Foto: Manuel Salinas Arellano, de su Galería Virtual Huellas de Luz
Para La Maga que confiesa
¿Cómo se escribe un poema? Es un misterio. Nadie lo sabe. De acuerdo a Octavio Paz el poema llega por sí solo, se instala en la mente, el corazón, o como se llame a ese receptáculo de lo inasible, e inicia su formación a partir del primer verso del poeta. Existen los imprevistos. Coldridge asegura haber soñado su Kubla Khan: voces nocturnas se lo dictaron y él se levantó presuroso a escribirlo inmediatamente y de corrido.
Pero lo demás lo realiza el Numen quien (a decir de Borges) tiene a sus elegidos. José Gorostiza uno de esos escogidos por Dios), por ejemplo, desconoce cómo es que inició ese bello poema titulado Muerte sin fin, cuyo primeros versos dicen:
Lleno de mí, sitiado en mi epidermis / por un dios inasible que que ahoga / mentido acaso / por su atmósfera radiante de luces.
El caso de Himnos a la noche de Novalis (Friedrich von Hardenberg) parece ser uno de esos poemas urdidos a tramos y ligado a la experiencia dolorosa del poeta. Porque Novalis es un poeta romántico a la manera de Shelley, Höldering, Goethe y Heine, cuyo eje central es la muerte, el infortunio y la ausencia de un Redentor que los separe de este mundo, al parecer ya con un destino manifiesto. (1) Tal vez, nadie como Novalis supo traducir esta ambivalencia entre el esplendor de la vida y el destino oscuro del poeta. En un dístico por demás admirable sintetiza y afirma:
Toda ceniza es polen / y su cáliz, el cielo
Adepto a la estirpe de los románticos, Novalis va a urdir Himnos a la noche sobre la base de una experiencia mística y un grado de inteligencia mayor: mezcla extraña, dado solamente a esa clase de poetas de los que el mismo Gorostiza dice: “Bien pueden ser llamados hombres de Dios”.
La experiencia mística
Novalis está a punto de casarse con Sophia, de sólo 14 años de edad, cuando ésta muere repentinamente en 1797. Su deceso deja al poeta sumido en tan mal estado anímico, que desea también morir. “Mi muerte –escribirá en su Diario—dejará testimonio de lo mejor que hay en mí y no será ni una evasión ni una escapatoria sino una inmolación verdadera”. El suicidio no ocurre de inmediato, como es el caso de otros, porque a Novalis se le entrecruza una idea más allá de la realidad: el hecho de que, dice: “Mi amada es una abreviación del universo; el universo es una prolongación de mi amada”. Esta suerte de revelación prolonga en Novalis el intento de unirse a Sophia por medio de la muerte, y, mejor, dar al mundo una semblanza de quién era realmente ella y porqué el poeta la amaba tanto: “Lo que experimento por Sophia –agrega en su Diario—no es amor sino religión”.
Para estrechar ese lazo místico, Novalis se da a la tarea de visitar la tumba de su amada para conversar con ella y (no lo dice pero se intuye) recibir mensajes que le lleven al redondeo de su tesis central y, claro, a la escritura de Himnos a la Noche: testimonio de un vínculo indisoluble entre el poeta y su musa.
¿Cómo se escribe un poema? Es un misterio. Nadie lo sabe. De acuerdo a Octavio Paz el poema llega por sí solo, se instala en la mente, el corazón, o como se llame a ese receptáculo de lo inasible, e inicia su formación a partir del primer verso del poeta. Existen los imprevistos. Coldridge asegura haber soñado su Kubla Khan: voces nocturnas se lo dictaron y él se levantó presuroso a escribirlo inmediatamente y de corrido.
Pero lo demás lo realiza el Numen quien (a decir de Borges) tiene a sus elegidos. José Gorostiza uno de esos escogidos por Dios), por ejemplo, desconoce cómo es que inició ese bello poema titulado Muerte sin fin, cuyo primeros versos dicen:
Lleno de mí, sitiado en mi epidermis / por un dios inasible que que ahoga / mentido acaso / por su atmósfera radiante de luces.
