Luis de Baviera escucha Lohengrin
Por Vicente Gómez Montero*
Los poetas se sirven de las leyendas para contarnos cosas reales.
Es ya una costumbre decir que Cernuda es un poeta del amor.
Octavio Paz
Alguien dice, en uno de esos extraños libros sobre poesía, que los poetas buscan crear los mundos donde vivirán eternamente. Puede ser, aunque también puede no ser. Quizá el poeta encuentre por sí mismo el lugar ideal para disponer los mundos en el caos. Tal parece ser el caso (o el caos) de Luis Cernuda y del poema que nos ocupará en esta andanada.
En todos los libros que componen el tomo con la poesía completa de Cernuda, La Realidad y el Deseo, se observan los poemas más hermosos y rebeldes en un poeta joven – es decir, que publica muy joven - o quien publica en el momento en que en España son mal vistos los homosexuales. Toda la obra de Cernuda está nimbada con el aura magnífica del Amor. Es profundamente doloroso para el poeta reconocer que la exaltación del amor termina, irremisiblemente, con la pérdida del amor. Más si es el caso del poeta Cernuda, que distinguía a sus allegados con el amor que no puede decir su nombre, así le dijo su gran contemporáneo, García Lorca.
Cernuda lo sabe pero no quiere experimentarlo, niega el amor y sus inconsecuencias. En su momento, Cernuda fue muy criticado, apedreado, declarado poeta espurio –sólo faltaron los desgarrones de vestiduras y el mesarse las barbas. He descubierto dos revistas literarias donde se habla sobre Cernuda y poco falta para que se le proponga para el premio Nobel. Los pueblos sobrellevan muy mal a los poetas... Es decir, a sus poetas vivos, porque a los poetas muertos todos tratan de homenajearlos y rendirles pleitesía en forma escandalosa. Con cuanto más boato, mejor.
En su último libro de poemas, Ocnos, Cernuda exhibe una lasca de su inteligencia: Algunos no creyeron que la hermosura por serlo es eterna, (aún cuando no lo sea), tal es una corriente el remanso nutrido por idéntica agua furtiva, ella y su contemplación son lo único que parece arrancarnos del tiempo durante un instante desmesurado. ¿Es un poeta bello –literariamente hablando- Cernuda? Sí y no. Sí, porque sus imágenes son talentosas, fuertes, melifluas, exactas. No, porque ocupa junto a poetas que han practicado el barroquismo en forma afortunada, Sor Juana y Lezama Lima, por citar dos, un instante maravilloso en la singlatura poética española. Cernuda rechaza el barroco como una forma menor de expresión, aparentemente. Su poesía no es gongorina como la del cubano o la mexicana. Se inclina más bien hacia Garcilaso de la Vega y hacia Juan de Mena, ambos poetas del Siglo de Oro quienes practicaron otra suerte de barroquismo, un barroquismo más caballeresco, dudoso, voraz y pleno de resonancias medievales.
Cernuda asume su homosexualidad y ataca desde ella, no con los gritos y cañonazos gays de Jean Genet. Cernuda ataca desde la flor, desde los heráldicos garzones del marquesado de Sevilla, desde el romanticismo alemán, desde Hölderlin, desde los poetas ingleses, desde William Blake, con sutiles retruécanos poéticos. Genet grita escandalizando a una sociedad burguesa que no tiene sentimientos para enclaustrar señoritas deshonradas pero que sí los tiene para exigir que los homosexuales vivan en campos de concentración, totalmente apartados de la sociedad. Pero ambos luchan por un momento donde asumirse como homosexual, era poco menos que condenarse al exilio, físico o moral. Ya podemos hablar del poema que nos ocupa.
Cuando Cernuda escribe Luis de Baviera escucha Lohengrin conocemos su identificación con el monarca loco y homosexual quien fuera amante de todo su cuerpo de oficiales. Extraño es que un ardiente republicano como lo fue Cernuda se identifique con un miembro de la realeza, pero tiene su razón. Manuel Ulacia dice: ...desde 1932 –cuando el fervor republicano en España estaba en su punto más alto-, la figura del monarca le había interesado (a Cernuda). En el ensayo El espíritu lírico relaciona la función soñadora del poeta con la del rey. Cernuda siempre quiso hacer realidades sus sueños y en este extenso poema dedicado al rey Luis descubrimos su complacencia en conocerse, reconocerse más bien, en esa figura histórica.
