El cine mexicano sobrevive a la devastación provocada por la imponente mercadotecnia de Hollywood, principalmente como cine de autor. Con mucho esfuerzo, cineastas consagrados como Jorge Fons, Carlos Carrera o Marise Systach, y año tras año uno que otro joven que logra colarse entre las filas de autores como el mencionado Ricardo Benet contribuyen con largometrajes producidos, en parte, con el apoyo de Imcine.
Caso aparte, la postura más original y menos complaciente de Carlos Reygadas (Batalla en el cielo) y Amat Escalante (Sangre), autores cuya visión devastadora se halla a contracorriente de los mitos que, en general, el cine mexicano, el nuevo y el viejo, intenta preservar acerca de la mexicanidad. Pero cualesquiera que sean actualmente las tendencias de estos cineastas, resulta difícil encerrarlas dentro de los llamados ‘géneros cinematográficos’; más allá de una alternancia entre drama (La niña en la piedra) y comedia (Club eutanasia), en sentido estricto debería hablarse sobre todo de “tonos”. Claro, una discusión seria sobre este tema requiere de mucho más desarrollo.Buen momento para ver cine mexicano hecho en México; además de Noticias lejanas, en la cartelera de esta semana se codean dos películas nacionales, armadas de principio a fin, bajo la ley del género. Una de horror, Kilómetro 31, y otra de cine negro, Fuera del cielo. Destaca la preocupación de Rigoberto Castañeda y de Javier Patrón, los respectivos directores, por respetar las reglas y los mecanismos narrativos de estos dos géneros.
En general, para los cineastas mexicanos de hoy en día los géneros existen sólo como recurso o influencia; drama de educación sentimental, drama social, novela de la revolución, road picture, se combinan en la trama de la mencionada Noticias lejanas; drama social de clase, thriller, drama de expiación, incluso cine porno, en la controvertida Batalla en el cielo. Pero el género bien definido vende mejor, según la lección de Hollywood; dicho como mera observación, en su afán por decir mucho, al cine mexicano de autor le cuesta ceñirse a la estructura de los cánones.No es el caso de Kilómetro 31, reinterpretación de la leyenda de La Llorona en contexto urbano del México moderno, que dispone, mal que bien, de los modelos que imperan en el cine de horror de la actualidad, principalmente los orientales. Los hermanos Pang de Hong Kong y Tailandia (El ojo), Nakata (El aro, Agua oscura) de Japón, las coreanas Acacia o Las dos hermanas de Kim Jee-woon, entre otras tantas, imponen al niño como objeto de horror. Más que de Hollywood con sus resoluciones conciliatorias y dulzonas, donde todo ha sido una pesadilla, Castañeda toma del cine oriental la falta de escrúpulos para llevar todo a las últimas consecuencias.
El espectro de un niño espanta provocando la muerte de automovilistas, principalmente mujeres, en el kilómetro 31 de la carretera del Desierto de los Leones. Castañeda maneja como virtuoso los códigos del horror sin recurrir demasiado a los efectos especiales; prefiere crear atmósferas de suspenso en entornos asociados al miedo, bosques, túneles, hospitales; y aunque la precisión misma del código lo hace predecible –en el bosque se tiene que hacer de noche, los muertos (tipo El escapulario) vienen a ayudar a los vivos, las hermanas gemelas se comunican telepáticamente, etcétera–, los personajes de Kilómetro 31 viven, lo sepan o no, sometidos a una pasión, celos o culpabilidad, terreno propicio a los espectros y a las maldiciones.
Aunque existen buenos especímenes de horror en la historia del cine mexicano, el mencionadísimo El vampiro de Fernando Méndez por ejemplo, es una lástima que se haya explotado comercialmente tan poco en nuestro país. Como podrá comprobarlo el espectador con las reacciones del público, la proximidad y la familiaridad de los referentes, lugares y costumbres (Río Mixcoac, el uso del español mexicano) propicia mejor el miedo. ¿Lo conocido asusta cuando se torna extraño?
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