LAS REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Lilia Ramírez
Por las noches, ciertos ángulos de mi casa me parecen harto extraños. Es como cuando a la Oficina de Tránsito de nuestra propia ciudad se le ocurre cambiar el sentido de avenidas que normalmente transitamos en auto. Nos parece que los tejados proyectan durante el día una sombra tan irreconocible y alucinante, como lo es también cada poste del alumbrado cuando se enciende contra un cielo que antes solo vimos de espaldas. Así mi casa, qué digo mi casa, mi propia recámara, me brinda sensaciones desconocidas cuando me siento, por ejemplo, en el lado que mi marido la habita. La sombra del clóset, cayendo sobre mí con toda la altura del cedro, parece tan imponente como un ataúd egipcio que contradictoriamente, guardara las cosas que llevo a cada nuevo viaje pero que permanecerán en su sitio durante el último. El hueco formado entre la espalda de la puerta y el costado izquierdo del ataúd, deja visible desde este lado de la habitación su vergonzosa intimidad de paraguas viejos y bolsas de mano cuyos colores ya no hacen juego con mi piel, mezclados con gafetes que evocan el tedio de innumerables reuniones académicas. A semejanza de una guacamaya, un vistoso plumero electrostático amenaza constantemente al polvo que grano por grano va llenando los muebles de una capa gris silencio que mata el lindo brillo del tocador, de los burós, de la cómoda llena de textos que en cierto momento me ilusionaron y que ahora esperan su turno con las páginas medio abiertas unos, otros, señalados con separadores que me han obsequiado en las innumerables tiendas a las que he asistido en busca de libros y sus claves maestras, cosa que estoy segura de allegarme mediante las notas que suelo tomar cada vez que escucho una conferencia o tomo un curso de cómo escribir mejor. Por cierto, he notado que los conferenciantes, a quienes siempre escucho solícitamente, -y hablo de todos, ya que no soy de esas personas que se distraen mientras fingen tomar una clase, o de aquellas otras quienes asisten a una conferencia por compromiso,- recomiendan fuentes bibliográficas persistentemente diferentes. Es obvio, dirá el lector, pues se tratará de materias distintas, de áreas del conocimiento diversas. Esto puede ser verdad, pues siendo como soy una mujer que tiene formación científica, que ha tomado cursos de administración, de procesamiento de alimentos, de fabricación del papel, de cómo tomar mejores decisiones, de docencia, de ontología, de cómo escribir mejor, asisto a conferencias de carácter multidisciplinario. Pero no se debe a la diversidad de tópicos el que cada expositor con quien interactúo en silencio -yo sentada, por supuesto, muda entre la concurrencia, a veces ni siquiera el conferenciante repara en mí, pero no porque no le esté prestando atención, lo cual podría él o ella adivinar en la viveza de mis ojos, sino porque me gusta pasar desapercibida, callar cualquier crítica que se me ocurra, reservarme, y consultar después conmigo misma o con mis libros, algún tema que no hubiera quedado claro durante la exposición- señale como indispensable para comprender su plática un texto diferente cada vez, ya sea de filosofía, de poesía, de la ciencia matemática, de la ciencia química o de la teoría de las decisiones. Se debe más bien, esto lo he pensado mucho, a que cada persona se ha encariñado con un texto determinado, quizá lo ha leído diez o cuarenta veces hasta llegar a comprenderlo plenamente y alcanzar un punto en el que cree conocer sobre el tema más que el propio autor. Por eso lo cita, pero más que citarlo, lo interpreta y se atribuye a sí mismo los conocimientos que aprendió del escrito. Es entonces cuando el instructor, a falta de un libro propio, pregunta: ¿Ya leyeron a Sutano? No, Pues no pueden pasar la vida sin leerlo, Es obligado hacerlo, es casi la razón por la que están vivos, Deben leer a Sutano. Es así, gracias a las notas que tomo sobre las referencias bibliográficas, como me he provisto de innumerables ejemplares que colman mi recámara, se desparraman por las mesillas de noche, por el piso, entre las repisas del librero que, no dije antes, fue comprado con el ambicioso fin de soportar las colecciones que llegan cada semana después de visitar las librerías, acompañada mi tarjeta de crédito de la libreta de notas que llevo a todas mis clases, conferencias y talleres a los que asisto durante la semana. Debo confesar que desde el lado al que mi esposo, de puntillas para no pisar mis tesoros, entra por las noches, se contempla una habitación más bien desordenada; no quiero usar la palabra caótica, pero en una conferencia a la que asistí apenas, el doctor que la dictó usó esa palabra -que también anoté- y supe que la Teoría del Caos puede representarse con una ecuación matemática, así que creo que la palabra podría ir bien para describir este desorden ordenado que es mi habitación, donde el plumaje de la guacamaya hace su trabajo puntualmente cada sábado después de llegar de la librería, cuando es indispensable lograr un poco de espacio para acomodar las nuevas adquisiciones. Bien, pues he querido colocarme de este lado de la cama porque a decir verdad, ya no hay sitio para mí en el propio. ¿Ustedes han oído hablar de lo malo que es recomendar remedios para recuperar la salud? Se llena el botiquín con ungüentos, lociones, hierbas para infusión y otros remedios caseros, y sabido es que no todo le está a uno, que a veces llega a ser nociva alguna pócima. Hay quienes afirman que los remedios aconsejados de persona a persona, pueden llegar a causar la muerte. Alguien que recomienda libros sin conocer a su interlocutor, habla solo de los efectos que el libro ha producido en él, pero no sabe las consecuencias que tendrá en otras personas. En mi caso, por ejemplo, queda claro que tantas notas sobre libros, de tantas eruditas recomendaciones, me está conduciendo al caos.
