BORGES Y EL MISTERIO DE SWEDENBORG
Voltaire dijo que el hombre más extraordinario que registra la
historia fue Carlos XII. Yo diría: quizá el hombre más extraordinario -si es
que admitimos esos superlativos- fue el más misterioso de los súbditos de
Carlos XII, Emanuel Swedenborg".
Éstas son las palabras
inaugurales de Borges en la conferencia que pronunciara en la Universidad de
Belgrano sobre el místico sueco. Por la misma época en que leía la versión
escrita de esa conferencia, llegaba casualmente a mis manos una novela de
Balzac, una novela mística, inspirada justamente en Swedenborg: Serafita. Algún
tiempo después, volví a encontrar su nombre, en una vieja colección de ensayos
de Paul Valery.
Habiendo agotado mis esfuerzos por hallar textos de
Swedenborg en español, finalmente, y también de manera casual, di con una
biografía suya en inglés en la librería Strand de New York. Después de leerla,
volví a la Strand, buscando ahora libros escritos por Swedenborg. No hallé
ninguno. Por suerte un librero me informó que existía una Fundación Cultural
que llevaba su nombre. Y que esa Fundación se dedicaba casi exclusivamente a la
publicación de sus obras.
Ahora podía elegir. Y obedeciendo a mi natural disposición, comencé a leer sus escritos teológicos y místicos. Quedé maravillado. Durante casi tres años, alternaba toda otra lectura, con su prosa sosegada, coloquial y minuciosa. Pude leer su Arcana Coelestia, donde expone lo que él llama el sentido interno o espiritual de los dos primeros Libros de la Biblia; su cosmogónica doctrina de las correspondencias; sus travesías por el mundo espiritual; y sus habituales diálogos con los espíritus, los demonios y los ángeles.
Y toda esta íntima aventura del espíritu, es protagonizada por un hombre que al llegar a los cincuenta años era considerado como uno de los científicos más eminentes de su tiempo. Desde entonces, desde que descubrí el fabuloso mundo de Swedenborg, me propuse acercarme a Borges, para agradecerle el hallazgo, y para conversar con él (para oírlo hablar a él) sobre el tema. Cuando llegamos a la casa de Borges -nos había citado a las cinco de la tarde- interrumpimos una suerte de ceremonia todavía habitual entre ciertas familias; la ceremonia del té. En mangas de camisa, una impecable camisa blanca; erguido, Borges no se inclinaba para aproximarse a la taza: la elevaba hacia él, por así decirlo, como si se tratara de algún instrumento ritual. Apenas notó nuestra presencia; sin apresurarse, volvió a dejarla sobre la mesa con el mismo ademán mesurado y casi solemne. Entonces se puso de pie; y ahora sí, inclinó levemente la cabeza dándonos la bienvenida.
Al mismo tiempo que nos hacía pasar a la sala con expresiones de auténtica y espontánea cortesía, volvió a tomar asiento luego de excusarse. En seguida, acompañado por la doméstica, salió de la sala. La desenvoltura, la natural simpatía, y la afabilidad de su trato, neutralizaron de entrada esa fastidiosa sensación opresiva de los prolegómenos. Cuando regresó, lucía un regio traje de color pardo claro, se había puesto una corbata de un tono algo más oscuro, y empuñaba su emblemático bastón. Ahora nos recibía como anfitrión, con todas las de la ley; había cambiado su atuendo para cumplir con otra ceremonia, la ceremonia de la hospitalidad.
Se sentó en el amplio sillón de la sala, enfrente al mío, e inmediatamente recordó el tema que habíamos hablado un año atrás en el salón de lectura de la New York Library. Era el mismo que evocaríamos ahora, aquí en Buenos Aires, en su departamento de la calle Maipú; un tema recóndito y fascinante: Emanuel Swedenborg. Y Borges no aguardó la primera pregunta, era evidente que se trataba de una de sus ocupaciones predilectas: El Misterio.
