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Entre comillas
Lourdes
Franyuti
Una verdad a medias es
semejante a una mentira piadosa; a ambas les faltaría un ínfimo detalle para
acercarse a la autenticidad, a la realidad, o bien, a la felicidad deseada. Siempre
me hago la misma pregunta: ¿dónde inicia la verdad y dónde termina la mentira?
Los extremos son profundos, secretos y radicales, razón por la cual he optado
por conservar el punto medio.
Un equilibrio en mi vida
es lo que desearía tener en estos momentos. Mi abrigo cubre un alma invernal, el
recuerdo de un viaje a París y un diario azul, melancólico y saturado de
confidencias personales. Observo que en el diario las fechas inician en enero,
revelando un secreto de veinte hojas. Si tuviera más tiempo, lo seguiría
llenando, incrustándole a cada página un matiz de primavera, convirtiendo la
alfombra de blanca nieve en vereda cálida.
Mi memoria camina por
Campos Elíseos y se sienta en una mesa de conocido café, repitiendo las letras
de la primera página de tan querido diario, inolvidables y bien cuidadas de
principio a fin. La sonrisa en los labios es definitiva; los recuerdos siguen
trabajando y éstos a su vez, se mezclan con el latido de un corazón sin rumbo,
abrasador y confundido entre tanta gente.
La pluma colocada dentro
del espiral subraya una palabra que pudiera haber pasado desapercibida en toda
la hoja, esa palabra que he desconocido por muchos años, la que he evadido por
diversas razones, entre otras: por temor a la opinión pública, al señalamiento
de una Sociedad implacable y al enfrentamiento contra mi inseguridad.
“Verdad” es el nombre
que le doy al concepto que tanto le temo. Esa palabra mal subrayada y que hasta
este instante reconozco. Disfraz tras disfraz he ido portando para escapar de
una realidad de la que huyo en silencio: Por mucho tiempo he estado rodeada de
amistades sin afecto, pero con los mejores abolengos de la ciudad; un título profesional
colgado en el ático sin ejercerlo, una silueta estilizada y a la vez
esclavizada por el gimnasio y rigurosa dieta, y lo peor, una sonrisa ensayada
millones de veces para embellecer un rostro frustrado y desconsolado por tanta
soledad.
Me quito el abrigo, lo
suelto y cae en el suelo; un viento helado rompe en mi cara, haciéndome sentir
la mujer más libre de todas. Volteo el diario y los recuerdos se quedan
estáticos, como si el tiempo se hubiera detenido… Las ideas se aclaran, cierro
los ojos y me observo feliz, frente a una cámara de televisión, como
corresponsal en la Ciudad de la Luz, teniendo como fondo la torre Eiffel, cubierta
de ropa térmica y gruesa gabardina, apenas con lo necesario para vivir, vista
por la audiencia televisiva y mejor aun, por los mejores amigos de mi pueblo
natal… Abro los ojos y ante mí, la nieve cayendo sobre los barrotes de mi
ventana, la dejo abierta y camino por todos los rincones de mi amplia y
elegante casa, si bien desolada, nada arrepentida de todo lo escrito en el
diario azul, de esas veinte hojas de verdad entre comillas.
1 comentario:
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