La crítica de arte en México es y ha sido oficio de poetas, pues, al igual que en la poesía, en la crítica de arte de lo que se trata (lo que se retrata) es justo aquello que nos está velado, aquello que el poeta ve para (y por) nosotros: una prolongación de lo que el cuadro le ha revelado, un atisbo de esa parcela (oscura o luminosa) que el cuadro guarda, oculta en su interior.
¿Cuál es la tarea del crítico de arte? Quentin Bell respondió a esta pregunta con las siguientes palabras:
La tarea del crítico es decir la verdad sobre un tipo de hechos que no pueden comprobarse, es decir, sobre sus propios sentimientos. La labor del historiador de arte en cambio, es la de decir la verdad sobre la clase de hechos que pueden comprobarse, desechando, si fuera necesario, sus propios sentimientos.
Leonardo Sciascia decía que «cuando un edificio canta, es arquitectura». Al leer a Dionisio Morales, uno intuye que él, no sólo suscribiría las palabras del gran novelista italiano, sino que ésta concepción (este requerimiento musical) forman parte sustancial de su trabajo, uno intuye que para él un cuadro sin misterio es un cuadro (más que silente, más que amordazado) mudo, inexpresivo. Y por ello se da a la amorosa tarea de hallar los ritmos, las cadencias, las formas, la música silente o (cómo él la llama) «la poesía muda» que emana (o debe emanar) de un cuadro, de una escultura, de una fotografía, para convertirse en arte.
Y en las manos de Dionisio (o mejor dicho, bajo sus ojos, en sus palabras) las artes plásticas son materia del gozo y de la escritura, de la reflexión, de la interpretación y de la invención poética.
Sabedor de que, como bien decía Villaurrutia, toda crítica es autocrítica, Música para los ojos es a un tiempo, un libro de ensayos sobre las artes pláticas, un amplio y heterodoxo recorrido por las artes plásticas de la segunda mitad del siglo XX y lo que va de éste, pero también un libro de memorias, de investigación, un mapa sentimental y, más que simples muestras de admiración («notas críticas» como modestamente las llama él), son amorosos testimonios, visiones de cálidas geografías, de cálidas geometrías que le llenan de excitación los ojos y las palabras, diálogos, sí, pero también soliloquios, paseos por «los extraordinarios laberintos y las resbalosas profundidades de la pintura».
«El erotismo –escribe Dionisio en su ensayo dedicado a Gonzalo Utrilla– es el elemento primordial del amor: Existe erotismo hasta en una mirada, siempre y cuando se desentrañe el mundo interior que está por revelarse/rebelarse» En buena medida el mundo, los mundos que la mirada de Dionisio nos entrega, son mundos dominados por la pasión. Una pasión que parece gemela de la que permea su mirada y su voz. Una mirada audaz y tierna a la vez, que no busca tanto apresar para sí, como trascender, contagiar y renovar entusiasmos sin cesar. Una mirada que arde en su propia pasión y se ilumina y se descubre sedienta de inmensidad. Un sed que el arte, como el amor, calman y renuevan. «Si el deseo es bello –escribió Jacqueline Kelen– es porque hace olvidar durante algún tiempo la insuficiencia humana. Hace salir al hombre de su casa, lo invita a lo desconocido. Abre una brecha en la coraza y, tal vez, una escotadura en el firmamento».Y lleva a quien posee a ver lo que los otros no ven, a oír lo que los otros están impedidos de comprender: esa música silente que Dionisio, en apariencia sin esfuerzo, encuentra aquí y allá. Reproduzco dos pequeños fragmentos manera de ejemplo:
«La pintura de Alejandro Chacón abarca planos y disquisiciones relevantes, cuyas liberaciones silenciosas redondean, o mejor dicho, definen con sapiencia propuestas que lo mismo edifican arquitecturas musicales para zarandear los distintos estados de ánimos, que corporiza la negritud del alma embalsamándola al compás de sus pasmosas coloraciones que se integran con naturalidad a las texturas para idealizar su concepción a la hora de su amoroso sometimiento. El resultado es una obra cálida que en su entraña guarda o esconde celosamente la más absoluta piedad a la verdad del hombre»
«De cada uno de los cuadros de Gonzalo Ceja nace una como música secreta, silenciosa, apenas audible a los sentidos de aquellos cuyas miradas iventa la caja de resonancias donde la imagen sueña y se apacienta después de un relampagueante recorrido, que sacude, alumbra, penetra, recorre, posee el hálito escondido en la incosciencia, rasgo de vida más allá de la vida cotidiana. Esa mudez canta, pero dentro de nosotros, apacigua exilios involuntarios y voces interiores fincadas en un mismo espacio: la pintura»
Creo que cada uno de sus lectores encontrará distintas resonancias, distintas certezas, pero un mismo acento intimo y poético, una generosa mirada que ve, que va más allá y regresa a contarnos, a cantarnos sus hallazgos, mismos que, más que deslumbrar al lector, lo iluminan, lo hacen partícipe de sus búsquedas y descubrimientos.
¿Qué oímos al leer a Música para los ojos? Oímos, creo, el rasgarse de las nubes al ser heridas por la luz, el rumor de la hierba al crecer, oímos el sonoro color y las coloridas palabras de Dionisio Morales que nos invitan a soñar con los ojos abiertos.
