado resúmenes de los hechos de armas
de la gente de Gámiz anteriores al asalto al cuartel de Madera...
“-Los denunciaron, entonces.
“-Alguien soltó la información, podría ser. O estaban infiltrados...” (100)
En La fuga, al preguntarle “Mono Blanco” a Ramón Mendoza -apodado “El Gatillero” en la prisión a causa de haber matado a un policía- por qué habían atacado el cuartel y si había sentido miedo éste le responde que el miedo había sido un estorbo y que el ataque había fallado porque, como había sabido después, hubo una traición:
“Nos traicionó el oficial que nos daba entrenamiento militar en la ciudad de
México. Por eso más de cien soldados estaban acampados afuera. Nosotros
éramos once y podíamos haber sometido a la guarnición que estaba en el
cuartel, que no eran más de cuarenta. Los tuvimos bajo control. Pero desde
la laguna, a nuestra espalda, comenzaron a avanzar más de cien soldados.
Así fue, Cuauhtémoc.” (108)
La infiltración que produjo la delación generó, a fin de cuentas, que los guerrilleros fueran esperados por el ejército, situación que se vio agravada por el hecho de que durante tres meses el grupo armado careció de noticias acerca de los movimientos de las tropas, como se describe en escenas transcurridas durante el primer tercio del mes de septiembre (Las armas…: 179-187). Ahí mismo asistimos a la discusión sobre la decisión del asalto y cómo Salvador Gaytán y Pablo Gómez manifiestan oposición por considerar que no se tienen las condiciones para ello; sin embargo, la argumentación de Arturo Gámiz consigue el apoyo suficiente para ir en pos del cuartel:
“-¿Por qué atacaron Saúl [Gómez, sobrino de Pablo], si los grupos no habían
podido reunirse?
“-Ellos discutieron si se atacaba en esas condiciones o no. Creo que mi tío
propuso no atacar… Parece que la última decisión la tomó Arturo.[11]
“-Las acciones armadas anteriores habían sido exitosas. Arturo y Salomón
[Gaytán] se sentían seguros.
“-Sí, habían emboscado a agentes judiciales y a soldados. No habían fallado.
Tenían confianza.
(…)
“-Esa idea de que nos traicionaron surgió casi inmediatamente,
¿recuerdas?…Y no detuvieron a nadie…No catearon casas que tenían
perfectamente localizadas. Era más bien un cerco para aterrorizarnos. Pero
seguíamos pensando que sólo tú y yo podíamos actuar abiertamente.
“-Tres semanas, Saúl, luego entramos en la clandestinidad.
“-Sí, después de dos meses hablábamos ya del ‘movimiento 23 de
septiembre´, lo que se pudiera llamar la tendencia estudiantil.” (Las armas...:
137-138)
Un detalle interesante que aparece tanto en Guerra… como en Las armas… es que la izquierda partidista de su tiempo no sólo manifiesta oposición a la lucha armada como vía de acceso al poder y medio para lograr la justicia social, sino que incluso muchos de sus integrantes llegan a ser delatores. Lo anterior es, quizás, el motivo por el cual existió durante mucho tiempo -¿o existe aún?- una tendencia en los partidos de izquierda mexicanos para negar el reconocimiento del caso Madera y de otros movimientos armados subsecuentes como parte de los cimientos en la construcción de la democracia nacional. El haber salido de la lógica prosoviética dominante en los sesenta y setenta condenó a dichos movimientos armados al olvido o, en el mejor de los casos, a ser acusados de manifestar una visión estrecha, local, de muy corto plazo y espontánea, lo que se desmiente con la lectura de por lo menos dos de las obras de Montemayor -Guerra... y Las armas...-. En ellas nos percatamos de que el asalto fue la culminación de una serie de movilizaciones en demanda de justicia social, defensa de la tierra y autodefensa campesina frente a la represión y violencia de los terratenientes apoyados por los gobiernos estatal y federal; y se vuelve a manifestar como refuerzo en La fuga:
