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martes, marzo 02, 2010

Ignacio García: Hasta siempre, Carlos

HASTA SIEMPRE, CARLOS

Ignacio García


Conocí a Carlos Montemayor (Parral, Chihuahua, 13 de junio de 1947 – Ciudad de México, 1 marzo 2010), allá por finales de la década de los 70’s, cuando el grupo veracruzano RAC (Realizadores de Arte y Cultura) organizó todo un maratón de conferencias de grandes escritores y poetas mexicanos (Eraclio Zepeda, Carlos Monsiváis, Juan Bañuelos, Marco Antonio Campos, entre otros).
La primera impresión que daba entonces el joven Montemayor, era de una cordialidad espontánea; es decir, emanaba de su interior una suerte de afecto, “vibra”, que lo hacía a uno sentir cómodo al platicar con él y desnudarlo un poco sobre su pensamiento literario y político para hacer posible una presentación de él antes de su conferencia.
Sentados en un café, en tanto pasaban los minutos, y con ellos una decena de preguntas, cada vez más uno se iba asombrando de la convicción inamovible con la que Carlos Montemayor reiteraba tanto su amor a la literatura como su solidaridad las causas sociales más nobles. Su participación en el Museo de la Ciudad fue, aquella noche, una de esas que dejan al público con más respuestas que preguntas.

Al otro día fue invitado a comer por el RAC a la Antigua y allí (lo cuento sólo a manera de anécdota y el interés y fraternidad que él sentía por toda persona que escribía) Marcela Prado le dio a leer un poema de éste que escribe, de título, UN POEMA SOBRE LA MUERTE DE FRANZ KAFKA. Así, sin titubeos y con la honradez que siempre le caracterizó, comentó mi “casi-libro” y señaló pros y contras que hasta hoy recuerdo cada vez que trato con la hoja en blanco.


Carlos regresó a México y continúo avanzando. Poco a poco se convirtió en uno de los grandes representantes de literatura y el pensamiento político del México contemporáneo; todo sin aspavientos ni delirios de grandeza, sino más bien centrado en que cada línea suya fuera al grano del problema y –como alcohol puro y desbordante—cayera en esa llaga podrida de la enferma política mexicana; sin dejar a un lado (tal vez para compensar entre lo hediondo y sagrado) su pasión por el verso poético. Fue, como lo anota el historiador Miguel León-Portilla, "un crítico severo de la realidad y analizó la problemática social del país con agudeza y profundidad, pero también fue un hombre comprometido con su tiempo, los indígenas, sus causas y su lengua. En suma, un gran mexicano”.

En su brillante obra narrativa, poética y ensayística, Montemayor investigó los movimientos guerrilleros en México y dedicó gran parte de su trabajo crítico a la literatura actual y tradicional en varias lenguas indígenas, cuyo sentido resulta determinante para entender la problemática actual del país. Su labor se extendió, y creó talleres para escritores en lenguas indígenas, lo que permitió a los "inalcanzables" transcribir sus textos al castellano. Por si eso fuera poco, Montemayor exhibió durante su vida una versatilidad poco común; otra vez, sin pedir el aplauso gratuito, a sabiendas que el creador cuando perpetra y entrega lo que de corazón realiza, el pago le viene sólo.

Fue un constante difusor de la cultura, prologó los libros Ifigenia cruel de Alfonso Reyes, Desolación de Gabriela Mistral y El pálido pie de Lulú de Hernán Lavín Cerda, entre otros. Realizó antologías sobre Rubén Bonifaz Nuño y Luis de Camões; la traducción de Safo, de Fernando Pessoa, y ensayos literarios sobre la obra de Adolfo Bioy Casares, Ezra Pound y Vicente Huidobro. El amor por la lengua dio fruto: fue políglota y hablaba inglés, el griego arcaico, clásico, vulgar, y latín. A la par de estos dones, alguna vez confesó que su primera vocación fue la música, donde incursionó como guitarrista, pianista y tenor. “Sólo canto aquello que siento y en lo que creo. Soy incapaz de cantar una frase que no sienta real o que no me suene verdadera”.

Enmedio del quehacer estético, su compromiso social jamás decayó. Caracterizado por su activismo social en favor de los grupos más vulnerables de México, en su libro Tarahumara se encuentra el compendio más completo sobre los rarámuris de la sierra de Chihuahua. El interés de Montemayor por las lenguas indígenas inició en 1979 con la preparación de una antología sobre cuentistas oaxaqueños. “Al realizar este trabajo, el impacto fue tan determinante que nunca pude despegarme del estudio de las lenguas indígenas”, detalló en su libro Encuentros en Oaxaca. De esta manera, escribió en el prefacio del Diccionario del Tzeltal, es “imposible desligar el conocimiento lingüístico de la cultura que una lengua ilumina. Los idiomas no son mecanismos cuyas partes puedan intercambiarse automáticamente. Cada idioma posee un secreto del mundo y nos enseña a comprenderlo de diferente manera. Imposible entender a la humanidad a partir de un solo idioma. Imposible entender a México así. No podrá respetarse a un ser humano, a un pueblo, a un país, sin que se respete y se reconozca su lengua”.En su libro La literatura actual en las lenguas indígenas de México, Montemayor escribió acerca de la discriminación idiomática y afirmó que “el náhuatl es un sistema lingüístico tan complejo como el alemán; el maya es un sistema tan complejo como el francés; el zapoteco lo es como el italiano; el purépecha como el griego o el español o el inglés lo son, como el ñahñú y el mazateco”.