Originaria de la Ciudad de Orizaba, Veracruz, Candidata a Doctor por la Universidad Autónoma de Madrid, Maestra en Ciencias en Ing. Industrial por el Instituto Tecnológico de Orizaba y Licenciada en Ingeniería Química por la Universidad Veracruzana, ha publicado los libros: “El alma de la caña”, “Los tres cuerpos”, “La mujer que dividió el tiempo”, "Flores del Cosmos", “Irrealidades”y "Retratos de Aromas". Por publicar: “Cocotte”, “Solfeo Lunar” y “Las señales del agua”. En 2008 ganó el 3er lugar en los XLIX Juegos Florales Nac. de Papantla, Ver., con el poemario: “Tierra de Sol”. En 2009, la Mención Honorífica del Premio Nacional de Poesía Tuxtepec, “Río Papaloapan”, con el poemario: “El alma de la caña”, el cual ha sido presentado en las ciudades de Poza Rica, Cosamaloapan, Fortín de las Flores, Xalapa, y en la Casa Museo Zenobia-Juan Ramón de la Provincia de Huelva, España. Ha sido antologada en España, Argentina e Italia. Es Co-fundadora de la Revista de arte y literatura “Mariposa 88”. Actualmente está registrada en el Instituto Nacional de los Derechos de Autor como Autora-Editora y ofrece servicios editoriales.
Por las noches, ciertos ángulos de mi casa me parecen harto extraños. Es como cuando a la Oficina de Tránsito de nuestra propia ciudad se le ocurre cambiar el sentido de avenidas que normalmente transitamos en auto. Nos parece que los tejados proyectan durante el día una sombra tan irreconocible y alucinante, como lo es también cada poste del alumbrado cuando se enciende contra un cielo que antes solo vimos de espaldas. Así mi casa, qué digo mi casa, mi propia recámara, me brinda sensaciones desconocidas cuando me siento, por ejemplo, en el lado que mi marido la habita. La sombra del clóset, cayendo sobre mí con toda la altura del cedro, parece tan imponente como un ataúd egipcio que contradictoriamente, guardara las cosas que llevo a cada nuevo viaje pero que permanecerán en su sitio durante el último. El hueco formado entre la espalda de la puerta y el costado izquierdo del ataúd, deja visible desde este lado de la habitación su vergonzosa intimidad de paraguas viejos y bolsas de mano cuyos colores ya no hacen juego con mi piel, mezclados con gafetes que evocan el tedio de innumerables reuniones académicas. A semejanza de una guacamaya, un vistoso plumero electrostático amenaza constantemente al polvo que grano por grano va llenando los muebles de una capa gris silencio que mata el lindo brillo del tocador, de los burós, de la cómoda llena de textos que en cierto momento me ilusionaron y que ahora esperan su turno con las páginas medio abiertas unos, otros, señalados con separadores que me han obsequiado en las innumerables tiendas a las que he asistido en busca de libros y sus claves maestras, cosa que estoy segura de allegarme mediante las notas que suelo tomar cada vez que escucho una conferencia o tomo un curso de cómo escribir mejor. Por cierto, he notado que los conferenciantes, a quienes siempre escucho solícitamente, -y hablo de todos, ya que no soy de esas personas que se distraen mientras fingen tomar una clase, o de aquellas otras quienes asisten a una conferencia por compromiso,- recomiendan fuentes bibliográficas persistentemente diferentes. Es obvio, dirá el lector, pues se tratará de materias distintas, de áreas del conocimiento diversas. Esto puede ser verdad, pues siendo como soy una mujer que tiene formación científica, que ha tomado cursos de administración, de procesamiento de alimentos, de fabricación del papel, de cómo tomar mejores decisiones, de docencia, de ontología, de cómo escribir mejor, asisto a conferencias de carácter multidisciplinario. Pero no se debe a la diversidad de tópicos el que cada expositor con quien interactúo en silencio -yo sentada, por supuesto, muda entre la concurrencia, a veces ni siquiera el conferenciante repara en mí, pero no porque no le esté prestando atención, lo cual podría él o ella adivinar en la viveza de mis ojos, sino porque me gusta pasar desapercibida, callar cualquier crítica que se me ocurra, reservarme, y consultar después conmigo misma o con mis libros, algún