“No había confusión en nosotros. Arturo Gámiz [dice Ramón Mendoza] lo
decía muy claramente. (...) Teníamos que hacerlo en algún momento. Y
comenzaron a matar gente nuestra. Cuando Salomón Gaytán se enfrentó a
Florentino Ibarra y a buena ley se le adelantó con velocidad en el arma, ya
nada se pudo detener después, porque enviaron al ejército y a la policía
detrás de nosotros. Casi dos años antes de que nos propusiéramos atacar
el cuartel de Ciudad Madera. ¿Me entiende? La lucha ya había empezado
así, antes.” (112-113)
De ahí se proyectó un proceso de organización campesino estudiantil, principalmente normalista, que mantenía relaciones para impulsar un movimiento nacional y que derivó hacia la lucha armada por la cerrazón de las vías legales y el incremento de la violencia gubernamental (Las armas…: 58, 59, 69, 96):
“-Pensábamos que la acción tendría una gran repercusión a nivel campesino y
de escuelas normales rurales. En ese momento había una efervescencia
tremenda y mucho contacto con otras normales rurales; yo recuerdo que Pablo
y Arturo sostuvieron pláticas en el Mexe, de Hidalgo, y en San Marcos,
Zacatecas.” (137)
Respecto a la posición de la Brigada de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres acerca de los alcances y objetivos de su actuar creemos que lo expuesto en la nota 12 ilustra sobre los alcances del mismo. Asimismo, puede leerse en muchos pasajes de Guerra… que muchos miembros de organizaciones guerrilleras urbanas subieron a la sierra de Guerrero en labores pedagógicas y para recibir adiestramiento físico y militar, así como la promoción de Cabañas en torno a crear una dirigencia general del movimiento armado nacional. Es claro también que Lucio Cabañas tuvo el cuidado de no hacer tabla rasa con todos los militantes del Partido Comunista Mexicano, precisando que si bien su postura como organización era opuesta a la lucha armada, no todos sus miembros eran delatores ni colaboraban con el gobierno:
“-Por eso ustedes deben conocer nuestra organización, nuestro trabajo en los
pueblos -intervino Lucio-. También ayudarnos en el estudio. Porque aquí la
gente es campesina y a muchos hay que enseñarlos a leer y a escribir, y no
sólo a discutir por los libros que no se han leído. Nosotros ofrecemos la sierra
para una reunión de todas las organizaciones partidarias. Y también ayuda
para suministrar equipo…
“-Pero insisto en el problema del Partido Comunista -repitió el de Los Guajiros-
Muchos compañeros desconfían porque tratan de negociar entre los grupos
armados y el gobierno.
“-Hace algunos meses me reuní con ellos –aceptó Lucio-. No quieren una
lucha armada, así es. Pero no veo por qué desconfiar. Hay algunos dentro del
Partido que están de nuestra parte. Sería equivocado desconfiar de todos.”
(Guerra…: 67)
Guerra…, Las armas…y La fuga, sobre todo el segundo, son trabajos sostenidos por una acuciosa investigación documental y de campo y un acontecer histórico que los sobredeterminan; en este sentido son eminentemente textos de no ficción, realistas, productos de una inteligencia analítica e interpretativa poco común; son también obras donde el talento como narrador de su autor aporta la cuota de ficción necesaria y justa que echa a andar la imaginación sin que ésta pierda jamás el contacto con lo realmente existente, sin mentir pero sin sucumbir ante el corsé que la propia historia tiene de suyo por ser eso ya: historia.[12]
