Pudieron bautizar el lugar como Valhalla, pero el hospital siguió el esquema de comunión de los socialistas utópicos, tan concretos como los koljoses soviéticos y los kibbutz de Israel. Las grandes comunas de trabajo, como las implementadas por el marxismo en China, y el modesto falansterio, según el sistema de Fourier. Los poetas ingleses del momento del cambio, sintieron el mismo ardor utopista de los teóricos. Shelley, yerno de William Godwin, habla de “los continentes sin reyes, sin pecados, como el Edén”. En Prometeo liberado cree que el hombre debe atravesar la etapa del mal para alcanzar la época del triunfo del bien, donde es y gobierna rey de sí mismo, justo, amable, sabio, libre. La tuberculosis es una sentencia de muerte en el alfabeto pánico. Los habitantes de la ciudad de Xalapa de principio de siglo sufren las indolencias fatales que a tumba o a perpetuo presidio condenan cuando la lesión primaria se calcifica y el mal se contiene incurable, luego este tipo de enfermos son confinados en un rancho al pie del Macuiltepetl, cono simbólico de la flor de la niebla, clima de fiebres, púas. Ay Macuiltepetl, abomina la boca que predice desgracias, repudia los ojos que únicamente ven zodíacos funestos. En 1934, Miguel Dorantes, médico egresado del Colegio Militar, llegó a hacer sus prácticas de servicio social al cerro totalmente deforestado. El joven halla la caja pandórica, que de universal resumen tantas desgracias surgieron, en la cabaña de aislamiento, no menos digna que los lazaretos y leprosarios de los tiempos bíblicos. El galeno enuncia una palabra, una cifra, una medicina y retrocede engañada la muerte. Encontramos de súbito, pura, luminosa, la talismánica esperanza. Él empieza extendiendo la invitación a patrocinadores y donantes, termina con una rifa, lo que le permite cerrar el paso a los tristes y errantes soñadores. Talleres y granjas son construidos por la comunidad y la célula social básica es, a imitación del feudalismo celta, la parroquia. En este caso, el hospital de Macuiltepetl. Las autoridades conceden el nombre oficial. La sociedad civil concede el milagro. Dios es la explicación más simplista. El hombre inventó a Dios y la eternidad por dos razones: la primera, para no morir. La segunda, para ver nuevamente a los seres amados. No obstante, Taw-Resch-Samech-Waw fue nombrado el amo del dolor por el Pathos, la raza de esos seres etéreos que éticamente regulan los universos. Para Taw-Resch-Samech-Waw, quién nada sabía de la paciencia del tiempo o la expansión en el espacio, le fue encomendada la tarea eterna de propiciar sufrimiento a la miríada de mundos y entes que habitan en el cosmos. Taw-Resch-Samech-Waw no fue la primera elección, hubo otros señores del dolor. No muchos, un puñado de lémures en formación. El porqué no duraron en su función es una interrogante. Taw-Resch-Samech-Waw no se lo preguntó, ni antes ni después que pulsó una lira de melancolía para callar a la flor susurrante en los bosques taciturnos de Aldebaraan, clavó una espina de miedo a una burbuja inteligente en el barro de Acaras III, redujo a la mitad una longitud de onda capaz de producir exquisitas melodías atonales en los truenos prolongados de Sidon beta V, modificó los placeres de una penosa cosa babosa dentro de las cuevas de metano de Zzzyyy V, concedió enfermedad y pobreza a una mujer llamada Dolores Aquino para alcanzar a las especies en peligro de extinción en un insignificante planeta llamado Sol III, Urantia, Tierra. Él fue elegido entre un remolino de soles y su trabajo era irrigar la calibrada y suficiente porción de sufrimiento como determinaba el Pathos. No eran admisibles la culpa o los remordimientos, excepto el cumplimiento del deber. Era su misión. Empezó mucho tiempo atrás, cuya única referencia a la historia lo constituye el gran océano muy pronto a convertirse en el desierto de Gobi. Ha visto el paramecio convertirse en algo aventajado a la ameba. Creció con éste a la agitación combativa de los centímetros como capas de eternidad. Bienvenido seas a los sedimentos de materia fósil y caliza sobre los cuales están formados los estratos del pasado.
Ahora, se enfrentaba a Miguel Dorantes.
Dolores Aquino nació en una minúscula población del cambiante mapa de la primera guerra mundial. No conoció al padre y el nombre de la madre fue tan equívoco como la referencia de su ciudad natal. Ella abandonó Europa en los años 20, viajando de polizonte en un barco con destino a Bolivia. Hacia 1930, encontró la tierra prometida, superó un divorcio y engordó. La adolescencia se caracterizó por una belleza rebelde y desfachatada, la juventud por su aptitud para la imitación. Si se tratara de acumular nombres, sería fácil insertar una extensa nómina de quienes pagaron un bienfait, pero no lo haremos, pues la utilidad de esa lista no sería mucha para disculpar una pieza de colección. No servía para otra cosa. Dolores Aquino amó la hermosura, el poder, la gracia, el dinero, el lujo, los besos y la música. La vida era un circo, convirtiendo en virtud la negación de los embarazos, el abuso del sexo, la proclividad al suicidio, el exilio interior y exterior, el consumo de cigarro y alcohol. Los espíritus del licor eran los mismos de su altivez. Dolores Aquino era una cuba, una alcohólica tan sumergida en la botella de trapiche que los próximos años llegó a ser irreconocible a través del vidrio. Intoxicada, pero quieta, en un patio de vecindad, Dolores Aquino, edad 24 años, peso 48 kilos y a la baja, cabello negro y maltratado con zonas de alopecia, ojos rojos y dilatados, ceremoniosamente contrajo la tuberculosis. Así de simple, así de despreocupada, que para nada diera cuenta del menoscabo sufrido hasta que su ingreso al hospital fue inútil. Dolores Aquino murió. El cerebro hizo corto circuito, sus pulmones dejaron de escupir sangre, su corazón detuvo el bombeo y el aliento con desventurada halitosis dejó de salir de sus labios. Ella murió. Fin de la historia, principio de la historia. Mientras su cuerpo yace en la sala de disección, un vapor verde llega al cadáver cuya fama fuera Dolores Aquino. Lo toca, lo envuelve, lo penetra. Taw-Resch-Samech-Waw estaba en el planeta Tierra, Urantia, Sol III.