Narcisismo muy simple, el desarrollo del texto es el siguiente: Luis de Baviera, sentado en su palco, escucha la representación, en función privada, de la ópera Lohengrin de Wagner. Siente identificarse con el héroe esplendoroso de la obra del músico pero, a su vez, el héroe canta su identificación con un elfo. Estamos ante un violento juego y rejuego de espejos: Cernuda se identifica con Luis II de Baviera, éste se identifica, a su vez, con Lohengrin quien se identifica con un elfo y quizá el elfo sienta identificarse, muy de cerca, con Wagner.
La primera estrofa está plagada de minuciosos acordes que nos describen al recóndito rey oculto en su palco, escuchando la música. No puedo menos que decírselas:
Sólo dos tonos rompen la penumbra:
destellar de algún oro y estridencia granate.
Al fondo luce la caverna mágica
donde unas criaturas, ¿de qué naturaleza?, pasan
melodiosas, manando de sus voces música
que, con fuente escondida, lenta fluye
o, crespa luego, su caudal agita
estremeciendo el aire fulvo de la cueva
y con iris perlado riela en notas.
El palco, la penumbra, el brillar del oro del rey, la música, los personajes de la ópera y esa estremecedora la musicalidad –por más que a algunos no les guste la palabra- del último verso: Y con iris perlado riela en notas. No puedo menos que repetirlo.
El violento hipérbaton con que comienza la segunda estrofa: Sombras la sala de auditorio nulo, nos prepara para lo que será la descripción del monarca y es donde por vez primera Cernuda lo compara con un elfo que asiste, solo, a la esplendorosa música de Wagner. Me imagino que estarían en alguno de los amorosos duetos o en la regia entrada de Elsa a la cámara nupcial.
Los ojos entornados escuchan, beben la melodía
como una tierra seca absorbe el don del agua
No se violenta nunca el poeta andaluz para regodearse en sus metáforas. Siempre al contrario, Cernuda equipara el fluir del sonido con el manso rebalsar del agua, así como la tierra seca absorbe el agua, así se va absorbiendo la voluntad del rey que escucha ante el músico que propone.
Pero el monarca orate tiene dos fiestas: Una, la musical que es la representación y la interior que es la de sus sueños, donde se siente ser ese elfo de la canción que corre por los bosques. Es un intrincado laberinto de espejos donde el poeta, el rey, el músico, el héroe y el duende, se entregan todos a un loco frenesí que explotará cuando Cernuda repare en que al día siguiente demandarán de este rey insolente y superficial, sus ministros y sus chambelanes, que gobierne, que rija con mano dura en el trono y esto es lo que menos preocupa a este soberano de opereta; de trágica opereta, válgame el lector la paradoja.
No existe el mundo, no existe la presencia humana, sólo existen el rey y sus pasiones, el rey y sus vigilias, el rey y sus temores. La realidad le ha concedido a este monarca altivo, frívolo que pueda escaparse del mundo real, que pueda sostener un maravilloso, narcisista, diálogo de espejos con sus reencarnaciones mitológicas.
El poeta es un ser solitario, es un ser que crea para sí mismo... a veces. Y esto es lo que nos da Cernuda: atisbos a esa soledad benéfica y que lo guarda. Un verso más:
Donde la soledad y el sueño le ciñen su única corona
La soledad, el sueño. Constantes en la vida de Luis Cernuda y que hace aparecer aquí en este poema dedicado a uno de los últimos monarcas de opereta, gracias a quien conocemos a Wagner en toda su justeza.
Tres solitarios, Wagner, Luis II, Cernuda, los tres nos ofrecen un sentimiento voraz donde la rutina se ha aposentado, donde el insomnio los rige, donde la soledad, el sueño, serán el último, el final, del reino.