En la novela que da cuenta de la guerrilla en Guerrero durante los años setenta las temporalidades y los espacios se van sobreponiendo y las voces se expresan a la manera de un coro operístico. La narración transcurre entre noviembre de 1971 -momento del secuestro de Jaime Castrejón Díez, gerente de la Coca-Cola en Guerrero, por el grupo guerrillero de Genaro Vázquez Rojas-, con algunos flash back a 1967 -la huída del profesor Lucio cabañas a la sierra luego de la represión gubernamental a un mitin pacífico en que participaba-, y diciembre de 1974 -la muerte del propio Cabañas a manos del ejército mexicano-, con dos flash front a 1975 y 1976; es decir que existe una línea narrativa cronológica que demarcan las dos fechas y hechos señalados, misma que es rota a lo largo del relato. Podemos decir también que inicia con la muerte de Vázquez Rojas y termina con la de Lucio Cabañas, pero atravesando la obra hay un hilo conductor que tiene sus antecedentes en la tradición histórica que la sierra guerrerense manifiesta como zona de conflictos y de resistencia popular desde la guerra independentista de José María Morelos y Vicente Guerrero, pasando por el zapatismo, la lucha de los copreros y del movimiento escuderista en pos de mejores condiciones de vida. Es asimismo una casi historia de vida de Lucio Cabañas, sus circunstancias, sus relaciones inmediatas y mediatas en lo esencial geográfico; un retrato serio y con pasión sin perder el sustento crítico que lo alimenta y guía. En este sentido, la apuesta de Montemayor
De entre las diversas propuestas de Guerra..., una se pondera sobre las otras: la guerrilla de Lucio cabañas fue el último grito armado que pudo haber llevado a “quemar el cielo”, luego de ello los movimientos armados entraron en una fase de descomposición y la represión se acentuó hasta lograr su total aniquilamiento. Pero hay más: la constatación de que en el país la tortura, la violación de los derechos humanos y la impunidad del ejército y la policía fueron recursos que se utilizaron en contra de la población civil que pudo, en algún momento, servir como base social del movimiento guerrillero; de que el terrorismo gubernamental fue decisivo en la desaparición de la insurgencia armada; de que a Genaro Vázquez lo atraparon vivo y lo asesinaron; de que los grupos guerrilleros mantuvieron nexos reales entre ellos -e incluso con los de otros países latinoamericanos-, pero jamás pudieron articular un accionar conjunto a causa de la intransigencia para con sus iguales, de la cerrazón, del matrimonio con verdades absolutas y de las formaciones marxistas elementales y
Planteada en varios planos temporales Guerra en el paraíso está levantada sobre una paciente y bien armada base documental. Con saltos en el tiempo, que van marcando los planos y niveles narrativos y dialogales, Montemayor construye una novela sólida en sí misma por su tema, por su no ficción que da pie a la imaginación de la realidad. Lo que cuenta el autor está en el terreno de lo posible, pero no de lo probable; a fin de cuentas éste es el cometido de la narrativa de ficción: imaginar la realidad, dar entrada al “qué tal que sí”. Y esa posibilidad de acontecer la extrajo el autor de documentos, periódicos, fotografías, testimonios, cartografía, declaraciones; con todo ello construyó el relato donde la figura de Lucio Cabañas se revela en sus últimos días con la certidumbre de seguir adelante. Éste, según Montemayor, no tenía un fin en el corto tiempo y veía hacia un largo futuro de lucha luego de rearticular sus diezmadas fuerzas. El caso no fue así y asistimos a él como espectadores privilegiados gracias al novelista; asistimos al testimonio de un momento fundamental y fundador de nuestro pasado inmediato: el tiempo cuando el ejército gobernó a la par que el poder civil, cuando la fuerza de las armas se encabalgó sobre la fuerza de la palabra, cuando un puñado de hombres y mujeres se enfrentó a un aparato bélico superior a ellos en todos los terrenos y sucumbió.