¿Cuál es la tarea del crítico de arte? Quentin Bell respondió a esta pregunta con las siguientes palabras:
La tarea del crítico es decir la verdad sobre un tipo de hechos que no pueden comprobarse, es decir, sobre sus propios sentimientos. La labor del historiador de arte en cambio, es la de decir la verdad sobre la clase de hechos que pueden comprobarse, desechando, si fuera necesario, sus propios sentimientos.
Leonardo Sciascia decía que «cuando un edificio canta, es arquitectura». Al leer a Dionisio Morales, uno intuye que él, no sólo suscribiría las palabras del gran novelista italiano, sino que ésta concepción (este requerimiento musical) forman parte sustancial de su trabajo, uno intuye que para él un cuadro sin misterio es un cuadro (más que silente, más que amordazado) mudo, inexpresivo. Y por ello se da a la amorosa tarea de hallar los ritmos, las cadencias, las formas, la música silente o (cómo él la llama) «la poesía muda» que emana (o debe emanar) de un cuadro, de una escultura, de una fotografía, para convertirse en arte.
Y en las manos de Dionisio (o mejor dicho, bajo sus ojos, en sus palabras) las artes plásticas son materia del gozo y de la escritura, de la reflexión, de la interpretación y de la invención poética.
Sabedor de que, como bien decía Villaurrutia, toda crítica es autocrítica, Música para los ojos es a un tiempo, un libro de ensayos sobre las artes pláticas, un amplio y heterodoxo recorrido por las artes plásticas de la segunda mitad del siglo XX y lo que va de éste, pero también un libro de memorias, de investigación, un mapa sentimental y, más que simples muestras de admiración («notas críticas» como modestamente las llama él), son amorosos testimonios, visiones de cálidas geografías, de cálidas geometrías que le llenan de excitación los ojos y las palabras, diálogos, sí, pero también soliloquios, paseos por «los extraordinarios laberintos y las resbalosas profundidades de la pintura».
«El erotismo –escribe Dionisio en su ensayo dedicado a Gonzalo Utrilla– es el elemento primordial del amor: Existe erotismo hasta en una mirada, siempre y cuando se desentrañe el mundo interior que está por revelarse/rebelarse» En buena medida el mundo, los mundos que la mirada de Dionisio nos entrega, son mundos dominados por la pasión. Una pasión que parece gemela de la que permea su mirada y su voz. Una mirada audaz y tierna a la vez, que no busca tanto apresar para sí, como trascender, contagiar y renovar entusiasmos sin cesar. Una mirada que arde en su propia pasión y se ilumina y se descubre sedienta de inmensidad. Un sed que el arte, como el amor, calman y renuevan. «Si el deseo es bello –escribió Jacqueline Kelen– es porque hace olvidar durante algún tiempo la insuficiencia humana. Hace salir al hombre de su casa, lo invita a lo desconocido. Abre una brecha en la coraza y, tal vez, una escotadura en el firmamento».Y lleva a quien posee a ver lo que los otros no ven, a oír lo que los otros están impedidos de comprender: esa música silente que Dionisio, en apariencia sin esfuerzo, encuentra aquí y allá. Reproduzco dos pequeños fragmentos manera de ejemplo:
«La pintura de Alejandro Chacón abarca planos y disquisiciones relevantes, cuyas liberaciones silenciosas redondean, o mejor dicho, definen con sapiencia propuestas que lo mismo edifican arquitecturas musicales para zarandear los distintos estados de ánimos, que corporiza la negritud del alma embalsamándola al compás de sus pasmosas coloraciones que se integran con naturalidad a las texturas para idealizar su concepción a la hora de su amoroso sometimiento. El resultado es una obra cálida que en su entraña guarda o esconde celosamente la más absoluta piedad a la verdad del hombre»
«De cada uno de los cuadros de Gonzalo Ceja nace una como música secreta, silenciosa, apenas audible a los sentidos de aquellos cuyas miradas iventa la caja de resonancias donde la imagen sueña y se apacienta después de un relampagueante recorrido, que sacude, alumbra, penetra, recorre, posee el hálito escondido en la incosciencia, rasgo de vida más allá de la vida cotidiana. Esa mudez canta, pero dentro de nosotros, apacigua exilios involuntarios y voces interiores fincadas en un mismo espacio: la pintura»
Creo que cada uno de sus lectores encontrará distintas resonancias, distintas certezas, pero un mismo acento intimo y poético, una generosa mirada que ve, que va más allá y regresa a contarnos, a cantarnos sus hallazgos, mismos que, más que deslumbrar al lector, lo iluminan, lo hacen partícipe de sus búsquedas y descubrimientos.
¿Qué oímos al leer a Música para los ojos? Oímos, creo, el rasgarse de las nubes al ser heridas por la luz, el rumor de la hierba al crecer, oímos el sonoro color y las coloridas palabras de Dionisio Morales que nos invitan a soñar con los ojos abiertos.
Dionisio Morales, Música para los ojos, Universidad Autónoma Metropolitana,
México, 2005. 287 pp.
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