El caso de Himnos a la noche de Novalis (Friedrich von Hardenberg) parece ser uno de esos poemas urdidos a tramos y ligado a la experiencia dolorosa del poeta. Porque Novalis es un poeta romántico a la manera de Shelley, Höldering, Goethe y Heine, cuyo eje central es la muerte, el infortunio y la ausencia de un Redentor que los separe de este mundo, al parecer ya con un destino manifiesto. (1) Tal vez, nadie como Novalis supo traducir esta ambivalencia entre el esplendor de la vida y el destino oscuro del poeta. En un dístico por demás admirable sintetiza y afirma:
Toda ceniza es polen / y su cáliz, el cielo
Adepto a la estirpe de los románticos, Novalis va a urdir Himnos a la noche sobre la base de una experiencia mística y un grado de inteligencia mayor: mezcla extraña, dado solamente a esa clase de poetas de los que el mismo Gorostiza dice: “Bien pueden ser llamados hombres de Dios”.
La experiencia mística
Novalis está a punto de casarse con Sophia, de sólo 14 años de edad, cuando ésta muere repentinamente en 1797. Su deceso deja al poeta sumido en tan mal estado anímico, que desea también morir. “Mi muerte –escribirá en su Diario—dejará testimonio de lo mejor que hay en mí y no será ni una evasión ni una escapatoria sino una inmolación verdadera”. El suicidio no ocurre de inmediato, como es el caso de otros, porque a Novalis se le entrecruza una idea más allá de la realidad: el hecho de que, dice: “Mi amada es una abreviación del universo; el universo es una prolongación de mi amada”. Esta suerte de revelación prolonga en Novalis el intento de unirse a Sophia por medio de la muerte, y, mejor, dar al mundo una semblanza de quién era realmente ella y porqué el poeta la amaba tanto: “Lo que experimento por Sophia –agrega en su Diario—no es amor sino religión”.
Para estrechar ese lazo místico, Novalis se da a la tarea de visitar la tumba de su amada para conversar con ella y (no lo dice pero se intuye) recibir mensajes que le lleven al redondeo de su tesis central y, claro, a la escritura de Himnos a la Noche: testimonio de un vínculo indisoluble entre el poeta y su musa.
Eso le prolonga la vida. Novalis advierte que morir le privará de inter-actuar con aquel misterio poseído ahora por Sophia. El poeta contrapone a aquella fe diurna de los antiguos, su propia concepción de la noche como elemento creador de la vida y de la muerte, del milagro y de la redención cristiana.
Es en una de esas visitas a la tumba de Sophia que Novalis es objeto de una revelación: “Entonces vino de azules lejanías, desde las cumbres de la antigua beatitud, un escalofrío crepuscular, y de pronto se quebró el lazo del nacimiento terrenal y con ella mi pena, mi melancolía se fundió en un nuevo inagotable universo, y tú, entusiasmo de la noche, sopor del cielo, me sobrecogiste”
El poeta entonces se da a la tarea de estructurar su poema en seis partes: 1) La noche como el Absoluto primordial; 2) El sueño como vía de su conocimiento al misterio de esa noche; 3) La tranformación religiosa: Sophia se convierte en el vínculo entre esa oscuridad y él mismo; 4) La consagración de la certidumbre como algo definitivo; 5) Cristo (Hombre-Dios) como el redentor de la muerte: la religión del amor; y 6) Un canto lleno de ardor por el re-encuentro con la amada Sophia.
Ciertamente, el poema es la oposición entre los dos términos, luz y sombra, día y noche, pero en ellos y en su confrontación se enlaza un manojo enmarañado de significados, digno de un poeta tan inteligente como agobiado. La fusión entre Cristo y Sophia serán la sábana que envuelve esa noche misteriosa. Casi al final del poema Novalis dirá:
Descendamos al seno de la tierra / abandonando el reino de la luz. / El golpe con su estela de dolor / es la alegre señal de la partida. / Veloces, en angosta barca, / a la orilla del Cielo llegaremos.
