EL RECUERDO
En la sala hay un viejo reloj de madera. Alguien toca el reloj: el péndulo se detiene. La taza sigue llena sobre la mesa del jardín y el té está frío.
Julieta observa una y otra vez las fotos de su infancia, las vacaciones en París junto a sus padres, la casona de su abuela. Las fotos brillan bajo el sol de la fresca primavera. No tiene noción del tiempo, se devora los álbumes, los mira como si fueran joyas. Tal vez lo son.
En el fondo de una caja verde hay una foto amarillenta con los bordes entrecortados, despacio la desliza entre sus dedos y las lágrimas titilan en sus pupilas. Se inclina hacia atrás y observa la sala como buscando huellas. Se detiene en un cuadro de robustos marcos dorados. Hay una mujer retratada con un vestido rojo furioso, los labios color rubí, el pelo dorado recogido y unos ojos negros penetrantes. El cuadro irradia vitalidad, fuerza y personalidad.
Julieta vuelve a las fotos con la cara húmeda, se la seca con las mangas de la remera. Intenta agarrar otra de las cajas y del manotazo vuela la taza de té. Intenta desviar el líquido pegajoso –por el azúcar- pero no puede. Se derrama y cae como una catarata sobre la caja de fotos.
Juana, el ama de llaves, corre hacia el jardín y con el delantal trata de secar la mesa,
es inútil. Julieta grita desconsolada. La caja verde es una pequeña pileta marrón oscura en la que navegan muchos recuerdos. Logran salvar algunas fotografías, pero tienen un manchón amarillo.
Sentada en el piso brotan lágrimas, Juana se sienta a su lado también llora, se abrazan.
Julieta ha perdido la foto preferida de su madre, es la del día del compromiso con su papá.
Para consolarla, Juana le dice que en el fondo quedan cinco cajas más. Pero Julieta sólo quiere la de “ese” día. Ambos están junto al reloj que tanto gusta a las dos familias. Es austriaco, una reliquia del siglo IXX, el único recuerdo tangible y vivo de sus padres que hay en la casa.
Lo miran juntas, como si a través de él vieran algo más.
Juana vuelve a la cocina y Julieta va en busca de su diario y comienza a escribir: “En la sala hay un viejo reloj de madera. Alguien toca el reloj: el péndulo se detiene.”
NOSOTROS, LOS DE ENTONCES
Se levantó un silencio oscuro entre nosotros, los puentes que nos unieron se esfumaron. Ahora las miradas están borrosas, y las palabras nos cuestan. Las noches son eternas, nuestros sueños empañados lloran sin consuelo.
La confianza es un rompecabezas del cual hemos perdido piezas. Se desdibujó la ilusión del amor.
Un corazón se hizo trizas. El otro se marchó, y seguimos ahí, ausentes.
Ninguno se pregunta si todavía existe una luz por encender.
Los motivos están conjugados por los tiempos, y estallamos de incomprensión.
Las decisiones quedaron estampadas en la pared como un collage. Las madrugadas son dueñas de la soledad y las horas solitarias marcan el camino de la despedida. Este mundo sin dos no camina, pero de otro modo no será...
Uno de nosotros siente que cae en un abismo y no me preguntes quién...
En el fondo de la casa están los faroles que iluminaban nuestras risas, entonces la música se encendía y la fiebre del baile no conocía final.
Éramos tan jóvenes, audaces y fieles...
No procurábamos ser eternos.
Seducíamos todas las lunas, conquistábamos cada sol. Pero cuando quisimos encausar los ríos hacia un mismo mar, nos dimos cuenta que estábamos en diferentes puertos.
Escucho nuestros latidos en el eco de las montañas, ojalá alguno de los dos los guarde. Son el recuerdo de un pasado que parecía más fuerte que una ópera, pero que la realidad despertó de aquel teatro infantil.
Julieta observa una y otra vez las fotos de su infancia, las vacaciones en París junto a sus padres, la casona de su abuela. Las fotos brillan bajo el sol de la fresca primavera. No tiene noción del tiempo, se devora los álbumes, los mira como si fueran joyas. Tal vez lo son.
En el fondo de una caja verde hay una foto amarillenta con los bordes entrecortados, despacio la desliza entre sus dedos y las lágrimas titilan en sus pupilas. Se inclina hacia atrás y observa la sala como buscando huellas. Se detiene en un cuadro de robustos marcos dorados. Hay una mujer retratada con un vestido rojo furioso, los labios color rubí, el pelo dorado recogido y unos ojos negros penetrantes. El cuadro irradia vitalidad, fuerza y personalidad.
Julieta vuelve a las fotos con la cara húmeda, se la seca con las mangas de la remera. Intenta agarrar otra de las cajas y del manotazo vuela la taza de té. Intenta desviar el líquido pegajoso –por el azúcar- pero no puede. Se derrama y cae como una catarata sobre la caja de fotos.
Juana, el ama de llaves, corre hacia el jardín y con el delantal trata de secar la mesa,
es inútil. Julieta grita desconsolada. La caja verde es una pequeña pileta marrón oscura en la que navegan muchos recuerdos. Logran salvar algunas fotografías, pero tienen un manchón amarillo.
Sentada en el piso brotan lágrimas, Juana se sienta a su lado también llora, se abrazan.
Julieta ha perdido la foto preferida de su madre, es la del día del compromiso con su papá.
Para consolarla, Juana le dice que en el fondo quedan cinco cajas más. Pero Julieta sólo quiere la de “ese” día. Ambos están junto al reloj que tanto gusta a las dos familias. Es austriaco, una reliquia del siglo IXX, el único recuerdo tangible y vivo de sus padres que hay en la casa.
Lo miran juntas, como si a través de él vieran algo más.
Juana vuelve a la cocina y Julieta va en busca de su diario y comienza a escribir: “En la sala hay un viejo reloj de madera. Alguien toca el reloj: el péndulo se detiene.”
NOSOTROS, LOS DE ENTONCES
Se levantó un silencio oscuro entre nosotros, los puentes que nos unieron se esfumaron. Ahora las miradas están borrosas, y las palabras nos cuestan. Las noches son eternas, nuestros sueños empañados lloran sin consuelo.
La confianza es un rompecabezas del cual hemos perdido piezas. Se desdibujó la ilusión del amor.
Un corazón se hizo trizas. El otro se marchó, y seguimos ahí, ausentes.
Ninguno se pregunta si todavía existe una luz por encender.
Los motivos están conjugados por los tiempos, y estallamos de incomprensión.
Las decisiones quedaron estampadas en la pared como un collage. Las madrugadas son dueñas de la soledad y las horas solitarias marcan el camino de la despedida. Este mundo sin dos no camina, pero de otro modo no será...
Uno de nosotros siente que cae en un abismo y no me preguntes quién...
En el fondo de la casa están los faroles que iluminaban nuestras risas, entonces la música se encendía y la fiebre del baile no conocía final.
Éramos tan jóvenes, audaces y fieles...
No procurábamos ser eternos.
Seducíamos todas las lunas, conquistábamos cada sol. Pero cuando quisimos encausar los ríos hacia un mismo mar, nos dimos cuenta que estábamos en diferentes puertos.
Escucho nuestros latidos en el eco de las montañas, ojalá alguno de los dos los guarde. Son el recuerdo de un pasado que parecía más fuerte que una ópera, pero que la realidad despertó de aquel teatro infantil.
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