Ahora podía elegir. Y obedeciendo a mi natural disposición, comencé a leer sus escritos teológicos y místicos. Quedé maravillado. Durante casi tres años, alternaba toda otra lectura, con su prosa sosegada, coloquial y minuciosa. Pude leer su Arcana Coelestia, donde expone lo que él llama el sentido interno o espiritual de los dos primeros Libros de la Biblia; su cosmogónica doctrina de las correspondencias; sus travesías por el mundo espiritual; y sus habituales diálogos con los espíritus, los demonios y los ángeles.
Y toda esta íntima aventura del espíritu, es protagonizada por un hombre que al llegar a los cincuenta años era considerado como uno de los científicos más eminentes de su tiempo. Desde entonces, desde que descubrí el fabuloso mundo de Swedenborg, me propuse acercarme a Borges, para agradecerle el hallazgo, y para conversar con él (para oírlo hablar a él) sobre el tema. Cuando llegamos a la casa de Borges -nos había citado a las cinco de la tarde- interrumpimos una suerte de ceremonia todavía habitual entre ciertas familias; la ceremonia del té. En mangas de camisa, una impecable camisa blanca; erguido, Borges no se inclinaba para aproximarse a la taza: la elevaba hacia él, por así decirlo, como si se tratara de algún instrumento ritual. Apenas notó nuestra presencia; sin apresurarse, volvió a dejarla sobre la mesa con el mismo ademán mesurado y casi solemne. Entonces se puso de pie; y ahora sí, inclinó levemente la cabeza dándonos la bienvenida.
Al mismo tiempo que nos hacía pasar a la sala con expresiones de auténtica y espontánea cortesía, volvió a tomar asiento luego de excusarse. En seguida, acompañado por la doméstica, salió de la sala. La desenvoltura, la natural simpatía, y la afabilidad de su trato, neutralizaron de entrada esa fastidiosa sensación opresiva de los prolegómenos. Cuando regresó, lucía un regio traje de color pardo claro, se había puesto una corbata de un tono algo más oscuro, y empuñaba su emblemático bastón. Ahora nos recibía como anfitrión, con todas las de la ley; había cambiado su atuendo para cumplir con otra ceremonia, la ceremonia de la hospitalidad.
Se sentó en el amplio sillón de la sala, enfrente al mío, e inmediatamente recordó el tema que habíamos hablado un año atrás en el salón de lectura de la New York Library. Era el mismo que evocaríamos ahora, aquí en Buenos Aires, en su departamento de la calle Maipú; un tema recóndito y fascinante: Emanuel Swedenborg. Y Borges no aguardó la primera pregunta, era evidente que se trataba de una de sus ocupaciones predilectas: El Misterio.
-"Yo escribí un prólogo a un libro sobre
Swedenborg a instancias del Sr. Spiers, de la Fundación Swedenborg. Y tengo en
proyecto (claro que a mi edad los proyectos son un tanto aleatorios) un libro
sobre las tres salvaciones; la primera es la de Cristo, que es de carácter
ético; la segunda es la de Swedenborg, que es ética e intelectual; y la tercera
es la de Blake, discípulo rebelde de Swedenborg, que es ética, intelectual y
estética, que se basa en las parábolas de Cristo, que él dice que son obras de
arte".
-Usted ya me había comentado cuando lo vi en Nueva
York que pensaba escribir un libro sobre Swedenborg...
-"Sí, pero ahora he pensado, que es mejor
hacerlo de ese modo. Comenzando con Jesús, luego Swedenborg y luego Blake.
Sería más fácil hacerlo así, ya que no se necesitarían tantos textos. Tengo la
edición de Everyman's Library (cuatro volúmenes), un par de biografías, un libro
por un especialista escrito en sueco y vertido al inglés ... ¿Usted quería
hacerme una pregunta?"
-Si. En primer lugar, me gustaría saber de qué
manera conoció usted a Swedenborg.
-"Lo conocí por Emerson. Porque Emerson tiene
un libro: "Representative Men". Ese libro está escrito un poco a la
manera de 'On Heroes Heroworship and the Heroic In History', de Carlyle, que
fue de algún modo su maestro; entonces, él toma distintos tipos humanos.
Recuerdo que son: Montaigne o el escéptico, Swedenborg o el místico,
Shakespeare o el poeta, Napoleón o el hombre del mundo y Goethe o el escritor.