Y al final, Novalis se interroga así mismo por qué no es esto posible: la recuperación de Sophia o su unión con ella de alguna forma misteriosa de tal forma de no perderla totalmente.
¿Qué es lo que nos retiene aún aquí? / Ya reposan quienes tanto amamos; / en su tumba termina nuestra vida. / Miedo y dolor invaden ahora el alma. / No hay nada más que buscar. El corazón está lleno; el mundo, vacío.
Este último verso (El corazón está lleno; el mundo, vacío), parece ser la reconciliación del poeta con la pérdida, todo a través de la poesía; ésta le conduce a la realidad última, al acto supremo de hallar en la escritura del verso aquel Paraíso perdido. La muerte ahora ya no es necesaria de inmediato, la poesía media entre el deseo y la impaciencia de Novalis a la espera de un hecho místico; sea éste la resurrección de los muertos, o el satori (revelación súbita) o acaso el Nirvana en donde todo, desde Sophia hasta el último de sus puntos y comas, se hacen uno.
La dualidad noche-día, o al revés, se revela en el Diario de Novalis, ya no como dos enemigos o atmósferas contra-punteadas. Para él, romántico, ya la luz no es un rival sino el acercamiento gradual a las sombras (esas que a decir de Munier, “son más antiguas que la luz”). Novalis dira:
¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama por encima de todas las maravillas del espacio circundante, a la luz jubilosa – con sus colores, sus rayos y sus ondas, dulce omnipresencia al despuntar el alba? Como alma íntima y vital la respira el mundo gigantesco de los astros que flotan, en incesante danza, por su fluido azul – la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo, la respira la planta, meditativa, que sorbe la savia de la tierra, y el salvaje animal, ardiente y multiforme – pero antes que todos ellos, la respira el egregio extranjero, de ojos pensativos y labios suavemente cerrados y llenos de sonidos. Como un rey de la naturaleza terrestre, la luz convoca todas las fuerzas a cambios innúmeros, crea y destruye infinitas ataduras, envuelve a todos los seres de la tierra en su aureola celestial – con su sola presencia revela el esplendor de los reinos de este mundo.
Es en una de esas visitas a la tumba de Sophia que Novalis es objeto de una revelación: “Entonces vino de azules lejanías, desde las cumbres de la antigua beatitud, un escalofrío crepuscular, y de pronto se quebró el lazo del nacimiento terrenal y con ella mi pena, mi melancolía se fundió en un nuevo inagotable universo, y tú, entusiasmo de la noche, sopor del cielo, me sobrecogiste”
El poeta entonces se da a la tarea de estructurar su poema en seis partes: 1) La noche como el Absoluto primordial; 2) El sueño como vía de su conocimiento al misterio de esa noche; 3) La tranformación religiosa: Sophia se convierte en el vínculo entre esa oscuridad y él mismo; 4) La consagración de la certidumbre como algo definitivo; 5) Cristo (Hombre-Dios) como el redentor de la muerte: la religión del amor; y 6) Un canto lleno de ardor por el re-encuentro con la amada Sophia.
Ciertamente, el poema es la oposición entre los dos términos, luz y sombra, día y noche, pero en ellos y en su confrontación se enlaza un manojo enmarañado de significados, digno de un poeta tan inteligente como agobiado. La fusión entre Cristo y Sophia serán la sábana que envuelve esa noche misteriosa. Casi al final del poema Novalis dirá:
Descendamos al seno de la tierra / abandonando el reino de la luz. / El golpe con su estela de dolor / es la alegre señal de la partida. / Veloces, en angosta barca, / a la orilla del Cielo llegaremos.
Y al final, Novalis se interroga así mismo por qué no es esto posible: la recuperación de Sophia o su unión con ella de alguna forma misteriosa de tal forma de no perderla totalmente.
