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martes, junio 22, 2010

Luis Gastélum: Monsiváis, el sentido de la discrepancia




MONSIVÁIS:
EL SENTIDO DE LA DISCREPANCIA
Luis Gastélum

Juan Rulfo, Sor Juana Inés de la Cruz, Xavier Villaurrutia, Gabriela Mistral, Jorge Cuesta, Rosario Castellanos, Ramón López Velarde, Lya Kostakowsky y Manuel Buendía tienen en común a Carlos Monsiváis como depositario de los premios que llevan su nombre. “Uno imagina las escenas y el sudor frío corre a cuenta del melodrama”. Nada más por citar una de sus frases irónicas recogida de una de sus impecables crónicas y de sus ensayos pulcros e imaginativos que han marcado su larga trayectoria en el mundo de las letras, motivo por el que ahora se le otorgó el Premio Nacional de Periodismo. Monsiváis, quien aún convalece hospitalizado, es una gente extraña, para algunos. Un sabio, para otros. Para los caricaturistas Jis y Trino es un extraterrestre. Prógnata, de escasos pelos canos y alborotados, debajo de los cuales se enfilan en orden militar las ideas. Malvestido con ropa desteñida y de resortes vencidos, siempre está presente en donde haga falta una crítica o un hecho que registrar. Sabe de todo, es una especie de Ciro Peraloca del periodismo y la literatura. Habla de todo y siempre interpreta a los pobres jodidos incomprendidos por los que todo lo tienen y los que ostentan el poder e imparten la injusticia (“Creo poseer un punto de vista y manejarme según me da a entender el sentido de la discrepancia”, ha dicho). No se parece a nadie, como diría Julio Scherer. Es una especie de quiste sociológico incrustado en las entrañas de la vida social, política, económica, cultural y artística de los mexicanos. Es el único escritor con el don de la ubicuidad. Cuentan que mientras Clinton deliberaba con los congresistas de Estados Unidos para discutir la legislación de la clonación humana, él estaba en Frankfurt viendo por televisión la transmisión en vivo de la polémica genética y al mismo tiempo agradecía en Tijuana el homenaje de la Sección 21 de Rezagos Históricos del Sindicato Único de Pobres e Injustos del México Colonial y, a la vez, en la Biblioteca Braile de la Facultad de Sordomudos de la Universidad Pontificia de Mérida sostenía una plática con los estudiantes sobre la Misteriosa Ausencia de la Dicción en los Actores de Telenovelas. Es decir, hoy recibe un reconocimiento aquí y mañana está en otra ciudad, lo que a alguien normal le hubiera costado tres días trasladarse. Desde los cinco años vive en una casa de la Colonia Portales de la otrora Ciudad de la Esperanza, rodeado de libros, revistas, cuadros, gatos y monitos de luchadores. Su vida cotidiana se reduce a leer todo papel escrito que pase por sus manos. Un día en su vida se mide desde que se levanta, consulta la cartelera de televisión en el periódico y selecciona lo que va a ver. Si algo interfiere entre la película de Arturo de Córdova de las siete de la noche en el Canal 9 y el homenaje a Gabriel García Márquez en el Palacio de Bellas Artes, lo siente por su amigo colombiano. Asiste a los homenajes que se le brindan sólo para contradecir lo que digan de él los ponentes, toda vez que no acepta abogados que no hayan leído la obra completa, hasta la escrita el día de hoy, sobre Cómo ser exitoso y triunfador en un país de peleles, de su guía espiritual de cabecera Carlos Cuauhtémoc Sánchez, que gracias a la lectura de sus libros lo han convertido en un hombre de fe. Cree que todo está mal pero está convencido de que se va a componer. No cree que sea por milagro, pero su religiosidad en el entrañable cambio le dice que al final, como en una película del Santo, el bien vencerá al mal. Sostiene una devoción en que los males se corrijan, por las buenas o por las malas, y si no de qué escribiría. El nombre del escritor, que no haría un desnudo ni artístico ni justificado por el guión, aparece casi diario en los periódicos, perdido entre los 382 abajofirmantes de cualquier desplegado publicado para protestar por la ballena que quedó varada en las playas de cualquier estado costero, por supuesto, debido a la intolerancia de los gobernantes