Por Vicente Gómez Montero*
Los poetas se sirven de las leyendas para contarnos cosas reales.
Es ya una costumbre decir que Cernuda es un poeta del amor.
Octavio Paz
Alguien dice, en uno de esos extraños libros sobre poesía, que los poetas buscan crear los mundos donde vivirán eternamente. Puede ser, aunque también puede no ser. Quizá el poeta encuentre por sí mismo el lugar ideal para disponer los mundos en el caos. Tal parece ser el caso (o el caos) de Luis Cernuda y del poema que nos ocupará en esta andanada.
En todos los libros que componen el tomo con la poesía completa de Cernuda, La Realidad y el Deseo, se observan los poemas más hermosos y rebeldes en un poeta joven – es decir, que publica muy joven - o quien publica en el momento en que en España son mal vistos los homosexuales. Toda la obra de Cernuda está nimbada con el aura magnífica del Amor. Es profundamente doloroso para el poeta reconocer que la exaltación del amor termina, irremisiblemente, con la pérdida del amor. Más si es el caso del poeta Cernuda, que distinguía a sus allegados con el amor que no puede decir su nombre, así le dijo su gran contemporáneo, García Lorca.
Cernuda lo sabe pero no quiere experimentarlo, niega el amor y sus inconsecuencias. En su momento, Cernuda fue muy criticado, apedreado, declarado poeta espurio –sólo faltaron los desgarrones de vestiduras y el mesarse las barbas. He descubierto dos revistas literarias donde se habla sobre Cernuda y poco falta para que se le proponga para el premio Nobel. Los pueblos sobrellevan muy mal a los poetas... Es decir, a sus poetas vivos, porque a los poetas muertos todos tratan de homenajearlos y rendirles pleitesía en forma escandalosa. Con cuanto más boato, mejor.
En su último libro de poemas, Ocnos, Cernuda exhibe una lasca de su inteligencia: Algunos no creyeron que la hermosura por serlo es eterna, (aún cuando no lo sea), tal es una corriente el remanso nutrido por idéntica agua furtiva, ella y su contemplación son lo único que parece arrancarnos del tiempo durante un instante desmesurado. ¿Es un poeta bello –literariamente hablando- Cernuda? Sí y no. Sí, porque sus imágenes son talentosas, fuertes, melifluas, exactas. No, porque ocupa junto a poetas que han practicado el barroquismo en forma afortunada, Sor Juana y Lezama Lima, por citar dos, un instante maravilloso en la singlatura poética española. Cernuda rechaza el barroco como una forma menor de expresión, aparentemente. Su poesía no es gongorina como la del cubano o la mexicana. Se inclina más bien hacia Garcilaso de la Vega y hacia Juan de Mena, ambos poetas del Siglo de Oro quienes practicaron otra suerte de barroquismo, un barroquismo más caballeresco, dudoso, voraz y pleno de resonancias medievales.
Cernuda asume su homosexualidad y ataca desde ella, no con los gritos y cañonazos gays de Jean Genet. Cernuda ataca desde la flor, desde los heráldicos garzones del marquesado de Sevilla, desde el romanticismo alemán, desde Hölderlin, desde los poetas ingleses, desde William Blake, con sutiles retruécanos poéticos. Genet grita escandalizando a una sociedad burguesa que no tiene sentimientos para enclaustrar señoritas deshonradas pero que sí los tiene para exigir que los homosexuales vivan en campos de concentración, totalmente apartados de la sociedad. Pero ambos luchan por un momento donde asumirse como homosexual, era poco menos que condenarse al exilio, físico o moral. Ya podemos hablar del poema que nos ocupa.
Cuando Cernuda escribe Luis de Baviera escucha Lohengrin conocemos su identificación con el monarca loco y homosexual quien fuera amante de todo su cuerpo de oficiales. Extraño es que un ardiente republicano como lo fue Cernuda se identifique con un miembro de la realeza, pero tiene su razón. Manuel Ulacia dice: ...desde 1932 –cuando el fervor republicano en España estaba en su punto más alto-, la figura del monarca le había interesado (a Cernuda). En el ensayo El espíritu lírico relaciona la función soñadora del poeta con la del rey. Cernuda siempre quiso hacer realidades sus sueños y en este extenso poema dedicado al rey Luis descubrimos su complacencia en conocerse, reconocerse más bien, en esa figura histórica.
