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miércoles, agosto 01, 2012

Lilia Ramírez: Despertar




DESPERTAR
Lilia Ramírez

Yo tenía nueve años y un hermanito acabado de nacer. Mis padres habían preparado su llegada ampliando nuestra casa. Dos ilusiones colmadas al mismo tiempo. Una recámara de amplio ventanal por donde atisbar, sobre el bosque de niebla, el Pico de Orizaba a la izquierda y el Cofre de perote a la derecha de la Sierra Madre; una cama elevada a donde accedía por una escalerilla náutica, y un árbol adherible a la pared, en el cual, entre hojas y flores, se posaban dos búhos sonrientes de mejillas sonrosadas, recordándome trabajar cada día para alcanzar un trozo de sabiduría, afición que cubría de mil maneras: preguntando a los abuelos, a mis maestras, a mis padres, primos y tíos. No me gustaba quedarme con duda sobre nada. Reconozco que a veces los atosigaba pues no tenían todas las respuestas a la mano, entonces encendiamos la computadora y consultábamos la Wikipedia o el navegador de moda: Google, en el cual me gustaba teclear la pregunta y mirar los lindos disfraces de su logotipo al inicio, siempre a tono con las festividades en turno, ese día, una casilla electoral diminuta, como de juguete, adornaba la entrada al portal. Una de las letras ondeaba una pequeña bandera tricolor, creo era la “o”. El detalle me recordó “La marcha de las letras”. Infinidad de volúmenes de Alfaguara y del Fondo de Cultura Económica conformaban mi biblioteca particular, ahora dentro de mi nueva habitación, dando un tono de intelectualidad a la misma. Me comía el mundo de un bocado. Me valía de un diminuto globo terráqueo para ubicar cualquier punto del planeta donde se desarrollara la novela en turno. En particular me fascinaban los libros de la colección “Gerónimo Stilton”, escritos por la italiana Elisabetta Dami, me los habían comprado en España y era un tanto adicta a ellos.

El día anterior asistí al catecismo como cada sábado. Me estaba preparando para mi confirmación y recuerdo a los abuelos llevarme en el coche de mamá. Yo los iba guiando sobre cual carril del circuito y cual salida deberíamos tomar. Me sabía de memoria el número de semáforos y cuáles eran los más congestionados en el camino a la iglesia de San Pío X. Un par de semanas antes, las compañeras de la secretaría de educación habían organizado un baby shower a mi mamá en un salón allá por la glorieta de Los Sauces. Fue inevitable que la fiesta se tiñera un poco del color turquesa del partido Nueva Alianza. A mí, el que más me simpatizaba, era Quadri, en mi mente de niña me agradaba su voz y el comercial en donde un doble de él, mucho más joven, tocaba rock. A pesar de mi corta edad, tenía una clara percepción de cada candidato. Desde el alboroto cuando Peña Nieto metió la pata en su entrevista de la Feria del Libro de Guadalajara, yo había estado al tanto de todos los chistes que sacaron sobre ello, en particular la librería Gandhi. Nunca he sabido porqué le tomaron tanta tirria, pero sus caricaturas me daban mucha risa. También fuimos a la Feria Internacional del Libro Universitario, y en uno de los pasillos un cartel lo representaba como un rey cuya corona se parecía mucho al logotipo de Televisa. Mis compañeros de la escuela primaria discutíamos mucho sobre las elecciones. Peña Nieto me daba mucho miedo, pues sabía que había muchas manifestaciones en su contra. Otra ocasión, durante la comida, repetí algo escuchado en la escuela: que PAN y PRI eran lo mismo. Mis abuelos me explicaron lo de la libertad de expresión, y me platicaron cómo, en el siglo pasado, un cómico apodado “Palillo”, quien trabajaba en una carpa y noche tras noche  se quejaba del gobierno ante el público, lo encarcelaban siempre al terminar la función. Así eran las cosas cuando gobernaba el PRI, por eso a nadie le daban ganas de ir a votar, porque el resultado se sabía desde antes. Yo no podía dar crédito. Me costó mucho trabajo entenderlo. Había participado en la convocatoria del Cabildo Infantil en mayo de ese mismo año, 2012, y las votaciones se respetaron. Lloré mucho al no ser finalista, pero decidí hacer una mejor propuesta el año siguiente para ganar los votos de los niños.

Llegó la noche y papá llama por teléfono para contarnos que hay muchas denuncias a la FEPADE, pero al no haber un protocolo bien definido para investigarlas, los delitos amenazaban con quedar impunes. Habíamos comprado lo necesario con anticipación, sobre todo por el nuevo hermanito: pañales, leche y algunos medicamentos por si le daba el cólico de los bebés. Yo me sentía un tanto aburrida ante la perspectiva de no salir a ningún lado, excepto a votar, pues la casilla estaba muy cerquita y eso no valía como paseo. Me acuerdo que ya noche, quisimos ir a ver los resultados pegados en la casilla. No obstante la brillante redondez en el cielo y lo cercano del sitio, fuimos en el auto. Mi abuela se bajó a preguntar. Le explicaron los resultados porque no llevaba sus anteojos: “ganó el Peje”, le dijeron literalmente. Regresamos y me acosté a dormir. El día siguiente era el último de ese ciclo escolar.

Son las 6:50 a.m., mi abuela, quien antes dormía conmigo pero ahora lo hace con mi mamá para ayudarla a cuidar a mi hermanito, entra en mi recámara, una luz indirecta proyecta al búho sobre mi cama, como presagio de que la sabiduría es aún una sombra. En el duermevela de esa hora, recuerdo que es el último día de clases y habrá festejo en la primaria, sin embargo, logro recordar la apuesta hecha con Marlen, mi amiga favorita, sobre las elecciones presidenciales, ¿Quién ganó?, me dirijo a la abuela, Peña Nieto, contesta taciturna. Despierto bruscamente, el chofer no tarda en anunciarse y quiero llegar temprano, no importa que sea el último día de clases.  


        

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