LILI
FLORES: EL OBJETO POEMA SOBRE SEDA
Ignacio
García
El
trabajo del artista es una búsqueda infinita. En ese infinito él, en este caso,
ella, no cesa de inclinarse por una
inspiración totalmente poética: la fotografía, el lienzo, la tabla rasa, donde desborda ese flujo de imágenes venidas
de (Breton, dixit) “aquel otro lado”.
Causa
de todo ello, es el último quehacer artístico de Lili Flores, quien nos
presenta una obra que bien puede encajar en lo que llamamos poema-objeto: una
combinación entre cualquier ser inanimado (una bicicleta, una plancha para
alisar la ropa, un pez disecado o –para finalizar la larga lista—un lienzo de
seda sin destino que el puro atarla al
cuello y el viento se encargue de mostrar reverso y anverso del arte plasmado
en ella. Eso, un elemento sin ánima, y el toque del artista para hacer de éste,
a la vista del espectador, un poema visual cuyos antecedentes modernos se hallan en el
surrealismo con André Breton, y tienen sus insignes alumnos contemporáneos en artistas como Chema Madoz.
Lo
que Lili Flores nos ofrece, es realmente encantador. Pañoletas, mascadas,
almohadones, catfcanes, acompañados del poema-imagen; lo que convierte esos
objetos en luz para los ojos y asombro para quienes sólo sabemos del estampado
en serie. Quien luzca estas obras de arte, no sólo utilizará un adorno más:
llevará un objeto que trata de devolver a este mundo su capacidad de asombro, la
pregunta de si es posible dominar los embates de un mundo tecnocrático; y sabrá de paso que la poesía puede anudarse
visualmente al cuerpo: todo un privilegio para quien luzca estos lienzos o vaya
a la cama y una de esas almohadas lo lanza a sueños donde aquel infinito se
coloca a sólo dos dedos de distancia.
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