Narcisismo muy simple, el desarrollo del texto es el siguiente: Luis de Baviera, sentado en su palco, escucha la representación, en función privada, de la ópera Lohengrin de Wagner. Siente identificarse con el héroe esplendoroso de la obra del músico pero, a su vez, el héroe canta su identificación con un elfo. Estamos ante un violento juego y rejuego de espejos: Cernuda se identifica con Luis II de Baviera, éste se identifica, a su vez, con Lohengrin quien se identifica con un elfo y quizá el elfo sienta identificarse, muy de cerca, con Wagner.
La primera estrofa está plagada de minuciosos acordes que nos describen al recóndito rey oculto en su palco, escuchando la música. No puedo menos que decírselas:
Sólo dos tonos rompen la penumbra:
destellar de algún oro y estridencia granate.
Al fondo luce la caverna mágica
donde unas criaturas, ¿de qué naturaleza?, pasan
melodiosas, manando de sus voces música
que, con fuente escondida, lenta fluye
o, crespa luego, su caudal agita
estremeciendo el aire fulvo de la cueva
y con iris perlado riela en notas.
El palco, la penumbra, el brillar del oro del rey, la música, los personajes de la ópera y esa estremecedora la musicalidad –por más que a algunos no les guste la palabra- del último verso: Y con iris perlado riela en notas. No puedo menos que repetirlo.
El violento hipérbaton con que comienza la segunda estrofa: Sombras la sala de auditorio nulo, nos prepara para lo que será la descripción del monarca y es donde por vez primera Cernuda lo compara con un elfo que asiste, solo, a la esplendorosa música de Wagner. Me imagino que estarían en alguno de los amorosos duetos o en la regia entrada de Elsa a la cámara nupcial.
Los ojos entornados escuchan, beben la melodía
como una tierra seca absorbe el don del agua
No se violenta nunca el poeta andaluz para regodearse en sus metáforas. Siempre al contrario, Cernuda equipara el fluir del sonido con el manso rebalsar del agua, así como la tierra seca absorbe el agua, así se va absorbiendo la voluntad del rey que escucha ante el músico que propone.
Pero el monarca orate tiene dos fiestas: Una, la musical que es la representación y la interior que es la de sus sueños, donde se siente ser ese elfo de la canción que corre por los bosques. Es un intrincado laberinto de espejos donde el poeta, el rey, el músico, el héroe y el duende, se entregan todos a un loco frenesí que explotará cuando Cernuda repare en que al día siguiente demandarán de este rey insolente y superficial, sus ministros y sus chambelanes, que gobierne, que rija con mano dura en el trono y esto es lo que menos preocupa a este soberano de opereta; de trágica opereta, válgame el lector la paradoja.
No existe el mundo, no existe la presencia humana, sólo existen el rey y sus pasiones, el rey y sus vigilias, el rey y sus temores. La realidad le ha concedido a este monarca altivo, frívolo que pueda escaparse del mundo real, que pueda sostener un maravilloso, narcisista, diálogo de espejos con sus reencarnaciones mitológicas.
El poeta es un ser solitario, es un ser que crea para sí mismo... a veces. Y esto es lo que nos da Cernuda: atisbos a esa soledad benéfica y que lo guarda. Un verso más:
Donde la soledad y el sueño le ciñen su única corona
La soledad, el sueño. Constantes en la vida de Luis Cernuda y que hace aparecer aquí en este poema dedicado a uno de los últimos monarcas de opereta, gracias a quien conocemos a Wagner en toda su justeza.
Tres solitarios, Wagner, Luis II, Cernuda, los tres nos ofrecen un sentimiento voraz donde la rutina se ha aposentado, donde el insomnio los rige, donde la soledad, el sueño, serán el último, el final, del reino.
