SIN REMITENTE
Raúl Arteaga Pérez
Son las tres de la mañana y no puedo conciliar el
sueño. Tengo miedo ¿Qué hago? Claro, pedir ayuda a Omacita, ella resuelve todas
mis dudas; decide lo mejor y lo que más
me conviene.
─Omacita, disculpe que la moleste y entre sin permiso
a su recámara, pero tengo un problema. Mire, me llegó este sobre. No sé quien
lo envía, tiene mi nombre, pero sabe Dios quién lo manda. Un hombre lo echó
debajo de mi puerta… tengo miedo de abrirlo, ayúdeme Omacita. No, no debo
vidas, ni tengo amigos o enemigos. ¿Enamoradas? Usted las conoció…Sí, ya sé:
ninguna me convenía. ¡Ayúdeme, Omacita! Ya me perdonó ¿verdad? Es más,
agradeció que le quitara de penas y sufrimientos. “Te perdono porque me haces
un favor”. Eso me dijo usted. Me lo gritó y yo apreté fuerte. Ande, ayúdeme por
favor. Omacita… le pido que regrese, venga por mí; mire a su huérfano
desesperado, al que la extraña. Vea mi soledad: no lloro por mí sino por usted,
porque me ordenó abandonarla, librarla de la moserga de su hijo. Estoy solo,
muy solo. Sabe, Omacita: las lágrimas en
solitario salen del alma, son ácidas y duras, no ruedan; se encajan en uno y
ahí se quedan. Omacita, deje que la abrace y deje que duerma a su lado, como
cuando niño.
Me quedé bien dormido. Estoy como trapeador exprimido.
Gracias Omacita, ya sé qué hacer: compro un sobre grande, allí meto el que me
llegó hoy, voy al correo, le pego las estampillas, lo mando a mi nombre y dirección
y lo echo en el buzón. Cuando el cartero me entregue la correspondencia, podré
abrir los dos sobres. Sin miedo, tranquilo, pues ya sabré quién lo envía.
1 comentario:
Bastante bueno, aunque la foto de la portada se puede mejorar aún. saludos.
Adolfo
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