tema que no hubiera quedado claro durante la exposición- señale como indispensable para comprender su plática un texto diferente cada vez, ya sea de filosofía, de poesía, de la ciencia matemática, de la ciencia química o de la teoría de las decisiones. Se debe más bien, esto lo he pensado mucho, a que cada persona se ha encariñado con un texto determinado, quizá lo ha leído diez o cuarenta veces hasta llegar a comprenderlo plenamente y alcanzar un punto en el que cree conocer sobre el tema más que el propio autor. Por eso lo cita, pero más que citarlo, lo interpreta y se atribuye a sí mismo los conocimientos que aprendió del escrito. Es entonces cuando el instructor, a falta de un libro propio, pregunta: ¿Ya leyeron a Sutano? No, Pues no pueden pasar la vida sin leerlo, Es obligado hacerlo, es casi la razón por la que están vivos, Deben leer a Sutano. Es así, gracias a las notas que tomo sobre las referencias bibliográficas, como me he provisto de innumerables ejemplares que colman mi recámara, se desparraman por las mesillas de noche, por el piso, entre las repisas del librero que, no dije antes, fue comprado con el ambicioso fin de soportar las colecciones que llegan cada semana después de visitar las librerías, acompañada mi tarjeta de crédito de la libreta de notas que llevo a todas mis clases, conferencias y talleres a los que asisto durante la semana. Debo confesar que desde el lado al que mi esposo, de puntillas para no pisar mis tesoros, entra por las noches, se contempla una habitación más bien desordenada; no quiero usar la palabra caótica, pero en una conferencia a la que asistí apenas, el doctor que la dictó usó esa palabra -que también anoté- y supe que la Teoría del Caos puede representarse con una ecuación matemática, así que creo que la palabra podría ir bien para describir este desorden ordenado que es mi habitación, donde el plumaje de la guacamaya hace su trabajo puntualmente cada sábado después de llegar de la librería, cuando es indispensable lograr un poco de espacio para acomodar las nuevas adquisiciones. Bien, pues he querido colocarme de este lado de la cama porque a decir verdad, ya no hay sitio para mí en el propio. ¿Ustedes han oído hablar de lo malo que es recomendar remedios para recuperar la salud? Se llena el botiquín con ungüentos, lociones, hierbas para infusión y otros remedios caseros, y sabido es que no todo le está a uno, que a veces llega a ser nociva alguna pócima. Hay quienes afirman que los remedios aconsejados de persona a persona, pueden llegar a causar la muerte. Alguien que recomienda libros sin conocer a su interlocutor, habla solo de los efectos que el libro ha producido en él, pero no sabe las consecuencias que tendrá en otras personas. En mi caso, por ejemplo, queda claro que tantas notas sobre libros, de tantas eruditas recomendaciones, me está conduciendo al caos.
Originaria de la Ciudad de Orizaba, Veracruz, Candidata a Doctor por la Universidad Autónoma de Madrid, Maestra en Ciencias en Ing. Industrial por el Instituto Tecnológico de Orizaba y Licenciada en Ingeniería Química por la Universidad Veracruzana, ha publicado los libros: “El alma de la caña”, “Los tres cuerpos”, “La mujer que dividió el tiempo”, "Flores del Cosmos", “Irrealidades”y "Retratos de Aromas". Por publicar: “Cocotte”, “Solfeo Lunar” y “Las señales del agua”. En 2008 ganó el 3er lugar en los XLIX Juegos Florales Nac. de Papantla, Ver., con el poemario: “Tierra de Sol”. En 2009, la Mención Honorífica del Premio Nacional de Poesía Tuxtepec, “Río Papaloapan”, con el poemario: “El alma de la caña”, el cual ha sido presentado en las ciudades de Poza Rica, Cosamaloapan, Fortín de las Flores, Xalapa, y en la Casa Museo Zenobia-Juan Ramón de la Provincia de Huelva, España. Ha sido antologada en España, Argentina e Italia. Es Co-fundadora de la Revista de arte y literatura “Mariposa 88”. Actualmente está registrada en el Instituto Nacional de los Derechos de Autor como Autora-Editora y ofrece servicios editoriales.
1 comentario:
Me encantó este tema... Felicidades
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