En La Fuga el relato en tercera persona del singular deja los resquicios necesarios para los monólogos interiores -y de diálogos con desconocidos fuera del presente- que viven los personajes presos y escapados en/de las Islas Marías durante 1973, deja caer también la reflexión de Cuaúhtemoc/”Mono Blanco”, mientras huye de las Islas Marías acompañado por el guerrillero Ramón Mendoza, en torno a la diferencia substancial, y la capacidad humana para controlar su propio devenir, entre ese territorio del vacío que es el mar y el espacio en tierra firme cada vez más acotado por el actuar humano:
“Era posible decidir el destino y la ruta en los ríos o en el mar, porque uno se
halla únicamente a merced de la voluntad propia, del empeño personal. En la
montaña o en la selva era imposible decidir por uno mismo: había muchas
presencias, muchas voluntades de tierra, de vegetación, de animales, de
campesinos. Ninguna seguridad era posible en tierra firme.” (78)
Prueba de lo anterior era precisamente la situación, producto del azar que sustenta la vida misma, que había provocado la captura, y posterior traslado a las Islas Marías, de Ramón Mendoza:
“Otro compañero y yo [cuenta Ramón ante pregunta de “Mono Blanco]
regresábamos a la ciudad de Chihuahua después de planear el segundo
alzamiento en la sierra. Llegamos muy noche y no traíamos dinero. Así
que decidimos irnos caminando a la casa de él. Una patrulla nos detuvo
por sospechosos y nos llevó a la comandancia de policía. Allí los tomé
por sorpresa, disparé al comandante y huimos en medio de todos los
policías. Después vino el enfrentamiento con ellos, cuando nos
persiguieron.” (108-109)
En Las armas… vuelven a manifestarse la superposición de tiempos y espacios y el coro operístico, pero el relato es aquí naturalmente circular, y decimos que naturalmente porque uno como lector sigue el hilo de los acontecimientos sabiendo y esperando arribar finalmente al principio: al alba en Madera, donde dispararon las armas un puñado de sinceros luchadores sociales que optaron por quemar el cielo al toparse con la represión e injusticia cotidianas que signaron y continúan signando este México nuestro. Dejaron así una cauda retomada cíclicamente por los movimientos sociales que hasta el día de hoy bregan tozudos por construir la real democracia, que vaya más allá de lo puramente electoral y se asiente en la vida cotidiana como apuesta por el respeto a las leyes y por una justa distribución de la riqueza.
Recuperando provisionalmente lo andado
La historia reciente se resiente: los acontecimientos de hace algunos años se revelan, en el hoy nuestro de cada día, como circunstancias atractivas, de las cuales puede salir alguna comprensión en torno a un país en cotidiana puja para insertarse definitivamente en el ejercicio de la democracia no sólo como forma de gobierno asentada en el documento y escamoteada en la práctica, sino como forma de vida que inunde lo público desde lo privado y viceversa. En este andar en pos de la democracia ampliada, el tramo de nuestros más recientes cuarenta años definió en buena medida ciertos espacios de la cultura política nacional, pero fueron quizás las décadas de los sesenta/setenta las que le marcaron el rostro a la nación en el sentido de la apertura de espacios a la disidencia en general a pesar y en contra de la represión imperante; por ejemplo: la emergencia de un periodismo crítico y diversificado, la consolidación de sindicalismo universitario independiente, la insurgencia sindical, los movimientos estudiantiles, la salida a las calles de los movimientos en pro de los derechos de las minorías sexuales y la emergencia de los movimientos armados sintetizados en las guerrillas rural y urbana, integradas por aquellos jóvenes que apostaron a la fuerza de las armas luego de convencerse que la fuerza de la razón y de sus expresiones no tenían cabida en el México de aquellos años.
Como buen salmón Montemayor, un intelectual incómodo para diestras y siniestras por fuerza de su heterodoxia, un escritor políticamente incorrecto, apasionadamente analítico, rigurosamente sensible y solidario sin tapujos y
Bibliografía
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Salazar Mallén, Rubén. La sangre vacía. México: SEP/Oasis.