Como parte de su actividad por las causas sociales de nuestro país, Montemayor integró la Comisión de Intermediación, cuyo fin era promover el diálogo entre el Ejército Popular Revolucionario (EPR) y el gobierno federal, para tratar en particular el tema de la desaparición de dos de sus miembros: Edmundo Reyes Amaya y Gabriel Alberto Cruz Sánchez.


Enmedio de la estética literaria, el amor por las lenguas indígenas y su inalterable compromiso político-social, se añade otra afición y ejercicio un tanto inusitados: la música, Montemayor estudió guitarra y dominó algunas obras de Tárrega, Schumann, Scarlatti, Vivaldi y William Byrd. Ofreció conciertos con la Orquesta Sinfónica de Cuba y en el Bellagio Study and Conference Center de Villa Serbelloni de la Fundación Rockefeller. Perfeccionó sus estudios musicales en la Escuela Superior de Música y en el Conservatorio de Canto de España. La cosa no quedó allí: Montemayor grabó los álbumes El último romántico; Canciones napolitanas e italianas y Canciones de María Grever. Como tenor estuvo en la sala Netzahualcóyotl, en la edición X del Festival Cervantino y en la Sala Ollin Yoliztli.

Entre sus principales obras están Guerra en el paraíso, un relato de los hechos violentos vividos en México a principios de los años setenta abordando la figura de Lucio Cabañas; Mal de piedra donde remite a una de las constantes de Parral, su pueblo natal: la minería. Lo mismo que en Minas del retorno, Este martes saldrá a la venta su libro La violencia de Estado en México, y después su última novela, Las mujeres del alba. Además de dos nuevos discos que fueron grabados con el pianista Antonio Bravo. Otras de sus obras son Las llaves de Urgell (1971), Las armas del viento (1977), Abril y otras estaciones (1977-1989), El alba y otros cuentos (1986), La tormenta y otras historias (1999), Las armas del alba (2003), La Fuga (2007).


El día de ayer, Lunes 1 de marzo, Carlos apenas si se ha ido; nos ha dejado su legado, lo vivo de su voz, y el ejemplo de un intelectual para quien el arte no es el adorno ni la codicia, la lisonja ni la alabanza, sino un instrumento para ver más allá y alcanzar con ello a vislumbrar la presencia de nuestro prójimo; sobre todo, de aquellos, los más desposeídos. Termino con unas palabras de él mismo en este poema que a continuación presentamos: Carlos, te distingo allá, a lo lejos. Levanto la mano para saludarte. Pero sé que viajas entre nosotros.


PRESENTAMOS AQUÍ un
Poema escrito en los últimos días de enero 2010, dedicado a su amigo Tito Maniacco, fallecido en esos días.

Dicen que el día de ayer mi amigo emprendió un largo viaje.
Sé que los poetas estamos acostumbrados a dilatadas travesías.
A veces las iniciamos desde nuestra mesa, desde la ventana, desde una página en blanco.
Nuestros viajes no son para descubrir o conquistar territorios; cuando logramos regresar, a menudo nos damos cuenta de que sólo pudimos comprender los territorios que son nuestros.
No lo hacemos tampoco porque deseemos estar en muchos lugares, salvo en ciertos sitios, en algunos instantes.
No podemos permanecer para siempre en la mujer que hemos amado, en el abrazo del sol y de las tierras que han sido también nuestra familia.
No podemos extender para siempre el brindis con los amigos fraternos y disertadores, que cantan y discuten hasta que despiertan el alba.
Tampoco viajamos para alcanzar el aliento de la poesía que nos guío:
sí para escuchar nuestro corazón, que no quiere entender.
Dicen que mi amigo ha emprendido un largo viaje.
Me imagino que se trata de una nueva jornada hacia la luz.
Una luz ahora lo recibe, lo comprende y le explica cómo somos.
Quizás, tras el túnel de luz que ha recorrido, lo recibe un aliento suave de aurora, acaso un velo gris de silencio, o tal vez un pequeño poblado que está de fiesta.
Me parece ver el pueblo en los valles de los Prealpes.
¿O será en lo alto de las cordilleras del Yang-Tse?
¿En aquella cadena de montañas, conocidas como las murallas de Chiang Tsun, donde termina pronto el verano y llegan los vientos fríos del norte, donde las águilas vuelan sobre las cumbres y su vuelo parece un dibujo, se asemeja a un pensamiento?
Quería regresar ahí, acaso.
O posiblemente estamos en la página en blanco de su viaje. Ahí levanta los brazos y nos llama, somos parte de esa fiesta que no termina, parte de ese largo viaje que a cada uno de nosotros nos sigue buscando, nos sigue recibiendo.
Lo distingo allá, a lo lejos.
Levanto la mano para saludarlo.
Pero sé que viaja entre nosotros
.

2 comentarios:

lourdes azpiri dijo...

Lo recuerdo en tiempos de RAC....estas si son pérdidas

Anónimo dijo...

Muy interesante Ignacio.