en sus tres niveles. Así es el vocero de la socarronería, como dijera Paco Ignacio Taibo I. Pero hay en su tamaño humilde y en su voz de murmullo una invitación al equívoco: Carlos Monsiváis no es inofensivo, como escribiera el periodista peruano Toño Angulo Daneri, en la entrevista que le hizo en diciembre del 2002 para el diario limeño El Comercio y reproducida en México por El Universal, en la que habla de lo único ante lo que siempre ha guardado silencio: su memoria prodigiosa y su soledad. Lo saben quienes lo llaman por teléfono y escuchan a una abuelita que lo niega con candorosa amabilidad: “El sheñorsh Monshiváish no eshtá”, informa la venerable, aunque en verdad es él recordando sus tiempos de actor de teatro y, como Pedro, negándose a sí mismo tantas veces cuanto sean necesarias para sobrevivir. Por eso adora los mundiales de futbol, porque el teléfono deja de sonar todo un mes. Afirma que ya no lee libros de autoayuda en el sentido de lectura devocional, porque ya terminó el ensayo respectivo, pero le han dejado una marca muy dañina: ahora todo lo lee como libros de autoayuda. Un día se sorprendió leyendo La Biblia de esa manera y pensó que a Jehová le faltaba un buen promotor editorial, pues tiene todo para ser un gran best-seller. Lo terrible es que le pasa con todo. Cuando le dicen “Buenos días” piensa que le están diciendo: “Procura que este día te sea placentero y que así como empieza con una mañana esplendorosa continúe también debido a la firmeza de tu carácter”. Los libros de autoayuda han dañado definitivamente su, de por sí, débil sicología. Monsiváis citaba párrafos enteros de Juventud en éxtasis, de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, que no puede borrarlos de su memoria. Es implacable, dice, una maldición, una marca de Caín en la frente de sus neuronas. Recuerda que de Sánchez citaba lo de los padres, que para dar buen ejemplo a sus hijos tenían que irse a dormir antes que ellos, y también cómo un enfermo de sida podía acudir a Dios diciéndole: “Si no puedes quitarme el virus, por lo menos que no sienta vergüenza”. Hasta ahora no logra olvidarlo, pero Sánchez por lo menos le divierte, lo peor es que no se olvidó de frases de políticos. Recuerda un discurso que le escribieron al presidente Ávila Camacho que empezaba así: “Partiendo del pórfido puerto de la esperanza, donde los bajeles de luz del pensamiento son construidos en astilleros de sapiencia”. Ha hecho hasta lo imposible por olvidar esa frase, pero desde que lo leyó, tendría unos 15 años, no ha podido. Quisiera que su final estuviera marcado por la amnesia, porque ese sería un modo de redimirse. Cuenta que cierta vez leyó la declaración de monseñor Felipe de Jesús Cueto, obispo de Tlalnepantla, que para argumentar contra el aborto decía: “Si el aborto se hubiera permitido en la época de Jesucristo quizá Nuestro Señor no habría nacido”. Dice que esa declaración también le ha hecho un gran daño. Asegura que esa maldición se debe un tanto a su formación protestante, al hecho de haber tenido que memorizar versículos enteros de La Biblia y lo peor es que si se le pide que los repita ahora, los repite. Pero considera que no es algo que tenga que ver con una buena memoria, sino con una memoria muy rencorosa, que hubiera querido ser la memoria de otra persona, pero como acontece que es su memoria, quiere vengarse dejándole impregnado de una cantidad de cosas absolutamente innecesarias: diálogos de películas mexicanas, frases de políticos y de conversaciones con los amigos y, como él mismo dice, si retienes de memoria lo que dicen tus amigos, ya qué te queda. Está convencido que su memoria es de político en la medida en que puede recordar el nombre de muchas personas. Por lo menos la del político de antes, que tenía que decir: “¿Cómo estás, José? ¿Cómo está Clarita, tu mujer? ¿Y tus hijos? ¿Sigues teniendo la misma casa? ¿Estás todavía dispuesto a entregarte a la causa ahora que me lanzo a postularme por cuarta vez?”. Todas estas cosas tan bonitas que se han perdido, porque al político de hoy le basta decir: “Vamos bien, ¿eh?”.


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