Yo comencé leyendo ese libro. Ese libro lo leí en Ginebra en el año 14 ó 5; y
luego, mi padre tenía un ejemplar de 'Heaven and HeIl', Caelo et Inferno'; él
lo tenía en una edición de la Everyman's Library. Bien, yo leí ese libro y
encargué a Inglaterra los otros tres publicados por la misma editorial.
Publicaron cuatro libros de Swedenborg de acuerdo con la Sociedad Swedenborg de
Londres. Y luego en francés conozco solamente una versión de Caelo et lnferno'.
Swedenborg fue a Inglaterra porque quería conocer a Newton, y finalmente no
pudo lograrlo, qué raro, eh? Yo he hablado mucho sobre Swedenborg con el pintor
y místico argentino Xul Solar, yo era muy amigo de Xul, iba a casa de él en la
calle Laprida 1214, y leíamos a Swedenborg, leíamos a Blake, leíamos a los
poetas alemanes, leíamos al poeta inglés Swinburne y muchos otros textos".
-¿Qué impresión le dio la manera en que escribe
Swedenborg?
-"Bueno. Generalmente, los místicos, tienden a
escribir de un modo vago; él no. La obra de él es..., yo no diré prosaica, pero
sí precisa. Es un poco..., como si él hubiera ido a la China, o hubiera ido a
la India y describiera lo que ha visto."
-Como un científico...
-"Sí, claro. El llevó esa... casi aridez, esa
sequedad, esa precisión, a sus descripciones. Generalmente cuando se habla de
éxtasis, se usan metáforas del amor, o metáforas del vino, metáforas
arrebatadas. Pero en el caso de él no. El no busca efectos patéticos. El
describe lo que ha visto. En relación a esto recuerdo algo que me dijo Xul: 'Lo
que se ve en el otro mundo depende un poco de uno'. Hay un poema muy lindo de
Victor Hugo que expresa muy bien esta imagen: 'Ce que dit la Bouche d'ombre',
"Lo que dice la Boca de sombra"; el mismo espectro que le dice a
Nerón 'Soy Mesalina', le dice a Caín 'soy Abel'. Del mismo modo, las visiones
de los místicos musulmanes, de los sufíes, no concuerdan con las de los
cristianos. Quiere decir que hay como fuerzas o espíritus que cada uno ve de
acuerdo con sus prejuicios o conocimientos. Posiblemente esos mismos ángeles,
ese mismo Cristo, que él vio de ese modo, fue visto por místicos de otra
tradición de otro modo."
-Usted decía hace un momento que Swedenborg viajó a
Londres para conocer a Newton y que le parecía raro que no hubiera logrado
hacerlo. Sin embargo en esa misma ciudad, tuvo lugar su encuentro con Cristo.
-"Sí. Sé que el primer encuentro con Cristo
fue en Londres, y los otros también. El estuvo además en Alemania, Holanda, los
Países Bajos, pero finalmente se estableció en Londres. Tal vez el hecho de que
fijara su residencia en Londres está relacionado con esa experiencia. A partir
de ese momento su vida cambió totalmente. Abandonó el estudio de la ciencia;
por ejemplo: la anatomía, la astronomía, las matemáticas, y se dedicó a
registrar minuciosamente ese mundo espiritual. El diálogo con los ángeles
empezó a ser un hecho cotidiano para él".
-En el prólogo al libro de Synnestvedt sobre
Swedenborg, usted afirma que hay algo incómodo en su obra; que usted piensa que
él es un pensador por derecho propio, y que tal vez trató de enmarcar, o
acomodar su pensamiento al texto de la Biblia.
-"Yo no sé si en el caso de él, pienso que es
así en el caso de la cábala. En el caso de él creo que no. Además, el padre de
él era obispo, obispo evangélico, luterano. El tiene que haberse criado en un
ambiente muy piadoso. Yo no creo que eso le haya costado ningún esfuerzo a él.