* Una primera versión de este trabajo, incluyendo sólo el análisis de las novelas Guerra en el paraíso (1991) y Las armas del alba (, 2003), fue publicado en La palabra y el hombre. Revista de la Universidad Veracruzana no. 130, abril-junio de 2004. La presente versión es parte de un libro colectivo que saldrá a la luz en unos meses editado por la Universidad de Guadalajara y la Red Iberoamericana para el Estudio de las Izquierdas en América Latina (REIAL)
[1] Recientemente, en 2006, Verónica Oikion y Martha Elena García Ugarte compilaron, bajo el título de Movimientos armados en México, siglo XX y coeditado por El Colegio de Michoacán y el CIESAS, un conjunto de textos al respecto, en cuyo segundo tomo de los tres que integran la obra Víctor Orozco da cuenta de la guerrilla que asaltó el cuartel de Madera y las secuelas del mismo, texto que fue presentado en un foro académico de discusión que bajo el nombre de “La guerrilla en las regiones de México, siglo XX”, se llevó a efecto en julio del 2002 en El Colegio de Michoacán -de tal Foro proceden los trabajos que conforman los tres tomos compilados por Oikion y García Ugarte-, y cuya primera mención fue por nosotros conocida en un texto que, a propósito de los cuarenta años del asalto a Madera, publicó la citada Verónica Oikion en La Jornada Michoacán, con el título de “Ellos sabían por qué... A cuarenta años del asalto a Madera” -24 y 25 de septiembre de 2005-. Hay también un texto de Javier Contreras Orozco, editado por el propio autor en Chihuahua, titulado La guerrilla: del asalto al cuartel Madera al EPR (1998), y otro de Florencio Lugo Hernández, El asalto al cuartel de Madera. Chihuahua, 23 de septiembre de 1965 (2003). Asimismo, hace dos años vio la luz pública un texto de Laura Castellanos, cuyo título es México armado (2007), un puntual seguimiento de la guerrilla en México de 1943 a la fecha del cierre de la obra y donde se da cuenta del asalto al cuartel de Ciudad Madera; en ese mismo año se publicó Memoria roja. Historia de la guerrilla en México 1943-1968 (2007), escrita por Fritz Glockner, quien es también autor de otro libro acerca de la guerra sucia de los setenta: Cementerio de papel. Las historias de violencia y muerte se vuelven a escuchar en el Palacio Negro de Lecumberri (2004).
[2] Montemayor informó al publicarse Las armas del alba que ésta era la primera novela de una cuatrilogía acerca de la guerrilla en su estado natal, cuya segunda parte sería La fuga -después del asalto- (2007), la tercera la visión femenina de Madera y la cuarta tratará de manera integral la guerrilla en Chihuahua. Vale aclarar que el texto de Víctor Orozco ya citado fue escrito, por lo menos, en 2002, lo que no hace desmerecer el trabajo de Montemayor, aunque sí matiza nuestra afirmación acerca de que la novela de éste sea el primer texto historiográfico al respecto del asalto al cuartel de Madera.
[3] Para el caso latinoamericano puede consultarse a Cowie, Lancelot (1996).
[4] Ganadora del Premio de Novela Grijalbo.
[5] Editada en México en 1979 por ERA.
[6] Editada en México en 1997 por Joaquín Mortíz .
[7] Editada en México en 1982 por Oasis/SEP.
[8] Editada en México en 1997 por la Universidad Veracruzana.
[9] Editada en México por Cal y Arena en 1990.
[10] Existe un trabajo alejado del escenario mexicano, poco mencionado pero que es posiblemente la primera novela en torno a un movimiento guerrillero surgido en los sesentas: Los fundadores del alba, de Renato Prada Oropeza (1969) -ganadora del Premio Casa de las Américas en ese año-, la cual se ocupa de la guerrilla del Teoponte, en Bolivia.
[11] Este diálogo es una especie de análisis crítico y autocrítico de los hechos (Las armas...: 133-141 y 153-159), llevado a cabo por Saúl Gómez y por una mujer, que puede ser Lupita -quien aparece en Guerra… (166-170) platicando el 7 de noviembre de 1966 con Lucio Cabañas-, o la profesora, actriz y compositora de música de contenido social Judith Reyes, misma que también aparece en Guerra..., hablando con Cabañas antes de que ella parta hacia Francia y Alemania en labor de contactar a los grupos armados de esos países y preparar el terreno para que vayan tres guerrilleros a ser entrenados por Henry Curiel, veterano revolucionario que había luchado en Argelia; aquí, el dirigente de la Brigada de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres manifiesta una perspectiva amplia de relacionarse con las guerrillas del continente, mencionando a los uruguayos y peruanos como ejemplos a seguir (194-195).
[12] La narrativa historiográfica da cuenta de los hechos como según las fuentes documentales varias y los testigos aún vivos de los mismos dicen que acontecieron -y desde ahí extrae sus interpretaciones-; la narrativa de ficción permite, en algunos casos, dar cuenta de los hechos, basándose en fuentes documentales varias y en los testimonios de los testigos, como pudieron o, mejor aún, debieron haber acontecido -cuestión que lleva implícito el acto de la imaginación como aporte substancial sin que por ello se mienta.
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