¿Qué es lo que nos retiene aún aquí? / Ya reposan quienes tanto amamos; / en su tumba termina nuestra vida. / Miedo y dolor invaden ahora el alma. / No hay nada más que buscar. El corazón está lleno; el mundo, vacío.
Este último verso (El corazón está lleno; el mundo, vacío), parece ser la reconciliación del poeta con la pérdida, todo a través de la poesía; ésta le conduce a la realidad última, al acto supremo de hallar en la escritura del verso aquel Paraíso perdido. La muerte ahora ya no es necesaria de inmediato, la poesía media entre el deseo y la impaciencia de Novalis a la espera de un hecho místico; sea éste la resurrección de los muertos, o el satori (revelación súbita) o acaso el Nirvana en donde todo, desde Sophia hasta el último de sus puntos y comas, se hacen uno.
La dualidad noche-día, o al revés, se revela en el Diario de Novalis, ya no como dos enemigos o atmósferas contra-punteadas. Para él, romántico, ya la luz no es un rival sino el acercamiento gradual a las sombras (esas que a decir de Munier, “son más antiguas que la luz”). Novalis dira:
¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama por encima de todas las maravillas del espacio circundante, a la luz jubilosa – con sus colores, sus rayos y sus ondas, dulce omnipresencia al despuntar el alba? Como alma íntima y vital la respira el mundo gigantesco de los astros que flotan, en incesante danza, por su fluido azul – la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo, la respira la planta, meditativa, que sorbe la savia de la tierra, y el salvaje animal, ardiente y multiforme – pero antes que todos ellos, la respira el egregio extranjero, de ojos pensativos y labios suavemente cerrados y llenos de sonidos. Como un rey de la naturaleza terrestre, la luz convoca todas las fuerzas a cambios innúmeros, crea y destruye infinitas ataduras, envuelve a todos los seres de la tierra en su aureola celestial – con su sola presencia revela el esplendor de los reinos de este mundo.
Dejándola atrás me dirijo hacia la sagrada, inefable y misteriosa noche. Lejos yace el mundo – sumido en honda cripta – desierto y solitario es el lugar. Una profunda melancolía vibra por las cuerdas del pecho. Quiero descender en gotas de rocío y mezclarme con la ceniza. –Lejanías del recuerdo, deseos de juventud, sueños de la infancia, breves alegrías y vanas esperanzas de una larga vida acuden cubiertas de grises ropajes, como niebla del ocaso a la puesta del sol. En otros espacios ha levantado la luz sus alegres tiendas. ¿No regresará al lado de sus hijos que esperan su retorno con la fe de la inocencia?
Epílogo
Uno, lector de este libro agotador como maravilloso, también (si así lo desea) se lleva su parte a casa, al cuarto del hotel, a la posibilidad de un condominio, o al callejón cuando le cierran todas las puertas. No importa. Novalis nos acerca a ese estallido donde pólvora y estruendo se confunden para luego crear el asombro por la vida; el advertir que alrededor del escombro y el vestigio, uno puede amar sin tener al lado a quien nos ame, e incluso sin ser amado como uno deseara. Esa experiencia por sí sola vale un Himno dedicado a quien piensa uno en esta noche.
Epílogo
Uno, lector de este libro agotador como maravilloso, también (si así lo desea) se lleva su parte a casa, al cuarto del hotel, a la posibilidad de un condominio, o al callejón cuando le cierran todas las puertas. No importa. Novalis nos acerca a ese estallido donde pólvora y estruendo se confunden para luego crear el asombro por la vida; el advertir que alrededor del escombro y el vestigio, uno puede amar sin tener al lado a quien nos ame, e incluso sin ser amado como uno deseara. Esa experiencia por sí sola vale un Himno dedicado a quien piensa uno en esta noche.
Porque una verdadera anarquía es el elemento generador de la religión: la destrucción de todo lo posible.
2 comentarios:
El esplendor de la vida y el destino oscuro del poeta. Tu pensamiento a partir de los Himnos se expresa en la vivencia plena de la noche. Manolo.
Delicado, expresivo, esclarecedor y profundo.
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