-¿Cómo te llamas? –el doctor Dorantes pregunta a la paciente.
-Dolores, Dolores creo yo –responde con voz débil y pectoral. –Doctor, yo he estado un poco enferma, ¿sabe?
Miguel Dorantes se acomoda el estetoscopio en los oídos y revisa el pecho de la mujer.
-Sí, eso es lo que soy: Doctor. Yo soy un vendedor ambulante de la salud. El único problema es que no soy tan bueno como quisiera llegar a serlo, pero al menos he llegado a crear trastornos importantes aquí, allá y acullá. Y decir a mi conciencia que estoy haciendo algo correcto. Verás, no quise declararte muerta.
Dolores Aquino mira fijamente al doctor y deja asomar un fuego guardado detrás de las ojeras acentuadísimas. Estrellas fugaces iluminan el alma obscura tan emocionante como perder el sentido.
y...
Taw-Resch-Samech-Waw, encerrado en la migraña del día, comprende una pequeña lección. Este organismo bípedo, con base en el carbón y otras substancias que no podrían unirse por un instante en la rigurosa química del espacio, estaba muriendo demasiado tranquilo a partir de su nacimiento, porque su destino es pertenecer a un ciclo de vida. Ciertamente, después de cada horror, un mortal se repite: Ahora empieza el alivio. No, no existe tal alivio, sino una pausa para trabar el siguiente horror, pero uno es capaz de pensar cualquier cosa para librarse de la quemadura de su realidad. Taw-Resch-Samech-Waw observó al peculiar ser humano, el producto de la matriz del círculo. Y supo que tenía que ir más lejos, experimentar a fondo con su problema. El vapor espiral que era Waw-Waw-Waw sale de los ojos de Dolores y entra cuidadosamente a los de Miguel Dorantes. Y Taw-Resch-Samech-Waw sintió la irritación de un nociceptor dispuesto para todas las formas vivientes en el universo. Taw-Resch-Samech-Waw supo. Taw-Resch-Samech-Waw jugó a perderse en otro, porque él era el amo del dolor, no un despistado turista perdido en el país de alodinia. Éste subió a la mente de Miguel Dorantes, de nuestro débil e insatisfecho Miguel Dorantes, y voló con él. Lejos, muy lejos y muy dilatado, hasta que el tiempo se encierra en una lemniscata y el espacio no tiene mayor consecuencia. Miguel vio las burbujas pensantes y los demonios alados y los gigantes insectos y los seres mitad hombre-mitad máquina que gobiernan con destrucción algún sector del espacio y poco después que ambos viajeros saludaron los superpuestos planos dimensionales con una salva de doce quasares del más legítimo caos. Waw-Waw-Waw concede a Miguel el mayor alivio que el Pathos haya preferido, ahogándolo en su asombro, llenándolo de amor y vida y la estremecedora belleza del orden. Y al final de todo, estalló y regresó el aura bifrontal al recipiente biológico en el cuerpo de Miguel Dorantes. Abajo, abajo y profundo para explicar el docetismo. Uno ha tomado vinos más fuertes, pero besar los labios de Dolores lo dejan ahíto.
y...
El momento de verdad se presentaba ante sus ojos. Había posibilidades de recuperación.
Esta era la rutina de Miguel Dorantes, enderezar historias anónimas.
El joven sella la caja pandórica, que de universal resumen tantas desgracias surgieron, al pie del volcán extinto de Macuiltepetl. Las ampliaciones al hospital suceden. El dolor es mitigado.
La vida continúa.
A la espera. El Pathos aguarda las noticias. Taw-Resch-Samech-Waw sabía que deberían estar haciéndolo. Tonto de él si no estuviera advertido de sus obligaciones.
Te separaste de tu puesto
-Es cierto, era el único modo. Tenía que saber. Llegue a un planeta y conocí lo que llaman hombre.
Saber, ¿qué querías saber?
-Yo sé que el dolor es la energía más perdurable del universo. Más grande que la eternidad, más que el infinito. Más grande que el alivio que lleva aparejado. Sin dolor no hay placer. Sin tristeza no hay alegría. Sin muerte no hay vida y sin vida el propio Pathos es un cuerpo estéril y condenado.
Has madurado
-Supongo que lo mismo que sucedió a los amos del dolor antes de mí
Ellos están perdidos
-Yo he regresado
¿Qué vas a hacer ahora?
-Provocar más dolor que nunca
Mayor dolor
-Ahora lo entiendo.
Gracias
El Pathos se disculpa, se pone de pie y prosigue su camino por los eones.
Taw-Resch-Samech-Waw observa y admite esta sensación de la gota que segrega un conducto y es liberada del globo ocular. Fría e inefable lágrima que rueda sobre el rostro.
Taw-Resch-Samech-Waw conoció el alivio.
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