Digo, que él pensaba naturalmente en el espíritu de la Biblia. Bueno..., mi
abuela, sabía de memoria la Biblia, en su familia eran metodistas. Usted hacía
una cita bíblica, y ella decía, 'sí', por ejemplo: 'Libro de los Reyes,
capítulo tal, versículo tal: y seguía adelante, o 'Libro de Job, capítulo tal
versículo tal...' Me parece que no es tan raro eso. En Alemania hay una
expresión que traducida, sería: firme en la Biblia", son las personas que
saben la Biblia de memoria."
-Una pregunta en relación al tema, pero vinculada
más directamente con usted. ¿Alguna vez desde su infancia hasta hoy, usted
percibió, sintió o intuyó la presencia del mundo angélico o trascendente?
-"No sé si llamarlo angélico o trascendente.
Pero sé que... bueno... Yo dos veces en mi vida he sentido el hecho de vivir
fuera del tiempo. Eso me ha ocurrido.., una vez fue en Palermo, y otra vez fue
en uno de los puentes detrás de la estación de Constitución. Y esas dos veces,
me habían sucedido cosas, bueno, que me habían conmocionado durante el día. No
sé... Una mujer me había dejado... Y de golpe estaba pensando en eso, y de
pronto me vi así, en tercera persona, y sentí: 'qué puede importarme lo que le
pasa a Borges, si yo soy Otra cosa; lo que me ha pasado es meramente
circunstancial.' Ahora, yo no sé cuánto 'tiempo' duró ese estado; pero yo me
sentí, no sé si feliz, pero como... bueno, como sereno, como arrebatado así de
todo. Y he tratado de decirlo, una vez en un poema y otra vez en prosa, pero no
sé si he logrado comunicar esa sensación. Cuando estuve en Japón tuve ocasión
de conversar con un monje budista, y él me dijo que había alcanzado el nirvana.
Yo le dije "¿Y aseguro que usted no podrá contármelo?".
-'No'- respondió, claro; porque cada palabra
presupone una experiencia compartida, por ejemplo; si usted está en Estados
Unidos, y habla con alguien y le dice 'tal cosa tenía gusto a mate', el
interlocutor no tiene porqué entenderlo si no conoce el gusto del mate...
Entonces, el monje, me dijo que su experiencia del nirvana era incomunicable;
que él podía hablar sobre el nirvana con otro monje que también lo había
alcanzado. Que él no sabia cuánto tiempo había durado, pero que después todo
era distinto para él. Le pregunté -'Distinto ¿en qué sentido?, ¿usted siente
todo igual que antes?'-'Sí'- me contestó, 'entiendo perfectamente lo que usted
quiere saber'. 'Yo siento soledad, siento ansiedad, siento alegría, siento
dolores físicos, siento placeres físicos siento los sabores de las cosas; pero
todo eso de un modo distinto después de alcanzar el nirvana'.
-¿Y de ese modo es mejor?' -'Si'- me dijo, -pero yo
no lo puedo explicar'. Y me di cuenta que tenía razón, que era algo
inexpresable. Esto fue en Nara. En un monasterio budista..." Un famoso
irlandés -que imaginó con riguroso fervor la tercera forma de salvación
postulada por Borges, la salvación por la belleza-, en otra conferencia, esta
vez en la Universita Popolare Triestina, exaltó, al igual que Borges, la
filiación espiritual del iracundo poeta inglés William Blake con el visionario
sueco. Dice James Joyce: "...Swedenborg, que frecuentó todos los mundos invisibles
durante largos años, ve en la imagen del hombre el mismísimo cielo, y a Miguel,
Rafael, y Gabriel, que según él, no son tres ángeles, sino tres coros
angélicos. La eternidad, que al discípulo amado y a San Agustín se les apareció
bajo la forma de ciudad celestial, y al Alighieri como rosa celestial, revestía
para el místico sueco las formas de hombre celestial, con todos sus miembros
animados por un fluido de vida angélica que sale y vuelve a entrar, en sístole
y diástole de amor y sabiduría. A partir de esta visión desarrolló el inmenso
sistema de lo que él denominaba correspondencias, y que domina su obra maestra
Arcana Coelestia, nuevo evangelio que, según él, anuncia la aparición del Hijo
del Hombre en los cielos, prevista por San Mateo".
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