* Vicente Gómez Montero, nace en 1964. Escritor y locutor. Cultiva la palabra en ambas vertientes y devora un universo incontable de libros al mes. Ha trabajado en diferentes radiodifusoras locales, XEVA, XETAB, Radio ACIR, siempre procurando insistir en programas culturales. Dirigió la Casa Museo Carlos Pellicer y la Galería de Arte El Jaguar Despertado. Ha sido promotor cultural en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, delegación Tabasco y director del programa de radio Nuestras palabras, del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos. En 1997 es nombrado Consejero Electoral por el Congreso del Estado, cargo que ejerce hasta el año 2003. Es administrador del Centro Cultural Villahermosa en enero de 2004. Productor del programa de radio Tiempo de Tabasco, de TVT, en agosto 2004. Asesor de la Subdirección de Cultura del H. Ayuntamiento de Centro. Ha sido guionista del Instituto de Cultura de Tabasco y fundador de radio CORAT.
Fue alumno del Taller literario de la Casa Museo Carlos Pellicer, a cargo del escritor Andrés González Pagés. Miembro fundador de la Sociedad de Escritores Tabasqueños, miembro fundador del Foro Artístico y Cultural de Tabasco. Coordinador de Talleres Literarios en 1992 a 93. Ha sido alumno de David Huerta, Fernando Nieto Cadena, Rafael Ramírez Heredia, José María Espinasa, Agustín Monsreal, Fernando Sánchez Mayans, Eduardo Casar, Teodoro Villegas, Gerardo de la Torre, Tomás Urtusástegui, Enrique Espinosa y Eraclio Zepeda siempre en el área de letras. Editor de la página cultural El periplo del jardín, en revista ABC, de 1988 a 1992; colaborador en el suplemento cultural Encarte de diario El sureste, de 1996 a 2000; editor de la página cultural Tránsfugas de la revista Lunes, en 1998-99; subdirector de la revista ¡Hola! Tabasco, de 1992 a 1995, y de 2000 a 2001; coordinador de la página cultural de Novedades de Tabasco, 2004-2005. Funda en 1998 la compañía de teatro Celestino Gorostiza, A.C., montando obras de reconocidos autores universales.
Ha ganado los premios: Guiones de radio convocado por RTC, en 1984; premio Celestino Gorostiza de teatro convocado por INBA e ISSTE, en 1987; mención honorífica en guiones de radio del concurso Margarita Xirgú, convocado por REE, en 1987, y, en 1988 gana el concurso de cuentos convocado por Editorial Usumacinta. Premio estatal de periodismo, José Ma. Bastar Sasso, referente a periodismo cultural en 1998. Tiene publicados Las puertas del infierno, relatos, 1996; Cuentos con las vocales, cuentos infantiles, 1999; Eroticón Plus, vv.aa., 2000 y Para un ambiente sin hombre, vv.aa. 2001. Además del libro de ensayos José Gorostiza, La palabra infinita, coedición Fondo Editorial Tierra Adentro y UJAT, vv.aa. 2001 y Antología de Teatro Infantil, publicada por EDIMUSA e ISSTE, donde presenta la obra de teatro El aprendiz del diablo, vv.aa. 1987. Pertenece a la SOGEM desde el año 2000 y es representante suyo en Tabasco hasta 2003. Publica su libro de teatro Los órganos milagrosos por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y tiene en proceso de publicación la novela Lo que no supo el Grijalva, producto del taller literario de Narrativa histórica coordinado por el escritor Eraclio Zepeda. Presenta la obra Así que pasen 500 años, de su autoría, dentro del marco del Festival Cultural CEIBA Tabasco 2004. Ganador en 2004, del premio Celestino Gorostiza de teatro convocado por INBA, Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte del Estado de Tabasco y Universidad Juárez Autónoma de Tabasco con la obra El otro hijo. El 1 de septiembre de 2005 estrenó su obra El reposo del ogro, en el Teatro esperanza Iris. Pronto se presentará su novela La enfermedad de la rosa, donde aborda temas como la corrupción en los medios de comunicación, la actividad gay en provincia y la lucha de clases.
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